“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

29/12/12

Derzu Uzala / Desaprender aprendiendo supervivencia

Tú, mi águila de alas negras y azuladas / ¿Dónde has estado volando en las alturas? / Estuve volando allí sobre las montañas / Donde todo era silencio…

Ramón Pedregal Casanova

Han pasado varias décadas desde que se editó en España éste libro de viajes, “Derzu Uzala”, que hoy resulta tan actual y ejemplificador contra el sistema de pensamiento de la clase dominante, con su soberbia, con su cultura insultante para el resto; su lectura satisface el desaprendizaje de esa ideología y el aprendizaje de las personas diferentes y, sin duda, respetuosas con la naturaleza.

Decía un ministro boliviano, ante la pregunta de si el gobierno de Bolivia era capitalista o socialista, que su país no era capitalista porque el capitalismo primaba el enriquecimiento de unos pocos a costa de la explotación de la mayoría social.


Y, con respecto al socialismo, declaraba, tenían una diferencia, el socialismo, el primer socialismo, luchando por el respeto de los derechos de la mayoría no había tenido en cuenta a la naturaleza, y ellos, el gobierno boliviano, querían que su acción transformadora de la sociedad estuviese integrada en la naturaleza. ¿Y qué tiene que ver éste libro, Derzu Uzala, con lo dicho? Tiene que ver todo.

La literatura de viajes había arrancado contando la vida de los esclavos y los refugiados para ir hasta el siglo XVIII, siglo en que se hace burguesa y ésta clase le otorga la titulación de “género literario” a finales del XIX y narra aventuras, encuentros, los llamados “descubrimientos”, de culturas, paisajes naturales, apropiaciones de bienes, colonización y reproducción del sistema productivo, explotador, de la burguesía que descubre el mundo como fuente de su enriquecimiento. El siglo XX es de cambio, la denominada Primera Guerra Mundial ha sido el fin de las certezas del siglo XIX, se entra en la descomposición de todo lo seguro, de la duda, de la percepción de los peligros como antes no se han conocido, y con respecto a los denominados “géneros” literarios el cambio también les afecta, rompen sus costuras y se tambalean admitiendo que ya no se vive como poco antes, y no se piensa como poco antes y no se lee como poco antes, los que resisten porque se adaptan en su interior la crónica, la memoria, las cartas, los cuentos y poemas, las ciencias… Antes lo había hecho Cervantes en su D. Quijote, integró todo lo que existía por separado, y, aún antes lo hizo en algunos aspectos Homero en la Odisea.

Para la literatura los objetivos del viaje son la causa, la finalidad y el descubrimiento y el descubrimiento de uno mismo y de los otros, “El que viaja buscando algo que no lleva consigo haría mejor en quedarse donde está”, decía Emerson.

Contar el aprendizaje de la cultura de un nativo

Vladimir Arseniev, científico y escritor ruso (1869-1930) enviado por el gobierno del zar a levantar los mapas de lo más extremo del continente siberiano, escribió “Derzu Uzala” para contar su aprendizaje y el de sus compañeros de la cultura del nativo Derzu Uzala que les hizo de guía en sus viajes por la taiga del Ussuri, la cadena montañosa del Sihote-Alin, los ríos que van a dar al Mar del Japón y el Golfo de Tartaria, dejando no muy lejos la isla de Sajalin, dicho sea de paso isla prisión a la que viajó Chejov para después contar su estremecedora vivencia, obligando con ello a transformar el sistema penitenciario zarista (Viaje a Sajalin. Edit. Alba). De eso trata la buena literatura, de la transformación, de no ser más lo que se era; el mismo Gorki escribió sobre Derzu Uzala ponderando su “valor científico”, y, además, escribió que su lectura le había “encantado y entusiasmado por su poder de evocación”.

Vladimir Arseniev nos ofrece en la descripción de sus recorridos su llegada como un urbanícola, el comportamiento curioso pero cuajado de ignorancia sobre el medio, las primeros enseñanzas de Derzu sobre el reconocimiento de huellas, sobre el vuelo de las aves, sobre la caída de la niebla, sobre el aprovechamiento de la comida, sobre la caza, la pesca, los ríos, el hielo, las tormentas, el fuego, el abrigo, el compartir lo que se tiene, la relación con la selva y sus habitantes, el respeto al entorno, … la vida en la tundra siberiana; por todo éste cuerpo circulan razas y nacionalidades que trabajan la tierra, que recolectan plantas medicinales, que intercambian, que se ayudan, que sólos o en grupos aislados o en pequeño número, se protegen también de ladrones, viven disponiendo de los medios que extraen de la naturaleza. Derzu, que participa del animismo, manifiesta un respeto desconocido para los que llegan de la ciudad, un respeto que, cuenta el autor, sorprenderá y enseñará al conjunto, y especialmente a él mismo.

Aprender nuevamente

Si para Robinson Crusoe la llegada a una isla deshabitada permite alardear, vanagloriarse, a la burguesía, de la capacidad del individuo para reproducir la vida “civilizada”, hasta el punto de conseguir un esclavo como ejemplo de los tiempos de la explotación humana, manifestando así el poder sobre la naturaleza y el poder sobre los demás seres humanos, en “Derzu Uzala”, comenzando el siglo XX, siglo de cuestionamientos, Vladimir Arseniev nos pone el foco sobre la necesidad de aprender nuevamente, de “desaprender” conforme aprendemos de quien nos descubre un mundo de iguales. Y eso es lo que hace Derzu, servir de guía sobre una concepción del mundo que constituyéndose en el principio de la convivencia resulta de tal grandeza que la arrogancia de la urbe empequeñece hasta desaparecer. Arseniev, como referente de los que van con él, parte de un punto en el que su autosuficiencia decae más y más, para disponerse a aprender, se da cuenta que Derzu es el verdadero ser, el que la civilización urbana en su deformación ha sacrificado; llega a escribir: “Antes, yo había pensado siempre que el egoísmo es propio del hombre primitivo, y que los sentimientos de humanidad eran solamente inherentes a los hombres civilizados. ¿No estaría equivocado?

Arseniev nos cuenta entre los muchísimos acontecimientos un caso que también se destaca en la película que hay sobre el libro, Derzu adopta una solución ante el frío y el viento polares en una noche perdido con Arseniev en la estepa siberiana, que se adopta en otras latitudes: Derzu y Arseniev cortan tanta hierva como pueden para hacerse con ella un montón sujeto con otras que agarradas a tierra y trenzadas, mas sus correas y los pesos que cargan, les permite, metiéndose bajo el montón, protegerse del hielo, recuperar calor y llegar vivos al día siguiente; pues llama la atención que eso mismo, ese remedio se haya empleado aquí tantas veces en la estepa castellana, si alguien era recogido medio helado en una casa se le bajaba a la cuadra, se le envolvía en paja mezclada con el estiércol de los animales y se le frotaba hasta que se rehacía; Che Guevara, en su libro de viajes “Diarios de motocicleta. Notas de un viaje por América Latina”, narra una experiencia similar. Por cierto les recomiendo el libro, que también tiene película y debe verse. Cuánto de la cultura de los pueblos es patrimonio común.

En “Derzu Uzala”, Arseniev describe en un tono y ritmo que filtra espacio e imágenes poéticas, lenguaje que hace la lectura intensa, descubrimientos y aventuras que se nos hacen próximos y armoniosos hasta contemplarlos con admiración.

A 100 años de la primera edición de la aventura de Vladimir Arseniev, entre 1906 y 1910, encontramos en el extremo opuesto al consejero de turismo de las Islas Baleares que hace unos días mató a un ciervo por el capricho de matar, le cortó los testículos y se hizo una fotografía con ellos encima de su cabeza, y mientras le chorreaba la sangre por la cara se reía, por ahí andan las fotografías; un individuo repugnante que merecen todo el desprecio social; gentes así pervierten, e impiden que crezca, el sentido humano.