Podríamos multiplicar los ejemplos y los nombres de los
pensadores que han procurado arrostrar el problema de los orígenes de la sociedad,
pero preferible es, como querría Gastón Bachelard, pensar en lo que hay y no
sólo en posibilidades convincentes. Poco importan los fatuos orígenes de una
sociedad, pero mucho importa su historia. La sociología, que
dedicada está a vigilar los movimientos de las sociedades, debe vigilarse trinitariamente, debe vigilar su aparato perceptivo (‘intuitio’), sus métodos (‘ratio’) y su epistemología (‘imaginatio’), y preguntarse, sin temores, lo siguiente: ¿qué cabe esperar?, ¿cómo sabré que lo acaecido es lo esperado?, ¿qué estorbos mi percepción interferirán?
dedicada está a vigilar los movimientos de las sociedades, debe vigilarse trinitariamente, debe vigilar su aparato perceptivo (‘intuitio’), sus métodos (‘ratio’) y su epistemología (‘imaginatio’), y preguntarse, sin temores, lo siguiente: ¿qué cabe esperar?, ¿cómo sabré que lo acaecido es lo esperado?, ¿qué estorbos mi percepción interferirán?
Para responder la pregunta primera ejemplo pongamos,
imaginería fragüemos y viajemos, con la imaginación, hasta una remota sociedad
que prohíbe, ocúrreseme ahora, las pantomimas. Yo, sociólogo, ¿veo pantomimas o
veo mimética adoración de ídolos? O por mejor decir: ¿cómo sé que veo un objeto
y no sólo la imagen de dicho objeto? Wittgenstein, en sus ‘Philosophische
Bemerkungen’, imaginó tres golpes que tendrían su fundamento físico en una
puerta, y preguntó: ¿cómo sé que habrá tres golpes y cómo sé que pueden
producirse tres golpes? Enhiesto más preguntas: ¿qué distancia temporal ha de
haber entre cada golpe para que yo sepa que tales golpes pertenecen al mismo
campo semántico, o para ser ambiguamente precisos, al mismo puño?
Un pantomimo, para un hombre de clerecía, será un pecador
(¿recordáis el Concilio de Ilíberis?), y para un místico un fantasma, y para
una mujer de arrabal o hija de Emilio Zola una diversión será, y para Guilles
Deleuze una representación de la poesía de Mallarmé será. Elucubrada la
percepción, elucubrad el método registrador. Un sistema menor, sea cual sea, no
puede captar holísticamente un sistema mayor, y menos proferir lo de Lope:
"Creer que un cielo en un infierno cabe". ¿Por qué persiste la
creencia anterior? Por gracia del "paradigma", que, como ha escrito
Thomas Kuhn en su libro llamado ‘La estructura de las revoluciones científicas’,
"funciona permitiendo la repetición de ejemplos cada uno de los cuales
podría servir en principio para sustituirlo".
Un "paradigma" arquetipo es, y éste un molde es,
un lente que acota la visión humana, sea la sociológica, sea la antropológica o
la histórica. Un sociólogo paradigmático, dogmático, buscará siempre las mismas
cosas en lugares diversos (platónicos), mientras que uno con los ojos liberados
buscará cosas distintas siempre en el mismo lugar (aristotélicos). Analogías
hagamos, y comparemos la lectura que hace un sociólogo con la que hace un
literato. Un lector clásico, de los que antes buscan la gramática proposicional
(‘lectio’) y la literalidad estilística (‘littera’), la interpretación
sociológica (‘sensus’) y la autoridad de las eminencias (‘sententia’) que la
libre intelección, siempre encontrará exégesis facsímiles en sus estudios,
siempre se topará con referencias semejantes.
Para tales penurias soslayar y evitar retornos a la cultura
propia (‘ÜberIch’), preguntemos: ¿clareado está el sistema metafórico al que
pertenece mi método? El lenguaje enloquece, diría Wittgenstein, porque
ignoramos su gramatical estructura. Gracias a sorprendentes metáforas fenómenos
deleznables simulan ser fantásticos, y gracias a metáforas baladíes fenómenos
fantásticos son ignorados. El talmúdico modo de lectura de los rabinos mejor es
que el modo escolástico, pues el primero busca el misterio al final de la razón
(‘Pshat’, ‘Drash’, ‘Remez’, ‘Sod’), y el segundo la razón al final del
misterio. El sociólogo deberá, como Sherlock Holmes, buscar el misterio en la
arbitraria razón, y no razones misteriosas.
Hemos abierto de la percepción las ventanas y las puertas
del método también, y tiempo es de cimentadas epistemologías urdir, de hablar
de la "vigilancia de vigilancia de vigilancia", según expresión de
Bachelard (‘Rationalisme appliqué), o de saber que sabemos, como decía Alain,
filósofo. Ya sabemos que el "paradigma" nos desvía la atención, ya
sabemos que los métodos nos desvían de la gran hermenéutica, y ahora sabremos
cómo los fenómenos gramaticales y fenoménicos, epistémicos, trocan ambas cosas,
los ojos y el lenguaje. Kant, en su ‘Crítica de la Razón Pura’, ha dicho que la
estructura de nuestro cuerpo implícita lleva un modo de entendimiento y que
imposible es experimentar otro. El sociólogo usa el juicio para pensar en lo
que mira, y pensando esgrime dilectas categorías mentales, que pertenecen a la
racionalidad o lógica de su pueblo, la cual siempre estará enlazada a una
ideología económica, a una política, hija ésta de lo histórico.
Ejercitémonos en el arte del juicio, que no puede enseñarse,
sino mostrarse, según las sentencias de Aristóteles. Supongamos que menester
nos es pergeñar hipótesis sobre el politeísmo de algún pueblo oriental y que
sólo tenemos nuestros métodos y nuestra percepción. ¿Qué con pobrísimas armas
podremos ver? Ni lo histórico, ni el panteísmo, que en sus formas avanzadas
produce adoración de materias, de astros, de ríos, de pozos, según cuenta
Menéndez Pelayo, historiador. ¿Cómo saltar de la cosmovisión abstrusa a la
religión sistemática? Escamoteando del histórico camino lo fútil. Bachelard,
preclaro varón, ha escrito: "Este encadenamiento no puede exponerse en el
tiempo continuo de la vida. La explicación de encadenamientos tan diversos
requiere una jerarquía. Esta jerarquía está acompañada de un psicoanálisis de
lo inútil, de lo inerte, de lo superfluo, de lo inoperante".
¿Por qué adorar una acuosa fuente? Por la escasez de agua
(alucinación), por el tiempo histórico en el que fue descubierta (tradición) y
por la abundancia de la misma (transmisión). ¿Podríamos descifrar lo que sucede
en un rito con el ojo metódico puesto en las danzas y rezos que la tal fuente
engendra? Sí con ojo de referencias libre y no acostumbrado a mirar la
periferia, costumbre ésta occidental, pero no con uno de referencias hecho, de
reverencias, de deferencias que impiden la delectación de diferencias. Grandes
esfuerzos hizo el pensador Edmund Husserl para libertar nuestra percepción. En
sus ‘Meditaciones cartesianas’, recordemos, Husserl meditó los fenómenos de la
consciencia, de la percepción, de la "apercepción", como diría
Leibniz, comentador de las mónadas, esto es, de los necios.
Husserl, hablando sobre "la reflexión", dice:
"Ésta altera esencialmente la anterior vivencia ingenua, haciéndola perder
el modo primitivo de ‘directa’, precisamente por hacer objeto suyo lo que antes
era vivencia, y no nada objetivo. Mas la tarea de la reflexión no es repetir la
vivencia primitiva, sino contemplarla y exponer lo que se encuentra en
ella". La ingenuidad, la ignorancia, impide la lectura de cualquier
fenómeno, texto o historia, y la alta erudición también. Unos de sencillez
pecan, como Sancho Panza, y otros de culturalismo extremeño pecan, como el
Quijote, que veía exequias en donde sólo había sequías. Si el
"paradigma" combatido puede ser con "racionalismo
aplicado", si el método ciego puede volver a ver debido al análisis
lingüístico, la inocencia puede ser recuperada olvidando lo inútil, la onerosa
vivencia que impide que el apasionado, engañado diez veces, vuelva a creer, a
"dar la vida y el alma a un desengaño", como el verso de Lope de Vega
dice.