Javier Molina | Desde que era una niña, la californiana Lilia
Stapleton (Guadalajara, 1949) sintió una fuerte atracción hacia México. Sus
padres emigraron a Estados Unidos cuando tenía tres años y llevaron consigo
decenas de cartas, recuerdos y fotografías. Su abuelo, José Escudero Andrade,
fue coronel, diputado y policía mexicano en los años cuarenta, en una de
las épocas de mayor efervescencia cultural del país. “Desde niña me gustaba hablar con mi abuelo de sus recuerdos mexicanos.
Me fascinaba ese mundo”, me cuenta desde California. Los recuerdos
permanecieron ocultos en un cajón durante décadas, hasta que, en 1996, su
sobrina pequeña, Nicole Camalich, llevó una de las fotografías familiares a sus
clases de español. Cuando la maestra vio la imagen sus ojos se abrieron como
globos. “Se emocionó mucho al ver la foto y le escribió una carta a mi mamá
diciéndole que era un tesoro. Hasta pidió permiso para hacer una copia grande
para su salón”.
“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell
27/3/14
Un tesoro oculto en la Casa Azul | Frida Kahlo & Leon Trotsky
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