Europa crash ✆ Fernando Vicente |
La undécima Conferencia del BIS (Banco de Pagos
Internacionales), realizada en junio, estuvo dedicada a la globalización
financiera. La contribución de Stephen Cecchetti (jefe del Departamento de
Economía y Dinero del BIS) presenta cuestiones que son de interés para los
debates de la izquierda sobre el significado de las finanzas. Es que mucha
gente progresista, o crítica del capitalismo, sostiene que la causa principal de
la crisis iniciada en 2007 fue la mundialización de las finanzas, producto a su
vez de la desregulación de los mercados y del ascenso del neoliberalismo. Según
esta perspectiva, los capitales financieros impusieron su dominación sobre el
capital productivo a comienzos de los 1980, por lo cual succionaron el
excedente y alimentaron la especulación y el parasitismo. En esta lectura, el
crecimiento del crédito y de las finanzas es entendido entonces como sinónimo
de estancamiento de las fuerzas productivas. La globalización financiera habría
sido perjudicial, y la contradicción fundamental pasaría por la oposición entre
las finanzas y los pueblos (incluyendo este segundo polo a las fracciones del
capitalismo productivo). El objetivo sería, por lo tanto, poner “en caja” a las
finanzas.
Como adelantamos, la intervención de Stephen Cecchetti da
pie para realizar algunas reflexiones sobre el tema. Lo que sigue se ordena de
la siguiente manera. En primer lugar, presento la postura de Cecchetti. En
segundo término, explico por qué -desde el enfoque “a lo Marx”-, el crédito es
consustancial al desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas y el
mercado mundial. Pero también por qué las finanzas y el crédito potencian las
contradicciones, la sobreproducción y la crisis. La idea es que esta es la
dialéctica que subyace a lo que registra, tal vez de manera confusa, Cecchetti.
Una dialéctica que muchas veces pasan por alto los críticos del capitalismo.
Preciso también que en esta nota me centro en el rol del crédito y las
finanzas.
Un enfoque desde el
BIS
Según Cecchetti, la globalización fue beneficiosa para los
pueblos, ya que mejoró los niveles de vida de millones de personas. Pero esto
solo fue posible porque descansó en intermediarios financieros que proveyeron
los fondos para el desarrollo del comercio. Es que el sistema financiero,
argumenta, permite asignar recursos con eficiencia, y que los individuos,
empresas y gobiernos reduzcan la volatilidad del consumo y la inversión. Sin
embargo, el crecimiento de las finanzas dejaría de ser bueno cuando los niveles
de endeudamiento superan ciertos niveles. Por ejemplo, cuando la deuda de
hogares, empresas y gobiernos alcanza el 90% del PBI; o cuando el sector
financiero incrementa en demasía su participación en el valor agregado y el
empleo. De acuerdo a estudios realizados por el propio Cecchetti, los problemas
empiezan si el empleo en el sector financiero supera el 3,2% del empleo total,
y si el valor agregado por las finanzas el 6,5% del valor agregado total. Sostiene
que en 2008 el empleo en el área financiera en EEUU, Canadá, Gran Bretaña e
Irlanda era del 4,1%, 5,7%, 3,5% y 4,5%, respectivamente. Y que el valor
agregado por las finanzas en EEUU alcanzaba el 7,7% y en Irlanda el 10,4%. En
definitiva, la internacionalización de las finanzas habría sido buena hasta
cierto punto, pero superado ese umbral se habría convertido en un problema.
Cecchetti plantea que la evidencia empírica también sugiere que una creciente
participación del sector financiero en el empleo y el valor agregado hace más
lento el crecimiento, y afecta negativamente a la productividad. La razón es
que consumiría recursos escasos, en especial mano de obra calificada y capital
especializado. Por otro lado, también la globalización financiera tendría su
aspecto negativo. Es que los flujos de capital alimentan booms de crédito (el
crédito supera la provisión doméstica de fondos), pero cuando esa provisión se
seca, todo viene para abajo. Por eso, al haber aumentado la dependencia de las
economías nacionales de los flujos de crédito dominados por algunos grandes
bancos, los problemas de un país rápidamente se transmiten a los otros países y
a los mercados internacionales. “La experiencia de algunos países sugiere que
demasiado capital internacional, como demasiada deuda, es perjudicial”.
Puede verse en todo este planteo una coincidencia con la
posición de la izquierda que comentamos en la introducción. Si bien con un
enfoque teórico distinto, por los dos lados se sostiene que el crecimiento de
las finanzas perjudica a la producción, incrementa los riesgos de grandes
crisis, y de su transmisión internacional. Por eso no es casual que también
encontremos coincidencias en las soluciones: en la actualidad muchos
encumbrados economistas y funcionarios del BIS, y de otros organismos, abogan
por un mayor control de los Estados sobre las finanzas. El texto de Cecchetti
se inscribe en esta corriente de opinión.
El aspecto
“progresivo” del crédito en Marx
Una de las ideas centrales de Marx sobre el crédito es que,
en tanto existan el mercado y la propiedad privada del capital, las finanzas
tendrán un rol vital, y crecerán al compás de la extensión del mercado. La
razón es que a medida que se desarrolla el sistema de trabajo asalariado, todo
producto se transforma en mercancía, y debe someterse a la transformación
mercancía-dinero. Por eso, la masa de capital mercantil, y su volumen de valor,
crecen de manera absoluta y relativa; y un capital circulante cada vez más
extenso tiene que convertirse en capital dinerario. Por otra parte, los
adelantos de capital fijo se efectúan de una sola vez y por todo su volumen de
valor, pero su recuperación por el capitalista ocurre de manera gradual, a lo
largo de períodos de varios años, y bajo la forma de atesoramiento; a lo cual se
suma la plusvalía que los capitalistas atesoran con vistas a la ampliación del
capital fijo. Es claro que sin el crédito, este atesoramiento sería una traba
para el desarrollo capitalista: “Estos numerosos puntos en los que el dinero se
retira de la circulación y se acumula en tesoros -o capitales dinerarios en
potencia- individuales, parecen ser otros tantos obstáculos opuestos a la
circulación, ya que inmovilizan el dinero y lo privan durante un tiempo más o
menos considerable de su capacidad de circular” (Marx, 1999, p. 601, t. 2).
Esos capitales dinerarios potenciales se concentran entonces en manos de los
bancos (hoy también en manos de fondos de inversión de todo tipo) y se
transforman en capital prestable, pasando así a ser “capital activo”. De esta forma,
el crédito permite poner a disposición del capital sumas considerables de
dinero que, en otro caso, permanecerían inactivas. Pero entonces las finanzas
se convierten en una palanca de la acumulación; muchos desarrollos productivos
no serían posibles sin su concurso. “No hay que olvidar… que el propio sistema
de crédito es, por una parte, una forma inminente del modo de producción
capitalista, y por la otra, una fuerza impulsora de su desarrollo hacia su
forma última y suprema posible” (Marx, 1999, p. 781, t. 3).
Además, el crédito permite economizar dinero: “(e)l
mecanismo crediticio en su totalidad se ocupa constantemente, mediante todo
tipo de operaciones, métodos, procedimientos técnicos, en restringir a un
mínimo relativo siempre decreciente la circulación metálica real (hoy diríamos,
la circulación de billetes), con lo cual aumenta también, en la misma
proporción, la artificiosidad de todo el mecanismo y las posibilidades de
perturbación en su funcionamiento normal” (ídem, p. 611). Por otra parte, en
tanto los salarios superan las necesidades mínimas de supervivencia, y se hace
posible la compra de bienes durables, o viviendas, debe aumentar la masa de
fondos líquidos que atesoran los asalariados para hacer frente a estas
necesidades. Pero el crédito que se extiende al asalariado (créditos
hipotecarios, al consumo de bienes durables, etc.) reduce esa masa de dinero
atesorado. Por eso, las cuentas bancarias salariales constituyen otra fuente de
ahorro de circulante (en otras palabras, de aumento de la velocidad del
dinero), así como de posibilidad de ampliación del crédito.
Mundialización del
capital y finanzas
Todo esto explica por qué las finanzas son vitales para la
acumulación del capital, y no pueden ser suprimidas a voluntad. En otros
términos, en tanto exista capitalismo, habrá crédito e instituciones y
capitales financieros. En consecuencia, también es natural que el crédito se
expanda a medida que los capitales se internacionalizan, y se extiende el
mercado mundial: “los mercados se expanden y se alejan del lugar de producción…
por ello los créditos deben prolongarse”, explica Marx (1999, p. 619, t. 3).
Por eso, con la internacionalización de la economía crecen los bancos y otras
entidades financieras dedicadas al movimiento de capitales, sea por inversiones
de carteras, o por inversión directa extranjera. Paralelamente, surgen
infinidad de instrumentos para intentar protegerse, o especular, frente a las
variaciones de los tipos de cambios, de los precios de las mercancías que
cotizan en el mercado mundial, de las tasas de interés. Es innegable que la
mundialización del capital habría sido impensable sin la mundialización del
crédito. Algunas cifras son reveladoras de la magnitud que adquirió el fenómeno
en las últimas décadas. El stock de inversiones en activos extranjeros
alcanzaba, en 2010, los 96 billones de dólares, 10 veces más que en 1990. De
ese stock, los bancos centrales poseían activos en reservas por 8,7 billones de
dólares. Los activos por inversión extranjera directa llegaban, también en
2010, a 21 billones de dólares; el stock de préstamos internacionales de los
bancos alcanzaba los 31 billones de dólares. Y no se trata, por supuesto, solo
del crecimiento de los flujos de capitales del “imperio norteamericano”, ya que
el fenómeno tiene múltiples fuentes. En 1999 la red de inversiones
transfronteras centradas en EEUU, representaba el 50% de todas las posiciones
financieras existentes. En 2009 la participación de EEUU en el total de
inversiones internacionales se había reducido al 32%. En vísperas de la crisis
de 2008, las inversiones internacionales de América Latina, los países
asiáticos exceptuado Japón y el Cercano Oriente estaban creciendo al 39% anual.
El valor total del stock financiero mundial (comprendiendo la capitalización accionaria
y bonos y préstamos existentes) llegaba, a fines de 2010, a los 210 billones de
dólares; los flujos internacionales de capital ese año fueron de 4,4 billones
de dólares (todos los datos del informe “Mapping global capital markets 2011”,
McKinsey Global Institute). Subrayo, este crecimiento es inherente a la
naturaleza del capital.
Palanca de la
sobreproducción
Pero así como sería impensable la acumulación capitalista
sin el concurso del crédito, con su expansión también se amplían las posibilidades
de la especulación y los fraudes de todo tipo. A medida que se extiende el
crédito, “(e)l elemento especulativo debe dominar cada vez más las
transacciones”, apunta Marx. Pero no se trata solo de la especulación. El
crédito empuja a la sobreacumulación y sobreproducción. Por ejemplo, cuando
comienzan a sentirse los primeros síntomas del atascamiento de las ventas, es
común que las empresas intenten continuar con el giro de negocios, ya que los
costos de parar la producción pueden ser muy altos. Por lo tanto, pueden
incrementarse los pedidos de crédito a fin de sostener el capital circulante,
en la esperanza de que los mercados se normalicen. Pero si esto no ocurre, los
stocks se habrán incrementado y también el peso de la deuda; y la caída será
más grande. En igual sentido, cuando las empresas se embarcan en carreras
competitivas y se desatan las “manías inversoras”, el crédito permite
multiplicar las inversiones, y con ello aumenta el riesgo de terminar en la
sobrecapacidad, y el derrumbe. Y también, lo hemos visto en la reciente crisis
de las hipotecas, el crédito potencia la sobreproducción. Lo que ocurre a
escala de un país se potencia en el marco mundial. El crédito interconecta a
los espacios nacionales de valor, y de ahí la violencia y rapidez con que se
trasladan las ondas de la crisis en los mercados globalizados.
Destaquemos que este rol del crédito como potenciador de la
sobreacumulación y la crisis, es el que destaca la crítica de izquierda, pero
generalmente pasan por alto los análisis neoclásicos. Recordemos que
usualmente, y al menos hasta antes de 2008, un estudiante de “Economics” era
instruido en que los mercados financieros se auto-equilibran; que basta
controlar la inflación y liberar a los mercados para que las economías tiendan
al equilibrio; y que la tasa de interés siempre armoniza el ahorro y la
inversión, así como la “macro real” y las finanzas. Este mundo de “equilibrios
múltiples” a lo sumo era perturbado por “shocks” (de origen desconocido),
amplificados por los mercados financieros con la caída de los colaterales (la
historia del “acelerador financiero” de Bernanke y otros keynesianos). En esta
visión, lo financiero no tiene espesor propio; la interacción entre la economía
“real” y las finanzas, de hecho, no se toma en cuenta. En el enfoque de Marx,
en cambio, las finanzas y el crédito son palancas de acumulación, pero también
de sobreacumulación y crisis. Por esta vía, toma distancia de la tesis según la
cual la crisis se debe exclusivamente al crédito; pero también de la que afirma
que el crédito es solo “un medio para asignar recursos de manera más o menos
eficiente”.
Los datos de
Cecchetti y la dialéctica del capital
Lo anterior permite comprender por qué el sistema crediticio
y las finanzas tienden a superar los límites que pueden considerarse “seguros”.
No se trata de “error de cálculo”, o de falta de vigilancia de los organismos
estatales, sino de la dialéctica del capital mismo. Repasemos lo básico. El
capital es valor en proceso de valorización. Esto significa que es devenir,
proceso; solo es en movimiento, en tanto se despliega (compra de medios de
producción y fuerza de trabajo), se valoriza mediante la explotación del
trabajo vivo, y vuelve a sí, a la unidad originaria, al dinero, para volver a
lanzarse a la circulación. En palabras de Hegel, la vida del capital es “el
devenir mismo, el círculo que presupone y tiene por comienzo su término como
fin, y que sólo es real por medio de su desarrollo y de su fin” (1987, p. 16).
Por eso mismo, si no se valoriza, no es real, peligra su existencia. ¿Nos
fuimos por las ramas? No, estamos en el meollo del asunto. Para valorizarse, el
capital debe extraer plusvalía al trabajo, y realizarla en la venta. Por eso,
si no hay trabajo productivo, no hay plusvalía, ni valorización. Esto explica
por qué el sector financiero no puede crecer de manera autónoma; ni puede
generar valor. Lo que los neoclásicos (y Cecchetti) entienden como “valor
agregado” por el sector financiero es, desde el punto de vista de la
reproducción de conjunto, consumo de plusvalía. En consecuencia, las finanzas
no pueden crecer indefinidamente por encima o por fuera del sector productivo
(contra lo que piensan muchos izquierdistas). Su sobredimensión termina en el
estallido y el derrumbe. Prescindamos de la rigidez de las cifras de Cecchetti,
para destacar que el fenómeno de fondo es real. El trabajo empleado por el
sector financiero representa consumo de plusvalía global, como hemos explicado
en otra nota, referida a los trabajos improductivos y su vinculación con la
reproducción ampliada (ver aquí). En consecuencia, si la conexión con la
producción se debilita, la valorización empieza a ser meramente ficticia, y no
se sostiene. La conexión se restablece entonces de forma violenta, a través de
la desvalorización de los activos y el desapalancamiento. Por eso, en lo que
detecta Cecchetti -demasiado trabajo volcado a las finanzas, demasiado “valor
agregado” en el sector- opera la dictadura de la ley del valor. No se trata del
empleo de recursos escasos, como sostiene la tesis neoclásica, sino de consumo
de plusvalía.
Sin embargo, el hecho de que el sector financiero dependa de
la plusvalía generada en la producción no niega que las finanzas tengan una
cierta autonomía. Durante ciertos lapsos (algunos trimestres, tal vez algunos
años) las finanzas pueden inflarse y seguir creciendo, aun cuando su savia
nutricia (el trabajo productivo) esté estancándose, o la realización del valor
esté experimentando problemas. Lo hemos visto en los antecedentes que llevan a
la crisis (ver aquí). Por algún tiempo, las finanzas parecen dominar el
panorama; incluso la tasa de rentabilidad de los bancos, de los fondos de
inversión y similares, se dispara por encima de los promedios establecidos
entre ramas. En esas circunstancias, no faltan los que anuncian una “nueva
economía”, que desafía la ley de gravedad… hasta que sobreviene el colapso. La
tendencia a la igualación de la tasa de ganancia entre sectores, opera por
medio de estos mecanismos violentos; contra una creencia muy extendida en la
izquierda, la tasa de ganancia del sector financiero no puede ubicarse, de
forma permanente, por encima de la tasa promedio del resto de la economía (ver
aquí).
Pero… ¿se puede legislar para que la cosa no salga de madre?
(esto es, para que no se traspasen los límites de prudencia que encuentran los
investigadores del BIS). Naturalmente, siempre se puede legislar. Pero lo
jurídico-político no puede imponerse de manera permanente sobre la ley del
capital. Cuando las condiciones de rentabilidad empiezan a debilitarse en el
sector productivo, la plusvalía deja de volver a la producción. Y en estado
liquido es solo capital potencial. De ahí que los fondos dinerarios busquen
valorizarse en la esfera financiera. Es lo que sucedió en los 2000 (el “global
saving glut”, la plétora del capital, remitimos de nuevo a la nota). Los
controles pueden tener alguna incidencia, pero no solucionan el problema de
fondo. A través de miles de recovecos y resquicios, el dinero fluye hacia las
esferas del crédito, y termina en el mundo de la especulación y la
sobreproducción. No es, como parece creer Krugman, la codicia de los banqueros
la que explica el fenómeno; a la inversa, la codicia de los banqueros emana de
las relaciones sociales en que están inmersos. En un sentido más general, hay
que tener en mente que el desarrollo capitalista siempre es “desequilibrado”. A
la relación entre el sector de las finanzas y las esferas productivas es
aplicable lo que señalaba Marx con respecto a la relación entre las esferas de
la producción y la realización: a pesar de la correlación intrínseca y
necesaria entre los sectores y ramas, son partes y formas distintas del
proceso, independientes entre sí, divergentes en el tiempo y en el espacio,
separables y separadas una de otra (véase Marx, 1975, p. 435, t. 2). De ahí los
desfases, el desarrollo “inarmónico”, las “salidas de cauce” de las finanzas
durante algún tiempo, seguidas de las reversiones bruscas, cuando montañas de
valores en activos financieros se precipitan al vacío. Nuevamente, es una
visión opuesta al mundo de los “crecimientos equilibrados”, tan frecuentes en
la literatura del mainstream neoclásico.
En conclusión, el carácter contradictorio del capital abarca
a todas sus formas, y es inherente a su naturaleza. La oposición “capital
productivo-capital financiero” (o capital dinerario) es solo una forma
superficial que encubre el problema de fondo. Es el mismo capital financiero el
que tiene en sí la contradicción de ser imprescindible para el desarrollo de
las fuerzas productivas, y al mismo tiempo ser vehículo de las crisis y los
derrumbes. En términos de la dialéctica, diremos que en el capital financiero
(como en toda forma de capital) anidan determinaciones contrapuestas. El
proceso de valorización incuba las fuerzas que llevan a su negación, a la
desvalorización, que es el producto por excelencia de las crisis. Desde el
punto de vista político, esta visión entronca con la tesis que pone en el
primer plano la centralidad de la relación capital-trabajo, frente a los
enfoques “populares”, que encierran el conflicto en los términos “finanzas
versus pueblos”.
Textos citados
Cecchetti,
S., (2012): “Is globalisation great?”, Remarks prepared for the 11th Bis Annual
Conference, Lucerne, Suiza, 21-22 junio.
Hegel, G. W. F. (1987): Fenomenología del espíritu, México,
FCE.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires,
Cartago.