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El triunfo del Brexit en el referendo abre múltiples
interrogantes. La mayoría de los analistas, sobre todo en la prensa hegemónica
internacional, ha puesto el énfasis en el examen de sus consecuencias sobre los
mercados, su exacerbada volatilidad y la cotización de las principales monedas.
Sin restarle importancia a este asunto creemos que este énfasis economicista
está lejos de apuntar a lo más significativo. Los mercados son entidades
veleidosas, siempre sujetos a esa “exuberante irracionalidad” denunciada por
Alan Greenspan, el ex jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos, de modo que
pronosticar su derrotero una vez consumada la salida del Reino Unido de la UE
es un ejercicio ocioso y condenado al fracaso, inclusive si las predicciones se
hacen para el corto plazo. Mucho más importante es ponderar lo que la decisión
del electorado británico significa en términos políticos: un golpe si no mortal
pero sin duda muy duro a un proyecto comunitario que cuando adquirió una
connotación social y política progresista fue secuestrado, tergiversado y
prostituido por la oligarquía financiera europea. Con la deserción de Londres
–un divorcio litigioso y no consentido, al decir de algunos- la UE pierde a la
segunda economía y al segundo país en población, lo que debilita a una Europa
que, con la estructuración supranacional pergeñada por Bruselas, trató de
reposicionarse en términos más protagónicos en el turbulento tablero de la
política internacional. Si con el Reino Unido en sus filas la UE no era más que
un aburrido segundo violín en el concierto de naciones, con los británicos
afuera su gravitación global disminuye aún más vis a vis China, Rusia
y los nuevos centros de poder internacional.