José
Pablo Feinmann | Durante el reciente Foro del
Pensamiento Latinoamericano realizado no hace mucho en San Miguel de Tucumán,
muchos de los disertantes unieron la situación de Suramérica con el trágico
destino que amenaza una vez más a los griegos, nada menos que a ellos que pasan
por ser –para la tradición europea y para muchos de sus más eminentes
filósofos– la cuna de la civilización occidental. Así, en uno de esos momentos
de flojedad, descanso o reposo que se producen en estos eventos (y que son a
menudo los más fructífero) me encuentro tomando un café con Jorge Alemán, a
quien quiero y admiro. Me dice: “Lo de
Grecia es increíble. La propia Europa se empecina en destruir a los griegos, a
los de hoy que heredan a los de ayer en quienes Occidente encuentra su origen,
el surgimiento de la tragedia, Homero, la filosofía. ¡Si Heidegger resucitara y
viera esto! Pobre, se muere otra vez. Lo que hace Alemania es demencial”.
(Me pareció una mirada original, brillante. Me
puse a pensar a partir de ahí. Aclaración: es la primera y última vez
que te cito, querido Jorge. De aquí en más procedo a apropiarme de esta idea,
tal como tu admirado Lacan se adueñó de tantas de los más grandes filósofos que
lo precedieron, sobre todo Heidegger, y nunca los citó.)