►Para los alemanes y franceses, el espantapájaros de la
crisis griega tiene un doble valor pedagógico: frena las reivindicaciones
sociales con la amenaza de la austeridad y absuelve a las élites dirigentes del
fracaso del euro achacándolo con desdén a un pueblo de la periferia europea.
Bruno Guigue
El pueblo es soberano, es dueño del poder y decide
libremente su futuro, ¿siguen vigentes esas fórmulas que definen la esencia de
la democracia? Si hay que plantear el asunto es porque la actualidad inmediata
multiplica los ejemplos de lo contrario. Lo menos que se puede decir es que la
idea de que la soberanía sólo reside en el pueblo, en la actualidad se ve muy
debilitada. Y ese rechazo de la democracia resulta tanto más paradójico en
cuanto que ocurre en su cuna histórica, en el centro de su encarnación
presuntamente ejemplar: Europa.
Del rechazo de la democracia por parte de las élites
dirigentes la actual crisis griega presenta un ejemplo impresionante:
maliciosamente, en efecto, remite a la construcción europea a su pecado
original (1). Como un «retorno de lo reprimido» el voto expresado en las
últimas elecciones, más que el déficit presupuestario, subraya sobre todo el
déficit acumulado de democracia del que la imposición comunitaria es el último
avatar.