“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

26/2/13

Capitalismo maquínico y plusvalor de red / Notas sobre la economía política de la máquina de Turing

Matteo Pasquinelli

En los años sesenta Gilbert Simondon señaló cómo las máquinas industriales eran ya dispositivos informacionales, en cuanto introducían por primera vez una bifurcación  entre la fuente de trabajo mecánico (la energía natural) y la fuente de información (el trabajador). En 1963, describiendo las nuevas condiciones de trabajo en la fabrica Olivetti de Ivrea, Romano Alquati acuño la noción de información valorizante como puente conceptual entre el valor marxiano y la definición cibernética de información. En 1972, Gilles Deleuze y Felix Guattari inauguraron su ontología maquínica, a partir del momento en que la cibernética abandonaba la fábrica para actuar sobre toda la sociedad.

A través de estos aparatos conceptuales (desarrollados hace casi medio siglo) se introduce la máquina de Turing como el modelo más empírico entre aquellos disponibles para estudiar los interiores del capitalismo cognitivo contemporáneo.
De acuerdo con la definición marxiana de máquina como medio para la amplificación de plusvalor, el algoritmo de la máquina de Turing se propone como motor de las nuevas formas de valorización, medida del plusvalor de red y ‘cristal’ del conflicto social. La máquina informática no es simplemente una ‘máquina lingüística’ sino en realidad una nuevo dispositivo entre información y metadatos. Esta ulterior bifurcación tecnológica posibilita particularmente nuevas formas de control biopolítico: una sociedad de metadatos se perfila como evolución de aquella ‘sociedad de control’ ya descrita por Deleuze en 1990 en relación al ‘poder’ ejercido a través de las bases de datos.

“A cada tipo de sociedad, evidentemente, se puede hacer corresponder un tipo de máquina: las máquinas simples o dinámicas para las sociedades de soberanía, las máquinas energéticas para las disciplinarias, las cibernéticas y las computadoras para la sociedad de control. Pero las máquinas no explican nada, sino que hay que analizar los agenciamientos colectivos de los que las máquinas no son sino un aspecto.”: Gilles Deleuze [1]

1. Las máquinas industriales ya eran máquinas informáticas

“La industria aparece cuando la fuente de información y la fuente de energía se separan, cuando el Hombre no es sino la fuente de la información y la Naturaleza está obligada a proporcionar la energía. La máquina se distingue del instrumento en que es un dispositivo: tiene dos puntos de entrada, el de la energía y el de la información”. [2] Esta intuición de Gilbert Simondon sobre la segunda revolución industrial no pretende subrayar un continuum entre las dos épocas tecnológicas, para decir que informacionalismo e industrialismo son en última instancia lo mismo, sino que al contrario sirve para reconocer, como Gilles Deleuze y Felix Guattari reconocerán, una bifurcación del phylum máquínico.[3] De hecho la historia de la información parece comenzar bajo una  huella todavía anterior. El espectro de la información incluso parece habitar los instrumentos de la primera revolución industrial: por ejemplo, el telar de Jacquard (inventado en 1801) parecía una ‘máquina matemática’ controlada por tarjeta perforada idéntica a la que en el siglo veinte será estandarizada por IBM como memoria externa. George Caffentzis señaló cómo estas tecnologías textiles influyeron en el primer Analytical Engine de Charles Babbage. Por tanto, se puede decir que las máquinas informacionales preceden incluso a la invención del motor a vapor.

Nos guste o no, Babbage estaba trabajando en sus Calculating Engines antes que Sadi Carnot publicase su Reflexions on the Motive Power of Fire (1824) —el inicio de la termodinámica clásica— y ciertamente antes de 1834 Babbage había teorizado el computador universal o, anacrónicamente, la máquina de Turing. En consecuencia no puede decirse que la teoría de los motores térmicos preceda a la teoría de los computadores universales.[4]

En la novela The Difference Engine los dos escritores de ciencia-ficción William Gibson e Bruce Sterling imaginaron el surgimiento de la sociedad de la información en la época del Impero Británico operando las máquinas de vapor (!) en lugar de eléctricas.[5] A pesar de algunos mecanismos en circulación, naturalmente los tiempos no estaban maduros para desarrollar una revolución informática, ni siquiera para capturar el componente cognitiva de las nuevas formas de producción, como el propio Caffentzis recuerda:

Para Babbage y sus seguidores el vínculo entre el telar de Jacquard y el Analytical Engine era exactamente este, una transposición de un contexto industrial a uno matemático, en vez de la indicación de un tercer espacio matemático-industrial que caracterizara el proceso del trabajo en general.[6]

Caffentzis emprende una interesante reconstrucción histórica de los primeros instrumentos informáticos para argumentar en contra de la noción de trabajo inmaterial expuesta por Michael Hardt y Antonio Negri.[7] Pero, paradójicamente, tal reconstrucción puede usarse para reforzar la hipótesis del capitalismo cognitivo en términos propiamente marxianos, como se verá más adelante. El artículo de Caffentzis es de todas modos importante para recordar que falta todavía hoy terreno común entre media studies y la política económica, máquinas de Turing y marxismo.[8]

2. Alquati, 1963: el plusvalor de la información

En los años en los que Simondon estaba esbozando una contra-ontología de la cibernética, Romano Alquati introduce el concepto de información valorizante, que puede ser entendido como puente conceptual entre las nociones de información en cibernética y valor en Marx. En el largo artículo “Composición orgánica del capital y fuerza de trabajo en la Olivetti”, publicado en Quaderni Rossi en dos partes (1962 y 1963), Alquati intenta uno de los primeros análisis marxistas de la cibernética. Es interesante destacar cómo Alquati encuadra el aparato cibernético (que hoy llamaríamos ‘red digital’) como extensión de la burocracia interna en la fábrica, como aparato que permite monitorizar el proceso productivo a través de ‘informaciones de control’.

El aparato burocrático es vertical porque no es ‘productivo’: es un conjunto de líneas jerárquicas representables como ejes verticales, como sondas insertadas en los nodos estructurales de la valorización para succionar al trabajo productivo las ‘informaciones de control’ que permiten al patrón verificar si el flujo llega en los canales predispuestos.[9]

La burocracia de fábrica desciende a los cuerpos de los trabajadores a través de la mediación de los circuitos de la cibernética y de las máquinas. Alquati introduce el concepto de ‘información valorizante’ para identificar el fluido vital que circula en estos circuitos y los alimenta. Por primera vez, la concepción moderna de información entra en la definición esencial de trabajo vivo y por tanto en la propia idea de plusvalor, que es precisamente la de ser continuamente absorbido en las máquinas y condensado en las mercancías de este modo.

La información es la esencia de la fuerza de trabajo, es lo que el trabajador transmite a los medios de producción a través del capital constante sobre la base de valoraciones, mediciones, elaboraciones para operar en el objeto de trabajo todos los cambios formales que le dan el valor de uso necesario.[10]

La siguiente frase de Alquati podría entenderse ante-litteram como el primer postulado del considerado capitalismo cognitivo y es preciso recordar la fecha: 1963.

El trabajo productivo se define en la calidad de las informaciones elaboradas y transmitidas por el trabajador a los medios de producción, con la mediación del capital constante.[11]

Aquí puede fácilmente aplicarse la típica distinción ‘orgánica’ de Marx: la información viva es continuamente producida por los trabajadores para ser transformada en información muerta y ser cristalizada en las máquinas y en todo el aparato burocrático. La mediación de la máquina a lo largo del ciclo mismo de la información es clara: la burocracia interna en la fábrica es una división específica del trabajo que vienen reflejada, implementada y extendida por la cibernética. Efectivamente, la importante intuición avanzada por Alquati es este continuum que une burocracia, cibernética y maquinaria: la cibernética desvela la naturaleza maquínica de la burocracia de fábrica y al mismo tiempo el rol ‘burocrático’ de las máquinas, en cuanto devienen aparatos de feedbackpara controlar al trabajador y capturar el conocimiento y la experiencia del proceso productivo. La información valorizante es aquello que entra en la máquina cibernética y es transformado en una especie de conocimiento maquínino. Específicamente, es la dimensión numérica de la cibernética que permite codificar el conocimiento de los trabajadores en bit y, consecuentemente, transformar los bit en números de planificación económica. En otras palabras, operando como interfaz numérica entre los dominios del conocimiento y del capital, el código digital transforma la información en valor.

La cibernética recompone globalmente y orgánicamente las funciones del trabajador complejo pulverizadas en las micro-decisiones individuales: el ‘bit’ suelda el átomo obrero a las ‘cifras’ del ‘Plan’.[12]

En los albores de la era industrial el capitalismo explota la energía mecánica de los cuerpo humanos, pero pronto se da cuenta de que la serie de actos creativos, medidas y decisiones que los trabajadores toman constantemente es el valor más importante. Alquati define como información precisamente estas micro-decisiones innovadoras que los trabajadores toman a lo largo de todo el proceso productivo para dar forma al producto final pero también para dar forma al aparato maquínico.

3. Marx: la máquina como medida del hombre.

Para Alquati la máquina siempre encarna el diagrama de las relaciones de poder entre clases. La innovación procede primero de los trabajadores, porque es el trabajo vivo que mueve, forma e instruye cada nueva generación de máquinas. En este sentido, tanto las máquinas industriales como las cibernéticas pueden ser definidas como ‘cristalización’ del conflicto social.

Que una máquina (incluida una computadora) ocupe siempre el espacio descrito por una precedente división del trabajo era ya un postulado compartido por los pioneros de la cibernética, como Charles Babbage. El propio Marx cita a Babbage ya en 1847 en su texto Miseria de la filosofía: “Cuando, por efecto de la división del trabajo, cada operación particular se reduce al empleo de un instrumento simple, la reunión de todos estos instrumentos accionados por un solo motor constituye una máquina”.[13] Si la máquina se instala sobre una precedente división del trabajo, es para expandirse a un nivel ulterior y a una escala de complejidad superior.

Gracias a la aplicación de la máquina y del vapor la división del trabajo ha podido asumir tales dimensiones que la gran industria, separada hoy del terreno nacional, depende únicamente del mercado mundial, de los intercambios internacionales, de una división del trabajo internacional. En fin, la máquina ejerce tal influencia sobre la división del trabajo, que cuando en la fabricación de cualquier producto se encuentra el medio de producir maquínicamente alguna parte del mismo, su fabricación se divide inmediatamente en dos gestiones independientes una de otra. [14]

Lógicamente, en el primer libro de El Capital el capítulo sobre las máquinas sigue al capítulo sobre la división del trabajo. Y, en perspectiva, la división del trabajo puede ser considerada como una especie de máquina abstracta. La lección importante que aprendemos aquí de Marx es precisamente el rechazo del determinismo tecnológico. [15] Marx es el primero en sugerir que toda máquina siempre es la reterritorialización de precedentes relaciones de poder. En tanto en cuanto la división del trabajo se plasma a partir de los conflictos sociales y la resistencia de los trabajadores, del mismo modo procede la evolución tecnológica. Las partes del ‘mecanismo’ social se ‘ajustan’ a sí mismas a la composición técnica según su grado de resistencia y conflicto. Las máquinas están configuradas por las fuerzas sociales y evolucionan de acuerdo a ellas.

Realmente las máquinas informáticas son la cristalización de tensiones sociales. Si aceptamos esta intuición política, que significa prestar atención a las relaciones sociales y a los conflictos sustituidos por las máquinas informáticas, tenemos finalmente una metodología para clarificar las definiciones genéricas de ‘sociedad de la información’, ‘sociedad del conocimiento’, ‘sociedad de red’, etc... en tanto en cuanto las máquinas industriales no remplazan ya a los caballos de vapor de los trabajadores, sino a todo un conjunto de relaciones desarrolladas en el periodo manufacturero, así las máquinas informáticas vienen a remplazar un conjunto de relaciones cognitivas del trabajo dentro de la fábrica industrial.

Andrew Ure, científico escocés definido por Marx como “el Pindaro de la fábrica automática”, describía el aparato industrial como “un vasto automaton, compuesto por distintos órganos mecánicos e intelectuales, que se mueven concertada e ininterrumpidamente para producir un mismo objeto, todos subordinados a una fuerza motriz que se auto-regula”. [16] Por tanto, la considerada división del trabajo es, antes que nada, una bifurcación de los órganos mecánicos de los intelectuales (donde bifurcación no significa separación sino articulación). Como escribe Marx:

Es en la gran industria organizada sobre el fundamento de las máquinas que se verifica la separación de las facultades intelectuales [Potenzen] del proceso de producción del trabajo manual, y la transformación de estas facultades en dominio [Mächte] del capital sobre el trabajo. La habilidad específica del simple trabajador-máquina [Maschinen-arbeiter] se anula como accesorio absolutamente insignificante frente a la ciencia, a las gigantescas fuerzas naturales y al trabajo social en masa, que se incorporan en el sistema mecánico y forman conjuntamente el poder del ‘patrón’ [master]. [17]

Este pasaje (similar a la intuición de Simondon citada anteriormente) parece anticipar el conocido ‘fragmento sobre las máquinas’ de los Grundrissse, donde los simples ‘órganos intelectuales’ se convierten en un vasto ‘cerebro social’ absorbido por la maquinaria y transformado en capital fijo.[18] La evolución de la noción de conocimiento de El Capital a los Grundrisse es el paso de los atomizados órganos intelectuales del Gesamtarbeiter (el ‘trabajador colectivo’) a un nivel en que “el saber social general deviene fuerza productiva inmediata”. En los Grundrisse Marx parece referirse a una dimensión autónoma del conocimiento, una especie de saber vivo capturado antes de su cristalización en las máquinas. Antes de discutir este controvertido y decisivo pasaje, es necesario aclarar la definición de máquina en relación al plusvalor y, especialmente, contextualizar la noción de maquínico introducida por Deleuze y Guattari en el léxico filosófico contemporáneo.

Si Marx abre el capítulo sobre las máquinas en el primer libro de El Capital escribiendo que la máquina es “un medio para la producción de plusvalor”, después aclarará precisamente que la máquina es un medio para la amplificación de plusvalor (en términos marxianos las máquinas no pueden producir plusvalor, porque no pueden ser ‘explotadas’, solo los trabajadores producen plusvalor). Si en los Grundrisse las máquinas encarnan el conocimiento colectivo, se trata de un conocimiento llamado a dirigir el aumento de plusvalor (y en este sentido deviene parte del capital fijo). La idea de Alquati de la cibernética como aparato para la acumulación de información valorizante extiende orgánicamente la idea marxiana de la máquina como medio para la amplificación de plusvalor. Obviamente, tanto en Alquati como en Marx, la relación del trabajador con la máquina es siempre conflictiva y la información viva (también conocimiento vivo) que alimenta cada día a la máquina cibernética es campo de resistencia y lucha. El límite de esta transformación del conocimiento vivo en conocimiento muerto es y el límite entre el cerebro individual y el cerebro social son cuestiones aún sin resolver del debate actual sobre trabajo e información. Desde esta perspectiva hay que afrontar la noción de maquínico de Deleuze y Guattari.

4. La neutralización de la ontología maquínica

La noción de maquínico en Deleuze y Guattari presenta diversas genealogías que no pueden ser exploradas aquí, pero políticamente puede considerarse una reacción ‘productivismo’ marxista en los mismos años en que los medios de comunicación propagaban el consumismo y la primera onda de la cibernética penetraba en la sociedad industrial norteamericana y europea. En Mille pianiresumen así el surgimiento de la sociedad-fábrica:

En la composición orgánica del capital, el capital variable define un régimen de sumisión del trabajador (plusvalor humano), que tienen como marco principal la empresa o la fábrica; pero cuando el capital constante crece proporcionalmente cada vez más, en la automatización, aparece una nueva servidumbre y, al mismo tiempo, el régimen de trabajo se transforma, el plusvalor deviene maquínico y el marco se extiende a toda la sociedad.[19]

La noción de maquínico se inspiraba, en particular, en la mécanología introducida por Gilbert Simondon en su libro Du mode d’existence des objets techniques,[20] presentándose a sí misma como reacción al rígido determinismo de la cibernética, a su ‘feedback system’ y a la idea de la información como unidad mensurable matemáticamente. Desde el inicio, lo maquínico pretendía cubrir el dominio de las máquinas informáticas.

En 1972, en El Anti-Edipo, Deleuze y Guattari introducen la noción de máquina deseante para fundamentar una economía política inmanente, donde el ‘deseo’ pueda ser finalmente reconocido ontológicamente (y económicamente) como fuerza productiva y no sólo como operador negativo del teatro psicanalítico lacaniano. De acuerdo con la noción de producción maquínica, Deleuze y Guattari describen además un plusvalor maquínico. Ocho años después, Mille piani parece introducir una lectura mucho más postmoderna centrada en concatenaciones maquínicas y máquinas abstractas. También la cadena maquínica es inmanente y productiva (como las máquinas deseantes), pero en Mille piani está claro el paso a una ontología más relacional. Debido a esta ambivalencia, recientemente, la noción de maquínico parece entenderse y reducirse a un mero paradigma relacional de concatenamientos que cancelan la dimensión misma de la producción del pensamiento de Deleuze y Guattari a la vez que su formación marxista. Como ejemplo principal de esta ‘teoría del concatenamiento’ (en inglés assemblage theory) y anulación de la categoría marxiana de plusvalor del pensamiento de Deleuze y Guattari véase la obra de Manuel Delanda.[21]

Efectivamente, en los estudios actuales sobre el post-estructuralismo, cuando se acude a la etimología de la noción de maquínico, es decir al latín machina y al griego antiguo mechané, el resultado siempre es el de medio, instrumento, artefacto, dispositivo, estructura.[22] En cualquier caso, es interesante destacar que la idea de excedente y de amplificación de hecho aparece en la propia raíz etimológica de la palabra máquina. Los diccionarios más precisos recuerdan específicamente la raíz mach- que significa crecimiento, aumento, amplificación de fuerza. La misma raíz mach-aparece, por ejemplo, tanto en el latín magia como en magnus. En el alemán antiguo la palabra macht se refiere a poder, capacidad, habilidad y riqueza de manera similar al latín potentia. En otras palabras, cuando Deleuze y Guattari hablan de plusvalore maquínico, simplemente hacen resonar la antigua raíz de la palabra máquina. Siguiendo las sugerencias de esta etimología (solo como ejercicio imaginativo), podríamos definir ‘máquina’ como un aparato para la amplificación y acumulación de un determinado flujo (energía, trabajo, información, etc...), donde ‘dispositivo’, ‘instrumento’ y ‘medio’ serían más apropiados para describir solo la traducción y extensión de tal flujo. Por tanto, la máquina se define más en relación a un excedente que a un artilugio.

En una nota del El Anti-Edipo, Deleuze e Guattari muestran conocer el capítulo sobre las máquinas de los Grundrisse. [23] Probablemente inspirados en esta lettura, introducen el concepto de “plusvalor maquínico producto del capital constante”, “reconociendo que también las máquinas trabajan o producen valor, que siempre han trabajado, y trabajan cada vez más respecto al hombre, dejando de ser parte constitutiva del proceso de producción para devenir adyacente a este proceso”. ¿Cómo interpretar tal definición de plusvalor maquínico? Deleuze y Guattari se refieren claramente al proceso de transformación del general intellect en capital constante, es decir, a la transformación de un plusvalor de código (conocimiento) en un plusvalor de flujo (en su lenguaje, el plusvalor marxiano propiamente dicho).

Toda máquina técnica presupone flujos particulares: flujos de código interno y externo a la máquina, y la formación de los elementos de una tecnología y también de una ciencia. Incluso estos flujos de código se encasillan a su vez, codificados o surcodificados en la sociedad precapitalista de modo tal que ya no asumen independencia. Pero la decodificación generalizada de los flujos en el capitalismo ha liberado, desterritorializado, decodificado, los flujos de código en comparación a los otros —al punto que la máquina automática los tiene cada vez más interiorizados en el propio cuerpo o en su estructura como campo de fuerzas, dependiendo al mismo tiempo de una ciencia y de una tecnología, de un trabajo llamado intelectual distinto del trabajo manual del trabajador (evolución del objeto técnico).[24]

Estos pasajes muestran que ya en 1972 Deleuze y Guattari eran conscientes de las nuevas formas de acumulación de valor producidas por el conocimiento y de un componente cognitivo activo que es parte del plusvalor producido por cada sujeto.

En definitiva, los flujos de código “liberados” en la ciencia y en la técnica por el régimen capitalista generan un plusvalor maquínico que no depende directamente de la ciencia ni de la propia técnica, sino del capital, y que se añade al plusvalor humano, corrigiendo la caída relativa, constituyendo ambos el conjunto del plusvalor de flujo que caracteriza al sistema. El conocimiento, la información y la formación cualificada son partes del capital (“capital de conocimiento”) tanto como la tarea más elemental del trabajador.[25]

Curiosamente, la noción de máquina abstracta, que Deleuze y Guattari ponen en el centro de su ontología en Mille Piani, está inspirada en el mismo término usado en cibernética, donde por máquina abstracta se entiende el proyecto de un algoritmo que consecuentemente puede ser implementado en una máquina virtual (como un programa software) o en una máquina material (en el hardware de una computadora o en cualquier aparato mecánico).[26]

5. El éxodo de la fábrica del conocimiento vivo

Si la noción de maquínico se aplica superficialmente, puede proyectar un continuum apolítico donde ‘todo devenga productivo’ y, por tanto, donde sería imposible distinguir trabajo vivo y trabajo muerto, capital variable y capital constante —es decir, distinguir explotación y autonomía. Reuniendo la relación maquínica con la innovación tecnológica, el operaismo italiano ha introducido aquí una polarización bien precisa. En 1966, en el famoso giro copernicano de Operai e capitale, Mario Tronti reconduce y reconoce la primacía constituyente a la clase obrera: la lucha de clases produce el desarrollo capitalista y no al contrario, como ha creído la ortodoxia marxista. Esta primacía del trabajo vivo no será aplicada por el operaismo al conocimiento vivo hasta los primeros años 90, redescubriendo el llamado ‘fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse traducido y publicado mucho tiempo antes, concretamente en 1964 en el cuarto número de Quaderni Rossi.

Junto a Antonio Negri y Maurizio Lazzarato,[27] Paolo Virno fue uno de los primeros pensadores del operaismo en liberar el conocimiento vivo de los engranajes de la máquina industrial y hacerlo respirar el aire de la ciudad.

Llamamos intelectualidad de masa al conjunto del trabajo vivo postfordista (no ya, claro está, a cualquier sector particularmente cualificado del terciario) en cuanto el mismo es depositario de competencias cognitivas no objetivables en las máquinas.[28]

El general intellect se presenta no solo ‘cristalizado’ en las máquinas sino difundido a través de toda la ‘sociedad fábrica’ de la metrópoli. Por tanto, lógicamente, si el conocimiento industrial proyectaba y operaba máquinas, también el conocimiento colectivo fuera de la fábrica debe ser de algún modo maquínico. Aquí debemos prestar atención a las manifestaciones del general intellecta través de la metrópoli para comprender cuando lo encontramos ‘muerto’ o ‘vivo’, ya ‘fijado’ o potencialmente autónomo. Por ejemplo, ¿a qué nivel hoy el tan celebrado Free Software y la llamadafree culture son cómplices de las nuevas formas de acumulación del capitalismo digital? ¿Y a qué nivel, la ideología de la creatividad y la Ciudad Creativa preparan simplemente el terreno a la especulación inmobiliaria y a nuevas formas de renta metropolitana?[29]

Realmente todo el debate sobre el postfordismo y sus ‘industrias culturales’ puede condensarse en la siguiente pregunta: ¿puede el conocimiento/trabajo vivo devenir autónomo? A esto puede resumirse la original contribución que el operaismo ha hecho a la economía política contemporánea y al mismo tiempo en torno a este tema se concentran los ataques de quienes aún consideran a los trabajadores como ‘bestias de carga’ utilizados para producir sólo energía mecánica (los llamados ‘caballos de vapor’). Por supuesto, en este éxodo de la fábrica, los viejos límites marxianos entre capital constante y capital variable ya no existen: una definición más precisa de maquínico debe avanzarse para poder explorar este límite.

6. Las fábricas del hombre: lo viviente como capital fijo

En un ensayo dedicado al ‘capitalismo digital’ Christian Marazzi señala cómo el tradicional capital fijo —es decir, el capital invertido en máquinas en su forma física— había perdido importancia como factor para la producción de riqueza.[30] Desde el punto de vista del capital fijo, continúa Marazzi, el conocimiento tiene hoy un rol productivo imponente, como el caso de las grandes compañías de software está demostrando. Remplazando trabajo vivo con trabajo muerto, es decir, con nuevos aparatos maquínicos ‘inmateriales’, el conocimiento se convierte en una especie demáquina cognitiva. En esta nueva composición orgánica del capital, continúa Marazzi, no sólo el conocimiento colectivo deviene capital fijo, sino el propio cuerpo humano. En este sentido, Marazzi describe el surgimiento de un modelo antropogenético de producción que Robert Boyer llama producción del hombre a través del hombre (parafraseando la más famosa expresión ‘producción de mercancías por medio de mercancías’).[31] Este nuevo modo de producción es claramente, y más prosaicamente, el sector de los servicios, el terciario, todo lo que tiene que ver con las soft industries como educación, sanidad, nuevos medios e industrias culturales. Dentro de este biocapitalismo o ‘fábrica de lo viviente’, finalmente Marazzi hace líquida la noción de máquina e introducelo viviente como capital fijo.

En el modelo de la ‘producción del hombre a través del hombre’ el capital fijo, desaparece en su forma material y fija, reapareciendo en la forma móvil y fluida de lo vivente.[32]

Marazzi insiste sobre la transposición del capital fijo maquínico en el cuerpo humano. “En nuestra hipótesis, el cuerpo de la fuerza de trabajo, además de contener la facultad del trabajo, contiene también las funciones típicas del capital fijo, de los medios de producción en cuanto sedimentación de conocimientos codificados, conocimiento históricamente adquirido, gramáticas productivas, experiencias, en definitiva trabajo pasado”.[33] Este pasaje de Marazzi es radical: si para Marx, el capital es una relación social, entonces no hay necesidad de actores ‘importantes’ como máquinas, management industriales e investigación científica para describir la producción contemporánea —la fuente maquínica de beneficios puede ser externalizada en el propio cuerpo de los trabajadores.

La hipótesis de trabajo sobre la que hay que detenerse es la siguiente: en el nuevo capitalismo, en el modelo antropogenético emergente que lo distingue, lo viviente contiene en sí mismo tanto las funciones del capital fijo como del capital variable, esto es, de materiales e instrumentos de trabajo pasado y de trabajo vivo presente. En otras palabras, la fuerza de trabajo se expresa como la suma de capital variable (V) y de capital constante (C, más exactamente la parte fija del capital constante).[34]

Estas incursiones de Marazzi en la gramática de la economía política son cruciales para subrayar, una vez más, que al referirnos a capitalismo cognitivo o a la hegemonía del trabajo inmaterial, no nos referimos a algo inmaterial o impalpable sino al verdadero y auténtico complejo maquínico de nuestros cuerpos y relaciones sociales.

Con un estilo distinto y una atenta lectura de los textos marxianos, Carlo Vercellone ha intentado sistematizar toda la estructura maquínica del conocimiento bajo la definición general de capitalismo cognitivo. Para Vercellone la época del general intellect significa una nueva división del trabajo, apareciendo la historia del capitalismo como la sucesión de los siguientes estadios de antagonismo: subsunción formal (capitalismo manufacturero), subsunción real (capitalismo industrial), general intellect (capitalismo cognitivo).

Las nociones de subsunción formal, subsunción real y general intellect son utilizadas por Marx para calificar, en su sucesión lógico-histórica, diversos mecanismos de subordinación del proceso de trabajo por parte del capital (y del tipo de conflictos y de crisis que generan).[35]

El rol de las máquinas ‘materiales’ y de la evolución tecnológica también es secundario para Vercellone, porque lo que aquí se destaca es la más importante y más general máquina abstracta de la división del trabajo y su antagonismo intrínseco.

La dinámica conflictual de la relación conocimiento/poder ocupa un lugar central en la explicación de la tendencia al aumento de la composición orgánica y técnica del capital. Esta tendencia, escribe Marx, resulta el medio por el que el sistema de las máquinas surge en su totalidad: “Esta vía es el análisis, a través de la división del trabajo, que transforma cada vez más las operaciones de los trabajadores en procedimientos mecánicos, de modo que a un cierto punto el mecanismo puede sustituirlo”.[36]

En la hipótesis del capitalismo cognitivo, el capital fijo, es decir, la máquina, es absorbido por el capital variable, los trabajadores. Como Vercellone indica, ya Marx en los Grundrisse reconocía que el propio ser humano estaba convirtiéndose en el principal capital fijo.[37] Aquí la división del trabajo parece seguir movimientos de desterritorialización y reterritorialización, usando las expresiones de Deleuze y Guattari: las máquinas industriales reterritorializan la división del trabajo de la manufactura dentro de la fábrica industrial, mientras que las máquinas informáticas desterritorializan la división del trabajo por toda la sociedad.

Para concluir: existe una dimensión maquínica del conocimiento que es externa al capital industrial ‘fijado’ en las máquinas. Marx llama en  los Grundrisse ‘general intellect’, ‘conocimiento social general’, ‘trabajo científico general’, etc... a la dimensión colectiva del conocimiento maquínico, Esta dimensión colectiva es doblemente productiva: físicamente se encarna en máquinas industriales, infraestructuras de comunicación y network digitales, pero también como intelectualidad de masa que gestiona la nueva división del trabajo y produce nuevas formas de vida que se transforman en mercancías. Por otra parte, la dimensión individual del llamado trabajo inmaterial puede distinguir entre trabajo cognitivo (que trabaja dentro de la máquina y crea nuevas máquinas materiales, inmateriales y sociales) y trabajo informacional (que opera frente a la máquina y produce información valorizante). Naturalmente la distinción entre conocimiento maquínico e intelectualidad de masa, trabajo cognitivo y trabajo informacional tiende a menudo a desaparecer. Lo que es importante señalar aquí es la primacía del conocimiento vivo y del trabajo vivo contra toda lectura fatalista de las nuevas tecnologías como obstáculo perverso a la autonomía de lo viviente.[38]

7. La máquina de Turing como motor de valorización

Curiosamente, todavía hoy, todas las metáforas usadas para describir la dimensión maquínica del conocimiento que se evade de la fábrica y se extiende por la sociedad son adoptadas del industrialismo: por ejemplo expresiones como ‘industrias culturales’, ‘industrias creativas’ o incluso la propia ‘edu-factory’. En su época, recuerda Caffentzis, el lenguaje de Marx estaba influenciado por las ciencias físicas y químicas, como indica la imagen del trabajo ‘cristalizado’ en las máquinas.[39] pero, en general, podríamos decir que en la época de Marx la máquina industrial era entendida como medida universal del hombre, y por tanto del trabajo. No es casual que en termodinámica el término ‘trabajo’ se refiera de hecho a la energía transferida de un sistema a otro y wattsea la medida del trabajo por unidad de tiempo. Pero ¿cuáles son los paradigmas empíricos y las medidas empíricas que pueden usarse hoy para describir el panorama de la producción?

Junto al giro maquínico del postestructuralismo, en el debate postmoderno ha sido mayoritario el llamado giro lingüístico. En 1994 Marazzi fusiona estos dos ‘giros’ y propone la máquina de Turing como modelo de la máquina linguística que gobierna el trabajo y la producción en el postfordismo.[40] El ‘lenguaje’ del postfordismo no es sólo el lenguaje de la creatividad y del virtuosismo sino, sobre todo, un lenguaje lógico-formal capaz de expresar instrucciones operativas.

Si distintas son las concreciones del general intellect y de la intelectualidad de masa, aquí se propone simplemente la máquina de Turing como el modelo empírico más general a nuestra disposición para describir los interiores del llamado trabajo inmaterial y del capitalismo cognitivo. La máquina de Turing es entendida como la medida empírica de las nuevas relaciones de producción, motor de las nuevas formas de valorización y ‘cristal’ mismo del conflicto social. Su fórmula debería ayudar a desenredar la promiscua relación entre conocimiento vivo y conocimiento muerto en el capitalismo cognitivo. Más precisamente, si es cierto que las máquinas proceden de las fuerzas sociales, deberíamos reconocer en la máquina de Turing la silueta del conocimiento vivo.

Si Simondon definía la máquina industrial como un dispositivo que operaba entre dos flujos, el de la energía y el de la información, sugiero introducir una distinción ulterior entre tres tipologías de flujo que atraviesen la máquina de Turing: información, metadatos y código maquínico. Si Simondon señalaba que el flujo de la electricidad se podía usar para transportar tanto la energía como la información,[41] sugiero prestar atención al enorme flujo de la información digital como el medio también de una componente maquínica (el código software, para entendernos). La superposición de estas cuatro dimensiones (es decir, energía, información, metadatos y código maquínico) es obviamente fuente de confusión. Es mediante la extracción de la dimensión maquínica del código digital que trataré de vincular la máquina de Turing a la idea marxiana de la máquina como instrumento para la acumulación y amplificación del plusvalore.

8. El código digital es maquínico

Si, siguiendo a Marx, tanto las máquinas industriales como las máquinas informacionales pueden ser definidas como aparatos para la amplificación de plusvalor y la cristalización del general intellect, las máquinas de Turing introducen una ‘composición orgánica’ diferente entre información y conocimiento, trabajo y capital. Todos los ‘órganos’ materiales e intelectuales del automatonque Ure situaba en el corazón de la fábrica industrial, hoy se organizan en un network digital que se extiende por todo el globo. Como Marazzi recuerda, “en el biocapitalismo el concepto mismo de acumulación del capital se ha transformado… ya no consiste, como en la época fordista, en la inversión en capital constante y en capital variable (salario), sino en la inversión en dispositivos de producción y captación del valor producido fuera de los procesos directamente productivos”.[42] Las máquinas cibernéticas, en otras palabras, huyen de la fábrica y gradualmente transforman la cooperación social y la comunicación en fuerzas productivas. Hoy es difícil encontrar un virtuoso, como Virno definió al trabajador postfordista,[43] cuya ‘performance’ no sea mediada por un dispositivo digital.

El giro lingüístico ha tentado a los economistas tanto como a los primeros estudiosos de la cultura digital. Desde el principio las disciplinas humanísticas han formado el campo de la teoría de los nuevos medios, importando una metodología que encuadraba el código digital principalmente come texto (¡celebrado a veces como poesía!) y los lenguajes de programación como fundamentalmente similares a los lenguajes naturales.[44] Esta confusión también se ha producido en la percepción académica y popular desde el primer debut histórico de las primeras máquinas de Turing, usadas por los aliados para descifrar los códigos secretos de las fuerzas alemanas durante la segunda guerra mundial. Bajo la voz ‘Code’ del lexico Software Studies, Friedrich Kittler cita al propio Alan Turing cuando explicaba que las computadoras habían sido creadas muy probablemente con el objetivo principal de decodificar el lenguaje humano.[45] A propósito Alexander Galloway ha subrayado que “el código es un lenguaje, pero un tipo de lenguaje muy especial. El código es el único lenguaje que es ejecutable”.[46] Y el propio Kittler remarca: “no existe ninguna palabra en el lenguaje ordinario que haga lo que dice. Ninguna descripción de una máquina la pone en funcionamiento”.[47] Efectivamente la ejecutabilidad del código digital no debe ser confundida con la performatividad de los lenguajes humanos, advierte Florian Cramer.[48] El código “es una máquina para convertir el significado en acción”, concluye Galloway.

Está claro que el término ‘código digital’ se refiere a tres diferentes elementos: a las cifras binarias que codifican una señal analógica en secuencias de impulsos 0 e 1; al lenguaje en que se escribe un programa software (como por ejemplo C++, Perl, etc…); al texto o fuente que ejecuta este programa software (que encarna la forma lógica de un algoritmo, donde reside el componente maquínico).

En este texto propongo arrojar luz sobre el algoritmo como la forma lógica intrínseca de las máquinas informacionales y del código digital. El rol central del algoritmo es reconocido por la mayoría de los estudiosos de la media theory y de manera unánime por los de la cibernética, donde el algoritmo es el fundamento de la noción de ‘máquina abstracta’.[49] Como ocurre en los videojuegos, el algoritmo no se presenta sólo como una abstracción matemática sino que ‘proyecta’ una auténtica subjetividad física fuera de sí mismo. El algoritmo sale de la pantalla y ‘juega’ a su vez con el operador que está frente a la máquina. Como explica Galloway:
Un videojuego no es simplemente un juguete. También es una máquina algorítmica, y como todas las máquinas funciona y opera a través de reglas codificadas. El jugador  —el operador— es el que debe activarse [engage] en esta máquina. Hoy en día, es una diversión, y también un trabajo.[50]

La operación conceptual que aquí sugiero es aplicar la noción de maquínico a los algoritmos del código digital para reconocer dicho código y los programas software como una forma de máquina en sentido marxiano, es decir, como máquina usada para acumular y aumentar el plusvalor (también deberíamos discutir detalladamente la unidad de medida, o mejor desmesura, de tal plusvalor).

9. Plusvalor de red y sociedad de los metadatos

Los algoritmi no son objetos autónomos, sino plasmados por la ‘presión’ de las fuerzas sociales externas. El algoritmo revela la dimensión maquínica de las máquinas informacionales contra la interpretación simplemente ‘lingüística’ de media theory. De todos modos, se distinguen dos tipos de máquinas informacionales o algoritmos: algoritmos para traducir información en información(cuando se codifica un flujo en otro flujo) y algoritmos para acumular información y extraer metadatos, es decir, para producir información sobre información. La escala de extracción de metadatos es la que revela nuevas perspectivas sobre la economía y sobre la governance de los nuevos medios de producción. La magnitud de la actual acumulación de metadatos es tal que The Economist la ha definido como una auténtica ‘revolución industrial de datos’.[51]

Si, como se ha visto anteriormente, Simondon ya reconocía a la máquina industrial como dispositivo info-meccanico, una ulterior bifurcación hoy del phylum maquínico debe ser introducida para reconocer a la máquina de Turing como un dispositivo meta-informacional, que gestiona precisamente información y metadatos (o información sobre información). Los metadatos representan la ‘medida de la información, el cálculo de su dimensión ‘social’ y su inmediata traducción en valor. Como demuestra Alquati, el aparato cibernético debe ser continuamente alimentado y sostenido por los flujos de información producidos por los trabajadores, pero es específicamente la información sobre la información, o metadatos, la que sirve para mejorar la organización de toda la fábrica, el diseño de las máquinas y el valor de los productos.

Gracias a esta intuición de Alquati, las máquinas de Turing se pueden definir generalmente como máquinas para la acumulación de información, extracción de metadatos e implementación de inteligencia maquínica. El diagrama de la máquina de Turing ofrece un modelo pragmático para comprender cómo se transforma la información viva en inteligencia maquínica. Igual que las termo-máquinas industriales medían el plusvalor en términos de energía por unidad de tiempo, las info-máquinas del postfordismo sitúan el valor dentro de un hipertexto y lo miden en términos de link por nodo (véase el claro ejemplo del algoritmo PageRank de Google).[52]

La masiva acumulación de información y extracción de metadatos que se llevan a cabo todos los días en las redes digitales globales —mediante motores de búsqueda como Google, social networkcomo Facebook, librerías online como Amazon, y muchos otros servicios —representa un nuevo y complejo campo de investigación (big data). Brevemente, puede resumirse aquí diciendo que los metadatos se usan: 1) para medir la acumulación y el valor de las relaciones sociales; 2) para mejorar el diseño del conocimiento maquínico; 3) para monitorizar y prever comportamientos sociales (la denominada datavigilancia).

Los metadatos se usan para medir el valor de las relaciones sociales. A un primer nivel, la acumulación de información refleja y mide la producción de relaciones sociales para transformarlas en valor de una determinada mercancía. Las tecnologías digitales son capaces de condensar y cartografiar al detalle aquellas ‘relaciones sociales’ que para Marx constituyen la naturaleza del capital (y que para Hardt y Negri componen ‘la producción del común’). [53] véase social media como Facebook y el modo en que transforman la comunicación colectiva en economía de la atención, véase la economía de prestigio establecida por el algoritmo PageRank de Google. Los metadatos describen aquí un plusvalor de red —donde por red se entiende la red de las relaciones sociales en sentido marxiano (el capital como relación social).

Los metadatos se usan para perfeccionar la inteligencia maquínica. A un segundo nivel, la extracción de metadatos proporciona informaciones para mejorar y poner a punto la inteligencia maquínica de cada dispositivo: desde los programas software al knowledge management, desde el uso de las interfaces a la logística. La esfera digital es una especie de autonomon que se regula a sí mismo: los flujos de información se usan constantemente para mejorar la organización interna y para crear algoritmos más eficientes. Como en la fábrica cibernética descrita por Alquati, los flujos de información valorizante se transforman en capital fijo: lo que significa que se transforman en inteligencia de las máquinas’. Véase nuevamente el algoritmo PageRank de Google y el modo en que evoluciona en función del tráfico de datos que recibe y analiza. Los metadatos describen aquí un plusvalor de código que es la cristalización del conocimiento vivo y del general intellect marxiano.

Los metadatos se usan para nuevas formas de control biopolítico (datavigilancia). Más que para operaciones de profiling de un solo individuo, los metadatos se pueden usar para el control de masas y la previsión de comportamientos colectivos, como sucede actualmente con los gobiernos que rastrean la actividad online de los social media, los flujos de pasajeros en los medios públicos o la distribución de mercancías (incluyendo también en la datasfera dispositivos RFID y otras fuentes de datos offline). Estadísticas en tiempo real de determinadas palabras clave pueden mapear con mucha precisión tanto la difusión de una epidemia en un país como prever tumultos sociales (véase aquí los servicios Google Flu y Google Trends como ejemplo de estepanopticon de metadatos). Medios sociales como Twitter y Facebook se pueden manipular fácilmente mediante la extracción de datos sobre las tendencias de tráfico generales. Los metadatos describen aquí una sociedad de los metadatos, que aparece como una evolución de la ‘sociedad de control’ introducida por Deleuze, en cuanto se basa en datastream (flujos de datos) que son activa y ya no pasivamente producidos por los usuarios durante sus actividades cotidianas.