Abecedario ✆ Mariona Cabassa |
Especial para La Página |
Casi todos los libros son meros comentarios de otros libros,
ha dicho el magnífico Francis Bacon, que etiquetaba a los aglutinantes saberes
con la palabra "globo". En una ciudad que por todos lados ofrece
periódicos y oportunidades para saber hace falta una fuente confiable en la
cual las personas puedan comprobar lo que oyen.
Para llamar la atención del público es necesario que
nuestros textos combinen tres excelsos ingredientes, ingredientes dificilísimos
de conseguir, y son: teoría, experiencia y actualidad. La teoría sirve para que
el lector sienta que el texto tiene continuidad, es decir, para que piense que
el tema que abordará con los ojos es un
tema que ha sido abordado por otros hombres en otros tiempos y lugares, y además, por los mejores.
tema que ha sido abordado por otros hombres en otros tiempos y lugares, y además, por los mejores.
Nadie quiere leer bagatelas de poca importancia, o al menos
así debería ser. La experiencia del escritor le dará vida al texto. Transformar
lo que dijo un antiguo o un medieval en datos modernos, o mejor pensado, en
expresiones modernas, provocará que los párrafos parezcan hablados, dialogados,
vivos. Toda lectura es un diálogo, y toda letra muerta es una retahíla de
erudiciones que sin intérprete solamente valen colocadas en los museos.
Transmitiéndole
experiencias propias o metáforas propias a las teorías ajenas logramos
la consistencia, la trabazón, la solidez en los argumentos. Pero la fusión de los dos ingredientes
mentados no alcanza para que un texto llame la atención. Hace falta opinar con
perspectivas actuales. ¿Sirve de algo que un anciano metamorfosee sus lecturas
agustinianas en experiencias personales usando un léxico hecho de antaño?
¿Sirve de algo que un joven rellene sus párrafos con palabras nuevas que sólo
entienden los jóvenes? No.
Una ciencia mediocre inventa palabras cuando carece de conceptos,
y un escritor mediocre abunda en neologismos cuando carece de estilo. Un buen
texto rescata palabras perdidas que sirven para expresar sentimientos viejos,
viejos pero que perduran, y usa, además, algunos neologismos bien urdidos
(latinizados, por ejemplo) para que el lector reciba nuevas categorías
intelectuales.
Enarbolando los ingredientes anteriores con nuestra pluma
logramos textos ágiles, según las enseñanzas explícitas de Bertrand Russell.
¿Cuál es el pecado original de la redacción moderna? Su vacuidad, su afán de
novedad. Montones de palabras científicas y técnicas que sólo comprenden los
técnicos y los científicos invaden la prosa moderna. Los redactores jóvenes
están hipnotizados con la ciencia deductiva. Puras generalidades, pura universalidad,
pura evasión leemos hoy.
Nadie habla de lo que hay en medio de las cosas. ¿Qué une a
la política con la economía cuando leemos una noticia en la sección de
economía? Nadie lo dice. Parece, como soñaba Borges, que todos los textos son
la simple recombinación de otros textos. Parece que los redactores echan en un
cubilete las palabras que más o menos expresan sus ideas, que las echan sobre
sus escritorios y que luego las mandan a publicar.
El lenguaje no debería tener clase social. ¿Por qué muchos
poetas como Evaristo Carriego, como José Hernández, el del ‘Martín Fierro’, o
como Cervantes prefieren el trato con la gente de los barrios, lupanares y
demás zonas malhabladas? Porque ahí la gente habla en concreto, porque ahí se
torean toros humanos, no humanos eruditos en tauromaquia. En cambio, una mujer
adinerada de club y agraviada maldice a su amante con palabras que podrían
maldecir cualquier otra cosa y a cualquier otro hombre.
El buen escritor dice cosas que explican un sentimiento
universal, sí, pero también una sola situación concreta. A partir del afán
científico del ‘Fausto’ de Goethe es más fácil entender el afán científico del
mundo. ¿Por qué? Porque el ‘Fausto’ nos da tierra, lugar y espacio para pensar,
mientras que la ciencia pura nos deja en el aire.
Antes de escribir me gusta echarle una ojeada al ‘Quijote’,
al mismo ‘Martín Fierro’ u oír algo de Gardel. En su ‘Mano a mano’ Gardel ha
dicho, para maldecir a "sólo una buena mujer", lo que sigue: "Hoy tenés el mate lleno de infelices
ilusiones". El arcaísmo o modismo "tenés" le da al verso un
aire de "intimidad", mientras que la palabra "mate" sirve
para delinear la zona geográfica o nacionalidad del sentimiento. Inducir, pasar
del "mate" a la "ilusión" hace que el público entienda sin ambages,
sin "triquiñuelas, fruslerías y minucias de erudición", como ha dicho
Azorín, lo que el ofendido hidalgo dice.
¿Y qué ha hecho Azorín para hacernos sentir la puerilidad de
la erudición? Ha echado mano de muchas "íes" (vocal débil que nos
hace la boca chiquita, hipócrita), de la palabra "triquiñuela", que,
como decía Bachelard, obedece a una onomatopeya imposible, a un ideal, a uno
que nos indica cómo deberían sonar las "fruslerías", que con su
"frus" evoca la idea de la "ralladura", del "desperdicio",
de la minucia o minúsculo.
Desde lo nimio el artista de verdad sabe extraer el máximo
rendimiento creador, de una lágrima el poeta extrae gemas. Otro pecado de las
redacciones modernas es la ambigüedad en las palabras o el apartamiento de
palabras "clavija", apartamiento debido a las connotaciones políticas
o religiosas en boga. Langston Hughes ha dicho en un poema "darker
brother", eufemismo poético porque diluye lo "oscuro" o
"racial" en la caliente palabra "hermano".
Otro buen ejemplo podría ser una proposición de Bayle, que
juega con la palabra "protestante". Cito de memoria: "yo soy un
buen protestante, y con toda la fuerza de la palabra; puesto que en el fondo de
mi alma protesto contra todo lo que se dice y contra todo lo que se hace".
Un redactor poco honesto hubiera dicho
"practicante" o "innovador", y no
"protestante". ¿Por qué? Porque ya no escribimos para generar nuevos
pensamientos o para provocar, sino para reforzar los pensamientos que todos
tienen. Hoy nos limitamos a retejer paradigmas.
En caso de no poder escribir con severidad y sinceridad
también podemos apelar a las buenas metáforas. ¿Qué imágenes están relacionadas
inexorablemente con las ideas de "legalidad", de "derecho"
y de "política"? Las imágenes de las actas, de la tinta, del papel. Juan
Ramón Jiménez nos da una lección así: "Si os dan papel pautado, escribid
por el otro lado".
Bradbury usó dichas líneas para que los lectores de su gran
novela sintiéramos que siempre será posible eludir las imposiciones
intelectuales o legales o alineantes. Un redactor deshonesto, burgués, hubiera
dicho que lo mejor es "replegar" el alma a los dictámenes del poder,
y hubiera citado malamente a Descartes o a algún estoico.