“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

5/8/12

La crisis del régimen en España / Deterioro progresivo, caída de sueldos, mala calidad de la educación y sanidad, desigualdad, desempleo...

Alberto Garzón Espinosa

Especial para La Página
El sistema político español está padeciendo una crisis de enorme envergadura que se manifiesta en múltiples y muy variadas formas, si bien la mayoría de ellas se pueden sintetizar en la creciente y acelerada desafección sobre los representantes y las instituciones políticas. Este particular sentimiento antipolítico pareciera haberse instalado de forma sólida en nuestra forma de pensar colectiva.

No obstante, los trabajadores españoles, junto con todos aquellos que desean serlo y no pueden, revelan a través de sus opiniones y acciones que están hartos de un problema estructural más que de uno puntual. El movimiento 15M ya puso con claridad esta cuestión encima de la mesa: no se reclamaban demandas concretas en una determinada coyuntura sino que la acción era sencillamente elevar un grito de frustración en relación al contexto socioeconómico en su conjunto. El objetivo era refundar el mundo reuniéndose en las plazas donde se construirían los mapas y las guías con las que lograrlo. Se trataba de un bello estallido espontáneo, emocional e incontenible que ponía en cuestión todo el orden establecido.

Tras aquel estallido inicial prosiguió el desengaño de tener que aceptar que los impulsos primarios e instintivos, sin estar inscritos en un planteamiento estratégico y organizado, son insuficientes para garantizar avance social alguno. Pero perdiendo intensidad la manifestación física de aquel movimiento –su visibilidad en las plazas–, las fuerzas que habían causado su surgimiento continuaron desarrollándose sin pausa. El escenario económico o, dicho en términos más clásicos, las condiciones materiales de la existencia, continuaron deteriorándose y dando lugar a una extensión cuantitativa y cualitativa de la frustración ciudadana.

El sistema político ha sido puesto en cuestión cada vez con más fuerza como consecuencia de ese deterioro progresivo, cuya concreción son la caída de los sueldos, la pérdida de calidad de la educación y sanidad pública, el incremento de la desigualdad y sobre todo el creciente desempleo. Los responsables visibles de este deterioro han sido los políticos, pero también las instituciones vinculadas (Congreso, Senado, diputaciones, parlamentos autonómicos, etc.). Se juzga y responsabiliza, con acierto, a instituciones creadas hace más de treinta años y que son incapaces de dar respuesta a las demandas tanto generales como concretas de los trabajadores.

El Gobierno no está ejerciendo autocrítica sino que por el contrario ha decidido enrocarse, siendo el ejemplo perfecto el aislamiento y vaciado de poder al que se ha sometido al Congreso. El propio presidente manifiesta que «hará lo que tenga que hacer» aunque ello esté en contra de la voluntad del pueblo, y lo afirma tajante mientras las calles colindantes al parlamento permanecen inaccesibles para los ciudadanos. Un estado de excepción en el que la democracia queda suspendida.

No es consciente el Gobierno, como tampoco gran parte de la oposición, de que estamos en un momento de emergencia y que los problemas son más de fondo que coyunturales. A estas alturas no sirven los parches, y no hay capacidad efectiva de remendar un sistema político que se desangra afectado de tantos años de vicios y que ha estado sólo protegido por espejismos económicos que no volverán.

Nuestro país necesita una refundación política y económica, lo que debería cristalizarse en una nueva constitución y unas nuevas normas que permitan poner la economía al servicio de los ciudadanos. Porque sólo así se resuelven los problemas de las condiciones materiales de existencia, esto es, las causas de la frustración social que se manifiesta en estos tiempos.

En este punto sólo cabe ser radical, es decir, enfrentarse a la raíz de los problemas. Las cuestiones que permanecen abiertas y que toca plantear colectivamente son el cómo hacerlo, quiénes participarán en esa necesaria gran alianza y qué obstáculos políticos y económicos habrá que enfrentar. Enorme reto para una sociedad que ha heredado las ventajas de tantas luchas sociales, quizá olvidando el coste que ha supuesto lograr tantos avances, pero que a su vez está mejor preparada que nunca para obtener éxito.