El triunfo del Brexit en el referendo abre múltiples
interrogantes. La mayoría de los analistas, sobre todo en la prensa hegemónica
internacional, ha puesto el énfasis en el examen de sus consecuencias sobre los
mercados, su exacerbada volatilidad y la cotización de las principales monedas.
Sin restarle importancia a este asunto creemos que este énfasis economicista
está lejos de apuntar a lo más significativo. Los mercados son entidades
veleidosas, siempre sujetos a esa “exuberante irracionalidad” denunciada por
Alan Greenspan, el ex jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos, de modo que
pronosticar su derrotero una vez consumada la salida del Reino Unido de la UE
es un ejercicio ocioso y condenado al fracaso, inclusive si las predicciones se
hacen para el corto plazo. Mucho más importante es ponderar lo que la decisión
del electorado británico significa en términos políticos: un golpe si no mortal
pero sin duda muy duro a un proyecto comunitario que cuando adquirió una
connotación social y política progresista fue secuestrado, tergiversado y
prostituido por la oligarquía financiera europea. Con la deserción de Londres
–un divorcio litigioso y no consentido, al decir de algunos- la UE pierde a la
segunda economía y al segundo país en población, lo que debilita a una Europa
que, con la estructuración supranacional pergeñada por Bruselas, trató de
reposicionarse en términos más protagónicos en el turbulento tablero de la
política internacional. Si con el Reino Unido en sus filas la UE no era más que
un aburrido segundo violín en el concierto de naciones, con los británicos
afuera su gravitación global disminuye aún más vis a vis China, Rusia
y los nuevos centros de poder internacional.
No fue casualidad que haya sido Angela Merkel quien mostró la mayor preocupación por el éxodo británico al exhortar a los gobiernos europeos a “mantener la calma y la compostura” ante la mala noticia. Se comprende su actitud: la canciller alemana fue quien con más fuerza impulsó el avance por la senda autodestructiva seguida por la UE en los últimos años. Convirtió al acuerdo pan-europeo en un apéndice de la gran banca, sobre todo alemana; combatió con meticulosidad germana los resabios del proyecto original, que tenía como metas la construcción de una Europa Social y de Ciudadanos; fortaleció a la conservadora burocracia de la Comisión Europea e hizo del Banco Central Europeo (BCE) el perro guardián de la ortodoxia financiera impuesta sin miramientos sobre todos los gobiernos del área. Mientras el neoliberalismo se batía en retirada de América Latina y el Caribe en medio de las ruinas que había dejado a su paso fue la Merkel quien lo revivió en Europa, incorporando al Fondo Monetario Internacional como participante activo en la gestión macroeconómica de los estados y dando origen, junto a la Comisión Europea y el BCE a la infame troika que poco después, como insaciable plutocracia, se convertiría en el verdadero gobierno de Europa arrojando por la borda cualquier contenido democrático. Los griegos, donde se inventó la democracia, pueden dar fe de la furia destructiva de la troika de la UE, que al caerse la hoja de parra de su hueca palabrería democrática puso en evidencia los alcances de la descomposición del viejo proyecto europeo, atado de pies y manos al servicio del capital.
Esta Europa de las clases dominantes, burocrática y
empresarial es la que recibió un mazazo brutal desde el Reino Unido y no hay
razón alguna para lamentarse por ello. La UE que acompañó a Washington en todas
sus tropelías y todos sus crímenes en el escenario internacional ahora recoge
los amargos frutos de su complicidad con los que EEUU perpetrara en Oriente
Medio. Era obvio que la destrucción causada en Irak, Libia y ahora Siria
provocaría una incontenible marea de refugiados que tienen sólo un lugar adonde
dirigirse: Europa. Washington puede alegremente incurrir en tales atrocidades
porque está protegido por dos océanos que lo convierten en un destino
inalcanzable para quienes huyen del infierno que desata con sus drones, misiles
y unidades de combate. Pero Europa, en cambio, está ahí nomás. Y ese torrente
humano activó y potenció los peores instintos xenofóbicos y racistas en buena
parte de las poblaciones europeas que pretenden, vanamente, ponerse a salvo de
las consecuencias de su pasado colonialista y su presente como compinches del
imperialismo norteamericano. Por eso la xenofobia fue un componente decisivo
del triunfo del Brexit, saludada con euforia por un racista probado y confeso
como Donald Trump y los representantes de la derecha en casi toda Europa, con
Marine Le Pen a la cabeza.
No sería de extrañar que lo ocurrido en el Reino Unido
precipitara un “efecto dominó” en donde diversos países tengan que someter su
permanencia en la UE al veredicto popular. La derecha en Francia y en Holanda
ya está hablando de ello, y en otros países ya hay quienes lo están pensando.
La crisis puede inclusive tornar inevitable un nuevo plebiscito en Escocia para
decidir sobre su permanencia en Gran Bretaña. Los escoceses quieren permanecer
en Europa y votaron en ese sentido en el referendo de días pasados. Uno
de los coletazos del Brexit podría llegar a ser una Escocia independiente y la
desaparición de la Gran Bretaña tal como hoy la conocemos.
Para concluir: lo bueno de esta situación es que el
debilitamiento de la Unión Europea resta fuerzas al imperialismo
norteamericano, del cual aquella es su aliada histórica fundamental. Y esta es
una gran noticia para los pueblos del mundo que luchan para librarse del yugo
de la dominación imperialista. Sin embargo no se debe olvidar que hoy por
hoy el pacto atlantista europeo-norteamericano pasa menos por la UE que por la
OTAN. Esto es así tanto en el terreno doméstico, habida cuenta de la creciente
militarización en la represión de la protesta social en Europa; como en el ámbito
internacional, donde el saqueo a otros pueblos reposa cada vez más en la
eficacia disuasiva de las armas. Fue por eso que el Secretario General de la
OTAN, Jens Stoltenberg, se apresuró a tranquilizar a sus socios diciendo que la
salida británica de la UE no implicaba abandonar la OTAN, de lejos, la más
importante expresión del crimen organizado a nivel mundial. Y en tiempos tan
convulsionados como estos para la burguesía imperial eso es lo que cuenta. Que
Londres pegue un portazo y se retire de la UE es un problema, porque ahora la
armonización de políticas entre Estados Unidos y Europa se torna más complicada
por la división entre el Reino Unido y los demás países europeos, y las heridas
que deja este “divorcio no consentido” entre quienes antes formaban parte de
una misma institución supranacional. Pero mucho más grave sería que el
electorado británico decidiera salirse de la OTAN, lo que obligaría al imperio
a repensar y redefinir su estrategia de guerra a espectro completo a escala
global. Por ahora no hay peligro de que tal cosa vaya a ocurrir. Pero el
mundo está cambiando muy rápidamente y las sólidas certezas de antaño parecen
estar comenzando a volatilizarse.
http://www.atilioboron.com.ar/ |