Celeste Murillo
Pocos hubieran anticipado que el episodio más reciente de la
lucha contra el racismo en Estados Unidos se desarrollaría bajo el gobierno del
primer afroamericano. En agosto de 2014, un policía asesinó a un adolescente
negro en Ferguson.
Durante diez días consecutivos esa pequeña ciudad de Missouri vio manifestaciones exigiendo justicia. Las protestas se extendieron rápidamente a las principales ciudades del país y pusieron el grito de Black Lives Matter (las vidas negras importan) en las calles. Pero el asesinato de Michael Brown, bisagra y símbolo del movimiento que nacía, no fue ni de lejos el primero, el más escabroso ni el último hecho de brutalidad policial.
Durante diez días consecutivos esa pequeña ciudad de Missouri vio manifestaciones exigiendo justicia. Las protestas se extendieron rápidamente a las principales ciudades del país y pusieron el grito de Black Lives Matter (las vidas negras importan) en las calles. Pero el asesinato de Michael Brown, bisagra y símbolo del movimiento que nacía, no fue ni de lejos el primero, el más escabroso ni el último hecho de brutalidad policial.
Ubicado en la “era pos derechos civiles”, el surgimiento de
Black Lives Matter puede ser interpretado bajo el prisma del agotamiento
progresivo de la política de ampliación de derechos civiles hacia la comunidad
afroamericana. La persistencia del racismo y la desigualdad, que se podría
pensar como una “continuidad de la segregación por otros medios”, abrió el
camino para una nueva ola de descontento, horadando el relato de una sociedad
posracial (1) en Estados Unidos que tuvo su punto más alto en la llegada de un
presidente negro a la Casa Blanca.