Revolución de 1848, Berlín |
Las rupturas revolucionarias, con raras excepciones, se
producen sin fecha en el calendario. En otras palabras, no son fácilmente
previsibles y ocurren en lugares donde no eran esperadas. Cito entre otras, la
mexicana, la boliviana, la vietnamita, la cubana, la argelina, la chilena, la
portuguesa de Abril del 74. En la propia Rusia, la Revolución de Octubre de
1917, en secuencia de la Revolución de Febrero, contradijo tesis de Marx al
asumirse como socialista en un país capitalista atrasado.
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Difieren mucho las motivaciones complejas que están en el
origen de esas y otras revoluciones, así como el rumbo y desenlace de cada una.
Un denominador común –resulten ellas de levantamientos populares o del
funcionamiento de mecanismos institucionales- es él rechazo de los oprimidos a
seguir sometidos pasivamente a las políticas de la clase dominante que no
dispone más de la fuerza suficiente para imponerlas. El análisis de Lenin sobre
el tema mantiene su validez.
En las rupturas violentas en que el pueblo actúa como sujeto
directo, el momento en que las masas se movilizan contra el Estado opresor y lo
destruyen es inseparable de situaciones históricas que varían de caso en caso.
En la gran Revolución Francesa de 1789 una generación de
brillantes pensadores había demostrado hace mucho que la monarquía de derecho
divino, con sus resquicios feudales, era un régimen monstruoso, una aberración
en la Francia setecentista. Más fue preciso que el precio del pan aumentara
después de una sucesión de cosechas desastrosas para que en el auge de una
crisis económica profunda, se produjese el levantamiento popular en una ruptura
que asumió rápidamente los contornos del desafío revolucionario.
En las guerras coloniales, la desesperación de pueblos
sometidos por las potencias europeas a sistemas de explotación con
características casi esclavistas funcionó cómo mecha de las luchas de
liberación. Jean Paul Sartre subrayó que, el colonialismo degrada tanto al
hombre que la propia vida, bien supremo, pierde significado y la insurrección armada
surge como la opción impuesta por la defensa de la dignidad.
El imposible aparente puede transformarse entonces en
realidad, como aconteció en Vietnam y en Argelia, cuando dos pequeños y pobres
pueblos derrotaron grandes potencias imperiales.
Tiempo de viraje
La humanidad enfrenta una crisis de civilización sin
precedentes. Difiere de otras porqué es global. El imperialismo,
transformándose, sin renunciar a su esencia inhumana y depredadora, pretende,
sobre todo a través de su polo hegemónico, los Estados Unidos, mantener a los
pueblos sometidos a su proyecto de dominación universal. Incapaces de superar
la crisis estructural del capitalismo, los EEUU, con el apoyo de los grandes de
la Unión Europea, desencadenaran contra países de Asia y de África guerras
genocidas para saquear sus recursos naturales.
Empantanado en esas agresiones, el imperialismo pretende
justificarlas utilizando un engranaje mediático planetario que forja una
realidad virtual. Transmuta el crimen en virtud y enmascara guerras destructoras
como “intervenciones humanitarias” en defensa de la libertad y de la
democracia. Una constante en esa perversa masacre mediática es la formación de
que la era de las revoluciones finalizó y que el neoliberalismo, rebasadas
crisis coyunturales, emerge como la ideología definitiva.
No convence a los pueblos. El caos mundial generado por el
sistema capitalista demuestra cada nuevo día que la lucha de clases se
intensifica en decenas de países y que la humanidad se encuentra en el umbral
de una era de nuevas revoluciones.
Tómese a Grecia cómo ejemplo. No hay campaña mediática, ni
discurso de Obama o Merkel, o decisión de banqueros de los EEUU o de la UE que
pueda apagar la evidencia de que los trabajadores de Grecia responsabilizan al
imperialismo por los sufrimientos de su pueblo.
Portugal, antes y hoy
En Portugal ocurrieron en el siglo XX transformaciones
sociales profundas que los historiadores y cientistas políticos tienen
dificultades para explicar.
Durante casi medio siglo el pueblo portugués fue sometido a
una dictadura fascista. Una única fuerza política organizada, el Partido
Comunista Portugués, combatió en la clandestinidad contra ese régimen,
brutalmente represivo, que mantuvo al país en un atraso económico y cultural
inocultable. Las Fuerzas Armadas, la iglesia y la burguesía apoyaron a Salazar.
Hubo resistencia, pero solo una minoría participó en las luchas sociales
lideradas por la vanguardia comunista.
Fue la guerra colonial la que funcionó como espoleta del
descontento popular, creando condiciones para la ruptura de Abril de 1974.
Ocurrió entonces lo inimaginable. El derrocamiento del
fascismo por el Movimiento de las Fuerzas Armadas desemboco en un proceso
revolucionario. La alianza del Pueblo con la vanguardia militar, el MFA,
permitió que en tiempo muy breve Portugal fuera escenario de una gran
revolución.
En poco más de un año, en los gobiernos provisionales del
general Vasco Gonçalves, el pueblo, reasumiéndose como sujeto de la Historia,
realizó conquistas revolucionarias que Europa Occidental no conocía desde la
Comuna de París.
La ruptura de la alianza del movimiento popular con el
MFA-afectado por graves divisiones internas- abrió las puertas al inicio de la
contrarrevolución.
El golpe del 25 de Noviembre del 75 señaló el fin del
periodo revolucionario. En la nueva correlación de fuerzas, un MFA que
renunciaba a su programa, permitió que el Partido Socialista y el Partido
Popular Democrático, hoy PSD, desencadenasen la contrarrevolución legislativa,
en un reflujo histórico desconcertante.
Pero la gradual supresión de las conquistas de Abril fue
lenta, en un proceso sinuoso, iniciado por Mario Soares.
Los trabajadores
lucharon tenazmente en defensa de las nacionalizaciones. Fueron necesarios casi
quince años para que el PS y el PSD, en complicidad, reconstituyesen el
latifundio, destruyendo la Reforma Agraria que resistió en una gesta heroica.
Luchas y absurdos
Alternándose en el poder, el PS y el PSD ejecutaron
políticas de derecha de recorte neoliberal y en el plano exterior se sometieron
a todas las exigencias del imperialismo norteamericano y europeo.
El gran capital financiero recuperó el poder político y una
estructura monopolista más poderosa de la que tuvo el fascismo –en gran parte
controlada por el imperialismo domina la economía nacional, asfixiándola.
Hoy, el país, sometido a uno de los gobiernos más
reaccionarios de la Comunidad Europea, está arruinado y fue conducido a orilla
del abismo.
¿Cómo fue posible? Se formula la pregunta diariamente, pero
encontrar una respuesta no es fácil.
Al gobierno de derecha y proimperialista de Sócrates le
sucedió otro aún peor, más agresivo y más sumiso a las exigencias de Bruselas y
Washington.
Las exigencias tortuosas del capital entregan en ocasiones
las insignias del poder a políticos, ostensiblemente mediocres. Los EEUU
tuvieron un George Bush hijo; Salazar impuso a Américo Tomás.
Pero raramente, igualmente en la era fascista, Portugal
habrá soportado un gobierno con tamaño ramillete de gente perversa, ignorante o
privada de inteligencia mínima.
El Primer Ministro refleja la imagen del conjunto. Cultiva
un discurso cantinflesco en que amontona frases pomposas sin significado. Pero
a diferencia del mexicano Mario Moreno, siempre solidario con los oprimidos,
Passos, en sus arengas reaccionarias, presta vasallaje a los opresores.
¿Y qué decir de su ministro de Economía, personaje que hace
recordar a los compères de las antiguos espectaculos de veaudeville de
Lisboa?¿Y de un Relvas, criatura que parece arrancada de una pieza de teatro
del Absurdo?
¿Hasta cuándo?
La condena de esa estrategia de traición nacional es
evidente. Quedó expresada en gigantescas y frecuentes manifestaciones de
protesta y en dos huelgas generales. ¿Hasta cuando esto va a durar? Cualquier
previsión sería irresponsable.
La única certeza es que el fin de la pesadilla exige una
ruptura. Pero las condiciones subjetivas para que ella asuma un carácter
revolucionario no están aún creadas.
¿Qué hacer entonces, en esta dramática curva de la historia
portuguesa?
La mayoría del pueblo, bombardeado por un engranaje
mediático montado por él gran capital, cree aún en la posibilidad de una salida
institucional frente a la crisis, es decir, admite que las fuerzas progresistas
pueden llegar al gobierno a través de elecciones para retomar el proyecto
democrático de Abril.
Miguel Urbano Rodrigues |
Repito la afirmación inicial. Las rupturas revolucionarias
no son preestablecidas. Contrarían previsiones y toman casi siempre un rumbo
inesperado.
En Portugal, la actual política de traición nacional es
condenada por la aplastante mayoría de la población. Será finalmente el pueblo
el que le ponga fin.
Traducción: Jazmín Padilla |