Ana Enriqueta Terán |
Especial para La Página |
Nuestro
admirado juglar Luis Pastori expresaba en alguna ocasión que:
La
poesía
Como
una lámpara
Como
una medalla perdida
Recorre
las calles.
Y
esto es profundamente cierto. Se puede decir que la poesía es un signo
alucinado de la conciencia. Parte del vértigo y llega al éxtasis. Recorre el
deliquio y se sublima a solas o en compañía infinita con el sueño. No acepta
sino de ella misma, de su alma, para inocular el cuerpo creador, la materia
intangible. Es por eso más solemne y más
bella cuando su canto padece como una veta por dentro: en puro fuego azul, el de una elegía sin fin. Elegía de intenso grito, como el llanto, A veces, la poesía no gime, sino canta. No sufre, sino estremece. Es nuestra y cotidiana. Es la entrega total del hombre hacia los sueños subconscientes; su oficio consuetudinario, el ejercicio de su noble angustia, de su soledad, su visión, su percepción y, por tanto, acto total del ser: el momento en el cual hombre y mundo forman esa unidad que ninguna metafísica ha podido dilucidar: la plurívoca fijación de lo externo mediante su imagen coloreada.
bella cuando su canto padece como una veta por dentro: en puro fuego azul, el de una elegía sin fin. Elegía de intenso grito, como el llanto, A veces, la poesía no gime, sino canta. No sufre, sino estremece. Es nuestra y cotidiana. Es la entrega total del hombre hacia los sueños subconscientes; su oficio consuetudinario, el ejercicio de su noble angustia, de su soledad, su visión, su percepción y, por tanto, acto total del ser: el momento en el cual hombre y mundo forman esa unidad que ninguna metafísica ha podido dilucidar: la plurívoca fijación de lo externo mediante su imagen coloreada.
Sirvan
estas palabras como preámbulo para este sencillo pero significativo homenaje
que nuestra Universidad Latinoamericana y del Caribe rinde hoy a la poetisa Ana
Enriqueta Terán Madrid, al conferirle el Doctorado Honoris Causa, como un
merecido reconocimiento a la obra, la vida y los sueños de la distinguida dama
que esta tarde celebramos: ...hermosa poeta, en la flor de los años, dotada de
un sentido íntimo y refrenado de la poesía... con una gracia espontánea, muy
femenina…como la percibe Fernando Paz Castillo, en su primer encuentro (hace ya
algunos años).
Porque
así es (así ha sido siempre y, por supuesto, continuará siendo) Ana Enriqueta
Terán Madrid. Todos sabemos que adviene al mundo el 4 de mayo de 1918, en la
hacienda Santa Elena, a extramuros de Valera, Estado Trujillo, una brumosa
tarde de verano, cuando el pueblo entraba calladamente a su primer centenario.
En esta meseta del piedemonte andino comienza su periplo existencial esta singular orfebre de la palabra: la
neblina, la albura y las tinieblas de esos días comienzan a modelar su rostro,
ese hermoso rostro que hoy nos deslumbra, hecho de nervaduras y raíces,
atractivo y bello, perfumado por aromas intensos, por el ámbar y el mosto de la
granada: la perfilada agudeza de su nariz y cejas vuelven más terso su
semblante, el cual ahora se derrama, pleno, en el medido vaivén de los
renglones acompasados que mecen nuestra mente.
Si,
amigos… es un verdadero privilegio estar aquí, esta fresca tarde estival, en la
casa de hablas, lugar de encuentros, de solaz espiritual, ámbito de la
solidaridad y el afecto…territorio en el cual nos encontramos una vez más con
la presencia de esta voz nueva, única, llena de aspiraciones, búsquedas,
decepciones, abriéndose al despertar de la conciencia, al trascender esa
barrera sutil y enigmática de las palabras y las imágenes, imbuida del coraje y
la determinación necesarias para conquistar su espacio poético, como lo
observamos en este cuarteto de su primer libro, Al Norte de la Sangre
(publicado en Caracas, en 1946):
Aquella
lumbre que necesitaba
y
que en mi propia sangre relucía,
en
este día la he sabido mía
cuando
mi sangre ya no la esperaba.
Quisiéramos
detenernos brevemente en esta época. Correspondientes a este mismo año 1946 (o
quizás a 1947) son cuatro sonetos publicados tal vez en El País, La Esfera o El
Universal de Caracas (dos de ellos
incluidos en el libro Verdor Secreto, de 1949), y ubicados en el archivo
personal del desaparecido escritor cojedeño José Carrillo Moreno, gracias a la
acuciosidad investigativa del poeta Miguel Pérez, quien prepara un ensayo sobre
este prolífico autor venezolano y nos ha suministrado el facsímil (sin dato
editorial), producto de sus pesquisas infatigables. Estos sonetos, publicados bajo el título
Poesía Nacional Contemporánea y el subtítulo Sonetos Inéditos de Ana Enriqueta
Terán, revelan a una escritora en equilibrado dominio de su oficio creador,
expresando el dolor de la propia soledad, en tránsito hacia un tono
deslumbrante y amoroso que alcanza su plenitud cuando escribe en este soneto
Si
mi voz recobrara lo perdido
y
el corazón su clara transparencia,
si
mis ojos hallaran la inocencia
en
todo el campo de lo ya vivido
si
rescatar pudiera del olvido
al
rostro del amor y su presencia,
si
llegara hasta el llanto por la ausencia
del
valle que en mis brazos he tenido,
podría
renacer a la frescura
de
mansos arroyuelos, de profundo
vegetal
en verdor y espesura,
pero
no, que mi voz no se conmueve
y
aquel inmenso llanto no se atreve
a
transitar mi fuego y sangre oscura.
Luego,
vendrán, sin solución de continuidad, porque nuestra autora no cesa de
escribir:
- Verdor
secreto (publicado en Montevideo, en 1949)
- Presencia
terrena (publicado también en Montevideo, el mismo año 1949)
- Testimonio
(editado aquí en Valencia, en 1954)
- De
bosque a bosque (Caracas, 1970)
- El
libro de los oficios (Caracas, 1975)
- Libro
en cifra nueva para alabanza y Confesión de Islas (textos escritos entre 1967 y
1975)
- Música
con pie de salmo (de 1985, con textos escritos entre 1952 y 1964)
- Libro
de Jajó (con textos escritos entre 1980 y 1987)
- Casa
de pasos (con poemas escritos entre 1981 y
1985)
- Casa
de hablas (publicado en Caracas, en 1991)
- Albatros
(editado en Mérida, por la Universidad de los Andes, en 1992)
- Décimas
andinas (de 1998)
- La
poetisa cuenta hasta cien y se retira (selección de textos publicada, en edición
bilingüe, por la Universidad de Princeton) (2005)
- Autobiografía
(en tercetos trabados con apoyos y descansos en Don Luis de Góngora) (editado
por la Gobernación Bolivariana del estado Trujillo, en 2007)
En
todos estos textos, Ana Enriqueta Terán asume vivencialmente el misterio, esa
nueva modalidad del conocimiento que el alma acepta deliberadamente. Porque en sus versos el lenguaje va y viene
en una rítmica peregrinación: del dolor a la angustia, de la desesperación a la
esperanza, del júbilo a la duda, como el agua que, agitada por un molino
inmenso, estruja la incesante vendimia, el aluvión sorpresivo, en donde se
descubre la evidencia irresistible.
El
oficio poético de Ana Enriqueta Terán nos recuerda a Stéphane Mallarmé, quien
concebía al poeta como una suerte de hechicero, y recomendaba que el poema,
frente al lector, debía ser propuesto como un enigma, como un oráculo, porque,
al develarse, el poema perdía todo su misterio encantatorio: si el lector
descubre el poema-afirmaba-lo hace desaparecer como tal. Tal vez por eso, en
algunos textos de la poetisa asoman zonas tan oscuras como las del maestro del
simbolismo francés.
La
poetisa, otras veces, reitera siempre las palabras simples y amadas, la
memoriosa escena de lo familiar: es la insistencia en la contemplación, la
diaria contemplación que significa altura de serenidad. Los muros derruidos y
amorosamente contemplados han dejado de ser esa verdad material agobiada de
intemperie, para estar colocados en un plano más trascendente, más esencialmente
vigente.
También
la angustia invade a ratos sus textos: no es sólo la angustia de la nostalgia y
la soledad… es una suerte de angustia metafísica que le crece desde del fondo:
la de haber lanzado desde su arco las flechas acuminosas de las preguntas sin
respuestas. Tal vez por eso, su amiga, la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou
destacaba, en el Prólogo a Verdor
Secreto (de 1949), que:
...La
soledad es su sino; un sino fecundo como el de la semilla aislada, palpitante
entre el óvulo vegetal; como el de la perla entre la valva hermética; como el
del ser que aún no ha nacido y crece hacia su destino entre la sagrada y cálida
oscuridad materna. Es sola y abstraída, porque ha de ser grande. En la joven
mujer que sufre su poesía y la realiza entre llamas, ya parece advertirse una
luz curvándose en torno de la frente. Tiene el ímpetu y el olvido de todo, que
cercan a los que traen una misión. Para Ana Enriqueta, su verso es precisamente
eso: una misión. Su voz se alza con el coraje y la gravedad de las revelaciones.
La poesía es su poderosa aventura.
Porque
para Ana Enriqueta Terán la verdadera poesía es incómoda. Es sospechosa en
todos los sentidos. El poeta sólo crea en ese retoque rápido y esquivo de la
ironía inhábil, del rasgo inconcluso, del fracaso sobrellevado sin pesar. Pero
también para ella la poesía es un ejercicio de solidaridad, un acto fraternal,
como el que le escucháramos a la poetisa durante el Encuentro Internacional de
Poesía, realizado en Valencia, Estado Carabobo, en el invierno del año 2002,
brillantemente coordinado por nuestro amigo Adhely Rivero. Allí la poeta
recordó, con vehemencia y dulzura, la inextinguible flama de Argimiro Gabaldón,
su primo, el querido Comandante Chimiro, en sus andanzas por las sierras de
Lara y Biscucuy. Y oímos de nuevo la voz de la poetisa, en excitación
dionisíaca creada por la propia imagen
que engendra otro cuerpo con un leve roce, al tomar un vértice y confundirse
con otro:
Una
vocal: un pájaro de hueso
de
tanto en tanto lleva a la madera
rezagada
del fondo una severa
meditación
sobre áspero suceso.
El
tránsito hacia alguna parte nos hace pensar en un destino. Los poetas clásicos
cantaron el origen sin revelar el secreto de la poesía, y así nos ofrecieron la
circunstancia del hombre y de la historia. Ciertamente, allí había un destino.
Pero, preguntarse en estos tiempos hacia dónde va la poesía es interrogar los
orígenes. Por tanto, leer a Ana Enriqueta Terán es orar con San Juan de la
Cruz. Es sentir la fiebre de Jean-Arthur Rimbaud. Es escuchar lo terrenal de
Walt Whitman. Es perdernos en la
simetría y las elusiones de don Luis de Góngora o encontrarnos en la
sensualidad descarnada de Miguel Hernández. Es colocar, bloque a bloque, los
textos que traducen las heridas que nos infringimos en la cotidianidad.
Ana
Enriqueta parece compartir con Octavio Paz su concepción dualista de la poesía:
en un extremo, la poesía como fundadora de los pueblos, y, en el otro, el poema
como arquetipo de funcionamiento de la sociedad humana. Resulta, así, riesgoso
iluminar la conciencia a partir del texto
poético. Tal vez sea insondable creer que la poesía puede salvar lo que
conocemos como civilización. Pero estamos convencidos de que sin ella sólo
queda este temblor que llamamos realidad.
Nos
gustaría concluir, por ahora, este sencillo acercamiento a la esencia vital de
nuestra poetisa Ana Enriqueta Terán, con las palabras del poeta Ramón
Palomares, quien (en 1985), en su prosa
exquisita, expresaba que:
...Así
nos encontramos con Ana Enriqueta Terán, esa figura señorial tan bien afirmada
en sus cejas de ave heráldica y la mirada dulce y distante, rodeada de telas y
música de hilos y costuras, en el orgullo de una aldea recóndita y nuestra como su poesía. Allí, a medida que entreteje
sus versos, viajan con ellos los familiares y sus mitos, perdidas y nostálgicas
constelaciones, historias llenas de sorpresa pero sobre todo un sentimiento que
ha encontrado el misterio afín a sus dones de gran reina mística (...)
Bienvenida la música sagrada de Ana Enriqueta Terán.
Muchas
gracias…
El
presente trabajo es el discurso pronunciado por el autor con motivo del
conferimiento del doctorado Honoris Causa a la poetisa Ana Enriqueta Terán
Madrid, por parte de la Universidad Latinoamericana y del Caribe, en la ciudad
de Valencia, el 29 de enero de 2012