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Una
elección presidencial es, en principio, la emisión de votos para designar a
quien ocupará el cargo de primer mandatario del país. La elección en una democracia
seria es informada, secreta y libre. Cada ciudadano pondera el programa, las
promesas y la simpatía que le genera tal o cual candidato y lo contrasta con
sus propias expectativas y creencias. Lo normal es que cada votante enfrente un
amplio repertorio de opciones. En el caso de Chile, existe una segunda vuelta
electoral en que las opciones se reducen a dos. Un plebiscito, en cambio,
consiste en una consulta en que los poderes públicos someten al voto popular
directo para que apruebe o rechace una propuesta concreta en torno a un tema de
interés nacional.
Las
próximas elecciones presidenciales en Chile, quiérase o no, están adquiriendo
un carácter plebiscitario. La ciudadanía enfrenta un espectro amplio de
candidaturas que en su aparente diversidad se ordenan en dos grandes dominios,
aquellas que insisten en mantener el actual orden binominal y aquellas que
proponen su abolición. En este sentido, estamos ante unas elecciones –
plebiscitarias. Al votar, el ciudadano debe aceptar, tácitamente, la continuidad
del actual orden constitucional o bien, rechazar la institucionalidad post
dictatorial que el país ha conocido por más de dos décadas.
Es
claro que las candidaturas más conservadoras no se plantean ningún tipo de
reforma constitucional, apuestan más bien a la continuidad de la
institucionalidad vigente y a su administración, tal y como lo ha hecho el
actual presidente. A lo sumo, están dispuestos a perfeccionar su aplicación,
pero sin modificar su diseño matriz que, dicho sea de paso, les ha significado
una era de paz y prosperidad heredada de la dictadura militar. Entre las
candidaturas progresistas, habría que distinguir entre las que proponen cambios
moderados por la vía institucional y aquellas que de manera explícita reclaman
una Asamblea Constituyente.
Desde
un punto de vista político, lo interesante es que la sociedad chilena haya
llegado a plantearse, por primera vez desde el llamado “retorno a la
democracia”, la posibilidad de un cambio en las reglas del juego. El carácter
plebiscitario que está adquiriendo la próxima elección presidencial está
señalando una nueva etapa en la política chilena y en el desarrollo de su
democracia. Si comparamos el momento actual con los primeros años de la
transición, se hace evidente que estamos en otro momento histórico.
Más
allá de los resultados de la elección presidencial que se avecina, el
cuestionamiento del orden institucional que nos rige será una de los temas que
ningún candidato podrá soslayar. La creciente presencia de los movimientos
ciudadanos y las fisuras que muestra el actual tinglado político institucional
están indicando un nuevo clima en el país. Pareciera que el “malestar
ciudadano” expresa, finalmente, el agotamiento de una democracia insana y el
anhelo de un orden político mucho más amplio, participativo, que exprese la
diversidad de lo que somos.