- Deberíamos atesorar la memoria del Mandela que fue odiado
por ciertos gobernantes: el solitario, valiente e indoblegable preso político,
condenado por su resistencia a la opresión racial.
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Nelson Mandela ✆ Enxu Zhou |
Neil Faulkner | El
mundo está de luto por la muerte de Nelson Mandela. Nuestros gobernantes hacen
llover homenajes en su memoria. Mucho antes de su muerte, ya se había
convertido en un ícono mundial: un símbolo de algo sublime, ajeno a toda duda,
crítica o controversia, una figura de veneración universal. Pero no siempre fue
así. Nuestros gobernantes tienen la costumbre de apropiarse de figuras
históricas que alguna vez los irritaron. A principios de la década de 1980,
cuando Mandela languidecía en Robben Island, la prisión más famosa de la
Sudáfrica del apartheid, la primer ministro británica, Margaret Thatcher, y el
presidente de EE.UU., Ronald Reagan, lo denunciaron como un “terrorista”. Los
estudiantes “Tories” portaban insignias con la inscripción: “Cuelguen a Nelson
Mandela”.
Cuando Mandela era peligroso, cuando era un líder de la
lucha de masas contra la opresión racial (y fue tan inspirador que siguió
siéndolo, aún en prisión), los gobernantes del mundo lo odiaban. Ese es el
Mandela que debemos celebrar.