Especial para La Página |
Montesinos inicia la narración de su dolor citando al pintor Van Gogh, quien dice: "Así es como encaro las cosas: continuar, continuar". Esta cita nos obliga a hacernos las siguientes preguntas: ¿cómo afrontar el mundo siendo escritores?, ¿lee el mundo?, ¿escribimos para el mundo? Montesinos, a grandes trazos, urde esta tesis: que nada nos importen los demás y escribamos por el amor al arte.
Poetas y críticos como Pound han sugerido lo contrario. Maldita sea, un hombre necesita sentirse hombre y necesita sentirse apreciado, o al menos admirado por unos cuantos. Montesinos no dice nada nuevo, pues sostiene que el mundo periodístico domina en la actualidad al mundo literario. No hay espacios para publicar y no hay públicos dignos que lean la gran literatura. Karl Kraus, al que Montesinos cita, se preocupaba por el buen uso del alemán, pero también fomentaba la ironía, quintaesencia de la alta literatura.
¿Quién impone los parámetros estéticos de los libros nuevos?
El autor del texto supracitado afirma: "veo
lagunas, vacíos, falta de exigencia, demasiado marketing y demasiadas pautas
que no establecen los propios autores". ¿Es bueno escribir bajo
pedido? No sabemos si es bueno, pero tampoco sabemos si es malo, y una prueba
de ello yace en los libros de Sor Juana, que todo lo pensó bajo la presión de
la obligación. Y Shakespeare, que escribía únicamente para sus actores, también
es una prueba de lo antelado.
Dice Montesinos que los jóvenes sufren cuando enfrentan el
poder de la industria, pues se ven limitados. Ya nadie puede innovar. Se supone
que el buen escritor transforma la gramática y el léxico, citando a José Ortega
y Gasset. Todos escribimos bajo la sombra de los clásicos, pero lo hacemos más
bajo la sombra de la economía (dice Montesinos: parece que "rescatar obras pretéritas fuera sinónimo directo de virtuosismo
literario"). ¿Pueden los jóvenes escribir novedades antes de dominar
el mundo clásico? Goethe diría que no.
El mercado editorial ensalza a los autores extranjeros,
autores que ni siquiera conocen bien el idioma. ¿Por qué sucede todo esto?
Sucede porque deseamos con furor ser cosmopolitas. "Poderoso caballero es
Don Dinero", dice Quevedo. ¿En dónde ha quedado la literatura urbana,
callejera, real, es decir, la poesía y la crítica? Ha quedado relegada a las
partes bajas y polvorientas de las librerías.
Montesinos pretende emular a los cosmopolitas (hablo en el
sentido estoico del asunto) y nos cuenta sus andanzas por Nueva York, lugar en
el que tal vez todavía resuenen los versos de Hughes, Martí, King o Ellison.
¿Es Norteamérica el destino de las letras? ¿Sirve de algo saber literatura
griega, latina, sajona o germánica en Norteamérica? Tal vez Karl Rossmann,
personaje de Kafka, pueda responder. Las virtudes clásicas, es decir, los
libros morales, son despreciados, y son despreciados porque no entretienen.
Borges sostenía que `Las mil y una noches´ no conforman un libro inferior a los
libros científicos.
¿Qué busca la gente en los libros? Actualidad, cifras,
tecnicismos. Inventar nuevas palabras no es inventar nuevas ciencias, pero así
lo cree la balbuciente modernidad, bebé que necesita el biberón del realismo,
parafraseando a Kraus. La gente ya no lee por placer en un mundo en el que sólo
"eres alguien si produces", citando a Montesinos, que muestra buenas
intenciones, pero una pésima técnica para comunicarlas. Me gustó que Montesinos
dijera que para leer a Kafka, a Proust o a Joyce es necesaria la paciencia y la
reflexión (recuerdo que Kierkegaard decía que la paciencia es una virtud
preciosa, pues es la perseverancia disfrazada de tiempo).
Autores como Rawls, Sartre o Sen han dicho que el mundo está
lleno de injusticias y de gente con poca imaginación (Lenin escribió que el
capitalismo es posible porque hay imbéciles). ¿Qué busca, repito, la gente en
los libros? Busca nombres, no autores. ¿Qué es un autor, o mejor dicho, un
artista? Respondamos haciendo hablar a Pessoa, citado por Montesinos:
"Enciérrate, pero sin dar un portazo, en tu torre de marfil". Los
verdaderos autores representan verdaderos "casos de aislamiento".
¿Puede un hombre vivir solitario y conviviendo sólo y solo con su pluma? Un
verso de Chocano dictamina algo así: "Solo en mi torre cristalina,/
trabajo el verso de la mina/ que hay en mi propio corazón".
Sé que hubo hombres capaces de aislarse para escribir (me
agrada imaginar a José Hernández escribiendo su `Martín Fierro´ y me agrada
imaginar a Cervantes soñando al Quijote para paliar su vejez). Nuestro referido
Montesinos habla de Montaigne, que se encerró después de la muerte de su amigo
De la Boétie. Pero Montaigne vivía en un mundo de riquezas, en un mundo que no
era fustigado por las "prisas por publicar". Cuando tenemos tiempo
podemos verbalizar, sazonar el tiempo (Quevedo cocinaba y leía al mismo
tiempo), pero cuando no tenemos tiempo tenemos que comunicarnos con iconos, con
síntesis, con la prensa.
¿Quién se atreve hoy a fracasar? ¿Quién desea arriesgar su
vida en las olas de las letras, olas en un océano lleno de libros que hablan
sobre la espuma del triunfo? Nadie. Decía Cocteau que sólo triunfa el que
fracasa, es decir, el que se aleja del gusto del gran público (Oscar Wilde era
de la misma opinión). Creo que los sabios nos han dejado solos, creo que los
dioses de las letras nos han abandonado, y este abandono ha hecho que el
ignorante público sea censor y juez y verdugo de las bellas letras. Las masas
ya no quieren leer absolutos, pero sí relativismos, vicios, opiniones propias
dichas sin propiedad.
Montesinos se cuestiona así: "¿qué puedo aportar de
nuevo acerca de Giacomo Leopardi, Emily Dickinson, Rubén Darío, Pablo Neruda, o
incluso autores más próximos, como José Hierro?". Y responde
"ansí", con decrepitud: "mi sensibilidad". Para
justificarse, Montesinos cita a Rilke, a Thoreau y a Kraus. Montesinos dice que
leyendo la miseria de los grandes logra curar su miseria, dice que leyendo a
Bukowski le dan ganas de beber, dice, o pide, que seamos "como el
robledal, cuya grandeza/ necesita del agua y no la implora", siguiendo un
poema de Almafuerte. No creo que sean factibles sus propuestas.