La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido
que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice
un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La
parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no
tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena
mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el
estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado
por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda
choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El
sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los
pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como
andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El
sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de
consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi
todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La
mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas
para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que
a veces materializa delinquiendo.
“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell
31/12/14
El imperio del consumo | Los dueños del mundo lo usan como si fuera descartable
Eduardo Galeano
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