Tan cierto es que cada proceso electoral es diferente
-dependiendo de la coyuntura, la historia, la cultura democrática y la
relevancia geopolítica de cada país- como que de todos ellos se pueden extraer
enseñanzas interesantes que, en su justa medida, deberían servir como
aprendizajes políticos globales, sobre todo, en un mundo como el actual,
marcado por la interdependencia.
En este sentido, la izquierda no debe dejar de analizar los
comicios celebrados en México el pasado domingo, caracterizados fundamentalmente
por tres cuestiones: la victoria del Partido Revolucionario Institucional (PRI)
y su regreso a la presidencia de la mano de Peña Nieto; la nueva derrota de
López Obrador y del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en su afán de
constituirse en alternativa a la derecha; la pujanza durante toda la campaña
-incluso durante parte importante del último sexenio- de la sociedad civil
organizada como verdadero motor de oposición y de construcción de propuestas.
Así, y en función de estas tres características principales,
también queremos destacar tres lecciones, tres enseñanzas que este proceso
electoral nos ofrece. En primer lugar, las derechas definen estrategias
cada vez más unitarias y agresivas. La situación de crisis generalizada y la
visibilización crecientemente notoria de grietas en el sistema, hace que las
derechas busquen la unidad como premisa de alcanzar la victoria, utilizando
para ello todos los medios a su alcance. El producto Peña Nieto fue la apuesta
de la derecha en estos comicios, llegando al punto de que incluso partidarios y
mandatarios del partido gobernante (PAN, también de derechas) apoyaran al
candidato del PRI, al ser el único capaz de asegurar la victoria. Además,
utilizaron sistemáticamente a los medios de comunicación hegemónicos (Televisa
y TV Azteca) para construir una imagen desde la más pura mercadotecnia, sin
fisuras en el mensaje trasladado a la ciudadanía; por si fuera poco, y para
evitar sorpresas como en 2006 (se tuvo que llegar a un fraude electoral
masivo), se han tomado las medidas oportunas para adulterar el voto de
múltiples maneras, como no ha dejado de denunciar la oposición. En definitiva,
esta es la derecha que nos estamos encontrando y con la que nos vamos a
encontrar, unida, agresiva, nerviosa, antidemocrática, y golpista cuando la
ocasión lo merece.
En segundo lugar, la estrategia de la izquierda
partidaria de plantear un mensaje centrista le deslegitima como alternativa, a
la vez que no le permite alcanzar el gobierno. Así, López Obrador y el PRD, en
vez de definir una verdadera agenda de transformación para México, han
planteado un giro hacia la derecha, concertando con ésta a través de
compromisos públicos con el empresariado y otros poderes fácticos, con la
intención de presentarse como alternancia responsable y creíble, a través de
propuestas huecas de contenido político como la revolución amorosa, eje central
de la campaña. Si los virajes a la derecha han sido históricamente errores
estratégicos, caminos de ida pero no de vuelta, largos tránsitos por tierras de
nadie -ni la derecha confía ni la izquierda asume el giro-, hoy en día, con la
crisis civilizatoria que nos atraviesa, esos errores se convierten en el
alejamiento permanente de los y las que están abajo y a la izquierda.
En tercer lugar, ha sido la sociedad civil organizada
la protagonista de la confrontación con la derecha, y no el PRD. A las luchas
indígenas, feministas, de maestros y maestras, de campesinos y campesinas, se
han sumado durante la campaña las reivindicaciones estudiantiles, convirtiéndose
el movimiento #yosoy132 en el verdadero protagonista de la misma, en su campaña
rotunda en contra del regreso del PRI al gobierno, rompiendo incluso la
dictadura mediática de los mas media a través de las redes sociales. El PRD ha
querido patrimonializar este y otros movimientos sociales, pero sin participar
con ellos ni asumir la diversidad de sus agendas. Así, ha entendido que estos
movimientos deberían ser sus correas de transmisión en su pretensión
presidencial, en vez de entender que es precisamente al revés, que son los
partidos quienes deben entender las lógicas emancipatorias de largo recorrido,
la importancia de hacer crecer la contestación ciudadana más allá de lo
electoral, y lo estratégico que es entonces articularse en la diversidad,
asumiendo responsabilidades y compromisos explícitos en la defensa de agendas
realmente emancipadoras.
En definitiva, en esta crisis sistémica que estamos
viviendo, y ante una derecha que se revuelve como gato panza arriba, el
análisis de la realidad mexicana nos enseña que sólo desde la articulación de
la diversidad, sólo desde el entendimiento y el respeto mutuo entre partidos y
movimientos, sólo desde la asunción y el compromiso con agendas radicales,
claras, alternativas, definidas en el largo tiempo de la emancipación y no en
el corto plazo electoral, podrá la izquierda revertir esta situación de
injusticia y desigualdad global.