Ramón Pedregal
Casanova
Han pasado varias décadas desde que se editó en España éste
libro de viajes, “Derzu Uzala”, que hoy resulta tan actual y ejemplificador
contra el sistema de pensamiento de la clase dominante, con su soberbia, con su
cultura insultante para el resto; su lectura satisface el desaprendizaje de esa
ideología y el aprendizaje de las personas diferentes y, sin duda, respetuosas
con la naturaleza.
Decía un ministro boliviano, ante la pregunta de si el
gobierno de Bolivia era capitalista o socialista, que su país no era
capitalista porque el capitalismo primaba el enriquecimiento de unos pocos a
costa de la explotación de la mayoría social.
Y, con respecto al socialismo, declaraba, tenían una diferencia, el socialismo, el primer socialismo, luchando por el respeto de los derechos de la mayoría no había tenido en cuenta a la naturaleza, y ellos, el gobierno boliviano, querían que su acción transformadora de la sociedad estuviese integrada en la naturaleza. ¿Y qué tiene que ver éste libro, Derzu Uzala, con lo dicho? Tiene que ver todo.
Y, con respecto al socialismo, declaraba, tenían una diferencia, el socialismo, el primer socialismo, luchando por el respeto de los derechos de la mayoría no había tenido en cuenta a la naturaleza, y ellos, el gobierno boliviano, querían que su acción transformadora de la sociedad estuviese integrada en la naturaleza. ¿Y qué tiene que ver éste libro, Derzu Uzala, con lo dicho? Tiene que ver todo.
La literatura de viajes había arrancado contando la vida de
los esclavos y los refugiados para ir hasta el siglo XVIII, siglo en que se
hace burguesa y ésta clase le otorga la titulación de “género literario” a
finales del XIX y narra aventuras, encuentros, los llamados “descubrimientos”,
de culturas, paisajes naturales, apropiaciones de bienes, colonización y
reproducción del sistema productivo, explotador, de la burguesía que descubre
el mundo como fuente de su enriquecimiento. El siglo XX es de cambio, la
denominada Primera Guerra Mundial ha sido el fin de las certezas del siglo XIX,
se entra en la descomposición de todo lo seguro, de la duda, de la percepción
de los peligros como antes no se han conocido, y con respecto a los denominados
“géneros” literarios el cambio también les afecta, rompen sus costuras y se
tambalean admitiendo que ya no se vive como poco antes, y no se piensa como
poco antes y no se lee como poco antes, los que resisten porque se adaptan en
su interior la crónica, la memoria, las cartas, los cuentos y poemas, las
ciencias… Antes lo había hecho Cervantes en su D. Quijote, integró todo lo que
existía por separado, y, aún antes lo hizo en algunos aspectos Homero en la
Odisea.
Para la literatura los objetivos del viaje son la causa, la
finalidad y el descubrimiento y el descubrimiento de uno mismo y de los otros,
“El que viaja buscando algo que no lleva consigo haría mejor en quedarse donde
está”, decía Emerson.
Contar el aprendizaje
de la cultura de un nativo
Vladimir Arseniev, científico y escritor ruso (1869-1930)
enviado por el gobierno del zar a levantar los mapas de lo más extremo del
continente siberiano, escribió “Derzu Uzala” para contar su aprendizaje y el de
sus compañeros de la cultura del nativo Derzu Uzala que les hizo de guía en sus
viajes por la taiga del Ussuri, la cadena montañosa del Sihote-Alin, los ríos
que van a dar al Mar del Japón y el Golfo de Tartaria, dejando no muy lejos la
isla de Sajalin, dicho sea de paso isla prisión a la que viajó Chejov para
después contar su estremecedora vivencia, obligando con ello a transformar el
sistema penitenciario zarista (Viaje a Sajalin. Edit. Alba). De eso trata la
buena literatura, de la transformación, de no ser más lo que se era; el mismo
Gorki escribió sobre Derzu Uzala ponderando su “valor científico”, y, además,
escribió que su lectura le había “encantado y entusiasmado por su poder de
evocación”.
Vladimir Arseniev nos ofrece en la descripción de sus
recorridos su llegada como un urbanícola, el comportamiento curioso pero
cuajado de ignorancia sobre el medio, las primeros enseñanzas de Derzu sobre el
reconocimiento de huellas, sobre el vuelo de las aves, sobre la caída de la
niebla, sobre el aprovechamiento de la comida, sobre la caza, la pesca, los ríos,
el hielo, las tormentas, el fuego, el abrigo, el compartir lo que se tiene, la
relación con la selva y sus habitantes, el respeto al entorno, … la vida en la
tundra siberiana; por todo éste cuerpo circulan razas y nacionalidades que
trabajan la tierra, que recolectan plantas medicinales, que intercambian, que
se ayudan, que sólos o en grupos aislados o en pequeño número, se protegen
también de ladrones, viven disponiendo de los medios que extraen de la
naturaleza. Derzu, que participa del animismo, manifiesta un respeto
desconocido para los que llegan de la ciudad, un respeto que, cuenta el autor,
sorprenderá y enseñará al conjunto, y especialmente a él mismo.
Aprender nuevamente
Si para Robinson Crusoe la llegada a una isla deshabitada
permite alardear, vanagloriarse, a la burguesía, de la capacidad del individuo
para reproducir la vida “civilizada”, hasta el punto de conseguir un esclavo
como ejemplo de los tiempos de la explotación humana, manifestando así el poder
sobre la naturaleza y el poder sobre los demás seres humanos, en “Derzu Uzala”,
comenzando el siglo XX, siglo de cuestionamientos, Vladimir Arseniev nos pone
el foco sobre la necesidad de aprender nuevamente, de “desaprender” conforme
aprendemos de quien nos descubre un mundo de iguales. Y eso es lo que hace
Derzu, servir de guía sobre una concepción del mundo que constituyéndose en el
principio de la convivencia resulta de tal grandeza que la arrogancia de la
urbe empequeñece hasta desaparecer. Arseniev, como referente de los que van con
él, parte de un punto en el que su autosuficiencia decae más y más, para
disponerse a aprender, se da cuenta que Derzu es el verdadero ser, el que la
civilización urbana en su deformación ha sacrificado; llega a escribir: “Antes,
yo había pensado siempre que el egoísmo es propio del hombre primitivo, y que
los sentimientos de humanidad eran solamente inherentes a los hombres
civilizados. ¿No estaría equivocado?
Arseniev nos cuenta entre los muchísimos acontecimientos un
caso que también se destaca en la película que hay sobre el libro, Derzu adopta
una solución ante el frío y el viento polares en una noche perdido con Arseniev
en la estepa siberiana, que se adopta en otras latitudes: Derzu y Arseniev
cortan tanta hierva como pueden para hacerse con ella un montón sujeto con
otras que agarradas a tierra y trenzadas, mas sus correas y los pesos que
cargan, les permite, metiéndose bajo el montón, protegerse del hielo, recuperar
calor y llegar vivos al día siguiente; pues llama la atención que eso mismo,
ese remedio se haya empleado aquí tantas veces en la estepa castellana, si
alguien era recogido medio helado en una casa se le bajaba a la cuadra, se le
envolvía en paja mezclada con el estiércol de los animales y se le frotaba
hasta que se rehacía; Che Guevara, en su libro de viajes “Diarios de
motocicleta. Notas de un viaje por América Latina”, narra una experiencia
similar. Por cierto les recomiendo el libro, que también tiene película y debe
verse. Cuánto de la cultura de los pueblos es patrimonio común.
En “Derzu Uzala”, Arseniev describe en un tono y ritmo que
filtra espacio e imágenes poéticas, lenguaje que hace la lectura intensa,
descubrimientos y aventuras que se nos hacen próximos y armoniosos hasta
contemplarlos con admiración.
A 100 años de la primera edición de la aventura de Vladimir
Arseniev, entre 1906 y 1910, encontramos en el extremo opuesto al consejero de
turismo de las Islas Baleares que hace unos días mató a un ciervo por el
capricho de matar, le cortó los testículos y se hizo una fotografía con ellos
encima de su cabeza, y mientras le chorreaba la sangre por la cara se reía, por
ahí andan las fotografías; un individuo repugnante que merecen todo el
desprecio social; gentes así pervierten, e impiden que crezca, el sentido
humano.