“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/11/12

Mariátegui sobre César Vallejo / Algunas referencias y un camino compartido

Eduardo Cáceres Valdivia

Mariátegui  fue, sin duda, uno de los primeros en reconocer la radical novedad que representó la obra de Vallejo. Lo dice en la primera frase del apartado XIV del séptimo ensayo: “El primer libro de Cesar Vallejo, Los Heraldos Negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú”. Es decir, el amanecer de una poesía nueva. Luego dirá que en Vallejo “se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado”; lo define como “creador absoluto”, portador de un “americanismo genuino y esencial”. No es el caso tratar de resumir en estas líneas lo que el Amauta dice sobre el poeta. Interesa llamar la atención sobre la actitud fundamental que comparten.

Como es sabido, para su reconstrucción del proceso de la literatura Mariátegui se inspiró en el teórico italiano Francesco de Sanctis proponiendo una periodificación que lleva de lo colonial a lo nacional por la vía de lo cosmopolita. En sucesivos apartados, el Amauta enjuicia las diversas manifestaciones del “colonialismo supérstite”. Simultáneamente descubre atisbos de lo nacional, reivindicando en particular a Mariano Melgar, Abelardo Gamarra, Manuel González Prada e incluso a Ricardo Palma. Valdelomar y Colónida, por un lado, José María Eguren, por otro, representan la irrupción de lo cosmopolita, no como moda o imitación, sino como apropiación de nuevos lenguajes para expresar procesos subjetivos auténticos. Mientras que en Valdelomar el proceso subjetivo apunta a “lo cotidiano y lo humilde”, en Eguren se nutre del “profundo sentimiento de la Naturaleza expresado en símbolos”.

¿En qué consiste la radical novedad de Vallejo? “Lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india”, afirma el Amauta. Entendiendo por esto no un indigenismo descriptivo o localista, ni la importación de vocablos quechuas. Se trata de algo más profundo, de la emanación de una nueva sensibilidad (definida como “india” o “indígena” por las generaciones de las primeras décadas del s. XX), una sensibilidad que mira de otra manera el país, el paisaje y la sociedad. Y que en particular se relaciona de otra manera con la historia. Las múltiples evocaciones subjetivas de Vallejo en su poesía (la “andina y dulce Rita”, el hermano Miguel, el padre) llevan al Amauta a definir su nostalgia como “protesta”, como sentimiento de “exilio” y “ausencia”. Nostalgia no de “algo”, sino de alguien. En última instancia de sí mismo. Nostalgia de identidad.

Esta novedad estaba insinuada en Melgar, según Mariátegui. Pero estuvo limitada por el metro clásico al que el poeta de los yaravíes se sujetó. Vallejo hizo saltar por los aires el metro clásico, tal como lo han demostrado diversos estudiosos del texto más innovador de la poesía hispanoamericana: Trilce. Texto que no pretende ser entendido o interpretado, sino que se despliega como subversión de todos los órdenes de la lengua. Texto que inaugura una nueva estética “a la vez resentida y desafiante: la de lo pobre, lo inerme, lo fallido; la estética del desequilibrio y la desarmonía” (Raúl Hernández Novás en César Vallejo: Poesía completa. Casa de las Américas, La Habana, 1988). Siguiendo las pistas que propone el crítico cubano (quien reconstruye como sonetos varios de los poemas de Trilce) cabría aplicar a Vallejo el juicio de Mariátegui sobre el joven Martín Adán: “No bastaba atacar al soneto de fuera como los vanguardistas: había que meterse dentro de él, como Martín Adán, para comerse su entraña hasta vaciarlo” (El anti-soneto. Amauta N° 17, septiembre de 1928).

Si bien el texto definitivo del Amauta sobre Vallejo es el que se incluye en el séptimo ensayo, existen múltiples referencias al poeta en otros textos de José Carlos. En 1924 lo menciona como ejemplo de autenticidad poética frente a la pseudo-tristeza, en realidad melancolía, de los poetas del momento. En 1925 lo presentará como el ejemplo más acabado de la síntesis entre nacionalismo y vanguardismo en el terreno de la literatura. Tras haber planteado su revolucionaria tesis sobre la relación entre tradición y vanguardia en el terreno de la política (artículo en Mundial, noviembre de 1925), la segunda entrega sobre el tema (Ibídem, diciembre 1925; ambos textos incluidos en Peruanicemos el Perú) la extiende al terreno de la literatura y el arte. Concluye con un elogio del poeta que se resume la actitud del crítico literario y político: 
“Vallejo es muy nuestro, es muy indio. El hecho de que lo estimemos y lo comprendamos no es un producto del azar. No es tampoco una consecuencia exclusiva de su genio. Es más bien una prueba de que, por estos caminos cosmopolitas y ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”.
Las últimas líneas son sin duda conocidas. Con ellas también concluye el texto de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Sin duda se trata de hacer explícito el paralelismo entre el movimiento que Vallejo desencadena al interior de la literatura y el movimiento que el Amauta busca desplegar en la política peruana: resolver la “nostalgia de identidad” por la vía de los caminos ecuménicos, acceder al “nosotros mismos” por la vía de la mejor teoría, de las gramáticas más innovadoras, de las prácticas más creativas.

Eduardo Cáceres Valdivia es filósofo, miembro de SUR, Casa de Estudios del Socialismo, autor de diversos trabajos en torno a Mariátegui y el pensamiento político peruano.