Especial para La Página |
Resulta
interesante constatar cómo un tema político, desdeñado hasta hace muy poco como
algo irrealizable, ha adquirido carta de ciudadanía en amplios sectores
sociales: La Asamblea Constituyente. Cuando un tema de este calibre se instala
en la agenda política del país, todos los actores relevantes se sienten
obligados a pronunciarse en un sentido u otro, convirtiéndose en una de las
cuestiones insoslayables que deberá ser abordada por los próximos candidatos
presidenciales de todos los signos.
En
esta segunda década del siglo XXI, es claro que aquel orden constitucional
concebido para la eternidad ha comenzado a dar muestras de fatiga. El
diagnóstico es compartido por distintos sectores de izquierda, centro e,
incluso, de derechas: La política en Chile está funcionando mal y ha generado
una aversión de gran parte de la población hacia la política y hacia los
políticos. El tinglado institucional de nuestro país ha puesto en evidencia su
incapacidad para hacer frente a los complejos problemas que comienzan a
manifestarse por doquier.
Ante
los preocupantes síntomas que se advierten, lo sensato es tomar la iniciativa y
abrir caminos hacia una asamblea de ciudadanos. Una nueva constitución es la
oportunidad para profundizar la democracia, legitimar sus instituciones y abrir
cauce a una real modernización en Chile. La actual institucionalidad impuesta
por un régimen de facto no es viable en el largo plazo; si bien no resulta del
todo evidente para algunos, la única cuestión política inteligente en torno a
un cambio constitucional es el “cuándo”
El
proceso puede ser dilatado por algún tiempo mediante la demagogia y reformas
cosméticas, pero no nos engañemos, la historia ya ha señalado una tendencia
nítida: Chile reclama otra democracia más inclusiva y más justa. No es
necesario consultar el horóscopo para advertir que las movilizaciones sociales han
llegado para quedarse y que el clima político en nuestro país está cambiando
drásticamente. Es paradojal que haya sido necesario un gobierno de derechas
para advertir en toda su magnitud y profundidad la debilidad del reformismo
concertacionista.
La
derrota de la Concertación, finalmente, ha significado el más rotundo fracaso
de un régimen de “mediación” que prolongó el diseño político institucional
dictatorial y el modelo neoliberal en un marco democrático de muy baja
intensidad. La pretensión de reeditar este diseño político, sería una suerte de
“remake” con perfume de mujer, cuyo horizonte no puede ser otro que postergar
los reclamos democráticos expresados en las calles. En el mediano plazo, una
Asamblea Constituyente pareciera una solución viable y necesaria para cambiar
la historia de Chile en el presente siglo.