Lucha de Clases ✆ Pablo O'Higgins |
I
Que la sociedad se encuentre dividida en clases no significa
simplemente que entre sus elementos haya diferencias de posición o poder,
capacidades distintas para acceder a bienes y derechos, desigualdades relativas
al disfrute de la naturaleza o de las producciones culturales de la humanidad.
La partición clasista no designa tampoco, o no nada más, una situación de
inestabilidad e inquietud sociales, una confrontación entre dominadores o
dominados, entre los mejor y los peor colocados en cada ámbito social; tampoco
se designa con ella una condición de rijosidad extrema ni un ambiente de
movilización desasosegada, la experiencia de la incertidumbre ante las
reacciones posibles, desaforadas, de los que mandan o de los que obedecen. Las
clases sociales, en su enfrentamiento, muestran el músculo cuando se
manifiestan en las acciones de grandes contingentes, en mareas de gran fuerza
escenográfica, es cierto, pero las confrontaciones de clase acontecen también
en los pequeños días (por usar
una expresión de Bolívar Echeverría), cuando nadie podría sospechar que bajo
los prados cavan los topos viejos.
El concepto lucha de clases no designa simplemente
el hecho de que una o varias porciones de la sociedad pugnen, antagónicamente,
por mejorar la proporción que les toca de la producción social; tampoco
menciona un grado de intensidad de dicho conflicto –en el sentido de que la
lucha podría evolucionar de serena y civilizada, gremial y democrática, a antagónica
y clasista–. Precisamente porque no nombra la situación simple de que la
sociedad es conflictiva, ni indica el grado de acaloramiento o seriedad del
diferendo, la lucha de clases no puede disminuirse a través de políticas de
diálogo, o de reconocimiento y aceptación de la otredad del otro. Resulta
incluso dudoso que amplias medidas de redistribución económica, o de
desorganización y cooptación abierta de las organizaciones y líderes sociales
puedan aplacarla.
Uno de los obstáculos epistemológicos que conspiran contra
la comprensión adecuada de la realidad y el análisis clasistas radica no sólo
en la confusión del grado de acaloramiento de la lucha con su caracterización
como clasista sino, también, la identificación fácil entre las formas de organización
y las clases en cuanto tales. Sindicatos, movimientos, agrupaciones campesinas
o urbanas, grupos, partidos, tribus reales o virtuales, y muchas más maneras en
que pueden cristalizar las vinculaciones de unos individuos con otros no
necesariamente son “expresiones” de clase; de hecho, se trata de fenómenos
inconmensurables con la dimensión clasista de la sociedad. Uno de los mayores
yerros del pensamiento de izquierda marxista en la historia radicó en confundir
las instituciones organizativas con las clases en sí mismas: ningún partido,
por obrero o comunista que fuese, podría corporeizar al proletariado como
clase.
La lucha de clases continúa ejerciéndose, aun en situaciones
de aparente tranquilidad en las que no hay organizaciones sociales fuertes o
las relaciones entre ellas y el Estado no son tirantes o de confrontación.
Habría guerra de clases en las sociedades capitalistas incluso en el improbable
caso en que las desigualdades de riqueza se limitaran ampliamente.
Todo ello, porque el objeto del concepto de lucha de clases
no se refiere a una entidad designable o localizable, a una sustancia o a una
esencia; no habla sin más del choque y la confrontación de dos o más entes,
cualquiera que éstos fuesen, sino que nombra el acontecimiento de una cesura,
de una partición fundamental, la dinámica de una separación, de una diferencia,
el conflicto de una distancia, el dirimirse de una desgarradura.
II
Que haya lucha de clases significa estrictamente que la
sociedad no es totalizable: que no es ni puede ser una totalidad, una entidad
única y unificable, un conjunto enumerable y abarcable, un proceso
desenvolviéndose en un plano donde podría encontrarse un algoritmo que
conectara todos los puntos. Valdría decir que el conflicto clasista es un
indicador de que la sociedad es compleja, siempre que no se emplease aquí la
noción de complejidad en el sentido ingenuo-hegeliano que afirma que todo tiene
relación con todo, sino en la perspectiva luhmanianna para la cual un sistema
es complejo cuando, precisamente, no todo puede tener relación con todo. Que
haya clases significa entonces que lo social se encuentra diezmado por una
hendidura, por un resquebrajamiento abismal que recorta una especie de placas
tectónicas ya no vinculadas más que en sus intersticios.
Las clases sociales no son complementarias, no es posible
sumarlas para producir el todo, ni se compensan una a la otra en forma alguna.
En la sociedad capitalista, el proletariado no es la versión negativa de la
burguesía y no se encuentra siquiera en el mismo espacio que ella. Hay una
diferencia irrebasable de un palmo al otro de lo social. En el libro Conocimiento e interés, el joven Jürgen
Habermas describió muy bien las implicaciones de la partición en clases
conceptualizada por Marx: afirmó que con ella se mentaba una “distorsión
sistemática de la comunicación”; es decir, una intraducibilidad, una
incomprensibilidad estructural, una ininteligibilidad no casual o coyuntural,
sino consustancial al capitalismo, que acontece a través de la puesta en juego
de un sistema de símbolos escindidos que vuelven imposible el diálogo pleno
entre los miembros de la sociedad.
La distorsión de la relación dialógica está sometida a la
causalidad de símbolos escindidos y de relaciones gramaticales reificadas; es
decir, sustraídas a la comunicación pública, vigentes sólo a espaldas de los
sujetos y así, al mismo tiempo, empíricamente coactivas.
Marx analiza una forma de sociedad que ya no
institucionaliza el antagonismo de clases bajo de una dependencia política y de
un poder social inmediatos, sino que lo asienta en la institución del contrato
libre que imprime la forma de mercancía a la actividad productiva. Esta forma
de mercancía es una apariencia objetiva, pues hace irreconocible para ambos
partidos, capitalistas y asalariados, el objeto de su conflicto y restringe su
comunicación.1
La lucha de clases es entonces el síntoma de una
imposibilidad de comunicación completa y transparente. Lo que enuncia una parte
de la sociedad resulta incomprensible para la otra. El sistema de los signos
está atravesado por escisiones que enturbian todo intento de diálogo. El
marxismo mostraría así, en el terreno de lo social, una situación análoga a la
que habría sido diagnosticada por el psicoanálisis al nivel de la historia
individual: la imposibilidad de recuperar el relato pleno del sí mismo, el
sistema de escisiones –el inconsciente– que recorre el inalcanzable relato de
la identidad.
Esta situación apunta a que el conflicto clasista de la
sociedad no puede superarse o resolverse a través de campañas educativas que
promuevan la importancia del respeto al otro y eduquen a los individuos en la
tolerancia. No es que estos mensajes y esta educación carezcan de importancia
sino que no alcanzan a llenar el vacío del resquebrajamiento comunicacional estructural
que funda a la sociedad. Ningún esfuerzo de homogeneización o adoctrinamiento
publicitario, por amplio y descarnado que fuese, podría colmar la desgarradura
que trabaja al sistema lingüístico-semiótico, que articula-separa la formación
social. Hay una violencia permanente de la “comunicación” que no puede salvarse
por ningún propósito de dulcificación de las palabras, o por ningún afán de
perseverar en el terreno de lo políticamente correcto.
Pero si en esta sociedad la palabra nace sistemática y
estructuralmente distorsionada, ello no es exclusivo de la dimensión
lingüística, sino que la deformación y la ruptura caracterizan todos los
sistemas de intercambios –desde luego, en primer lugar, a las interacciones
económicas–. No es éste el lugar para desarrollar de modo amplio esta
problemática; recordemos simplemente cómo el propósito de Marx en El capital radicó en mostrar que la
economía capitalista no es totalizable, pues la constituyen contradicciones
insalvables, entre ellas desde luego las que escinden la oferta y la demanda,
el salto mortal de la mercancía que enfrenta al tiempo humano con el del valor,
y que hace que constantemente acontezcan sobre producciones o desvalorizaciones
caóticas de los bienes y de las personas. Toda la filosofía de Bolívar
Echeverría, por tomar aunque sea un ejemplo entre los muchos autores dedicados
a estudiar las desgarraduras profundas del capitalismo, está basada en el
estudio del carácter a la vez irrebasable e invivible de la contradicción,
esencial a la forma mercancía, entre el valor de uso y el de cambio:
Marx afirma que la principal diferencia de la vida del ser humano moderno respecto a formas de vida social anteriores está en que él debe ahora organizar su vida en torno a un hecho fundamental desconocido anteriormente, que es la contradicción entre el valor de uso y el valor mercantil de su mundo vital, entre la “forma natural” que tiene la reproducción de su vida y otra forma parasitaria de ella, coexistente con ella, pero de metas completamente divergentes, que es la forma abstracta y artificial en que ella funciona en tanto que pura reproducción de su valor económico dedicado a autovalorizarse.2
La modernidad, o las modernidades capitalistas consisten en
estrategias disímbolas que las sociedades ponen en acto para tratar de
sobrellevar la contradicción entre valor de uso y valor de cambio; tal
disyunción impregna todos los rincones de la socialidad capitalista. Continúa
Echeverría:
En todo momento, en toda acción de la vida cotidiana, en el trabajo, en el disfrute, en la vida pública, en la vida privada, en todas partes y en todo momento, esta contradicción va a estar presente; éste es el hecho capitalista por excelencia que fundamenta la modernidad “realmente existente”. 3
Que haya conflicto clasista significa que las
contradicciones esenciales del capitalismo no son rebasables: si encontrasen
una solución, sólo podría provenir de la destrucción del sistema en cuanto tal.
La lucha de clases es síntoma no de un conflicto exacerbado, acalorado,
altisonante, sino sobre todo de una ruptura que no puede curarse en los marcos
del presente modo de producción.
La lucha de clases implica que la economía capitalista no es
estabilizable: que no existe ni puede existir el equilibrio, que no hay
política económica o programa de ajuste que pueda superar el hiato, la
desgarradura que trabaja, produce y mina al mismo tiempo el régimen del
capital.
III
La lucha de clases implica el enfrentamiento de contrarios
vinculados entre sí a través de una separación, una distancia, una
inconmensurabilidad. El choque, como si de placas tectónicas se tratase,
acontece sólo en los intersticios. Michel Foucault, en la Microfísica del poder, refiriéndose a la
noción nietzscheana de “emergencia” realiza una descripción que podría
aplicarse al concepto de enfrentamiento clasista que hemos venido
desarrollando:
un lugar de enfrentamiento; pero una vez más hay que tener cuidado de no imaginarlo como un campo cerrado en el que se desarrollaría una lucha, un plan en el que los adversarios estarían en igualdad de condiciones; es más bien (…) un no lugar, una pura distancia, el hecho de que los adversarios no pertenecen a un mismo espacio. Nadie es pues responsable de una emergencia, nadie puede vanagloriarse; ésta se produce siempre en el intersticio. 4
Por su parte, Louis Althusser subraya la desigualdad de los
contrarios como el rasgo que caracteriza la dialéctica marxista frente al
hegelianismo:
La diferencia específica de la contradicción marxista es su “desigualdad”, o “sobredeterminación”, que refleja en sí su condición de existencia: la estructura de desigualdad (dominante) específica del todo complejo siempre-ya-dado.5
La no complementariedad de su enfrentamiento constituye a
los contrarios como contendientes, justamente, en la lucha de clases. Ello
significa que si dos antagonistas se enfrentan en el espacio social, y sus
demandas pueden negociarse, compensarse unas con otras, entonces estamos
hablando no de guerra clasista sino de diferendos intrasistema. Eso no implica,
por otro lado, que un choque que en un momento fue interno, domesticable, al
instante siguiente no pueda manifestarse como un desgarramiento inasimilable.
Ello no depende, por cierto, de las entidades que entran en juego sino del
carácter de la lucha que los vincula. Hay una prioridad constitutiva de la
lucha sobre los contrarios: el enfrentamiento crea a los contendientes, no a la
inversa. Los contrarios no preexisten a su lucha sino que son producidos en
ella. Todos los sujetos, insistió Althusser en diversas ocasiones, son
construidos, no son anteriores a la coyuntura en que intervienen sino que son
constituidos por ella.
Las clases sociales, los contrarios radicales del
capitalismo no se enfrentan en el mismo espacio, no son conmensurables,
comparables; cada uno de ellos enarbola universos potenciales diferentes,
proyectos históricos distintos. El proletariado, cuando fue la principal clase
nuclear en el conflicto capitalista, prefiguró y ejerció una vida distinta de
la correspondiente a la burguesía, encarnó una cultura otra, alternativa,
otra forma de ser en el cosmos. Al pasar a nuevas etapas el régimen del
capital, la lucha sumará nuevas clases fundamentales y, cada vez, y por lo
mismo, otros mundos serán posibles.
Notas
1 Jürgen
Habermas. Conocimiento e interés, primera edición, Buenos Aires.
Taurus. 1990, página 70.
2 Bolívar
Echeverría, Vuelta de siglo, primera edición, México, Era, 2006,
página 210.
3 Ibídem.
4 Michel
Foucault, Microfìsica del poder, segunda edición, Madrid, Ediciones
La Piqueta, 1979, página 16.
5 Louis
Althusser, “Sobre la dialéctica materialista (de la desigualdad de los
orígenes)”, en Althusser y Balibar, Para leer El capital, primera edición, México,
Siglo XXI Editores, 1967, página 180.
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