“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

14/2/15

César Vallejo no escampa todavía

César Vallejo
Walter Toscano
Reinaldo Spitaletta   |   Hoy tengo ganas de vallejar; de hundirme en las palabras del poeta del desgarramiento interior, del hombre que asumió -en beneficio de la poesía- la cultura del sufrimiento. Siempre me ha parecido que alguien que escribe debe poseer (¿padecer?) soledades, una especial dosis de angustia, alguna melancolía. Debe tener lluvias en sus adentros. Tempestades. Y, en contraste, fuegos. Que le quemen las entrañas. Que lo obliguen a decir. A granizar palabras. Hielo y llama arden. Bien lo decían los guaraníes: “las estrellas son fuegos helados”.

César Vallejo, el que nació “un día en que Dios estuvo enfermo” (16 de marzo de 1892), en Santiago de Chuco, sierra peruana, es un poeta múltiple: de la desesperación y el sosiego; de la luz y la ausencia de sol; del ser y la nada. Del despojo. Origen modesto el suyo, sin abundancias. Con ancestros indígenas y sacerdotales. El menor de una familia de once hijos. ¿Tienen estos datos alguna importancia? No sé. Era indeciso en sus gustos académicos: le gustaba la medicina, pero se licenció en Letras con una tesis sobre el romanticismo en la poesía castellana. Empezó Derecho y terminó como maestro de escuela. Tal vez los poetas son así: frágiles en sus determinaciones.