Foto: Alexis Tsipras |
Con Tsipras no ha sido fácil. Era un reformista
sincero y, además, un europeísta convencido, de los que pensaban que se podrían
conseguir concesiones de los socios europeos; que a estos se les podría
convencer de que las políticas de austeridad no solo eran injustas sino
profundamente ineficaces y que para poder pagar la deuda se deberían incentivar
un conjunto de políticas diferentes que relanzaran la economía, que
solucionaran la catástrofe humanitaria que vivía el país y que hicieran
compatible la soberanía popular con la pertenencia a la UE. Varoufakis ha
sido la cara y los ojos de esta estrategia negociadora que él, en algún
momento, ha definido como kantiana, es decir, basada en la razón y en la
búsqueda del interés común.
La historia es conocida. Hoy sabemos que esa estrategia ha
sido un rotundo fracaso: no se consiguió nunca dividir a los Estados europeos
más poderosos y el dominio alemán fue claro y definitorio desde el comienzo.
Todo esto lo sabemos por el propio Varoufakis, que ha ido relatando este
auténtico “vía crucis” que nunca implicó realmente una negociación y que, desde
el primer momento, fue un chantaje en toda regla del tipo “lo tomas o lo dejas”
y, mientras, la presión sostenida y permanente del BCE agotando la liquidez y
las instituciones europeas negando los créditos.
Dieciocho contra uno. Así ha sido este proceso, que tenía
tres objetivos fundamentales. El primero, combatir el malísimo precedente
griego en un sentido claro y rotundo: los países endeudados del Sur no pueden
tener otras políticas económicas que las dictadas por la Troika. En segundo
lugar, apoyar firmemente a los gobiernos de la derecha y de la socialdemocracia
que, de una u otra manera, en uno u otro momento, se plegaron a las políticas
impuestas por el Estado alemán; estos partidos siguen siendo absolutamente
necesarios para garantizar las políticas neoliberales dominantes y bajo ningún
concepto se les puede dejar caer, máxime cuando emergen fuerzas
alternativas, de eso que la UE y los gobiernos de turno llamanpopulismo. El
tercero, el mensaje real que se manda a las poblaciones, sobre todo del Sur, es
que ésta UE, sus políticas y sus relaciones reales de poder, no tienen
alternativa. Lo que queda es la estrategia del miedo: o se aceptan estas
políticas o se producirá el caos y la catástrofe económica y social de la
salida del euro.
En muchos sentidos, el caso griego es bastante
excepcional. Grecia es un viejo-joven país con una honda tradición
político-cultural, con una fuerte identidad como pueblo y con un gran sentido
patriótico. Se había ido produciendo en éstos años una simbiosis, una nueva
relación entre la defensa de los derechos sociales, la independencia nacional y
de la unidad de una gran parte del pueblo en torno al apoyo a las clases
trabajadoras, a los pobres y a los jóvenes que estaban viviendo una grave
regresión en sus condiciones de vida y de trabajo. Todo esto terminó
identificándose con dos nombres: Syriza y Tsipras. El ejemplo más claro de esto
fue la victoria en el referéndum en un país, no se debería olvidar, que estaba
viviendo un “corralito”, con amenazas constantes de las “autoridades europeas”
y con unos medios de comunicación masivamente partidario del “sí”.
Que al final fuese Tsipras el eslabón más débil de la cadena
obliga a pensar las cosas a fondo. Lo primero, la enorme capacidad de
presión de la Troika, en un sentido muy preciso y que se olvida con mucha
frecuencia: lo que existe es una alianza estratégica entre las instituciones
europeas y los poderes económicos dominantes de cada país que el Estado alemán
garantiza. Para decirlo con mayor precisión: las clases económicamente
dominantes están de acuerdo con ésta Europa que es la UE y con el papel que se
asigna a estos países en la división del trabajo que se está definiendo en y
desde la crisis. En segundo lugar, lo que Tsipras y la derecha de Syriza expresan
es una posición ideológica que no siempre se consigue identificar y que, al
final, se ha convertido en una enorme debilidad. Me refiero a eso que se ha
llamado europeísmo. Reformismo socialdemócrata y europeísmo han estado
íntimamente relacionados. Se podría decir que la bandera del europeísmo sirvió
para camuflar la crisis del proyecto socialdemócrata sobre tres ideas básicas:
que la UE era la única construcción posible de Europa; que la UE es un bien en
sí, independientemente del conflicto social y de la distribución del poder
entre Estados y clases; y que el Estado-nación se había convertido en una
antigualla que necesariamente había que superar en el proceso de integración
europea.
La inexistencia de un plan B en el proceso negociador tiene
que ver, a mi juicio, con la posición política que he intentado definir. Se
demostró que para Tsipras era inimaginable una Grecia fuera del euro, fuera de
las instituciones de la UE, aunque eso significase la ruina económica de su
país, continuar con la degradación de las condiciones sociales de la mayoría de
la población y la aceptación de que el Estado griego es, de hecho, un
protectorado de los países acreedores.
La Troika ha conseguido claramente sus objetivos
Las políticas que ha venido realizando Tsipras y su gobierno
tras su capitulación (así lo ha definido Varoufakis) nos impiden ser
optimistas. La hoja de ruta aprobada por las instituciones europeas la están
cumpliendo a rajatabla, a veces da la sensación de que se realiza con el “furor
del converso”. Hay datos que nos llevan a pensar que el asunto irá a peor.
Tsipras sabía mejor que nadie que no estaba garantizada su mayoría en el próximo
congreso de Syriza. La convocatoria de nuevas elecciones no tiene nada de
heroico. Sabedor de que las cosas en su partido estaban difíciles para él,
convoca elecciones generales para conseguir tres cosas a la vez: garantizarse
las siglas, propiciar la ruptura de Syriza huyendo del debate democrático
y del posible cuestionamiento de su liderazgo y, por último, buscar el respaldo
popular antes de que se empiecen a notar los efectos económicos y sociales de
las políticas de austeridad impuestas por la troika y aceptadas por la mayoría
del parlamento griego.
Seguramente Tsipras ganará, pero su partido habrá ya
cambiado de naturaleza y el movimiento popular y democrático se dividirá por
mucho tiempo. Nada será igual. Reconstruir desde abajo la alternativa después
de la derrota requerirá tiempo, inteligencia y un compromiso moral
especialmente fuerte. Tsipras ahora es valiente, responsable y realista y los
otros, sus amigos y camaradas de ayer, populistas, maximalistas y
euroescépticos. Los que mandan ganan una vez más: ¿aprenderemos en cabeza
ajena?, mejor, ¿en país ajeno? La vida dirá.
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