André Gunder Frank |
André Gunder Frank fue un conocido intelectual que en los
años 60 participó en la gestación de la teoría marxista de la dependencia.
Buscó dilucidar las peculiaridades de la relación centro-periferia analizando
los orígenes y las características del capitalismo. Frank adoptó sucesivas
visiones centradas en el atraso latinoamericano, la dinámica del sistema
mundial y el protagonismo internacional de Asia. En cada abordaje suscitó
intensas polémicas por su tendencia a radicalizar la discusión contradiciendo sus
planteos previos. Su evolución fue muy ilustrativa de los distintos perfiles
que asumió el debate sobre el subdesarrollo.
Variedad de enfoques
El primer Frank en los años 60 afirmó que América Latina
padecía una gravosa apropiación de excedentes por su inserción subordinada en
el mercado mundial. Señaló que esas confiscaciones perpetuaban el estancamiento
de la región. Remontó el origen de ese sometimiento a la época colonial y
recordó que Iberoamérica se integró en forma dependiente al capitalismo
mundial. Por eso quedó encadenada a un circuito que favoreció primero a los
centros metropolitanos (España, Portugal) y luego a la potencia dominante (Gran
Bretaña).
Con ese presupuesto de capitalismo de larga data, Frank
postuló que el subdesarrollo era inherente a un sistema, que operó en forma
polarizada desde su nacimiento. Subrayó que el capitalismo era sinónimo de
atraso para el pasado, presente y futuro de América Latina (Frank, 1970: 8-24).
A principios de los 70 Frank reformuló su concepción en
sintonía con la teoría del sistema mundial, que acababa de emerger como una
concepción de peso en las ciencias sociales. Afirmó que la visión de Wallerstein
jerarquizaba la problemática global y superaba los estudios parcializados del
subdesarrollo.
Con este nuevo enfoque estimó que por sí misma la teoría de
la dependencia ya no aportaba alternativas factibles. Resaltó la omnipresencia
de la economía mundial y remarcó la obsolescencia del desenvolvimiento nacional
autónomo (Frank, 1 970: 305-327, 1991:10-62).
En este segundo periodo el pensador germano reafirmó la
preeminencia del capitalismo en América desde la colonización, pero desde una
perspectiva de economía-mundo. Por eso enmarcó su investigación de la relación
metrópoli-satélite en el contexto más general de los ciclos seculares del
capitalismo. Este giro lo indujo a reconsiderar todas las conexiones entre el
sometimiento de la periferia y el funcionamiento del sistema (Frank, 1979:
54-142).
A principios de los 90 el escritor alemán manifestó una
nueva insatisfacción con sus tesis y propuso una tercera concepción centrada en
la gravitación del continente asiático. Cuestionó la escasa relevancia asignada
a esa región y rescató la antigua supremacía global de Oriente (Frank, 2009:
115-130).
Con esta nueva óptica polemizó con las concepciones que
subrayaban la centralidad europea en la gestación del capitalismo. Estimó que
Occidente sólo usurpó transitoriamente una primacía de China que volvía a
emerger a fin del siglo XX.
De esa caracterización dedujo también la existencia de una
temporalidad milenaria del capitalismo. Reinterpretó a este sistema como un
régimen con fundamentos mercantiles, continuidades cíclicas, pilares asiáticos
y orígenes inmemoriales (Frank, 2009: 110-115).
En este último modelo introdujo cambios en los protagonistas
del esquema metrópoli-satélite. China quedó ubicada en la cúspide, India en un
rol intermedio y Europa en un papel subordinado. En las tres etapas de su
evolución Frank mantuvo preocupaciones semejantes, pero sus cambiantes
definiciones generaron fuertes cuestionamientos.
Controversias sobre la colonización
Frank fundamentó su teoría inicial del subdesarrollo en el
carácter capitalista de América Latina desde la colonización. Estimó que una
conquista liderada por el sector comercial de la península ibérica generó desde
el siglo XVI producciones reguladas por el mercado y orientadas hacia la
exportación (Frank, 1970: 31-39, 167-168). Retomó la visión de los
historiadores (Bagu, 1977: 62-64, 75-86), que resaltaban la precocidad de la
acumulación en una economía abierta.
También polemizó con los teóricos de la colonización feudal
y suscribió las miradas de los autores que señalaban la carencia de
auto-suficiencia rural, la primacía del desarrollo urbano y la prioridad
exportadora en la utilización del trabajo forzado (Peña, 2012: 69-70). Por eso
convalidó las descripciones del encomendero, el latifundista y el plantador
como artífices del capitalismo comercial.
Frank cuestionó la presentación del sistema colonial como
una economía de subsistencia. Rechazó las tesis de los pensadores que
contraponían la introducción inglesa de gérmenes de capitalismo, con la
transmisión española de taras medievales (Mariátegui, 1984: 13-16, 50-64).
Discrepó, además, con los historiadores que interpretaban la
preeminencia de formas de explotación serviles o esclavistas como evidencias de
feudalismo (Puiggrós, 1965). Objetó frontalmente los estudios que observaban
indicios de ese sistema en el peso del latifundio o la gravitación de la renta
(Fernández; Ocampo, 1974). Su mirada subrayó en forma
categórica la supremacía del mercado y la inversión desde la llegada de
Cristóbal Colón (Frank, 1965).
Este enfoque sintonizó con la visión de Sweezy en una
controversia análoga sobre el pasaje del feudalismo al capitalismo en Europa.
En ese caso se discutían las fuerzas motrices del nuevo sistema y no los
protagonistas de la colonización de ultramar. Pero el contenido del debate era
semejante.
Sweezy estimaba que el comercio a distancia y el auge urbano
determinaron el declive del feudalismo en el Viejo Continente, al obligar a la
nobleza a compensar sus pérdidas con mayor explotación de los campesinos
(Sweezy, 1974: 15-34, 114-120). Esa presión generó escasez de mano de obra
rural, acentuó la huida de los siervos hacia las ciudades y transformó la renta
de productos en dinero. Los mismos mercados que para Sweezy debilitaron a la
nobleza, fueron determinantes para Frank de la configuración inicial de América
Latina.
Esa caracterización fue rechazada por Dobb, que atribuyó la
transición de Europa al capitalismo a la erosión de las estructuras agrarias
desafiadas por las rebeliones campesinas. Estimó que el feudalismo fue
internamente corroído por ese conflicto (Dobb, 1974: 12, 52-55).
Otros autores cuestionaron la presentación de ese sistema
como un modo de producción estable y divorciado de la vida urbana. Subrayaron
la incidencia de las crisis endógenas, que forzaron el aumento de los tributos
y acentuaron la competencia entre los nobles. Ilustraron cómo ese proceso
alumbró una capa de campesinos ricos, que empleó trabajo asalariado e inauguró
la agricultura capitalista (Hilton, 1974: 123-135).
En los debates europeos y latinoamericanos se indagaron dos
polos del mismo proceso, que generó desarrollo en una región y atraso en otra.
Las controversias buscaban esclarecer por qué razón el capitalismo despuntó en
Inglaterra y condujo al estancamiento dependiente de América Latina.
Respuestas más elaboradas
La profundización del análisis historiográfico modificó a
fines de los 70 los términos de la discusión. Varios estudiosos incorporaron el
concepto de formación económico-social para indagar amalgamas de modos
producción, con distinto grado de preeminencia de un sistema sobre otro
(Anderson, 1985: 74-76).
Esa noción sustituyó las interpretaciones puramente
económicas por evaluaciones más abarcadoras de los procesos sociales (Aricó,
2012: 134-179). Se clarificó la forma específica que asumió el feudalismo y el
capitalismo en cada época y región, observando las formas mixturadas de
sistemas dominantes y secundarios.
Con este abordaje se priorizó el estudió del abrupto corte
que introdujo la colonización en los regímenes pre-colombinos (Cardoso, 1973).
La destrucción de esas civilizaciones dio lugar a un sistema colonial asentado
en el trabajo servil, que proveían las estructuras sobrevivientes del universo
indígena. Las comunidades más desarrolladas quedaron sometidas a esa prestación
y las más atrasadas fueron exterminadas (Vitale, 1984).
La corona, la iglesia y los conquistadores asociaron a la
aristocracia indígena al cobro de tributos, la gestión rotativa de trabajo y el
traslado masivo de la población. Esta simbiosis fue tan ajena al feudalismo
hispánico como al capitalismo comercial. No generó el escenario homogéneo
concebido por los intérpretes de ambas variantes de la colonización.
El trabajo forzado en las haciendas fue muy distinto a la
servidumbre feudal e impidió la gestación de la pequeña propiedad agro-capitalista.
Las mismas singularidades prevalecieron en otros modelos económicos de la era
colonial (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 177-178, 186-192, 212-222).
En las zonas de plantación se generalizó la esclavitud para
cultivar azúcar, cacao o algodón. Esta combinación de modalidades laborales
coercitivas para satisfacer la demanda mercantil europea fue otra peculiaridad
del hemisferio.
En el tercer esquema de economía de frontera prevaleció el
usufructo de las rentas ganaderas. Tampoco esa variante se amoldó a la tosca
clasificación de feudalismo versus capitalismo.
El análisis de estas haciendas, plantaciones y latifundios
tomó en cuenta el mercado mundial jerarquizado por Frank, pero con otro
razonamiento. En lugar de puras exacciones externas propició la indagación de
relaciones de propiedad y formas de explotación del trabajo (Cardoso, Pérez
Brignoli, 1979: T II, 9-14).
Esta mirada ilustró cómo América Latina se integró al
comercio internacional con una amplia variedad de relaciones pre-capitalistas.
No prevaleció la esclavitud usual (por la entrega de tierras para garantizar la
auto-alimentación), tampoco el siervo feudal (por la persistencia de
comunidades indígenas) y menos aún el minoritario o excepcional trabajo
asalariado.
La visión “pan-capitalista” de Frank ignoró estas
combinaciones. Señaló correctamente que América Latina quedó enlazada al
capitalismo naciente, pero desconoció que esa conexión se consumó a través de
estructuras esclavistas, serviles y oligárquicas.
Estas formaciones quedaron a su vez articuladas con tipos de
producción secundarios (campesinos o patriarcales), en esferas pre-monetarias y
agriculturas pre-capitalistas. De esta variedad emergió el subdesarrollo
desigual que caracterizó al capitalismo dependiente del siglo XIX (Cueva,
1982).
Capitalismo comercial
En este primer periodo de su evolución intelectual, Frank no
ofreció respuestas satisfactorias a las críticas que suscitó su teoría del
capitalismo comercial. Supuso que ya regía en América Latina un sistema
económico que recién despuntaba en Europa. Definió al modo de producción por el
grado de extensión del intercambio olvidando la centralidad del trabajo, que en
América Latina involucraba distintas modalidades laborales coercitivas.
Los teóricos de la colonización feudal señalaron estos
problemas, pero supusieron un simple traslado a Latinoamérica de los sistemas
productivos europeos. Desconocieron que esas formaciones no eran simplemente
exportables. Su asentamiento dependía de condiciones locales muy diferentes a las
imperantes en el Viejo Mundo.
En América prevaleció el virreinato y no las soberanías
fragmentadas del feudalismo. No se verificó el señorío, la fidelidad a cambio
de protección, la reconfiguración territorial a partir de alianzas parentales o
los típicos conflictos entre nobles y siervos. Los errores de Frank no se
corregían forzando la presentación de la conquista como un emprendimiento
feudal.
Los autores que estudiaron las formaciones
económico-sociales evitaron esos equívocos. Indagaron el origen del capitalismo
y la colonización en la esfera productiva, resaltaron las contradicciones
internas de los modos de producción y asignaron una gravitación definitoria a
la lucha de clases. Esa mirada confirmó que la presencia del capital comercial
era compatible con varios sistemas sociales y no singularizaba al capitalismo
(Laclau, 1973).
Frank soslayó estos problemas y jerarquizó la esfera de la
circulación en desmedro de la producción. Por eso su modelo sólo registró
expropiaciones de excedentes a través de circuitos comerciales y movimientos
monetarios.
El esquema metrópoli-satélite concebía, además, una relación
mecánica del devenir latinoamericano con los procesos externos. Prestaba poca
atención a lo ocurrido en las estructuras internas y en los intercambios
locales de la economía colonial (Assadourian, 1973).
Ese universo agrario tenía alta incidencia en una región con
abundancia de tierras y carencia de mejoras productivas. Las transformaciones
rurales -que en Europa anticiparon el surgimiento del capitalismo- no se
registraron en ningún punto de Iberoamérica.
Con una óptica de puras continuidades capitalistas Frank no
percibió ese contraste. Tampoco observó la incidencia de los grandes cambios
políticos generados por las guerras de la Independencia.
Su enfoque tendía a resaltar sucesiones de un mismo
subdesarrollo, sin registrar la diferencia que separa la formación a la
maduración del capitalismo. Mientras que e l debate sobre la colonización
correspondía al primer periodo, las modalidades contemporáneas de la
dependencia debían ser conceptualizadas a partir del siglo XIX.
Frank notó que l a conquista de América fue un momento clave
de la constitución del mercado mundial, pero identificó ese acontecimiento con
la vigencia plena del capitalismo. Omitió el largo proceso de transición que
enlazó l a des-acumulación originaria padecida por América, con la acumulación
de capital protagonizada por Europa (Vitale, 1992: cap 4, 6). En su modelo de
metrópolis-satélites esa diversidad de etapas quedó disuelta en totalidades
indistintas.
Este abordaje fue consecuencia de la primacía otorgada a los
componentes exógeno-comerciales frente a los elementos endógeno-agrarios. Frank
formuló todas sus explicaciones del subdesarrollo en términos de exacción
colonial. Subrayó el gran impacto del pillaje, que ciertamente devastó al Nuevo
Mundo para nutrir las reservas de la acumulación europea.
Pero al observar sólo este costado, olvidó que el curso
contrapuesto de ambas regiones quedó definido por procesos más estructurales de
prosperidad y estancamiento agrícola. Ese efecto de largo plazo tuvo enorme
impacto en la consolidación de las estructuras rurales pre-capitalistas
(Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 100-102).
La carencia de farmers
o arrendatarios fue determinante del subdesarrollo latinoamericano. Esa
adversidad se recreó en el siglo XIX con la disolución de las plantaciones
esclavistas, que fueron sucedidas por latifundios rodeados de economías
campesinas con baja productividad.
El mismo proceso se verificó en la concentración de
propiedades y en la supresión de comunidades que acompañaron a la remodelación
de las haciendas. En las zonas de frontera, el acaparamiento de territorios por
parte de oligarquías parasitarias fue más acelerado. El modelo de capitalismo
comercial de cinco siglos no permitía notar cómo ese atraso agrario afectó el
surgimiento ulterior de la industrialización.
Simplificaciones políticas
Frank enfatizó la naturaleza capitalista de la gestación
latinoamericana para demostrar el agotamiento de un sistema con cinco siglos de
historia. Subrayó esa madurez con la intención de remarcar la necesidad
inmediata del socialismo. Por eso rechazó la tesis de la colonización feudal y
objetó las demoras en la acción revolucionaria, que eran justificadas por la
persistencia de rasgos pre-capitalistas.
La teoría de la colonización capitalista fue expuesta para
criticar la estrategia del socialismo por etapas. Esa motivación indujo a
demostrar la antigua raíz capitalista del subdesarrollo dependiente. Con ese
diagnóstico se postuló, además, la inconveniencia de alianzas con la burguesía
nacional.
Esos planteos apuntalaban las críticas a la propuesta de
transitar por la prolongada etapa democrático-burguesa que auspiciaban los
partidos comunistas. Ese mismo propósito perseguía el gran número de estudios
sobre plantaciones, haciendas y latifundios que floreció durante esa época.
El primer Frank se ubicó en el espacio de la izquierda
revolucionaria. Pero ese posicionamiento no requería argumentos remontados a la
era colonial. La temporalidad de una transición socialista contemporánea no
dependía del carácter asumido por la colonización. Ese curso era el mismo con raíces
feudales o capitalistas de la conquista hispano-portuguesa. El pensador alemán
buscó respuestas a los problemas del siglo XX en lo acontecido cuatro centurias
antes.
Con esa mirada ignoró la diferencia cualitativa entre
interrogantes políticos e historiográficos. El debate sobre las posibilidades
socialistas abiertas por la revolución cubana difería de la controversia sobre
lo ocurrido con la llegada de Colon. Tampoco la constatación del comportamiento
conservador de las burguesías nacionales requería evaluar lo sucedido en el
siglo XVI.
Frank sobredimensionó la polémica estableciendo una
familiaridad directa entre feudalistas históricos y etapistas políticos. No
registró que varios teóricos comunistas (como el chileno Teitelbaum o el
brasileño Caio Prado) defendían la tesis de la colonización capitalista,
suscribiendo las estrategias políticas de sus organizaciones.
Ese esquematismo no fue compartido por los teóricos
marxistas de la dependencia, que rechazaron la equiparación de la situación
colonial con el contexto posterior (Marini, 1973:19-20). Cuestionaron la
exageración del rol del comercio y la presentación de una economía capitalista
desde la cuna latinoamericana (Dos Santos, 1978: 303-304, 336-337).
En la plenitud de estas controversias Frank declaró que
abandonaba el debate historiográfico y la propia teoría de la dependencia. Con
esa declaración cerró la primera etapa de su pensamiento.
El giro hacia la economía-mundo
El teórico alemán inició su nuevo período estimando que el
dependentismo flaqueaba por carencia de horizontes mundiales. Proclamó el
agotamiento de esa concepción y la consiguiente necesidad de superarla con una
visión más abarcadora del marco global. Encontró esa mirada en la teoría del
sistema mundial, que en cierta medida extendía y radicalizaba su enfoque
precedente.
Existían varias áreas de afinidad entre Wallerstein y Frank.
La visión de la economía-mundo presenta una caracterización del capitalismo
histórico muy semejante al capitalismo comercial. Considera que ese sistema se
forjó al mercantilizar la actividad productiva con mecanismos globales de
competencia, expansión de mercados y desplazamiento de firmas ineficientes.
Wallerstein coincidió explícitamente con el diagnóstico de
colonización capitalista de América Latina expuesta por Frank (Wallerstein,
1984: 204-216). Postuló que luego de emerger en Europa, ese régimen ya operaba
a escala global cuando Colon arribó al Nuevo Mundo. La incorporación de ese
hemisferio consolidó el sistema mundial y anticipó su absorción de otras áreas
del planeta (Wallerstein, 1988: 1-8).
Los dos pensadores convergieron, además, en estimar que la
trayectoria seguida por las periferias siempre estuvo determinada por el
mercado mundial. Describieron desenvolvimientos históricos centrados en el impacto
de las fuerzas mundiales. Señalaron que en cada etapa del sistema esas
tendencias externas definieron el status de las potencias vencedoras y de las
economías subdesarrolladas (Katz, 2016).
Los parentescos se extendieron a otras esferas, pero la coincidencia
historiográfica fue clave para la confluencia del modelo metrópoli-satélite con
el sistema mundial. Wallerstein aportó nuevos argumentos a la teoría del
capitalismo comercial y situó el debate sobre la colonización en un terreno más
conceptual.
Este abordaje suscitó nuevas polémicas sobre el origen del
capitalismo en tres terrenos poco explorados en la controversia anterior: la
significación del trabajo asalariado, la duración de las transiciones y el
papel de los sujetos. En esos terrenos Wallerstein desenvolvió las mismas
pistas analíticas sugeridas por Frank.
Debates sobre el proletariado
Al igual que Frank, Wallerstein tomó partido a favor de
Sweezy contra Dobb en la jerarquización del comercio sobre el agro, como
principal fuerza motriz del capitalismo. Pero a diferencia de Sweezy cuestionó
la relevancia del trabajo asalariado en ese proceso.
El teórico del sistema mundial rechazó la preeminencia de
esa modalidad laboral, señalando que ese rasgo no era determinante de una
economía-mundo ensamblada en forma comercial y regida por la maximización del
beneficio (Wallerstein, 1984: 180-201, 2005: cap 1).
Al presentar al capitalismo como un régimen de coordinación
de mercados, Wallerstein entendió que las plantaciones esclavistas y las
haciendas serviles no desmentían la vigencia de ese sistema.
Brenner objetó esta caracterización recordando que el
capitalismo surgió de una acumulación originaria, que alumbró una clase
explotadora asentada en la extracción de plusvalía. Retomó los argumentos de
Dobb y señaló que sólo en ciertas condiciones y países, el comercio contribuyó
a disolver las viejas relaciones sociales. Cuando consolidó el poder de los
nobles (Europa Oriental) afianzó las estructuras pre-capitalistas y generó una
segunda servidumbre (Brenner, 1977, 1988: 39-44, 381-386).
A diferencia de Sweezy -que observaba al comercio como la
fuerza originadora de un régimen capitalista asentado en la extracción de
plusvalía- Wallerstein negó la relevancia del proletariado como dato
constitutivo de ese sistema. Afirmó que los “ marxistas ortodoxos”
sobredimensionaban ese factor, convirtiendo la estructura fabril en el único
determinante del despunte capitalista.
Atribuyó esa postura a razonamientos atados al marco
nacional y señaló que el capitalismo extrae plusvalía de una amplia variedad de
explotados, sin discriminar su status de obreros, siervos o esclavos. Destacó
que la economía-mundo funciona mediante el control que ejercen los capitalistas
de esa sujeción (Wallerstein, 2005: cap 11, 2011).
Pero este enfoque no esclareció cuáles son las diferencias
que separan al capitalismo de los modos de producción que lo precedieron. Esta
distinción surge de la existencia de una plusvalía generada específicamente por
los trabajadores asalariados. Sólo la reinversión de ese excedente apropiado
por la burguesía alimenta la acumulación.
La gravitación del trabajo asalariado radica en que sólo el
capitalismo introduce una forma de coerción económica, que no se asienta en
explícitas coacciones forzosas. El trabajo libre de los asalariados es lo que
tipifica el sometimiento contemporáneo a la tiranía del mercado.
Esta peculiaridad es incluso resaltada por los autores que
coinciden con Wallerstein en la conveniencia de extender la caracterización del
capitalismo, más allá del status de los explotados y la modalidad que asume el
plus-trabajo (Amin, 2008: 198- 200).
Largas transiciones
Frank estimaba que el capitalismo vigente en el siglo XVI
definió el tipo de colonización predominante en América Latina. Wallerstein
amplió esa mirada, destacando que este sistema debía ser concebido como una
totalidad mundial desde su inicio. Consideró que no existen razones para
suponer que se gestó en largos periodos de maduración (Wallerstein, 1984: 8-10,
43). Pero no aportó justificaciones de ese postulado de abruptos saltos de un
régimen a otro.
Sus críticos observaron que confundió -como Frank- el origen
con la formación del capitalismo. Colocó en un mismo paquete dos estadios
diferentes, al no diferenciar el nacimiento en el agro del desenvolvimiento en
la industria. Wood señaló que en la primera etapa (siglo XVI-XVII) prevaleció
la actividad primaria y en la segunda (desde el siglo XVIII) los procesos
fabriles.
Esta distinción destaca, además, que la fase inicial no
involucró la generalización del trabajo asalariado, sino tan sólo la
preeminencia de nuevas reglas de coerción mercantil. Esas normas implicaron
presión competitiva, maximización del beneficio y compulsión a reinvertir los
excedentes para mejorar la productividad.
De esa forma se generaron condiciones para un debut del
capitalismo, que no entrañó la plena utilización de obreros cobrando salarios.
La masificación de esa modalidad laboral fue un resultado y no un anticipo del
capitalismo (Wood, 2002: 36-37).
Este abordaje contribuye a superar las discusiones sobre la
colonización de América, sólo centradas en dirimir la primacía del trabajo
asalariado o servil. Lo determinante en la gestación del capitalismo en el agro
fue la generalización de normas de competencia y ganancias y no la masificación
de la explotación obrera.
Esta distinción entre el surgimiento y la consolidación del
sistema facilita el registro del largo proceso de transición omitido por el
enfoque de Frank-Wallerstein. Como señaló Mandel, ese pasaje incluyó en Europa
fases de acumulación primitiva y corriente, con gravitaciones diferenciadas de
la expropiación campesina y el pillaje colonial (Mandel, 1969: 71-74, 1971:
153-171).
Esa prolongada transición implicó la articulación del
mercado mundial en torno a diversos procesos nacionales, que combinaron formas
capitalistas, semicapitalistas y pre-capitalistas. El intercambio global ordenó
esa variedad de relaciones híbridas.
Es cierto que la dimensión internacional del capitalismo fue
descollante, pero tan sólo como referente de distintos procesos nacionales de
acumulación (Mandel, 1977, 1978: cap 2). No sustituyó ese protagonismo, ni
eliminó la presencia de formaciones económico-sociales con componentes
pre-capitalistas.
Esta mirada permite otra visión de la relación
centro-periferia. P arte de la economía mundial sin forzar la existencia de un
sistema global desde el siglo XVI. Define etapas en contraposición al puro
continuismo de Wallerstein y resalta diferencias entre las periferias, contra
el invariante esquema de metrópolis- satélites de Frank.
En lugar de una simple primacía del capitalismo en la
generación del subdesarrollo, describe las amalgamas de formas atrasadas y
avanzadas, aplicando un razonamiento de desarrollo desigual y combinado (Wolf,
1983: 38; Trimberger, 1979).
Mandel reconoció la incidencia del colonialismo, sin
otorgarle una determinación absoluta en el surgimiento del capitalismo. Destacó
que el capitalismo, tuvo un origen nacional condicionado por los dictados del
mercado mundial, pero sólo alcanzó una conformación internacional completa en
la era contemporánea.
El sujeto omitido
Frank nunca explicó la ausencia de sujetos sociales en su
presentación de la historia latinoamericana. Wallerstein introdujo parcialmente
esos actores, pero sostuvo que en el pasado los sectores populares no podían
torcer el rumbo de la economía-mundo. Con distintos fundamentos ambos enfoques
prescindieron de la lucha de clases.
En cambio otros historiadores buscaron conceptualizar el
impacto de esas confrontaciones sociales sobre el surgimiento del capitalismo.
Especialmente Brenner describió cómo influyeron los conflictos entre campesinos
y nobles en debut. No retrató un proceso lineal de mayor disolución del
feudalismo frente a batallas sociales más intensas (o victoriosas) de los
oprimidos, sino un curso pleno de corolarios inesperados (o indeseados).
Ese enfoque consideró que el capitalismo despuntó en
Inglaterra por la peculiar combinación de colapso de la servidumbre,
consolidación de la gran propiedad y extensión del arrendamiento. Esa mixtura
generó una estructura de nobles, contratistas burgueses y asalariados, que
impulsó la productividad agraria y el comienzo de la industrialización.
Un estado menos sólido que el imperante en España o Francia,
pero más unificado y con mayor capacidad para eliminar las soberanías de los nobles,
propició una amplia red de caminos y mercados. Pero lo determinante fue la
resistencia campesina.
Esas revueltas no impidieron el afianzamiento de la gran
propiedad, pero obligaron a los señores a recurrir al arrendamiento y al cobro
de rentas monetarias. Ambos procesos facilitaron la aparición de un próspero
capitalismo rural (Wood, 2002: 50-55).
Brenner contrastó este modelo agrario con Francia, dónde la
resistencia de los campesinos impuso una gran división de la propiedad. Esa
fragmentación consolidó un modelo de subsistencia y baja productividad. La
alianza del estado absolutista con los agricultores para limitar el poder los
nobles, reforzó adicionalmente el retardo del capitalismo e incubó la mayor
revolución de la época. La lucha de clases obstruyó en Francia el proceso de
acumulación que incentivó en Inglaterra (Brenner, 1988: 62-81).
Esos conflictos también determinaron la descapitalización de
Europa Oriental, con el resurgimiento de la servidumbre para exportar alimentos
a Occidente. La nobleza reforzó el cobro de rentas a los campesinos, que no
contaron con el legado de triunfos obtenidos por sus pares de Prusia
Occidental, durante las grandes guerras del siglo XV-XVI.
La misma gravitación de la lucha social se corroboró en el
Nuevo Mundo. La resistencia de los pobladores a cualquier forma de coerción
extraeconómica, favoreció inicialmente en las 13 colonias de Estados Unidos, la
introducción de una producción ajena a las reglas del mercado.
Los colonos aprovechaban la facilidad para obtener las
tierras que expropiaban a las tribus indígenas. Cuando las compañías
comerciales, los bancos y las elites forzaron la compra de terrenos y el
endeudamiento para la siembra, se impuso el pasaje a una agricultura
capitalista (Post, 2011: 67-84, 98-103). El desenlace de la lucha social
definió también aquí la modalidad de gestación del capitalismo.
En todos los casos esa batalla determinó capacidades
diferenciadas de la aristocracia para adaptarse a la nueva época. No hubo
automática aceleración del capitalismo en función de la pujanza o pasividad de
los oprimidos, sino una amplia variedad de escenarios con resultados
contingentes.
Los complejos efectos de la confrontación social sobre la
intensidad de la acumulación, que Brenner indagó para el origen del capitalismo
fueron también considerados por Mandel en su teoría de las ondas largas.
Relacionó distintos cursos de prosperidad y estancamiento con el desenlace de
la lucha de clases. Incluso en Cueva pueden rastrearse algunas conexiones del
mismo tipo, en su explicación de las especificidades del capitalismo
latinoamericano durante el siglo XIX.
En los tres casos la introducción de los sujetos en la
historia no apuntó sólo a clarificar las singularidades del desarrollo
capitalista. También buscó evaluar la incidencia de esa acción sobre las
tradiciones de emancipación popular. El enfoque de Wallerstein-Frank ofrece
poco espacio para esta problemática.
Polémicas sobre Oriente
En los años 90 Frank quedó impactado por un nuevo
acontecimiento: el crecimiento del Sudeste Asiático y la impetuosa expansión de
China. Al estudiar ese despegue, encontró causas históricas que chocaban con la
primacía asignada a Europa por la teoría del sistema mundial. Consideró que esa
centralidad había correspondido siempre a Oriente y que el liderazgo
internacional del Viejo Continente apareció sólo en el siglo XIX, durante un
transitorio estancamiento de China.
Frank afirmó que en las centurias precedentes, las famosas
especias reflejaban la mayor productividad de Asia. Estimó que Europa sólo pudo
tomar una ventaja intermediando con el oro y la plata obtenidos en América,
pero no logró revertir el carácter subordinado de su proceso de acumulación.
Señaló que los pequeños países de Occidente (Portugal, Holanda, Inglaterra)
nunca llegaron a ejercer la dominación mundial.
El pensador germano polemizó con los mitos de la
excepcionalidad europea, resaltando el carácter ficticio de sus pilares en el
Renacimiento y la tradición griega. También consideró que esas falacias tendían
a diluirse a fines del siglo XX, ante el resurgimiento asiático y el
agotamiento de la usurpación occidental (Frank, 2009: 114-120).
Este viraje intelectual disgustó a sus colegas, que
expusieron varias objeciones a la primacía de Oriente en el surgimiento del
sistema mundo. Wallerstein subrayó la incongruencia de postular una
superioridad estructural de Asia durante largos e imprecisos lapsos, aceptando
al mismo tiempo el éxito de Europa sobre su rival en el siglo XIX. Afirmó que
todo el razonamiento de Frank se desplomaba a la hora de explicar cómo pudo el
Viejo Continente lograr esa repentina ventaja (Wallerstein, 2006-07: 1-14).
Arrighi recurrió a una refutación semejante. Señaló que
Frank no aclaraba de qué manera, un relegado continente europeo pudo en 1800
desplazar a China de la conducción económica mundial (Arrighi, 2006: 1-18).
Amin fue más categórico. Cuestionó la revisión de la
historia propuesta por Frank, subrayando la total inexistencia de indicios de
hegemonía china. Señaló que un milenario periodo pre-capitalista de sociedades
tributarias centrales y periféricas fue sucedido -durante el ascenso del
capitalismo- por una relativa paridad entre Europa y China, que se zanjó a
favor del primer contendiente.
Esa ventaja obedeció a la singular existencia de un sistema
feudal manejado por nobles, que extraían directamente sus rentas de los
campesinos, en contraposición al modelo de grandes burocracias estatales
predominantes en Oriente.
La flexibilidad de un régimen privatizado de nobleza
facilitó una acumulación originaria, que se mantuvo bloqueada en Asia. China
preservó un retraso perdurable frente a Europa y su desarrollo previo sólo le
permitió escapar del status colonial, que afectó al resto de la periferia
durante el cenit de la expansión occidental (Amin, 2006: 5-22).
En contraposición a la preponderancia sustancial de China
que imaginó Frank, Amin postuló el nacimiento precoz del capitalismo en Europa.
Señaló que ese debut fue consecuencia de la fragilidad periférica de esa
región, frente a las sociedades más avanzadas de India, China o el imperio
otomano. Las prerrogativas políticas de los nobles y la descentralización generada
por el primitivismo de esa formación, aceleraron los procesos de acumulación en
el Viejo Continente (Amin , 2008: 198-213).
Problemas del “asia-centrismo”
Frank justificó su tesis de la primacía oriental, señalando
que China mantuvo durante la mayor parte de su historia una balanza comercial
superavitaria y un flujo positivo del movimiento de dinero. Recordó la
conversión del país en sumidero final de la plata circulante en otras economías
y presentó esa captación de metálico como una prueba incontrastable de la
supremacía oriental (Frank, 2009: 108-111).
Wallerstein objetó empíricamente este argumento señalando
que el acervo de plata per cápita siempre fue superior en Europa. Cuestionó,
además, el uso de ese indicador como parámetro de superioridad económica.
Recordó que los dependentistas siempre subrayaron que el déficit comercial de
Inglaterra con el resto del mundo, no contradecía su primacía colonial
(Wallerstein, 2006-07).
Señaló, además, que un posicionamiento hegemónico no se
verifica sólo en índices comerciales o financieros. Recordó especialmente que
el viejo consenso sobre el rol dominante de Occidente expresaba abrumadoras
evidencias y no simples mistificaciones.
Pero también observó que Frank no aportaba ningún dato de
superioridad china en el terreno de la productividad industrial. Sólo evaluaba
el destino de los recursos monetarios circulantes en largos períodos de la
historia.
En esta caracterización de un liderazgo exclusivamente
basado en la absorción de excedentes monetarios o superávits comerciales se
corrobora el defecto “circulacionista”, que reiteradamente subrayaron los
críticos del primero y segundo Frank.
La escasa relevancia que el teórico alemán asignó a las
dimensiones productivas, se extiende a un registro de ventajas chinas sólo
asentadas en flujos de intercambio y movimientos de capitales. Frank adoptó una
nueva óptica “sino-centrista”, pero continuó privilegiando la esfera del
comercio o las finanzas para evaluar las hegemonías mundiales.
La misma continuidad de problemas se verifica en el
“externalismo” de un razonamiento que privilegia las transferencias de
recursos, desconsiderando los procesos endógenos. En el libro Reorient del
teórico alemán hay una total omisión de la esfera geopolítica y militar. No
analiza la competencia que en ese terreno enfrentó a China con las potencias
europeas. La prescindencia de los sujetos también indica que el tercer Frank
mantuvo el determinismo estructuralista de sus primeros trabajos.
Capitalismo ignorado
Frank respondió duramente a los cuestionamientos de sus
correligionarios. Señaló que no percibían la primacía histórica de China por su
atadura a viejas nociones de capitalismo. Estimó que la búsqueda de
singularidades de ese sistema era una obsesión heredada de Marx. Propuso
revisar ese legado destacando que el capitalismo siempre existió entremezclado
con otras modalidades productivas (Frank, (2005b).
Pero más allá de esa generalidad no aportó pistas para
esclarecer cómo debía ser encarada la reformulación del capitalismo. Sólo
aludió a su vigencia desde tiempos lejanos y a su identificación con el
mercado.
Wallerstein observó en esta reconsideración un retorno a las
viejas ingenuidades del economista liberal. Amin interpretó el viraje como una
recaída en vulgaridades neoclásicas de eternidad capitalista. Ciertamente Frank
perdió la brújula al buscar una centralidad perdurable de China en el sistema
mundial. Olvidó los principios básicos de caracterización del capitalismo.
También aquí extremó su rechazo previo a definir ese modo de
producción en función de la explotación del trabajo asalariado. Nunca aceptó
que el capitalismo es un régimen de competencia por beneficios surgidos de la
extracción de plusvalía. Las erróneas definiciones anteriores centradas en el
comercio se transformaron en una negación de la transitoriedad histórica de ese
sistema.
Este equivoco se consumó extendiendo la espacialidad del
capitalismo. El tercer Frank ya no concibió u n sistema-mundo alumbrado por
Europa, que sucede y destrona a los imperios-mundo de otras regiones. Postuló
la vigencia milenaria de una sola estructura global encabezada por China.
Como resulta difícil corroborar ese liderazgo, el teórico
alemán disolvió la propia existencia del capitalismo, presentando a ese sistema
como un simple dato perdurable y subyacente.
La errónea dimensión planetaria que Frank asignó al
capitalismo desde un origen indescifrable, puso también de relieve los
inconvenientes de razonar ese nacimiento en términos mundiales.
Arrighi recurrió a un calificativo irónico (“globo-lógico”)
para objetar la exagerada utilización de criterios internacionales. Pero
subrayó un problema que se extiende a la propia teoría del sistema mundial. En
el superholismo de Frank aparecen muchas dificultades de la “tiranía de la
totalidad” que impera en ese abordaje.
La disolución del capitalismo que apareció en el último
Frank complementa la primacía supra-temporal de China. Pero al remontar el
nacimiento de ese sistema a una fecha indefinida se diluyen sus singularidades.
En ese retrato milenario del capitalismo son inhallables los mecanismos de
gestación del trabajo asalariado.
Los problemas de un sistema mundial surgido en 1500 en el
norte de Europa (Wallerstein) o en 1200 en las ciudades italianas (Arrighi), se
transformaron con la primacía china en un dilema sin solución. Ese
inconveniente es otra consecuencia de razonar con patrones comerciales y
mundiales los procesos nacionales de acumulación.
Frank proyecta hacia atrás todos los rasgos contemporáneos
del capitalismo. Por eso recae en supuestos de eternidad del sistema. Supone
que a principios del milenio pasado ya se registraban las características
actuales de este régimen. Con este abordaje no hay forma de entender las
especificidades y mutaciones del capitalismo.
Influencias contemporáneas
El tercer Frank mantuvo la vehemencia polémica de sus
trabajos anteriores. Rechazó la teoría del sistema mundial que había absorbido
contra el dependentismo, cuestionando la “vanidad euro-centrista” de esa visión
y su empeño en postular la primacía del Viejo Continente desde 1500 (Frank,
2009: 130-136).
Sus críticos se burlaron del uso de ese calificativo,
recordando que el propio Frank atribuyó a Europa un inexplicable poder para
dominar súbitamente a China en el siglo XIX. En realidad no fue muy sensato acusar
de euro-centrista a Wallerstein, que ha sido un acérrimo objetor de la
identificación liberal del Viejo Continente con el progreso o la civilización
(Wallerstein, 2004: cap 23).
Más desubicado fue ubicar a Amin en ese casillero. El
economista egipcio ha polemizado reiteradamente con todas las creencias de
supremacía occidental. Demostró que se inspiran en falsos supuestos de ventajas
milenarias de Europa, olvidando que el capitalismo surgió en esa región por el
retraso (y no la luminosidad) de una formación tributaria (Amin 2008: 198-213).
A lo sumo se podría afirmar que la prédica euro-centrista
aparece en el rescate del modelo comercial smithiano, que atribuye al Viejo
Continente excepcionales habilidades para el intercambio y la consiguiente
gestación del capitalismo (Wood, 2002: 21-33).
Pero un cuestionamiento de ese tipo afectaría al propio
Frank, que siempre privilegió la esfera de la circulación. En realidad, el
euro-centrismo es un ingrediente del pensamiento liberal tan ajeno al marxismo
como a la visión sistémica.
Frank disparó críticas al euro-centrismo para realzar el
protagonismo asiático, sin notar su simétrico deslizamiento hacia el
enaltecimiento del mundo oriental.
Su interpretación de la gravitación milenaria de China tuvo
igualmente una llamativa influencia. Especialmente Arrighi reformuló esa tesis
como una contraposición de senderos de desarrollo. Contrastó el modelo
económico defensivo de Oriente con la estrategia imperial expansiva de
Occidente y retomó ideas de Frank para explicar las ventajas del esquema
mercantil-cooperativo de China (Arrighi, 2007: cap 3, 8 y 11).
El teórico germano inauguró en la izquierda, la secuencia de
miradas favorables al rumbo seguido por el gigante asiático. Pero ese enfoque
exige asumir también los supuestos de eternidad o continuidad cíclica del
capitalismo, que adoptó el tercer Frank.
Sin respuesta a la dependencia
El economista alemán interpretó el ascenso económico de
Oriente como un acontecimiento de gran relevancia. Esa conclusión coronó la
revisión de la problemática del subdesarrollo que inició con la revalorización
de la expansión de Sudeste Asiático. Primero estimó que ese crecimiento
afectaba seriamente a la teoría de la dependencia y luego corroboró esa
impresión con sus caracterizaciones de China.
En esta exploración conceptual Frank no logró encontrar una
reformulación satisfactoria de la dinámica centro-periferia. Transitó por
sinuosos caminos de vacilaciones y preguntas sin respuestas. El traspié inicial
de ese recorrido fue su distanciamiento del dependentismo, cuestionando la
atadura de esa concepción a los razonamientos en términos nacionales.
Al objetar la “quimera” de un crecimiento autónomo dentro
del sistema capitalista mundial, el teórico alemán se enredó en inconsistentes
objeciones (Frank, 1973, 1991: 61). Olvidó que la teoría marxista de la
dependencia nunca concibió, ni propuso un desenvolvimiento del capitalismo en
la periferia. Tampoco identificó la denominada “desconexión” con ese proyecto.
Esa estrategia era el objetivo de otras corrientes como la CEPAL o los Partidos
Comunistas.
El esquema metrópoli-satélite del primer Frank contenía
varias unilateralidades pero definía relaciones de dependencia. El segundo
Frank disolvió esas conexiones en el mundialismo extremo y el tercer Frank
diluyó ese entramado en el “asiacentrismo”. Este recorrido acompañó sus
caracterizaciones sucesivas del capitalismo en términos comerciales, mundiales
y seculares.
De estos enfoques emergieron cambiantes observaciones de la
relación centro-periferia. Frank ratificó la persistencia de la dependencia a
la luz de la degradación padecida por la economía latinoamericana en los años
80-90. Pero también remarcó la ausencia de propuestas para resolver el
problema. Con cierta amargura se limitó a señalar que “no pudimos acabar con la
dependencia” (Frank, 2005a).
Sus escritos atrajeron muchos lectores cautivados por
el tono irreverente de sus exposiciones (Ouriques, 2005) y por el cambiante itinerario
de su trayectoria (Martins, 2009). Pero con ese cúmulo de contradicciones,
Frank aportó ideas significativas a los debates sobre el subdesarrollo. Su
etapa dependentista suscitó tantas polémicas, que terminó concentrando todos
los dardos del anti-dependentismo. En nuestro próximo texto analizaremos esos
cuestionamientos.
Resumen
Frank indagó la relación centro-periferia con distintas
visiones del capitalismo. Subrayó primero la perpetuación del subdesarrollo
latinoamericano, luego la polarización de la economía-mundo gestada en Europa y
finalmente la centralidad de Oriente en un sistema milenario.
Resaltó el carácter capitalista de la colonización para
destacar la primacía del mercado mundial. Pero enfatizó el rol del intercambio
sin tomar en cuenta las formas de explotación y el atraso del agro. Con
erróneos argumentos historiográficos impugnó acertadamente las alianzas con la
burguesía nacional.
Posteriormente reconsideró la dependencia desde la teoría
del sistema mundial, sin aceptar la relevancia del trabajo asalariado en la
definición del capitalismo. No tuvo en cuenta el cimiento nacional, la
prolongada gestación de ese sistema y el impacto de la lucha de clase sobre la
acumulación.
Finalmente reivindicó la centralidad histórica de Asia con
argumentos comerciales y monetarios. Postuló el origen remoto del capitalismo y
su identificación con el mercado. Con críticas al euro-centrismo propició el
redescubrimiento contemporáneo de China. No ofreció respuestas a la dependencia
pero enriqueció el debate sobre el subdesarrollo.
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