“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/5/12

Alejandra Kollontai, bolchevique y feminista

María Ruipérez

En el año 1952 falleció en Moscú a los ochenta años, de muerte natural, la única figura de la «Vieja Guardia» bolchevique que logró sobrevivir a las purgas estalinistas: Alejandra Kollontai. Dirigente de la Oposición Obrera y organizadora en la Unión Soviética del movimiento para la liberación de la mujer dentro del nuevo régimen socialista.

En el año 1952 falleció en Moscú a los ochenta años, de muerte natural, la única figura de la «Vieja Guardia» bolchevique que logró sobrevivir a las purgas estalinistas: Alejandra Kollontai.  Dirigente de la Oposición Obrera y organizadora en la Unión Soviética del movimiento para la liberación de la mujer dentro del nuevo régimen socialista,  su obra ha sido cuidadosamente silenciada en su pais.  Pese a su importancia como símbolo histórico en el que se fusionan dos aspectos de la lucha por la creación de una nueva sociedad auténticamente revolucionaria: su mili-tanda activa y critica en el Partido y su feminismo.  Aspectos que, por otro lado, tienen hoy plena vigencia, pese a los años transcurridos desde entonces, como lo demuestra la creciente atención hacia su persona y su obra, reflejada en nuestro país en la aparición de la serie de libros que motiva este comentario.

¿Quién fue Alejandra Kollontai?  Como ella misma explicó en su «Autobiografía» (que fue traducida al castellano) , procedía de un medio burgués acomodado, como otros lideres y teóricos revolucionarios rusos, y entró en contacto con las nuevas ideas opuestas al zarismo a través de sus experiencias personales, de su incapacidad para justificar la injusticia y de su amor a la libertad.  Desde 1896 comenzó su interés por la lectura de los textos marxistas.  Y dos años más tarde, se afilió al Partido Socialdemócrata ruso.

A partir de este momento, su continua actividad como propagandista y escritora se dirigiría no sólo a la divulgación del marxismo, sino también a la creación de una conciencia feminista, a la que hasta entonces el Partido no había prestado ninguna atención En esta segunda faceta, para Alejandra Kolontai —a diferencia de las teorías defendidas por las feministas burguesas— no podía existir una completa liberación de la mujer sin una transformación total del orden social; la emancipación de la mujer sólo sería posible dentro de la sociedad socialista, a través de una nueva relación hombre-mujer basada en la solidaridad y camaradería, en la que, por supuesto, la mujer fuera económicamente independiente.  En la «mujer nueva» ensalzada por ella, el amor ocuparía un plano secundario para dar prioridad a sü propia realización como ser humano, como un trabajador equiparado al hombre Al mismo tiempo, la organización socialista liberaría a la mujer de las dos ataduras que a lo largo de la Historia han impedido su plena realización: el trabajo doméstico y el cuidado de los niños.  Con un optimismo que la Historia posterior no ha confirmado, A.  Kollontai esperaba la desaparición de estas limitaciones gracias a la sustitución de los quehaceres individuales por el «trabajo casero colectivo», y la crianza de los hijos en las guarderías estatales.  La «unión libre», como sustituto del matrimonio indisoluble, y la sustitución del cariño egoísta hacia los propios hijos por el amor hacia todos los niños de la nueva sociedad, completaban la descripción del futuro comunista deseado por la Kolontai: «En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante lodo obreros y camaradas».

Este conjunto de ideas, aunque en la actualidad resulte insuficiente a los ojos de los sectores más radicales del movimiento feminista, levantó una auténtica oleada de indignación y escándalo, no sólo en los medios burgueses europeos, sino en la propia Rusia revolucionaria en la que Kollontai publicó sus escritos sobre el tema.  El mismo Lenin atacó los puntos de vista sobre las relaciones hombre-mujer y la nueva moral sexual expuestos por el «diablo bolchevique», quien por supuesto no conseguiría llevar a la práctica su doctrina en los años de puritanismo estaliniano.

El segundo aspecto importante de la personalidad de A. Kollontai, complementario del anterior, corresponde a su labor como militante y teórica marxista, en la que logró sus mayores éxitos —fue la primera mujer miembro del Comité Ejecutivo del Soviet, y llegó a ocupar los cargos de Comisario del pueblo para la asistencia pública, y embajadora en Noruega y enMéjico—, y sus mayores fracasos.  Tras la euforia revolucionaria de 1917 y la intensa actividad desplegada en los meses siguientes desde su puesto ministerial, el rumbo de la revolución determinó la temprana aparición de actitudes criticas en el pensamiento de la Kolontai, al igual que en algunos sectores del proletariado ruso.  La «férrea disciplina laboral» implantada ya en 1918, con la devolución de muchas empresas a sus antiguos propietarios y el restablecimiento de la autoridad de los directores y técnicos capitalistas, provocó las primeras protestas obreras, articuladas progresivamente en diversos grupos comunistas de oposición, entre los cuales la Oposición Obrera desempeño en los años 1919-22 un papel de primera importancia.

Para A. Kollontai, cuyo folleto «La Oposición Obrera» representa la principal formulación doctrinal de esta corriente, la degradación de la revolución era el resultado del aumento de la burocracia dentro del Partido —«verdadera esclerosis» que impedia cualquier tipo de actividad personal y colectiva—, y de la desconfianza de los dirigentes en la clase obrera, que habia conducido a una progresiva separación entre el Partido y el proletariado y al establecimiento de un rígido control económico e ideológico del primero sobre el segundo.

El punto culminante del debate entre las posiciones de este grupo y el resto del Partido se produjo en el X Congreso, celebrado en 1921.  La discusión sobre el papel de los sindicatos enfrentaría a A. Kollontai y a la Oposición Obrera, partidarios del control de la economía por los sindicatos, con Trotski —defensor de la estatalización de estas organizaciones—, y con la postura intermedia de Lenin y la «Plataforma de los Diez».  Acusados por Lenin de«elementos anarquistas pequeño-burgueses», dedicados a hacer demagogia y a poner en peligro la dictadura del proletariado, los miembros de la Oposición fueron derrotados por una amplia mayoría de votos, y su grupo —condenado oficialmente en 1922— desapareció un año después.  Con él se hundía también la esperanza revolucionaria de muchos proletarios para los que el control obrero en el terreno económico significaba la auténtica plenitud del proceso revolucionario.

Para Kollontai, la derrota de la Oposición Obrera representaba el fin de sus más queridas aspiraciones.  Alejada de la Unión Soviética tras su nombramiento como embajadora en Noruega, durante veinte años sus misiones diplomáticas le impidieron participar en la vida política de su país, aunque a cambio le libraran de perecer en las purgas estalinistas, como la mayoría de sus antiguos amigos.  Pero la oposición tiene siempre que pagar por serlo, y Alejandra Kollontai no podía ser una excepción: la soledad y la imposibilidad de defender sus convicciones fueron la condena en vida de una de las figuras más importantes de la revolución rusa, precursora de la izquierda radical de nuestro tiempo y máxima defensora del feminismo revolucionario.