Mariátegui fue, sin
duda, uno de los primeros en reconocer la radical novedad que representó la
obra de Vallejo. Lo dice en la primera frase del apartado XIV del séptimo
ensayo: “El primer libro de Cesar
Vallejo, Los Heraldos Negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú”.
Es decir, el amanecer de una poesía nueva. Luego dirá que en Vallejo “se encuentra, por primera vez en nuestra
literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado”; lo define como
“creador absoluto”, portador de un “americanismo genuino y esencial”. No es el
caso tratar de resumir en estas líneas lo que el Amauta dice sobre el poeta.
Interesa llamar la atención sobre la actitud fundamental que comparten.
Como es sabido, para su reconstrucción del proceso de la
literatura Mariátegui se inspiró en el teórico italiano Francesco de Sanctis
proponiendo una periodificación que lleva de lo colonial a lo nacional por la
vía de lo cosmopolita. En sucesivos apartados, el Amauta enjuicia las diversas
manifestaciones del “colonialismo supérstite”. Simultáneamente descubre atisbos
de lo nacional, reivindicando en particular a Mariano Melgar, Abelardo Gamarra,
Manuel González Prada e incluso a Ricardo Palma. Valdelomar y Colónida, por un
lado, José María Eguren, por otro, representan la irrupción de lo cosmopolita,
no como moda o imitación, sino como apropiación de nuevos lenguajes para
expresar procesos subjetivos auténticos. Mientras que en Valdelomar el proceso
subjetivo apunta a “lo cotidiano y lo humilde”, en Eguren se nutre del
“profundo sentimiento de la Naturaleza expresado en símbolos”.
¿En qué consiste la radical novedad de Vallejo? “Lo
fundamental, lo característico en su arte es la nota india”, afirma el Amauta.
Entendiendo por esto no un indigenismo descriptivo o localista, ni la importación
de vocablos quechuas. Se trata de algo más profundo, de la emanación de una
nueva sensibilidad (definida como “india” o “indígena” por las generaciones de
las primeras décadas del s. XX), una sensibilidad que mira de otra manera el
país, el paisaje y la sociedad. Y que en particular se relaciona de otra manera
con la historia. Las múltiples evocaciones subjetivas de Vallejo en su poesía
(la “andina y dulce Rita”, el hermano Miguel, el padre) llevan al Amauta a
definir su nostalgia como “protesta”, como sentimiento de “exilio” y
“ausencia”. Nostalgia no de “algo”, sino de alguien. En última instancia de sí
mismo. Nostalgia de identidad.
Esta novedad estaba insinuada en Melgar, según Mariátegui.
Pero estuvo limitada por el metro clásico al que el poeta de los yaravíes se
sujetó. Vallejo hizo saltar por los aires el metro clásico, tal como lo han
demostrado diversos estudiosos del texto más innovador de la poesía
hispanoamericana: Trilce. Texto que no pretende ser entendido o interpretado,
sino que se despliega como subversión de todos los órdenes de la lengua. Texto
que inaugura una nueva estética “a la vez
resentida y desafiante: la de lo pobre, lo inerme, lo fallido; la estética del
desequilibrio y la desarmonía” (Raúl Hernández Novás en César Vallejo:
Poesía completa. Casa de las Américas, La Habana, 1988). Siguiendo las pistas
que propone el crítico cubano (quien reconstruye como sonetos varios de los
poemas de Trilce) cabría aplicar a Vallejo el juicio de Mariátegui sobre el
joven Martín Adán: “No bastaba atacar al
soneto de fuera como los vanguardistas: había que meterse dentro de él, como
Martín Adán, para comerse su entraña hasta vaciarlo” (El anti-soneto.
Amauta N° 17, septiembre de 1928).
Si bien el texto definitivo del Amauta sobre Vallejo es el
que se incluye en el séptimo ensayo, existen múltiples referencias al poeta en
otros textos de José Carlos. En 1924 lo menciona como ejemplo de autenticidad
poética frente a la pseudo-tristeza, en realidad melancolía, de los poetas del
momento. En 1925 lo presentará como el ejemplo más acabado de la síntesis entre
nacionalismo y vanguardismo en el terreno de la literatura. Tras haber
planteado su revolucionaria tesis sobre la relación entre tradición y
vanguardia en el terreno de la política (artículo en Mundial, noviembre de
1925), la segunda entrega sobre el tema (Ibídem, diciembre 1925; ambos textos
incluidos en Peruanicemos el Perú) la extiende al terreno de la literatura y el
arte. Concluye con un elogio del poeta que se resume la actitud del crítico
literario y político:
“Vallejo es muy nuestro, es muy indio. El hecho de que lo estimemos y lo comprendamos no es un producto del azar. No es tampoco una consecuencia exclusiva de su genio. Es más bien una prueba de que, por estos caminos cosmopolitas y ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”.
Las últimas líneas son sin duda conocidas. Con ellas también
concluye el texto de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana
(1928). Sin duda se trata de hacer explícito el paralelismo entre el movimiento
que Vallejo desencadena al interior de la literatura y el movimiento que el
Amauta busca desplegar en la política peruana: resolver la “nostalgia de
identidad” por la vía de los caminos ecuménicos, acceder al “nosotros mismos”
por la vía de la mejor teoría, de las gramáticas más innovadoras, de las
prácticas más creativas.
Eduardo
Cáceres Valdivia es filósofo, miembro de SUR, Casa de Estudios del Socialismo,
autor de diversos trabajos en torno a Mariátegui y el pensamiento político
peruano.