Foto: Ida Gramcko |
Especial para La Página |
fuentes musicales (una al frente, hacia la calle y otra detrás, cerca del portón de campo).
Porque Estela Aponte, desde 1922 vivía con la familia Gramcko: Ida, sus hermanos Elsa y Luis Enrique, la niña Luisa (la tía encargada de los dulces), la madre, Elsa Margarita Cortina, en incesante remodelación de la vieja casona, y el padre, Enrique José Gramcko Brandt, eternamente sentado al piano, interpretando polkas, sonatas y preludios. La labor de Estela: auxiliar a don Timoteo, en el acarreo de mercancías desde el muelle, en carro de mulas, y a Proto, jefe absoluto de los cerdos, gallinas, ovejas y chivos que poblaban aquella heredad. Cada dos meses, el extenuante viaje a Valencia, para la compra ineludible de los frutos que no se producían en el puerto. Pero la secreta tarea de Estela era escuchar, en las frescas tardes del puerto, a Ida, quien acostumbraba sentarse en los bancos del patio, detrás de la fuente, escapando de la precisa vigilancia de su madre, dispuesta a evitar que su hija transitara por los caminos de los sin oficio, como llamaba a toda la gente que se ocupaba del arte o de la poesía. Ella no quería que Ida y Elsa se perdieran.
En aquellas tardes, luego de escuchar pacientemente a la poeta, Estela copiaba, con una memoria prodigiosa, los versos desgarrados, tensos e intensos, reveladores de sus vivencias íntimas. Versos que responden a una generosa búsqueda personal, alegatos de una experiencia poética culminante, de una vivencia cautelosa, señal de otras existencias, reiteración de un ascenso tenaz, afanoso y sombrío en sus advertencias, tal y como se nos revela en el siguiente fragmento de La mariposa disecada (de La vara mágica, 1948):
Eras en el jardín, sobre los ramos,
ensueño real que aprisionara un niño
en un cesto de mimbre que su mano
agitaba por sendas y macizos.
ensueño real que aprisionara un niño
en un cesto de mimbre que su mano
agitaba por sendas y macizos.
Hoy eres cromo rígido del campo,
un paisaje minúsculo en un nicho.
Ataúd de cristal vela tus párpados
-oro y azul- dormidos.
Padre recibía alborozado estos (y otros) versos, los cuales eran
canjeados por sonetos suyos, dedicados a la poeta Ida y llevados con prontitud
por Estela. Luego, al regresar a Tinaquillo, en la peña dominical del
Restaurant Astoria, Julio César Sánchez Malpica, mi tío bohemio, después de
acallar la rockola (a pesar de que aún quedaban marcados el C3: Las bodas de
Luis Alonso y el C4: La leyenda del beso, magistralmente interpretados por Los
Churumbeles de España) y despedir a los últimos habitués impertinentes,
declamaba los versos de Ida, confiriéndoles el exacto tono musical, la adecuada
cadencia y el obligatorio ritmo poético, con lo cual lograba estremecer a los
escuchas. Nosotros, los más pequeños, apretujados detrás de la mesa de billar,
asistíamos expectantes a la fiesta, devorando aquellos versos con idéntica
premura a la que aplicábamos para engullir los canapés dispuestos para tan
solemne ocasión. Más tarde, a primeras horas de la noche, entraríamos
furtivamente al cine Esmeralda, en donde tío Federico proyectaría, en función
intermediaria, Y Dios creó a la mujer, de Roger Vadim. Entonces, Brigitte
Bardot nos erotizaría al secar su cuerpo voluptuoso con aquellos sensuales
movimientos de su toalla, al compás cadencioso de La bamba, de Ritchie Valens.
De esa manera comencé a sentir los poemas de Ida
Gramcko (Puerto Cabello, 11 de octubre de 1924 – Caracas, 2 de mayo de 1994).
Más tarde, a mediados de la década de los sesenta, cursando el bachillerato en
el Liceo Pedro Gual de Valencia, el profesor José Joaquín Burgos, con su
facundia intelectual y su aplomada y proverbial sencillez, saltándose el programa
oficial, seducía con la lectura de otros textos de Ida a sus fervorosos alumnos,
quienes compartíamos regocijados los textos de la poeta porteña. Entonces, en
las límpidas mañanas decembrinas (muy cerca de las vacaciones de Navidad), el
poeta Burgos, al pie del monolito de la Plaza Bolívar, nos leía textos como
éste (de Umbral, 1942):
Con las manos atadas en cadenas de miedo
me acerqué a las montañas,
y escaló como en alas la inquietud de mi anhelo /
las grandiosas murallas.
me acerqué a las montañas,
y escaló como en alas la inquietud de mi anhelo /
las grandiosas murallas.
Una sed de confines me cerraba los ojos
y me araba en los labios,
de la cumbre imposible me llegaban sonoros
los metales del agua.
Tiempo después, a fines de la década: tardes de
grata conversación, confidencias apuradas y cervezas heladitas en el pabellón
de Laurencio Gallardo Vega, ese chileno excepcional, ciudadano del orbe (como
él gustaba llamarse), en la calle Rojas Queipo. Recuerdo emocionado esos
ratos compartidos con él y su
encantadora familia (María, Rafael, Benjamín, Marisel…), siempre dispuestos a
alegrarnos la vida con la palabra acertada
y el gesto solidario. Un día, después de leernos un capítulo de su
novela Cuarto del fuego, habló con ardor sobre Ida Gramcko, y afirmó que en
todos sus textos, incluidos los ensayos, los artículos periodísticos y las
obras de teatro, la poesía insufla sus páginas: el sujeto discursivo de su
poesía es oral: es el habla quien lo compone, lo oral es la materialidad del
lenguaje, el sesgo físico, corporal del hablante. Cada palabra que pronuncia la
poeta repercute sobre sí misma, es decir: sobre su nombre, pero también sobre
el interlocutor, de tal manera que es el centro del poema, como espectáculo del
habla en el que damos forma y sentido al hecho de estar vivos. Sus versos son,
así, arduas correrías entre el semblante de un texto escrito y una pieza de
orfebrería, sin más método que el de una lógica impresionista. Sombras que se
arman para un reencuentro hermenéutico primitivo que aspira a un cuerpo
coherente de percepciones. Para ella, la vida es un viaje. Se confiesa
buscadora de signos, porque vivir es cavar, marcar huellas, tropezar, abrir
fosos. La noche es lo desconocido, las tinieblas son escollos. Luego, con las
melodías de Víctor Jara (su preferida: Aquí me quedo) como coartada, Laurencio leería este fragmento (de Salmos, 1968): “Pero
el maná no puede conocerme. / El es un patrimonio o un legado. / Soy yo quien
puedo, con su mies, valerme. / Soy yo quien lo avasallo, quien lo invado. / Harina
soy de estrella; al ofrecerme / por mí es que actúa el pan, iluminado.”
Hace pocos días, en la discreta atmósfera de La
Taranta, el poeta José Carlos De Nóbrega, fiel a su irreverencia, a su
inagotable vena poética y a su envidiable conocimiento de la literatura
portuguesa y brasilera (recomendamos ampliamente la lectura de su tesis de grado de maestría sobre Ledo
Ivo), sumó su voz a este concierto destemplado, para afirmar que en los versos
de Ida Gramcko la melodía, como pausa interior, el silencio, como tema y
revelación, las pausas, la tenue musicalidad fraguan una encrucijada de temas y
pulsiones que conducen sus discurso por zonas enlunadas, en una confluencia de
diversos registros, visiones y acordes. Entonces, inspirado por la suave
melodía de Antonio Carlos Jobim, Garota de Ipanema, en la voz de Joâo Gilberto
y con el mismo Jobim al piano, José Carlos deseará leer este fragmento de Poemas de una psicótica (1964):
“Era, pues, la antesala del diablo. Y yo me dije: ¡sea! Que si la soledad no halla retiro, que si la angustia no halla pecho, aceptemos el demoníaco esperpento. Eso es renegar de la carne, que volvía a ser pura sobre el lecho. ¡Ah, pero el cuerpo nada teme! Se enferma o es violado. Es algo lujuriante y putrefacto. Y se entrega mansamente a la muerte, sin ninguna pregunta, como si se entregara a la codicia. Sólo interroga lo que no es la piel. Aquello que no puede medirse y que despierta, sobrio, cuando el placer se aleja. Tu sueño. Tu conciencia. Tu mente. Con ello se traspasan los límites carnales.”
Referencias
bibliográficas
Gramcko. I. (2012). Antología poética. Caracas:
Monte Ávila Editores Latinoamericana.
_________. (1948). La vara mágica. México:
Ediciones Orbe.
_________. (1988). Obras escogidas. Caracas:
Ediciones de la Presidencia de la República.
_________. (1983). Poética. Caracas: Ediciones
de la Presidencia de la República.
_________. (1968). Salmos. Caracas: Impresos
Voluntad.
Valencia, también en varios tiempos
Catedral de Valencia |
Quinta Camoruco |
Puente Morillo |
El viejo tranvía recorriendo a Valencia |
El monolito de la Plaza Bolívar de Valencia |
Atardecer de Valencia, visto desde el norte |