Hace diez años, cuando llegamos al gobierno, había en el país ciertas condiciones objetivas que permitieron un cambio significativo. En aquellos días ya se percibía la calidad del liderazgo de Chávez en el país, que había sido alimentado por los sucesos de 4 de febrero de 1992 y por la extraordinaria gesta electoral de diciembre de 1998, donde una coalición de los partidos de la derecha salieron vapuleados.
Tal acontecimiento no hubiera sido posible sin la participación personal de Hugo Chávez Frías, que de un solo envión sacó el 56% de los votos a merced de las peores condiciones electorales. Recuérdese que poco antes de las elecciones, AD-Copei reformaron la legislación electoral separando los comicios presidenciales de los parlamentarios, con la infecunda esperanza de lograr ventajas que le permitieran lo imposible: derrotar al huracán Chávez. La eterna izquierda siempre se contentó con alcanzar el 10% de los votos, en el mejor de los casos, y con una dirección al frente de la cual estaban Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz, Américo Martín, Douglas Bravo y Gabriel Puerta Aponte, lo mejor que pudo haber sucedido fue que el buen Dios no permitió que los hoy renegados y conversos se hicieran con las riendas del gobierno. De las pocas excepciones de aquel liderazgo deprimido sólo sobrevivieron unos pocos, por sus condiciones personales e ideológicas, José Vicente Rangel, Guillermo García Ponce y el lamentablemente fallecido Pedro Ortega Díaz.