El siglo XX fue el siglo de las masas: producción en masa,
democracia de masas, construcción masiva en suburbios, créditos en masa. En la
New Left Review, Wolfgang Streeck, director del Instituto Max-Planck de
Ciencias Sociales de Colonia, expone lo que entiende como la tensión subyacente
del “capitalismo democrático” de posguerra: el conflicto endémico entre
mercados capitalistas y democracia política. Según Streeck, la condición normal
del capitalismo democrático no es la de los “trente glorieuses” de la posguerra,
sino la de los años de crisis. Al período de bonanza, signado por el
entendimiento entre capital y trabajo, siguió el estancamiento a principios de
los años setenta. Se recurrió sucesivamente a la inflación, al endeudamiento
público, y a la desregulación financiera: “Cada uno”, dice Streeck, “funcionó
por un tiempo, pero comenzó a provocar más problemas de los que solucionaba,
indicando que una reconciliación duradera entre la estabilidad social y la
económica en las democracias capitalistas es un proyecto utópico”. A pesar del
tono programático, el planteamiento y buena parte de su desarrollo son
provechosos. El artículo fue invocado por Jürgen Habermas, cuando salió en
defensa del plebiscito convocado (y no realizado) por el expresidente griego Papandreu
en torno al programa de ajustes, argumentando que la democracia estaba siendo
subyugada por “los mercados”.
La Frankfurter Allgemeine Zeitung reseñó, al igual que Die
Zeit, la aparición en alemán del libro Debt: The First 5000 Years, del antropólogo
americano David Graeber, uno de los motores de Occupy Wall Street, y profesor
en Goldsmith’s, University of London. También lo hizo la London Review of
Books, en artículo reciente y de considerable extensión. En Financial Times,
Gillian Tett, directora de la edición de EEUU, y también antropólogo, entregó
una corta síntesis del libro, al que encuentra desafiante. Las deudas
precedieron a la moneda y el trueque, ya en Mesopotamia, se llevaba la
contabilidad de las mismas, pero no existía el efectivo. Y así como en el mundo
antiguo los deudores podían acabar siendo esclavos de sus acreedores, hoy los
deudoressubprime, o los países del tercer mundo, acaban siendo esclavos de los
sistemas de crédito. Sin embargo, en Mesopotamia se hacía periódicamente tabula
rasa(se borraban las tablillas), mientras que hoy en día se protege a los
acreedores y no a los deudores.
Para Frank Schirrmacher, de la FAZ, el texto de Graeber es
un Apocalipsis (en el sentido original griego de revelación), que nos libera de
la supuesta racionalidad económica del sistema. Todavía hoy creemos que en el
principio era el trueque, pero la deuda vino primero. Es el término moral más
absoluto, y se expresa en la idea de la culpa original que ha de ser expiada de
por vida. O en las palabras bíblicas: “perdona nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Todas las revoluciones fueron
precedidas por el sobreendeudamiento. El verdulero tunecino Mohamed Bouazizi se
prende fuego, ahogado en deudas, y desata la primavera árabe. Estudiantes
endeudados producen Occupy Wall Street. Graeber estaría abriendo la perspectiva
para concebir nuevas formas de economías de mercado sin que sean expesión de la
lucha de clases. Según Graeber, todas las creencias han sido puestas en duda durante
los años postmodernos, salvo una: que hay que pagar las deudas. Como hemos
visto, se trataría de una mentira, pues hay quienes no tienen que pagar: los
que prestan dinero endeudándose (los bancos). Para Schirrmacher los alemanes
todavía creen que pueden pagar sus deudas. Cuando esto cambie, cambiará todo.
El propio Graeber bosquejó su libro en un artículo para la
revista online Muteen 2009. Su punto de partida es la desmitificación de la
idea, debida a Adam Smith, de que el dinero se originó a partir del trueque con
el fin de hacer el intercambio más simple. Los antropólogos –no así los
economistas- saben desde hace tiempo que no hay evidencia de esto por ningún
lado. Primero se crearon relaciones de deudas y su contabilidad, sobre todo en
plata y cebada, en la Mesopotamia antigua, durante la época de los imperios
agrarios. El dinero en moneda apareció probablemente para pagar mercenarios, a
principios de la antigüedad clásica, desatando una era de enorme creatividad,
pero también de violencia. Su base es la guerra y la esclavitud. Los
comerciantes fenicios demoraron siglos en adoptarlo. Se crearon las grandes
religiones, y los mercaderes fueron echados de los templos (el ámbito material
de los mercados se separa del ámbito espiritual, pero la jerga religiosa adopta
el lenguaje financiero). La humanidad puede entonces dividirse en etapas de
dinero en moneda y dinero virtual. La Edad Media de crédito virtual fue
desplazada por la Edad de los Imperios, renacen la esclavitud y la guerra, y la
plata de Potosí –se nos informa- acaba en China, no en España. Desde que EEUU
abandonó la paridad con el oro, estaríamos en una era de dinero virtual, al
igual que en la antigua Mesopotamia. En estos períodos, instituciones que
trascienden al Estado regulan las relaciones entre acreedores y deudores:
templos entonces, FMI y Banco Mundial hoy. Sólo que antes existía el recurso
del Jubileo, una amnistía general de deudas, mientras hoy esas instituciones
buscarían proteger al acreedor exclusivamente.
La oposición mercados-democracia de Streeck se transforma
con Graeber en la dupla mercados-estado que sólo puede existir mediante la
violencia y cuyo origen es el vasallaje derivado de la guerra y la esclavitud.
En una entrevista en Naked Capitalism, Graeber aclara otros
aspectos. El trueque recién aparece cuando los mercados en moneda corriente
colapsan por algún motivo. La pregunta del origen del dinero es: ¿cuándo el
sentido de estar obligado con alguien se transforma en algo cuantificable? La
respuesta: cuando existe la posibilidad de violencia. La mejor forma de blindar
una relación de extorsión es transformándola en una de deuda. Graeber no
piensa, como Nietzsche, que el sentido de obligación en el deudor es el origen
de la civilización. Si así fuera, “comprar y vender sería entonces la primera
expresion del pensamiento humano y anterior a cualquier forma de relación
social”. Más bien cree, con el antropólogo francés Marcel Mauss, en la
existencia de relaciones “comunísticas” regidas por el lema de Marx: “de cada
quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. No todo es
intercambio: nadie cobra por pasarle un destornillador a otro. “El comunismo”,
prosigue, “es en cierta forma la base de todas las relaciones sociales, en el
sentido de que si la necesidad es lo suficientemente grande (me estoy ahogando)
o el costo suficientemente pequeño (dame fuego) se espera que todos actúen de
esa manera”. El libro abre interesantes perspectivas para la discusión, incluso
si se consideran discutibles algunos razonamientos.
EL CAFÉ DE PASCAL |