Frida Kahlo y Leon Trotsky,
acompañados por el Lic. Antonio Villalobos,
el Coronel José Escudero Andrade y Jean van Heijenoort, 1937. Foto Anónimo |
En noviembre de 2003 Lilia visitó la casa museo de Frida Kahlo en el barrio de Coyoacán (al sur del DF). Aunque ya conocía la historia de Frida y Diego, quedó sorprendida por el imaginario cultural de la pareja de pintores. Los rincones de la Casa Azul (en la que vivieron la mayor parte de su vida) quedaron grabados en su retina. “Me emocioné mucho al ver el cuarto en donde se tomó esta foto y los muebles y las pinturas originales de Frida”.
Diego y Frida: tomada en Santa Rosa, California, 1931 |
Frida Kahlo en la Casa Azul, ca.
1952
Foto: Berenice Kolko |
Gracias a Lilia este pedazo de historia regresa a su lugar natural. “Es un ejemplo inmejorable de lo importante que es fomentar la cultura de la donación en México”, asegura Hilda Trujillo, directora del museo. La pieza será sometida a un proceso de restauración y formará parte de manera permanente de la colección del Museo Frida Kahlo.
El tesoro del baño
Atravesamos la puerta de la Casa Azul y nos sumergimos en un patio de ínfulas folclóricas lleno de vegetación, figuras prehispánicas y ofrendas florales. Allí nos recibe Hilda Trujillo junto al equipo de restauradoras comandadas por Liliana Dávila, que desarrolla su trabajo en la casita situada en una esquina del patio. Mientras supervisa la reparación de roturas y griegas, la limpieza y el laminado, nos comenta cómo se desarrolla su trabajo: “Buscamos mantener la fidelidad de las fotografías, evitando interpretaciones”.
Las imágenes, algunas recortadas, deterioradas por el tiempo y la microfauna de Coyoacán, muestran a una pareja que parece sacada del realismo mágico garcimarquiano. Ella, menuda como una paloma; él, gigante y excéntrico como un personaje de Rebeláis. Fueron famosos en su época y lo siguen siendo hoy. Desde que se casaron en 1929, Frida Kalho (1907-1954) y Diego Rivera (1886-1957) formaron la pareja de artistas más insólita de México. Por su casa pasó la crema y nata de la intelectualidad mundial, desde el poeta chileno Pablo Neruda hasta el surrealista francés André Bretón. Diego era el artista más famoso del mundo y ella una mujer rebelde y seductora, coleccionista de amantes, tanto hombres como mujeres. Los pormenores de su matrimonio fueron la comidilla de la prensa. Y sin embargo, los detalles más interesantes permanecieron ocultos muchos años.
Ambos cultivaban el espectáculo, pero a la vez lo usaban como máscara para proteger su intimidad. Tanto es así que, poco antes de morir en 1957, Diego guardó miles de objetos personales en uno de los baños de la casa con la orden de que no se mostraran en un periodo de 15 años. La albacea de la casa, Dolores Olmedo, fue aún más precavida y preservó el legado hasta su muerte en 2002 por temor a escándalos. Desde 2004 la casa museo ha llevado a cabo un laborioso trabajo de restauración que aún no ha terminado. En 2007 fueron expuestas decenas de prendas de vestir, corsés, documentos y cartas y en 2009 se mostraron unas 400 imágenes encontradas en ese baño. “Pero aún hay mucho más”, asegura Hilda Trujillo, directora del museo. “En total hay más de 6.000 fotos, y la mayoría son inéditas, nadie las ha visto”. Desde el pasado octubre, gracias a una donación de 600.000 dólares de la fundación Bank of América Merril Lynch, se están restaurando 369 nuevas fotos. La Casa Azul continuará revelando secretos ocultos de la, aún hoy, pareja más famosa de México.
Frida Kahlo en Nueva York, 1946
| Foto: Nickolas Muray
|
Café en mano, Trujillo nos cuenta emocionada cómo fue el
momento en el que abrieron el baño, el descubrimiento de los estantes llenos de
polvo y repletos de objetos valiosos maltratados por la lluvia y los insectos y
animales que se habían colado dentro
Frida Kahlo en Nueva York, 1946 | Foto: Nickolas Muray |
“Fue un momento emocionante. Cuando vimos las fotos
comenzamos a descubrir nuevas anécdotas de su vida. Los fotógrafos más célebres
pasaron por esta casa porque aquí vivía el famoso Diego Rivera”, explica, “pero
no esperaban encontrarse con Frida, una mujer misteriosa, que resultaba ser una
gran anfitriona y una buena modelo para todos esos fotógrafos”. Y nos muestra
imágenes de algunos de los grandes fotógrafos del siglo XX como Man Ray,
Nickolas Muray, Edward Weston, Tina Modotti, Martin Munkácsi y Manuel Álvarez
Bravo. En algunas aparece Frida posando con gesto altivo, mirada penetrante y
ese cuello larguísimo que parecía alejar su rostro del adolorido cuerpo.
También hay fotografías documentales de arquitectura y maquinaria industrial
que Diego y Frida usaban para componer sus cuadros.
Frida pintando en su cama | De
pie Miguel Covarrubias,1940
|
En una de las imágenes se la ve junto a Tina Modotti, la
malograda fotógrafa italiana reconvertida en agente estalinista, cuya historia
narró Elena Poniatowska en su novelaTinísima.
En la imagen aparecen juntas en Coyoacán, posiblemente en el comienzo de la
calle Francisco Sosa. Se dice que Tina introdujo a Frida en el ambiente
comunista mexicano, y que a través de ella conoció a Rivera. “También hemos
descubierto nuevas cartas de Tina dirigidas a Frida”, comenta Trujillo. Y, ante
la emoción del interlocutor, se apresura a matizar: “Esas cartas no hablan de
su vida privada. Solo le explica los procesos de revelado, pero eso ratifica el
gran interés de Frida por la fotografía”.
Nickolas Muray & Frida Kahlo, en la Casa Azul
Coyoacán, Ciudad de México, 1939 | Foto: Nickolas Muray |
Las fotografías de Frida Kahlo revelan muchas de las
cualidades que la caracterizaron como persona y pintora: su valor e indomable
alegría frente al sufrimiento físico y su pasión por la sorpresa, la fiesta y
el espectáculo. Entre ellas vemos escenas de la vida cotidiana, fiestas con
amigos, reuniones, viajes y varias fotos dedicadas con mensajes personales. En
una de ellas aparece de niña, vestida de primera comunión y con el mensaje
“¡Idiota!”, escrito sin duda en una época posterior, cuando la artista abrazó
los ideales marxistas. En dos de las fotografías más interesantes de la muestra
aparece posando con la cadera desnuda para su amigo y amante, el fotógrafo
Nickolas Muray. Son, sin duda, las imágenes más eróticas e íntimas de la
artista.
De la Casa Azul al búnker de Trotsky
De la Casa Azul al búnker de Trotsky
Tina Modotti & Frida Kahlo,
ca. 1928 | © Archivo Diego Rivera y Frida Kahlo
|
Liliana Dávila nos muestra la foto original en la que
aparecen Frida y Trotsky junto a los tres hombres. En el reverso, una frase
garabateada: “Mi papá con Trotsky y Frida”. Entre las más de 300 imágenes que
actualmente están en proceso de restauración, la foto con el ruso es sin duda
una de las más preciadas. “Aunque ya conocíamos la existencia de esta imagen,
tiene mucho valor por toda la historia que encierra”, explica sujetando el
ejemplar con sumo cuidado.
En 1937 Frida y Diego convencieron al general Lázaro
Cárdenas para que concediera asilo político a León Trotsky. Durante
aquellos años la pareja predicaba con la ideología del ruso, una figura más
intelectual, menos dogmática y radical que Stalin. Tras una vida de represión y
persecución, tras décadas de exilio en Kazajistán, Turquía, Francia y Noruega,
tras haber perdido a sus hijos y a sus camaradas asesinados por Stalin, el
exilio mexicano supuso un último periodo de felicidad para el llamado “profeta
armado”. Trotsky impresionó a la pintora mexicana y ésta a su vez enloqueció al
exiliado ruso, que le enviaba cartas secretas e incluso aprovechaba los
despistes de los comensales para meterle mano por debajo de la mesa. Se dice
incluso que mantuvieron una intensa relación de amantes a escondidas. “Algunos
aún lo niegan, pero sus mismos guardaespaldas fueron testigos de sus encuentros
secretos”, comenta la directora Hilda Trujillo.
En 1939 Diego Rivera y Trotsky rompieron su relación por
desavenencias políticas. El ruso se mudó a dos manzanas, a un viejo caserón
ubicado en la calle Viena. Consciente de que su vida corría peligro, convirtió
su nuevo hogar en un auténtico búnker con puertas blindadas y torretas de
vigilancia con hombres armados las 24 horas. A pesar de estas medidas de
seguridad, en mayo de 1940 su casa fue tiroteada por hombres armados con
metralletas entre los que se encontraba el muralista estalinista David Alfaro
Siqueiros. Ametrallaron la casa disparando más de 400 balazos, pero el único
herido fue Esteban Volkov, el nieto de Trotsky, que recibió el roce de una bala
en el pie. Esteban, que por entonces tenía 10 años, aún vive en Coyoacán y ha
recordado en infinidad de veces el momento del atentado: “Dispararon seis veces
en mi colchón, pero me refugié debajo. Tuve mucha suerte. Recuerdo el olor a
pólvora y ese ruido terrible”.
Trotsky salió milagrosamente ileso, pero finalmente, el 20
de julio de 1940 le llegó la hora. Un joven y apuesto agente estalinista
español, Ramón Mercader, consiguió infiltrarse en su casa-búnker gracias a una
estrategia digna de James Bond. Durante años se hizo pasar por un belga
acaudalado y apolítico para enamorar a una de las secretarias privadas de
Trotsky, la norteamericana Sylvia Agelof. Ya en Coyoacán, acompañaba cada día a
su novia a la casa bunker del ruso. Se ganó la amistad de los vigilantes y del
entorno de Trotsky pero durante meses rechazó entrar a la casa con el
pretexto de que no le interesaba la política. Cuando recibió la orden, no le
fue difícil quedarse solo con Trotsky. Le pidió que le corrigiera un texto que
pensaba publicar en la prensa. Mientras el ruso lo leía en su despacho,
Mercader le clavó un piolet en la cabeza. Dicen que el grito de Trotsky -y la
paliza posterior, y los años de cárcel y decadencia- acompañaron al español
hasta su muerte en La Habana 1978.
Fue uno de los crímenes más impactantes y dostoievskianos del siglo XX. El escritor cubano
Leonardo Padura lo detalla en su extraordinaria novela El
hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009). Una de las historias más
terribles y a la vez, más fascinantes, la historia de una época intensa,
violenta e irrepetible en la que México fue el punto de encuentro cultural y
político entre los artistas y los revolucionarios exiliados de medio mundo.
La fridamanía, un boom constante
Frida Kahlo besando a una persona
no identificada
© Archivo Diego Rivera y Frida Kahlo |
A lo largo de los años ha habido varios booms de fridamanía que
se han reflejado en un espectacular aumento de las visitas a la Casa Azul de
Coyoacán. “Uno de los primeros momentos fue en los años 70, cuando las
feministas usaron la obra de Frida como bandera”, explica la directora del
museo. En los 80 hubo otro repunte cuando Madonna compró dos cuadros de la
artista. La publicación del diario en 1995 también fue importante. “Otro de los
grandes momentos de Frida fue el estreno de la película
protagonizada por Salma Hayek en 2003. Fue una verdadera explosión”, recuerda
Trujillo. “Después de eso, solo ha habido otro año comparable, en 2007, cuando
se expusieron los corsés, los vestidos y las joyas de Frida que también
encontramos en el baño”.
Actualmente la casa museo Frida Kahlo es, en términos de
metros cuadrados, el segundo museo más visitado de México después del de
Antropología y el quinto por número de visitas. Los pormenores de la vida de
esta pintora adolorida siguen provocando interés a nivel mundial. Pero quien
quiera conocer de primera mano los detalles de su historia tendrá que viajar
forzosamente a México. El culpable, de nuevo, es el afán de secretismo de Diego
Rivera: Él dejó escrito en su testamento que ninguno de los objetos personales
podrán salir jamás de la casa. ¿Por qué motivo haría esto? “Siempre se llevó
muy mal con el Gobierno mexicano”, concluye la directora de la Casa Azul.
Musa, santa y amante
Hayden Herrera, responsable de la biografía más completa
sobre la pintora la definió como “casi bella”, con sus cejas en línea continua
a través de la frente, con ese bigotillo que acentuaba los labios sensuales y
con unos ojos que, según todos sus conocidos, revelaban un estado de ánimo
devorador o marchito, que resplandecían de inteligencia y humor y que
desnudaban y desenmascaraban a quien miraban. “Como si los mirara una fiera”.
Sus carcajadas eran sonoras, su voz, bronca y vibrante y
su habla ruda y llena de improperios. Disfrutaba observando el efecto que
palabras como “chingada madre” o “pendejo” causaban a su alrededor. Un efecto
mayor si cabe, viniendo de alguien tan femenino y oropelado, con esos vestidos
indígenas, con ese cuello largo de reina persa, con esa mirada única y
misteriosa.
El escritor Carlos Fuentes la retrató una de sus novelas
más famosas, Los años con Laura Díaz, y la evocó como la
materialización de Coatlicue. Sus palabras son la mejor definición del espíritu
de esa artista irrepetible: “Madre envuelta en falda de serpientes, muestra su
cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres muestran sus
broches (...) Es Frida Kahlo diciéndole a todos los presentes que el
sufrimiento no marchitaría, ni la enfermedad haría rancia, su infinita variedad
femenina”.
Javier
Molina es reportero, licenciado en Historia, doctorado en Literatura
hispanoamericana y narrador. Ha publicado libros académicos sobre los
hispanoamericanos en la Guerra Civil española y ha escrito en El País, Letras
Libres,Vice y otros
medios hispanoamericanos. En FronteraD ha publicado la crónica La sonrisa de Alberto Patishtán,
indígena de Chiapas indultado y
mantiene el blog Reportero salvaje. En Twitter: @javimolinav