Duelo a garrotazos ✆ Francisco de Goya |
Especial para La Página |
Yo, en imitación de Pierre Bayle, no sé
adónde me llevará mi pluma. En cierta universidad prestigiosa de la ciudad de
Chicago, cuentan los libros de derecho, existe una profesora de apellido
Nussbaum que enseña o enseñaba a los futuros jueces a enjuiciar con juicio. El
pleonasmo anterior es un juego del lenguaje que encubre las malas prácticas. No
siempre se enjuicia con juicio, no siempre se lleva a cabo un ejercicio con los
músculos ejercitados, y no siempre el músculo, que "cuelga como recuerdo en los museos", según una sentencia
creacionista de Huidobro, es facsimilar a la potencia.
No todo el mundo sabe poner las cosas en su punto, y un
prejuicio leve puede arruinar gravosamente la vida de alguien en los fríos
púlpitos de la ley, que ciertamente no está representada por letrados, sino por
poderosos. Nussbaum, erudita en las escolásticas taxonomías de Aristóteles,
enseña que es necesarísimo leer libros ajenos a nuestra cultura para saber
determinar las razones y las causas de las acciones de hombres y mujeres que
piensan distintamente a nosotros.
No podemos enjuiciar a indios sin leer sus libros indios, es
decir, sus tomos clásicos, o mejor aún, los libros que han clasificado ("clásico" viene de "classis", de "escuadra", según Jorge Luis Borges)
el pensamiento indio. No podemos calificar los actos de una raza epidérmica y
culturalmente oscura sin antes conocer bien las peripecias que ha tenido que
pasar ésta para no desaparecer en un escenario en donde todo debe ser pálido,
blanco, diáfano, listo para ser pautado.
Los alumnos de Nussbaum leen, entonces, libros diversos, de
extranjeros, de poesía, novelados, pergeñados por idiosincrasias yuxtapuestas a
la nuestra, que no mezcladas con la nuestra. El tema del que quiero hablar
exige este tono tautológico que estoy adoptando. Cuando creamos un contenido
artístico lo que pretendemos es generar reacciones, estados anímicos. Los tres
estados anímicos básicos y de los cuales se componen todas las demás afecciones
son tres: tristeza, alegría y deseo.
Georg Steiner, el crítico judío, ha escrito en algún libro
bien meditado que el gusto del planeta se está unificando. Pero toda
unificación implica una pérdida, un allanamiento de la topografía sentimental.
Hoy todos se alegran por las mismas paparruchas, se entristecen por las mismas
bellaquerías y desean los mismos objetos. ¿Vale algo crear plásticas y textos
sin conocer el gusto del receptor, que como receptor es siempre un perceptor de
juicios? Muy pobre me parece el artista que busca complacer el mal gusto
global, y muy loable el que satisface el buen gusto internacional.
Si le gusta a la masa entonces nuestra obra tal vez sea
popular, ha dicho Oscar Wilde. ¿En dónde está quedando lo español? Goya ha
retratado una escena típica de la humanidad, típica pero harto representativa
de las guerras intestinas del país que parió a Cervantes, y se llama ‘Lucha a
garrotazos’, meditada y trazada hacia 1820 por Francisco Goya. La sangre
heroica y azul se nos ha convertido en sudor forzado, y la espada en garrote, y
la pluma en plumaje, y la armadura en desgarraduras, y la donosura en
recordados dones, y la potencia bélica en potencia para iniciar una y otra vez
lo que por otros países ya está más que desarrollado.
Tal sin par paráfrasis de juicios se la debo a José Ortega y
Gasset, quien siempre se quejó de la decadencia intelectual de España. ¿Queréis
argumentarle mucho a un pueblo que ha perdido los argumentos y que ha
preferido, como decía Leonardo da Vinci, los gritos, que son garrotazos para la
inteligencia? Si así es, confundes quién es tu receptor. La cara de los dos
luchadores de la pintura es una cara de desasosiego. Llegamos a la vida, decía
el autor de ‘La rebelión de las masas’, como el que es empujado a una obra de
teatro sin saber su guión, su papel.
¿Cuál es el rol del español en el día de hoy? Somos
aristócratas de espíritu o padres de grandes almas, como ha dicho Kant, pero
somos burgueses de ropas y proletariados en el trabajo. Es decir, que sudamos
para aparentar propiedades y castillos, y sumamos propiedades y castillos para
enaltecernos. Pero mi prosa, banal, es nadería junto a unos versos de Lope de
Vega, que retratan bien la vida española: "de
medio arriba, romanos, de medio abajo, romeros". Y sí, que la pintura
de Goya dice eso, que la pintura de Goya muestra medios cuerpos superiores en
romana actitud guerrera, así como extremidades inferiores enlutadas en
naturaleza campestre.
Arriba, donde se ve, somos bravos, pero abajo, en la
realidad, en la tierra que pisan los pies, seguimos moviéndonos en áreas
rurales. Penoso es ver cómo la mujer en tacones tiene que soslayar charcas, y
penoso es ver cómo un hidalgo caballero no tiene qué comer por falta de ciencia
y por una sobrada religión, orgullo del alma.
¿Acaso esas dos bestias pelearán por algo de valía? ¿No
imaginarán altas misiones cuando solamente pelean por un puñado de tierra,
puñado para las manos de sus dioses? Un árabe de nombre Omar, cuentan los
libros de Menéndez Pidal, al ver revueltas castellanas, dijo: "Esto es una bravata de la boyada".
Los árabes, según las introducciones al
‘Corán’ leídas, siempre han creído que los europeos son meros campesinos
casados con sus tierras. ¿Era para Omar la revuelta castellana una simple
agitación de campesinos?
¿Qué aprendemos al ser juzgados por extranjeros? Pues que
nuestros juicios estéticos, que aquello por lo que peleamos, de lo cual creemos
que es grandioso, tal vez no lo sea. Como hijos de los dioses nos creemos
todopoderosos, y capaces, sí, de entenderlo todo de un golpe único. Como
españoles somos impresionistas, y recordamos que tal término nació de la burla
de la crítica, que siempre es una burla discreta. La pintura, o el arte de la
imagen, es la madre de la psicología, y viéndola aprendemos más de las guerras
internas del hombre que leyendo a Freud, hombre que jamás fue leído por William
Shakespeare, padre de todos los psicólogos.