Especial para La Página |
Preguntar filosóficamente implica emprender una reflexión,
volver hacia lo pensado, repensar lo pensado. Es más un repreguntar insidioso,
molesto, quisquilloso. Que implica también, ir más allá de lo pensado,
cuestionar, interpelar, preguntar-se sobre la posibilidad del pensar, sobre las
condiciones que hacen posible el pensar, sobre el suelo en el cual el pensar se
asienta. En este sentido, resulta fundamental discutir las
condiciones del pensar y su relación con el contexto en el que ese pensar se
hace posible, ese suelo donde surge condicionado un pensamiento, una pregunta,
el problema y su solución. Pero también, es un preguntar no ensimismado que se
abre y en esa apertura busca al otro en su pensar, en su propia praxis.
Es esta una primera dimensión de la cuestión, dimensión
sincrónica. Hay otra, la dimensión diacrónica, la que implica preguntar acerca
de los sistemas de pensamiento, acerca de las capas de pensamiento. Es como un
ir más allá – o mejor- más hacia lo profundo. Es un proceder que de ninguna
manera consiste en una mera compilación o una historia de las ideas sino un
procedimiento que involucra dilucidar los marcos que posibilitaron el
surgimiento de tales respuestas y no otras.
Pensar la pregunta filosófica es preguntarse en situación,
es efectuar un giro hiperbólico y si se quiere una espiral. Giro hacia el
preocupar-se mismo, pero también, hacia el pensar en su relación dialéctica con
la acción. Es interpelar la realidad para su transformación. Un demandar
respuestas que hace crujir, que retuerce, contorsiona, busca nudos para
deshacer embrollos, se aventura en los pliegues para hurgar en la trama.
Preguntar es formular problemas concretos, esos que nos asaltan en la vida real
y buscar vías de acción para su solución.
Por último, interrogar filosóficamente es preguntar por eso
que hace posible la historia, la política, la ética, la economía, cualquier
saber o filosofía como resultado de un preguntar suturado en otro tiempo pero
revitalizado por tal o cual tradición. Y a la vez, es un preguntar en diálogo
permanente con las disciplinas.
En definitiva, preguntar y pensar filosóficamente es más un
filosofar vivo que un estudio de la filosofía, es ir más allá de una
hermenéutica o una filología para asentarse en el extremo más duro y fértil del
cuestionar mismo.
¿Y por qué preguntar filosóficamente? Porque paradógicamente
parece que todas las respuestas fueron ya dadas.