En las tertulias televisivas y en declaraciones de
dirigentes políticos, con frecuencia, se pide a los portavoces de Podemos que
declaren públicamente si son o no de izquierda. Algunos de los interpelantes,
molestos, dan un paso más y denuncian a Podemos por su ambigüedad o se mofan
por el hecho de que Iglesias, Monedero, Iñigo Errejón, Carolina Bescansa o
Teresa Rodríguez, afirmen de que el eje derecha-izquierda está agotado en el
ámbito político y no sirve para designar correctamente la realidad. Lo que
propone Podemos es un terremoto para muchas cabezas que han nacido y crecido
políticamente en un mundo esquemático y no conciben mirar y analizar la
sociedad fuera del sistema de creencias con el que se identifican. El sistema
(la ideología) tiene respuestas para todo y generalmente se hace muy pocas
preguntas.
Pero, en su defecto, con frecuencia, las ideas preconcebidas
no facilitan el diagnóstico objetivo de lo que ocurre: ¿cómo sino explicar que
35 años de gobiernos socialistas mantienen a Andalucía en la precariedad y el
atraso, mientras que en el mismo tiempo un gobierno no de izquierda ha
configurado en Euskadi un estado de bienestar con prestaciones sociales
aceptables? ¿Cómo nombrar bien a las políticas de Andalucía y de Euskadi sin
caer en la trampa simplista de izquierda y derecha? ¿Qué lugar cabe asignar a
los partidos políticos que han gobernado ambas comunidades?
En mi opinión, lo que está ocurriendo es que Podemos ha roto
con los esquemas tradicionales de la política, inaugurando un escenario en el
que la relación entre ideología y política requiere de una nueva gestión más
flexible y más eficaz para romper la hegemonía de un bipartidismo que se
asienta en el mapa de las dos Españas continuamente alimentado por los dos
partidos de la alternancia.
El nuevo esquema de Podemos se apoya en dos ejes:
ciudadanía-casta y democracia-oligarquía. Con ello pretende que sus mensajes
lleguen a amplios sectores populares que votan a la derecha y lo hacen por
tradición familiar, recuerdo del franquismo, clientelismo, creencias
religiosas, ideas alimentadas de miedo a la izquierda come-niños, etc. A los
sectores populares que votan derecha, Podemos les dice: mire, aquí el conflicto
está planteado entre los de arriba y los de abajo. Los de arriba son una
minoría privilegiada que también les desahucia a ustedes y les lleva al
desempleo, y los empobrece. Esa minoría sirve a los ricos, a los intereses de
la banca, a las multinacionales, y está corrompida y nos roba a todos. Podemos
propone de este modo sortear el eje derecha-izquierda y lanza una pedagogía que
busca acumular fuerzas sociales, unir a los de abajo hayan votado lo que hayan
votado. El acierto de este enfoque, valiente y a la vez sensato, consiste en
que trata de romper con una realidad que se repite como una noria (alternancia
bipartidista) y que si no se remedia puede reproducirse por décadas más, ahora
gano yo ahora ganas tú.
Podemos ha roto el tablero del régimen del 78 y ha colocado
sobre la mesa otro tablero con otras fichas. La pregunta de muchas gentes que
militan en la izquierda es: ¿Es legítimo que Podemos enmascare su ideología
para ganar más votos? Mi respuesta es que sí, pero, además, no se trata de
enmascarar sino de revisar a fondo una mala relación entre ideología y política
que tantas derrotas ha dado a las izquierdas y en ocasiones a las derechas. Y
es que cuando la ideología se vuelca tal cual en el ámbito de la política
electoral salen perdiendo la política y los votos. La ideología de los partidos
constituye su identidad o razón de ser. Pero para bien o para mal, la
ciudadanía, la gente corriente, está en un plano diferente. Recientemente la
derecha ha tenido que dar marcha atrás en su proyecto de reforma de la ley del
aborto. El proyecto era coincidente con el modo de pensar de la mayoría del PP,
pero la ciudadanía no ha hecho suya la reforma. Si el PP no escondiera todos
los rasgos de franquismo que lleva en su interior, sería una fuerza menos
importante. Recuerdo que en los años ochenta numerosos partidos de izquierda
desaparecieron por cuanto cayeron en el error de presentar en sus programas
electorales todo aquello que pensaban ideológicamente. Sucedió que no
conectaron con la gente, con sus intereses y prioridades.
Podemos es una agrupación de izquierda. Lo tiene tatuado en
el ADN. Eso está fuera de toda duda. La igualdad y el principio de todos los
derechos para todas las personas está presente en su ideario y es el telón de
fondo de cuanto propone. Pero no lo plantea formalmente como un requisito de la
izquierda (que lo es), sino como un valor de ciudadanía y democracia. La
gestión entre ideología y política requiere manejar dos cajas de herramientas.
Cada caja contiene ideas, conceptos, discursos, palabras cargadas de sentido.
Algunas herramientas son iguales pero otras son diferentes. En la caja de la
ideología se encuentran un conjunto de creencias y principios sobre el modo de
organizar una sociedad y sus valores sociales y éticos. Desde la ideología se
construye una propuesta transformadora a largo plazo. En la otra caja, en la de
la política, se alojan propuestas a corto y medio plazo para mejorar sustancialmente
la vida de la gente. No conviene confundir los planos. Podemos busca la unidad
popular (incluyendo a las clases medias) para lograr cambiar las cosas a corto
y medio plazo, a partir de identificar los intereses y necesidades de las
mayorías sociales, sea lo que sea lo que hayan votado hasta ahora. La otra
propuesta, la de mayor recorrido y que apunta a un horizonte de nueva sociedad,
llámese socialista, o del Buen Vivir, o del Bien Común, queda de momento como
un arsenal inspirador, moral, la razón de ser del proyecto político que en
cualquier caso necesita de una larga transición que deberá ser protagonizada
por la mayoría social.
Recientemente, Julio Anguita, en el marco de una entrevista
en televisión, vino a decir en referencia a Izquierda Unida que debe romper con
su institucionalización en el régimen del 78 para, hacer otra política, de
ruptura. Claramente, sin decirlo, estaba dando la razón a Podemos. Y es que,
añado yo, la Izquierda Unida actual, anclada en el tradicional eje
izquierda-derecha puede proseguir doscientos años haciendo lo que hace,
subiendo y/o bajando unos pocos diputados, siendo siempre una minoría sin
posibilidad de gobernar. Esto que digo creo que ilustra bien el fondo de la
cuestión.
Pero, en otro sentido, Podemos ve una dificultad en
reivindicar la izquierda, cuando este espacio está ocupado mayoritariamente por
un partido político que en muchos aspectos no muestra grandes diferencias con
la derecha. Sus políticas económicas en el gobierno han sido homologables a la
derecha, por más que en lo social hayan sido progresistas y en derechos civiles
de izquierda. El PSOE ha hecho estragos con sus reformas laborables, la
constitucionalización del pago de la deuda por encima de los presupuestos
sociales, los desahucios… El PSOE se apuntó al modelo del ladrillo y cemento
abriendo el campo a una economía de espuma y especulación. La gran cantidad de
casos de corrupción que le sacuden hace que la ciudadanía vea a los dos
partidos hasta ahora mayoritarios como socios en sus correrías de robo de
dinero público. Con semejante carga en la mochila de los socialistas, es normal
que los portavoces de Podemos respondan a quienes les interpelan si son o no de
izquierda con cierta ironía: aquí la izquierda es la otra mano cómplice de la
derecha.
Finalizo. ¿Quiere esto decir que ya no tiene sentido el eje
izquierda-derecha? Al menos para mí tiene muchísimo sentido. Lo tiene en la
batalla de las ideas y de los valores, pues como decía Antonio Gramsci en la
hegemonía cultural se resuelve buena parte del estado y del futuro de las
sociedades. Lo que ocurre es que este eje, por si mismo, no puede dar un vuelco
a la correlación de fuerzas para abrir un proceso constituyente y transformar
un país. Aplicado al campo de la política es un eje que repite resultados con
escasos cambios. Podemos está proponiendo nuevos ejes para disputar a la
derecha la adhesión de cientos de miles y millones de sus votantes que
socialmente son parte del campo popular. Ahí es donde se pone de relieve su
ambición de ganar.
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