Bolívar, 1800 ✆ Anónimo |
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Especial para La Página |
¿Qué hay en un rostro? En vano frenólogos y fisonomistas
intentan adivinar la personalidad a través de los rasgos físicos o viceversa. A
pesar de toda la pretensión cientificista de Lavater y de Lombroso, la
exterioridad no revela la interioridad. Hay sin embargo caras que arrebatan.
Basta el amor para que una faz nos deje suspendidos. Quizá unos rasgos nos
encantan porque nos recuerdan otros. Posiblemente reelaboramos las facciones
que vemos para ajustarlas a algún arquetipo desconocido que nos apasiona.
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Decía Arturo Uslar Pietri que no hay dos retratos de Bolívar
que se parezcan entre sí. Sin embargo, desde las miniaturas anónimas de 1800 y
1804 aparecen rasgos constantes: cara alargada, pelo rizado, cejas pobladas y
arqueadas, ojos grandes y penetrantes, nariz larga y perfilada, mandíbula fina
y barbilla puntiaguda. A partir de los retratos anónimos de 1812 y 1814, y
particularmente del trazado en Haití en 1816, los rizos dejan al descubierto
una frente alta y despejada, surcada más tarde de arrugas. Todos estos rasgos
aparecen confirmados en los retratos de 1819 de Lener, de N. Bates y de Pedro
José Figueroa, quien lo representa con feroces mostachos. Simón José Antonio de
la Santísima Trinidad era lo que Ernest Kretchsmer llamaría un leptosomático,
pequeño, delgado, frágil, con claro predominio de la parte superior del cráneo
braquicéfalo sobre el resto de las facciones. Así lo representan los retratos
tomados del natural desde 1825 de José Gil de Castro y de Antonio Salas, y
todavía más los patéticos apuntes de 1830 de Francois Desiree Rouland, de
Meucci y de José María Espinoza, que muestran un Libertador castigado por las
contrariedades y la enfermedad, más marcada que nunca la prominencia de su
labio inferior.
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Además de ellos tenemos ahora un Bolívar digital
reconstruido a partir de los restos mortales del prócer. La antropología
forense reconstituye con bastante certidumbre los rasgos a partir de la
estructura ósea. Las apófisis e hipófisis del esqueleto informan sobre el
volumen de los músculos que en ellos se insertaban, y a partir de éstos
conjeturamos la apariencia física de los desaparecidos. Con esa técnica
vislumbramos los rostros de los antepasados primitivos del hombre o de
cadáveres por identificar.
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Algo falta sin embargo en estas reconstrucciones: el gesto,
que quizá revela la personalidad más que las facciones. A pesar de que Wilhelm
Reich sostiene que un gesto repetido termina por estamparse, hacer rígida la
musculatura y estereotipar una “armadura del carácter” que deja su impronta en
el esqueleto, no hay forma de reconstituir la expresión habitual de una
calavera. Tampoco, su pilosidad y mucho menos su peinado. Napoleón es
irreconocible sin su mechón y Chaplin sin su bigotito de mosca. Algo puede
faltar en las reconstrucciones antropométricas: como las efigies de cera,
mientras más parecidas más inanimadas.
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En vano se afanan pinceles y cámaras y antropólogos en reconstruir
efigies. Nuestro rostro es nuestra obra. No hay más retrato de Homero que las
olas, ni más rostro de Bolívar que la inagotable América. Sólo quien navega
contempla al primero, y quien libera vislumbra el segundo. Imágenes confundidas
con cosas o actos perennes, capaces de medirse con el Padre de los Tiempos,
para quien nada significan esos instantes que llamamos siglos.
Galería de Imágenes
Bolívar, 1816 ✆ Anónimo |
Bolívar, 1825 ✆ José Gil de Castro |
Bolívar, 1830 ✆ Anónimo Realizado a partir del apunte ejecutado por Jean Francois Roulin |
Bolívar, 1830 ✆ Apunte de José María Espinoza |
Bolívar, 2012 ✆ Reconstrucción digital antropométrica |