Miguel Casado
“Un entendido me dijo
/ que los escritores tienen un plazo de quince años –se lee en un poema de la
norteamericana Linda Pastan–: / luego llega la repetición, / incluso la
locura”. Ella se aplicará la cuenta: “Solo quedan cinco años”; pero antes deja
una descripción de lo que ocurre dentro del periodo de gracia y fuera, luego,
de él: “Como Midas, supongo que / todo lo que tocamos se convierte / en un
poema / cuando el hechizo existe. / Pero piensa en el poeta después de ese
plazo / tocando los árboles que / siempre ha tocado, / y esta vez no ocurre
nada. / Imagínatelo yendo de un tronco / a otro, magullándose / las manos con
la áspera corteza”.
|
Arthur Rimbaud ✆ Pablo Picasso |
Claro que se puede objetar, poner ejemplos de lo contrario,
largas vidas tocadas por la poesía; sin embargo, estos versos no dejan de
generar inquietud: ¿qué hay implícito en ellos?, ¿solo el desgastado problema
de la inspiración, el “hechizo”?, ¿el genio que el pensamiento romántico
anheló? Pero el poeta de Linda Pastan no es quien se arrebata con el poder de
las imágenes, es solo quien encuentra la maravilla en una realidad inmediata
que sigue siendo real. Y doy con frases de las
Iluminaciones, donde Rimbaud formula una hipótesis que él no llegó
a cumplir: “es posible que [...] un final acomodado repare los tiempos de
indigencia, que un día de éxito nos adormezca sobre la vergüenza de nuestra
torpeza fatal”. A su luz, leo los versos de Pastan como un momento de aguda
conciencia acerca del conflicto entre arte y cultura: continuar más allá de
cierto límite supone repetición, el intento de hacer pasar lo que ya no es nada
por lo que antes fue una lengua viva y un mundo. ¿Puede el arte pervivir entre
honores y estudios críticos, sometido a tantas formas de desactivación, en el
curso de un quizá inevitable destino de codificarse?, ¿sigue el arte siéndolo
cuando se hace cultura, cuando ya no extraña, sino que difunde, tal vez educa?