(Me pareció una mirada original, brillante. Me
puse a pensar a partir de ahí. Aclaración: es la primera y última vez
que te cito, querido Jorge. De aquí en más procedo a apropiarme de esta idea,
tal como tu admirado Lacan se adueñó de tantas de los más grandes filósofos que
lo precedieron, sobre todo Heidegger, y nunca los citó.)
Todos conocemos la cuestión griega. Sin
embargo, no todos llegan a tematizar con rigor el tema complejo de las razones
del poderío alemán en la etapa actual del occidente capitalista. La historia
tiene innumerables tramas y está en perpetua redefinición. Si alguien creyó que
Alemania fue destruida en la segunda guerra llamada mundial tendrá hoy que
revisar esa certeza. Algo verdadero aún late en esa poderosa frase de Heidegger
que ubica a Alemania en el centro del acontecer histórico de Occidente, “en el
dominio originario de las potencias del ser. Justamente, si la gran decisión de
Europa no debe caer sobre el destino de la aniquilación, sólo podrá centrarse
en el despliegue de nuevas fuerzas histórico-espirituales, nacidas en su
centro” (Introducción a la metafísica,
capítulo I: La pregunta fundamental de la metafísica). Heidegger dicta este
curso ante un auditorio de jóvenes nacional-socialistas en 1953, en plena
Alemania del “milagro alemán”, habrá de publicarlo sin ningún cambio. Aquí, un
joven Jürgen Habermas señalará que las palabras del Herr Rektor de Friburgo empujaban a los estudiantes a aceptar
mansamente eso que luego les exigirían como oficiales. Se trata de un
importante texto de Habermas sobre el deseo de Alemania de olvidar:
“¿No es la principal tarea de los que se dedican al oficio del pensamiento la de arrojar luz sobre los crímenes que se cometieron en el pasado y mantener despierta la conciencia de ellos? En lugar de eso, la gran masa de la población, con los responsables de entonces y de ahora a la cabeza, sólo quiere oír hablar de rehabilitación” (Jürgen Habermas, Perfiles filosófico-políticos, Taurus, p. 64).
Por decirlo claro: nunca hubo un milagro
alemán. El milagro alemán era una absoluta necesariedad para el occidente
capitalista. Ese milagro (que sirvió, entre otras cosas, para demostrar que el
atraso permanente de los países periféricos o subalternos se debía a su
debilidad espiritual, o que impulsó el argumento racista de la pereza latina
ante el dinamismo creativo de los germanos) fue obra del imperio que surge más
integrado, poderoso después de la guerra, Estados Unidos. El Plan Marshall se
crea para Alemania. Ahí, en el centro de Europa, está esa nación que debe ser
cuidada, protegida por Occidente. De esta forma, luego de la caída del Muro,
luego de la reunificación, Alemania consolida cada vez más su poder económico,
su hegemonía sobre Europa. Hoy, la führer
Merkel supera el poderío del führer
Hitler. Pero la führer Merkel es más
astuta que el desbocado führer de
1933. No tiene nada contra los judíos. Al contrario, son sus aliados. No tiene
nada contra los norteamericanos. Sería largo trazar la historia de la
rehabilitación del orgullo alemán. Hoy los “malvados” de los films ya no son
los nazis, son los fundamentalistas del Islam y los inmigrantes indeseados. Los
deudores también, claro. Aun no se han hecho films sobre deudores malvados, aun
no hemos visto a los gloriosos marines entrar en las casas de los deudores, con
sus cascos luminosos, sus metralletas imponentes y sus fusiles Barrett M82
fabricados por la Barrett Firearmas Company. Aun no. Pero acaso no falte mucho.
Por ahora, como Merkel en Grecia, entran, no como guerreros sino como
mercaderes, siguiendo el viejo consejo que George Canning diera sobre
Suramérica. Y aquí radica la gran diferencia entre la astuta Merkel y el
desbocado Hitler. La Canciller del Cuarto Reich, la Canciller de Acero, entra y
conquista por medio del dinero, no de las SS, ni de los oficiales que salían de
las clases de Heidegger, ni de la aviación de Goering, ni de ese pueblo (“los
verdugos voluntarios”) que entregaba su vida o tomaba la de sus enemigos por la
gloria de su führer y los mil años
del Tercer Reich. Las finanzas, en el capitalismo, hacen las mejores guerras.
Pero ¿Grecia? ¿Cómo Alemania, en el centro de
Occidente, no salva a Grecia, su remoto pero siempre presente origen? Grecia es
la casa, el gran hogar, el punto de honor espiritual que siempre se ha exhibido
con orgullo. Somos Occidentales porque nuestra patria es la de Parménides, la
de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Homero, la de los grandes
poetas trágicos.
Entre 1830 y hasta cerca de su muerte, Hegel,
en tanto Rector de la Universidad de Berlín, en tanto filósofo del estado
prusiano, dicta sus olímpicas Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal. En Grecia, respetuoso, se
detiene y traza el linaje opulento de la Europa que él representa: “Entre los griegos nos sentimos como en
nuestra propia patria, pues estamos en el terreno del espíritu (...) Grecia es
la madre de la filosofía (...) El espíritu europeo ha tenido en Grecia su
juventud: de aquí el interés del hombre culto por todo lo helénico” (Segunda parte: el mundo griego).
Los banqueros también se ocupan de Grecia,
pero no parecieran ser hombres cultos pues desean destruirla, expulsarla del
euro que da unidad al presente europeo. Ninguno parece comprender que Europa
salva a Grecia o mata su juventud, su origen. Una Europa sin Grecia es una
Europa bastarda, sin linaje, errabunda. ¿No es la errancia una de las
modalidades de la existencia impropia o inauténtica en Heidegger? ¿No es la
errancia algo propio de los judíos? Pero la jefa Merkel sabe que ahora los
judíos tienen un poderoso Estado que les impide esa triste errancia mendicante
a través de los pueblos. También los palestinos, como la jefa Merkel, saben que
ahora los judíos tienen ese poderoso Estado, pero lo saben de otro modo, lo
saben desde el dolor. ¿Es entonces hoy el Estado de Israel, antes que Grecia,
el que representa el espíritu europeo? Sí, ya que el espíritu europeo se ha
trastocado en el espíritu del capitalismo y el espíritu de este sistema de
utilización del dinero en tanto arma de conquista no hay que buscarlo en Homero
ni en Parménides ni en Platón. Lo expresó Gideon Gekko en el film Wall Street
de Oliver Stone: Greed is good (la
codicia es buena).
¿Olvidó la jefa Merkel el discurso que dio
Heidegger cuando asumió (respaldado por las SA de Röhm) el rectorado de
Friburgo? En esa dramática encrucijada, el Maestro de Alemania dijo: “El inicio es aun. No está tras de nosotros
como algo ha largo tiempo acontecido. El inicio, en tanto es lo más grande
(...) está ya allí como el lejano mandato de que recobremos de nuevo su
grandeza”. El inicio está en el futuro, pasó sobre nosotros y nos reclama,
nos exige que seamos tan grandes hoy como lo fueron ellos en el pasado. Las
conquistas de nuestras tropas no sólo deben ser materiales, territoriales, sino
sobre todo espirituales. (Esto lo dice en Introducción
a la metafísica.) Las tropas hitlerianas, según el Heidegger del rectorado,
debían asaltar Europa para llevar con ellas, para entregarles a los olvidadizos
de la grandeza del inicio, la magnificencia del espíritu helénico. Y concluye
así: “Pero el esplendor y la grandeza de
esta puesta en marcha (Aufbruch) sólo lo comprenderemos plenamente cuando
hagamos la grande y profunda reflexión con la que la vieja sabiduría griega
supo decir: ‘Todo lo grande está en medio de la tempestad’” (Platón,
República, 497, d, 9). Heidegger utiliza a Platón para despertar el espíritu
guerrero de su auditorio. Además, en honor de ese auditorio constituido por
jóvenes que ya vestían el uniforme pardo de las SA, el Maestro introduce la
palabra Sturm, que traiciona el
lenguaje de Platón pero expresa el de las milicias que admirativamente lo
escuchaban: las Sturm Abteilung
(tropas de asalto). El genial y hábil filólogo sabía que en alemán Sturm era tanto tormenta como asalto.
Así, tal como escribirá el profesor Dieter Müller a su hijo en una carta
mortal: “Heidegger –ante nuestros
espíritus estremecidos– acababa de crear el eje Atenas-Berlín” (JPF, La sombra de Heidegger, Planeta,
Biblioteca Feinmann, Buenos Aires, 2015, p. 63).
Hoy ese eje, el del gran inicio que es aun, ya
que es la grandeza que la nación hitleriana debe conquistar, está destrozado.
El inicio ya no es. Berlín no sólo reniega de Atenas, la humilla. Los griegos,
entonces, los griegos de hoy, deben recordar que uno de ellos, de nombre Zorba,
cuando vio sus ilusiones y las de su amigo de aventuras destrozadas, cuando vio
estallar y hacerse pedazos ese acueducto que habían tallado en el corazón de la
montaña, se largó a reír, enseñó a su amigo a bailar la hermosa música de Mikis
Theodorakis, abrió largamente sus brazos, echó una mirada omniabarcante a la
catástrofe, a la derrota, y exclamó: “¡Qué
hermoso desastre!” Y volvió a empezar.
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