- Este artículo fue publicado en el N° 4 de la extinta revista Cuadernos Políticos, México, Editorial Era, julio-septiembre de 1975
Desde hace ya cincuenta años, la relación con los países
socialistas —las revoluciones ocurridas “en otros lugares”— es parte de la
historia de la izquierda europea, que no ha tenido una revolución propia.
Relación hecha de esperanzas y desilusiones, apoyos y repudios, entusiastas
utopías y deprimentes realismos. Casi siempre subalterna, se ha convertido en
un aspecto de la derrota de la izquierda en los “países de capitalismo maduro”.
Y puesto que una relación de amor, odio, esperanza y desilusión es siempre ridícula
en cierta forma y siempre se convierte en debilidad, más de una vez la
izquierda europe ha tratado de librarse de ella, rechazándola como problema:
cualquiera que sea la naturaleza y el destino de las “otras” revoluciones, no
tienen nada que ver conmigo, la mía será “completamente diferente”. Pero no se
trata más que de un exorcismo. Las “otras” revoluciones existen. Determinan el
mundo en que vivimos. Nos determinan, gústenos o no. No es posible evadirlas.