El autor es un héroe inglés que
murió en combate el 12 de febrero de 1937 a los 29 años de edad, durante la guerra civil española,
dando su vida en la defensa de la democracia y el socialismo ante el avance del
fascismo.
Christopher Caudwell ✆ A.d. |
La denomino una doctrina distintivamente burguesa, porque
por pacifismo entiendo, no el amor de la paz que se debe asegurar a través de
acciones concretas, sino la creencia de que toda forma de constreñimiento
social de otros o cualquier acción violenta es mala en si misma, y que la
violencia, como la guerra, debe ser resistida pasivamente porque usar la
violencia para poner fin a la violencia sería lógicamente contradictorio.
Opongo al pacifismo entendido en este sentido la creencia comunista de que el
único medio
para asegurar la paz es un cambio revolucionario del sistema social, y que las clases dominantes resisten violentamente a la revolución y por lo tanto han de ser derrocadas por la fuerza.
para asegurar la paz es un cambio revolucionario del sistema social, y que las clases dominantes resisten violentamente a la revolución y por lo tanto han de ser derrocadas por la fuerza.
Pero la guerra moderna también es claramente burguesa. Las guerras, como la última, nacen del desarrollo imperialista desigual de las potencias burguesas, y las guerras más tempranas de la cultura burguesa también se libraron para fines propios de la economía burguesa o, como las guerras de la naciente República Neerlandesa, representaban las luchas de la creciente burguesía contra las fuerzas feudales. En la última fase del Fascismo, cuando el capitalismo, arrojando de sí las formas democráticas que ya no le sirven, gobierna con violencia abierta, la cultura burguesa también se contempla como agresivamente militante. ¿Estamos los marxistas sencillamente utilizando etiquetas indiscriminadamente cuando clasificamos como propiamente burguesas tanto la militancia como el pacifismo, la mansedumbre y la violencia?
No, no lo haremos, si podemos mostrar que llamamos burgués
no a toda guerra y todo pacifismo, sino sólo a ciertos tipos de violencia y
ciertos tipos de no violencia; y si, además, podemos mostrar como la posición
burguesa fundamental genera estos puntos de vista aparentemente contrapuestos.
Hicimos lo mismo cuando mostramos que las dos filosofías que aparentemente se
oponen por completo, el materialismo mecanicista y el idealismo, eran ambas
característicamente burguesas, y generadas ambas por el único presupuesto
burgués.
El pacifismo burgués es particular y específico y no debe
confundirse, por ejemplo, con el Pacifismo Oriental, más que la moderna guerra
Europea debe confundirse con la guerra medieval. No es simplemente que las
manifestaciones sociales de él sean diferentes, esto nacería necesariamente a
partir de los diferentes órganos sociales de las dos culturas. El contenido
también es diferente. Cualquiera que suponga que el pacifismo burgués tomará,
por ejemplo, la forma de un grupo universitario antibélico que levantará los
railes de un tren donde se halla una tropa que marcha a la guerra como un grupo
pacifista indio, ignora la naturaleza del pacifismo burgués y de donde adquirió
su matiz. El ejemplo histórico del pacifismo burgués no es Gandhi sino Fox. La
Sociedad de los Amigos expresa el espíritu del pacifismo burgués. Es una
resistencia individual.
Para comprender como nace el pacifismo burgués debemos comprender
como surge la violencia burguesa. Surge, como o hace la violencia despótica o
feudal, por la economía propia del sistema. Como primero supo explicar Marx,
las características de la economía burguesa consisten en que los burgueses, a
los que no dejaba avanzar y eran entorpecidos en la producción por el sistema
feudal, acaban viendo la libertad y el crecimiento productivo en la falta de
organización social, en que cada hombre administre sus propios asuntos para su
propio beneficio lo mejor que pueda y conforme a sus deseos, y esto se expresa
en el carácter absoluto de la propiedad burguesa junto con su completa
capacidad de ser enajenada. Su lucha por lograr este derecho aseguro mucha más
libertad y potencia productiva en relación con su posición en el sistema
feudal. Las circunstancias de la lucha y su resultado hicieron surgir el sueño
burgués, la libertad como la eliminación absoluta de las relaciones sociales.
Pero ese programa, si se lleva a efecto, significaría el
final de la sociedad y la quiebra de la producción económica. Cada hombre iría
a lo suyo, y si otro hombre tuviera algo que tú no tienes, se apropiaría de él,
pues se asume que no existen relaciones sociales como la cooperación. El ahorro
y la previsión que hace posible la producción económica dejarían de existir, y
el hombre descendería al rango de bestia.
Pero de hecho el burgués no desea ese mundo. Vivía del
comercio y la banca, del capital en contraposición a la tierra que era la base
de la explotación feudal. Por lo tanto cuando hablaba de la “ausencia de
constreñimientos sociales”, se refería a la ausencia de cualquier restricción a
su propiedad, capacidad de enajenar y adquirir a discreción del capital que le
proporcionaba su medio de vida. La propiedad privada es una “constricción” social,
porque los que carecen de propiedad están “constreñidos” al no poder ayudarse
asimismo mediante la fuerza o la astucia, como lo harían en el “estado de la
naturaleza”, pero el burgués nunca ha incluido la titularidad del capital como
una de las restricciones sociales que deben ser abolidas, por la simple razón
de que para él no suponían ninguna restricción. Nunca le entró en la cabeza
considerarlas como tales, y nunca pudo ver nada incoherente en pedir la
abolición de los privilegios, monopolios y demás, mientras conservaba su
capital.
Además, tenía un argumento muy persuasivo que, cuando se
volvió más consciente de sí mismo, podía emplear. Una restricción social es una
relación social, una relación entre hombres. La relación entre amo y esclavo es
una relación social y por tanto una limitación de la libertad de un hombre por
otro. Del mismo modo la relación entre señor y siervo es una relación entre
hombres y una restricción a la libertad humana; pero la relación entre un
hombre y su propiedad es una relación entre un hombre y un objeto, y por lo
tanto no suponía restricción alguna a la libertad de otros hombres.
El argumento era por supuesto falaz, pues no pueden existir relaciones universales de este tipo como la fábrica de la sociedad, sólo pueden existir relaciones entre los hombres camufladas como relaciones entre objetos. La defensa burguesa de la propiedad privada sólo se aplica si marcho a la floresta y tomo un bastón para andar, o confecciono un objeto ornamental para adornarme; se aplica sólo a la posesión de fruslerías de nula importancia social o objetos de consumo inmediato. En cuanto la propiedad burguesa se extiende al capital de la comunidad, que consiste en los productos de la comunidad que se disponen a un lado para producir bienes en el futuro (en la temprana civilización burguesa los cereales, el vestido, las semillas y las materias primas para mantener a los trabajadores del futuro, y adicionalmente la maquinaria y las plantas de producción destinadas hoy en día para tal propósito) dicha relación entre cosas deviene una relación entre hombres, pues es ahora el trabajo de la comunidad lo que controla el burgués.
El derecho burgués a la propiedad privada conduce a esto,
que por un lado el mundo y todo lo que la sociedad ha creado en el mismo
pertenece al burgués, y por otro se halla el trabajador desnudo, que es forzado
por la necesidad vital a vender su trabajo al burgués para alimentarse a él y a
su patrono. El burgués sólo adquirirá su fuerza de trabajo si obtiene un
beneficio. La relación social sólo puede hacerse posible, depende de, la
propiedad burguesa del capital. Por ello, igual que en una sociedad esclavista
o servil existe una relación entre los hombres que es una relación entre una
clase dominante y una clase dominada, o entre explotadores y explotados; igual
existe en la cultura burguesa, pero mientras que en las civilizaciones
anteriores esta relación entre los hombres es clara y muy sentida, en la
cultura burguesa se camufla como un sistema libre de las relaciones de dominación
obligatoria y sólo existen relaciones inocentes entre los hombres y los
objetos.
Por lo tanto al desprenderse de toda restricción social, el burgués se cree justificado al retener la única restricción de la propiedad privada, pues él no la considera como restricción, sino como un derecho inalienable del hombre, el derecho natural fundamental. Por desgracia para esta teoría, no existen los derechos naturales, sólo situaciones que se hallan en la naturaleza, y la propiedad privada de un hombre protegida por otros no es una de ellas. La propiedad burguesas sólo puede defenderse mediante la coerción, los que no tienen nada tienen que ser forzados por los que tienen después de todo, igual que en el sistema feudal. De este modo, una relación de dominio tan violenta como en las civilizaciones esclavistas llegó a la existencia, tomando expresión en la policía, las leyes, los ejércitos permanentes y el aparato legal del Estado burgués. Todo el Estado Burgués orbita sobre la protección coercitiva de la propiedad privada, alienable y capaz de ser adquirida comercialmente para el beneficio privado, considerada como un derecho natural, pero un derecho que, de forma bastante extraña, sólo puede ser protegido mediante la coerción, porque implica en esencia el derecho a disponer y extraer beneficio de la fuerza de trabajo de otros, y por lo tanto implica la capacidad para administrar sus vidas.
Así que después de todo, el sueño burgués de la libertad no
puede realizarse. Las restricciones sociales deben existir para proteger la
única cosa que le hace burgués. Esa “libertad” para la propiedad privada le
parece que implica inexplicablemente cada vez más y más restricciones sociales,
leyes, tarifas proteccionistas, y leyes fabriles; y esta sociedad en la que se
permiten sólo las relaciones con una cosa se convierte cada vez más en una
sociedad en la que las relaciones entre los hombres son complejas y crueles.
Cuanto más pretende la libertad burguesa, más consigue restricciones burguesas,
porque la libertad burguesa no es más que una ilusión.
Por lo tanto, igual que en una sociedad esclavista, la sociedad burguesa se convierte en una sociedad fundada en la coerción violenta del hombre por el hombre, y más violenta aún puesto que si el amo debe alimentar y proteger al esclavo, sea o no capaz de trabajar, el patrono burgués no tiene obligación alguna para con el trabajador libre, ni siquiera encontrarle trabajo. Todo el sueño burgués explota en la práctica, y el Estado burgués se convierte en un escenario de la sujeción coercitiva y violenta del hombre por el hombre en aras a la producción económica.
Al contrario que otras violencias, la violencia del burgués aunque parecida en sus motivos desempeña un papel social. Es la relación donde la producción social se asegura en la sociedad burguesa, del mismo modo que la relación entre amo y esclavo asegura la producción en la civilización esclavista. En esta época es la mejor manera de asegurar la producción, y es mejor ser un esclavo que una bestia de la selva, mejor ser un trabajador explotado que un esclavo, y no porque el patrono burgués es mas “majo” que el esclavista (con frecuencia es mucho más cruel) sino porque la riqueza de las sociedad en su conjunto es mucho mayor bajo el capitalismo.
Pero ningún sistema de relaciones es estático, se desarrolla y cambia. Las relaciones esclavistas se desarrollaron en Imperios y revelaron sus contradicciones internas. Por ellas se derrumbaron. La historia de la Caída del Imperio Romano es la del constante declinar de la base discal del Imperio de Augusto a Justiniano como resultado de la explotación creciente, hasta que se convirtió en una cáscara asolada por la pobreza, que ya se derrumbó por los asaltos de los llamados bárbaros, hasta entonces fácilmente repelidos. Del mismo modo, la civilización feudal, exhausta en Inglaterra por la anarquía de las Guerras de las Rosas, colapsó. Pero este tiempo, no frente a un enemigo exterior, sino interior la pujante clase burguesa.
Las relaciones burguesas también se desarrollaron. Son bien conocidos los periodos de crisis recurrentes que mostraban la decadencia potencial del sistema. Esa decadencia fue demorada por el Imperialismo, o lo que es lo mismo, por la imposición forzosa a otras naciones de los “derechos naturales” del burgués. En esos países atrasados el derecho burgués para comerciar con beneficio y para adquirir cualquier propiedad se impuso a la fuerza. Aquí también el burgués, debido a su relación dominante con los objetos, impuso de forma camuflada su relación de dominación sobre otros hombres, que aún puede ser disfrazada de democracia, ¿pues no declara la democracia que todos somos iguales y nadie puede esclavizar a otro? ¿No excluye todas las relaciones de dominación, el despotismo, la propiedad de esclavos, el privilegio feudal, salvo la dominación “inocente” del capitalista sobre el trabajador “libre”?
Pero en ese contexto imperialista, surgió una nueva
circunstancia, la guerra exterior en vez de la coerción y violencia interna.
Pues ahora, al explotar países atrasados, o como se decía, al civilizarlos un
Estado burgués competía con otro, al igual que la burguesía dentro de cada
estado compite entre sí.
Pero en el interior del Estado el burgués compite con los
demás burgueses pacíficamente, pues es la ley, y la ley se dictó para
protegerse contra los explotados. Las leyes que prohíben que un burgués se
apropie por la fuerza de la propiedad de otro surgieron de la necesidad de
prevenir que los desposeídos se apropiaran de su propiedad por la fuerza.
Es una ley interna, la ley del Estado coercitivo. Si no
hubiera sido necesario para la existencia de la clase burguesa en su conjunto
estar protegidos frente a su desposesión de los explotados, las leyes contra la
apropiación por la fuerza de la propiedad privada, hechas cumplir por la fuerza
y presentadas a los explotados como una ley social “necesaria”, nunca hubieran
llegado a existir. Pues la naturaleza competitiva e individualista del comercio
burgués (donde cada uno “trata de aprovecharse” del otro) es tal que ningún
burgués ve nada malo en empobrecer a otro. Si es machacado, bueno, así es el
juego. Pero todos se unen como una clase contra los explotados, pues la
existencia de esta clase depende de ello. Si se da el caso de una batalla en el
interior de la clase burguesa, cada burgués cree por naturaleza y educación
que, si tiene la misma oportunidad, vencerá al otro. Este eterno optimismo
burgués se contempla en las apelaciones históricas burguesas al “juego limpio”,
a la “ausencia de favoritismo” y todos los eslóganes de la alianza burguesa que
expresan la ética deportiva del caballero inglés.
Es muy diferente cuando los Estados burgueses, a través de
sus organizaciones coercitivas, se encuentran compitiendo en el escenario
mundial por los países más atrasados. Ahora no ha una clase explotada numerosa
que amenace la existencia de los Estados burgueses en su conjunto. Dentro del
Estado coercitivo, si se llegara a un escenario de lucha callejera, con las
manos desnudas y hombre contra hombre, los explotados vencerían. Pero en la
arena Imperialista los Estados burgueses aparecen como organismos muy
desarrollados, pues gracias al potencial unificador del Estado coercitivo,
disponen ahora de todos los recursos de una sociedad avanzada, incluyendo el
servicio militar, en el ejército, de la propia clase explotada. Las naciones
explotadas aún desempeñan en la escena mundial el papel de la clase explotada
en el interior del estado, pero no constituyen un peligro para la clase de los
estados burgueses en su conjunto, como lo es la clase explotada para la clase
de los burgueses en su conjunto dentro del Estado. Son tan sólo objetos
inanimados, casi indefensos, casi terreno muerto y no desarrollado. Allí no hay
un peligro mundial que amenaza la clase de los Estados burgueses en su
conjunto, como en un Estado, la revolución sí que amenaza la clase burguesa en
su conjunto. Existe sólo competencia individual entre Estados burgueses, y,
como hemos visto al burgués no le importa. Todo lo que pide es “campo abierto y
sin favoritismos” pues siente que acabará en lo más alto. No ve la necesidad de
una ley que restrinja la competencia entre los burgueses. Por tanto el Estado
burgués soberano adquiere el ser y lucha sangrientamente con otros Estados
burgueses por el botín de los países atrasados. Esa es la edad del Imperialismo,
que culminó en la Gran Guerra.
Huelga decir que en la práctica el burgués encuentra su
sueño de “juego limpio” mucho más sangriento y violento de lo que esperaba. La
guerra le empieza a parecer “competencia desleal”. Como una guerra de precios,
le alarma y siente que alguien del exterior debería ponerle fin. Pide auxilio,
pero no hay nadie en “el exterior”. ¿Pues a quién, en el cielo o en el
infierno, puede llamar, como un miembro de la clase de Estados independientes y
soberanos.
Pero aún tiene un sueño. Si la clase burguesa en un país
puede tener un Estado y una fuerza policial que asegure el orden y la
competencia no violenta, ¿por qué no un Estado de Estados, un Estado mundial,
donde se asegure la paz mundial?
Esa esperanza burguesa se convierte una y otra vez en un
caos bélico, y la Liga de las Naciones es uno de los ejemplos. Pero otro de los
factores que asegura la ley en el seno del Estado Burgués, la existencia de una
peligrosa clase explotada, no existe en el escenario mundial. No hay un peligro
conjunto para la clase de los Estados burgueses, y por lo tanto no pueden
unirse jamás para aceptar una ley reguladora coercitiva superior a sus propias
voluntades. El peligro sólo existe entre ellos y cada uno, como buen burgués
que es, cree que mediante adecuadas combinaciones, sagaz política internacional
y conocimiento de las maniobras puede vencer a los demás. El sueño burgués de
un Imperialismo pacífico es irrealizable debido a la falta de un peligro común
que pueda aglutinar a todos los Estados Burgueses. Después de la amarga
experiencia de lo desagradable que es la guerra, como después de la
desagradable experiencia de tener que bajar los precios, pueden unirse en un
cartel voluntario, la Liga de Naciones, pero como tal cartel carece de la
cohesión y del poder coercitivo del Estado Burgués y por lo tanto carece
también de eficacia a la hora de ejercer de mediador entre burgueses. Es como
un acuerdo sobre los precios en el que todos se adhieren voluntariamente para
su propio beneficio individual. Puesto que, en la producción burguesa en
general, y en la explotación Imperialista en particular, un acuerdo no puede
siempre beneficiar absolutamente a todos, es sólo cuestión de tiempo hasta que
el cartel sea denunciado por algunos y vemos a los Estados burgueses más
desposeídos (Alemania e Italia) fuera del cartel, y coaligados contra los
poderosos (Francia e Inglaterra) mientras que el Estado burgués (América) cuyos
intereses no radican en la misma esfera de explotación imperialista nunca se ha
unido al cartel. De este modo, a pesar de las lecciones más amargas que pueda
recibir una nación, que demuestran la ineficacia de la Guerra para paliar una
crisis, no resulta posible para los Estados cuyas formes expresan
coercitivamente los intereses burgueses reconocer una fuerza coordinadora
superior, que produciría en la esfera internacional una maquinaria legal como
la que asegura el orden interno de un Estado, pues esta maquinaria interna se
dirige contra la peligrosa clase explotada y esta no existe en la esfera
internacional. Por lo tanto, la pacífica Federación Mundial de Estados, la
Liga, forma parte de la ilusión burguesa, y las naciones todavía se arman más.
Este es, pues, el análisis de la violencia burguesa. No es algo que cae del cielo de vez en cuando y durante un tiempo enloquece a la humanidad. Está implícito en la ilusión burguesa.
Toda la economía burguesa está construida sobre la violenta
dominación del hombre por el hombre a través de la posesión privada del capital
social. Está siempre allí, esperando en cualquier momento para llamear en un
Peterloo o un Amritzar dentro del Estado burgués, o en una Guerra de los Boer o
Gran Guerra en su seno.
Mientras que la economía burguesa siga siendo una fuerza constructiva y positiva, esa violencia está oculta. La sociedad no contiene una vigorosa presión interna hasta que las fuerzas productivas hayan superado el sistema de relaciones productivas. Hasta que se desarrolla esta presión productiva, corresponderá a la coerción mostrarse a si misma sangrientamente o en una escala más amplia.
Pero cuando la sociedad burguesa está despedazada por sus
propias contradicciones, cuando el beneficio privado se ve como perjuicio
público, cuando la pobreza y el desempleo crecen en medio de la abundancia, la
violencia burguesa se torna más abierta. Esas contradicciones conducen al
Estado burgués a guerras Imperialistas, en las que la violencia reina sin
factores atenuantes. Internamente la violencia en vez de la pura “razón” basta
para mantener el sistema burgués. Puesto que el sistema capitalista está
mostrando abiertamente su ineficacia, la gente ya no está contenta con una
forma de gobierno, la democracia parlamentaria, en la que la producción
económica está dirigida por la clase burguesa, dejando al pueblo en su conjunto
sólo el poder de disponer, en límites muy estrechos, a través del parlamento,
la fijación de un presupuesto meramente administrativo. Lo ven como una burla,
y ya no ven más motivos para mantener la farsa. Hay una demanda creciente de
socialismo, y la clase capitalista que se siente acosada, recurre a la
violencia abierta. Usan la revuelta contra la democracia ineficaz para
establecer una dictadura, y esa dictadura, que toma el poder al grito de “abajo
el capitalismo” de hecho establece un capitalismo más feroz, como en la Italia
o la Alemania fascista. La opresión brutal y la cínica violencia del Fascismo
es el cénit de la decadencia burguesa. La violencia en el corazón de la ilusión
burguesa emerge tanto dentro como fuera del Estado.
La justificación de la violencia burguesa es una parte importante de la ética burguesa. El control coercitivo del trabajo social por una clase reducida se justifica como una relación con un objeto. Ya remontándonos a Hegel, la justificación se da ingenua y sencillamente. Igual que voy y tomo un palo de madera de la jungla y lo uso para mi propósito, así el burgués se supone que empleará el objeto “capital” para su propio uso. La dominación sobre los hombres es perversa; el dominio sobre las cosas es legítimo.
La naturaleza de la economía burguesa hizo posible que Hegel
se creyera esto en serio. Pero cuando la verdadera naturaleza de la economía
burguesa fue analizada por Marx, como una relación de domino sobre los hombres
por medio de la propiedad de los medios del trabajo social y de los medios de
vida individuales, ¿cómo puede persistir esta ingenua actitud burguesa? Sólo
demonizando a Marx, atacándole violentamente sin explicar su punto de vista, y
continuando la enseñanza, la prédica y la práctica de la vieja teoría burguesa.
Fue entonces cuando la ilusión burguesa se convirtió en la mentira burguesa, un
engaño consciente que pudría el corazón de la cultura burguesa.
La ética burguesa incluye la mucho más difícil justificación de la violencia de la guerra burguesa. La ética cristiano burguesa ha sido igual incluso en esto. Como propio de la ilusión burguesa, toda interferencia en la libertad de otro es perversa e inmoral. Si alguien ve su libertad atacada, es compelido a defenderse con moralidad ultrajada y atacar a su vez. Por lo tanto todas las guerras burguesas se justifican como guerras defensivas. La libertad burguesa incluye el derecho a ejercitar todas las ocupaciones burguesas- enajenar, comerciar y adquirir para el beneficio, y puesto que estas implican instaurar relaciones de dominación sobre otros, no es sorprendente que el burgués se encuentre con ataques a su libertad. Es imposible que el burgués ejercite su plena libertad sin afectar a la libertad de otro. Es imposible por tanto ser completamente burgués y no dar ocasión para guerras “justas”.
Entre tanto las incomodidades burguesas generan una
oposición a la violencia burguesa. En cada fase del desarrollo burgués pueden
encontrarse hombres impregnados de la ilusión burguesa, que el hombre es libre
y feliz sólo cuando no tiene constreñimientos sociales, y que encuentra en la
economía burguesa multitud de restricciones y coacciones. Vemos porqué existen
estas: la economía burguesa necesita de la coerción y las restricciones como
sustento vital. Los grandes burgueses dominan a los pequeños burgueses y ambos
dominan al proletariado. Pero los primeros rebeldes burgueses no veían esto.
Pedían regresar al sueño burgués “iguales derechos para todos”, “libertad de
los constreñimientos sociales”, “derechos naturales del hombre”. Pensaban que
esto les liberaría de la gran burguesía, y que de nuevo sobrevendría una
competencia equitativa.
Esto originó la cesura entre conservadores y liberales,
entre los grandes burgueses con posesiones y la pequeña burguesía que deseaba
ocupar su puesto. Una ve que su posición depende de mantener las cosas como
están; otra ve que su posición depende de más libertad burguesa, más votos para
todos, más libertad para que la propiedad privada sea enajenada, adquirida y
poseída, más libre competencia y menos privilegio.
El liberal es una fuerza activa. Pero más que revolucionario, como el se cree es “evolucionario”. Al esforzarse por lograr la libertad burguesa y la competición justa produce con un misma acción un incremento en las restricciones sociales que odia. Construye la gran burguesía pretendiendo apoyar a la pequeña, aunque puede convertirse en un gran burgués en el proceso. Asegura la inequidad tratando de asegurar la equidad. El libre comercio da lugar a aranceles, Imperialismo y monopolios, porque está acelerando el desarrollo de la economía burguesa, y tales cosas son el final necesario del desarrollo burgués. Hace venir las cosas que odia porque, mientras que está atrapado por la ilusión burguesa de que la libertad consiste en la ausencia de planificación social consciente, debe situarse, al desprender los lazos sociales, mucho más vigorosamente bajo la bota de fuerzas sociales coercitivas.
Este liberal “revolucionario” esta persona que odia la
coerción y la violencia, el amante de la libre competencia, el amigo de la
libertad y los derechos humanos, es por tanto el mismo hombre maldito por la
historia, no sólo por su impotencia para detener estas cosas, pero a ser
forzado por sus propios esfuerzos para producir coerción y violencia y
competencia injusta y esclavitud. No sólo debe desistir de oponerse a la
violencia burguesa, la genera, ayudando al desarrollo de la economía burguesa.
Hoy en día, como el burgués pacifista, ayuda a generar la
violencia, la guerra y la brutalidad Fascista e Imperialista que odia. En la
medida en que es un pacifista genuino y no meramente un hombre lleno de dudas
entre los senderos de la revolución y la no cooperación, su tesis es esta:
“odio la violencia y la guerra y la opresión social, y todas estas cosas se
deben a las relaciones sociales. Por lo tanto debo abstenerme de las relaciones
sociales. Los belicistas y los revolucionarios me son igualmente odiosos”.
Pero abstenerse de las relaciones sociales es abstenerse de
la vida. En tanto que saque o gane una renta, participa en la economía
burguesa, y mantiene la violencia que la sostiene.
Está en una sociedad durmiente con la gran burguesía, y esa
es la esencia de la economía burguesa. Si otros dos países se hallan en guerra,
es impotente para intervenir y detenerlos, pues eso implica la cooperación
social, que conlleva coerción, como un hombre que separa a amigos que andan
peleando y esa acción por definición le está vetada. Si la gran burguesía de su
propio país decide ir a la guerra y movilizar sus fuerzas coercitivas, físicas
y morales, las del Estado, no puede hacer nada, pues la única respuesta real es
colaborar con el proletariado para resistir la acción coercitiva de la
burguesía y desalojarla del poder.
Si el fascismo se desarrolla, nunca puede suprimirlo en su florecimiento antes de que haya alzado un ejército para intimidar al proletariado, pues cree en la “libertad de expresión”. Sólo puede ver a los trabajadores siendo aplastados y decapitados por las fuerzas que ha permitido desarrollar.
Su posición descansa firmemente en esta falacia burguesa.
Cree que el hombre como individuo tiene poder. No se da cuenta de que incluso
en el improbable caso de que todo el mundo adoptara su punto de vista y dijera
“resistiré pasivamente”, aún no se alcanzaría su propósito. Pues los hombres no
pueden dejar de cooperar, pues hay que llevar a cabo el trabajo social, el
grano ha de recogerse, la ropa tejerse, la electricidad generarse, o eso, o el
hombre desaparecerá de la faz de la tierra. Sólo su posición como miembro de
una clase parásita podría darle cualquier otra ilusión. Un trabajador ve que su
propia vida depende de la cooperación económica y que esta cooperación de suyo
impone relaciones sociales, en las que la economía burguesa tiene que ser
burguesa, o lo que es lo mismo, en mayor o menor medida debe colocar en manos
de la gran burguesía las violentas cuestiones de la vida y la muerte. La
resistencia pasiva no es un programa real, sino una disculpa por apoyar el
viejo programa. Un hombre o participa en la economía burguesa o se revela y
trata de establecer otra economía. Otro camino aparente es romper con la
sociedad y volver a la jungla, la solución de la anarquía. Pero eso no es
ninguna solución. La única alternativa real a la economía burguesa es la
economía proletaria, o sea, el socialismo, y por lo tanto uno participa en la
economía burguesa o es un revolucionario proletario. El hecho de que uno
participe pasivamente en la economía burguesa, que uno no empuñe la maza o
dispare el cañón, más que ser una defensa hace la posición de uno más
repulsiva, del mismo modo que una valla es más desagradable que un ladrón, y un
chulo que una prostituta. Uno deja a los demás hacer el trabajo sucio y
meramente participa en el beneficio.
El pacifista burgués ocupa tal vez el
lugar más innoble de cualquier hombre en cualquier civilización. Es el
Cristiano Protestante cuya ética se ha vuelto ridícula por el desarrolló de la
cultura que los ha hecho evolucionar; pero esto no impide su complacencia en
observar esta ética. Se sienta sobre la cabeza del trabajador y mientras la
gran burguesía le patea, le aconseja estarse quietecito. Cuando (como hicieron
algunos pacifistas durante la huelga general) mantiene los “servicios mínimos”
durante las luchas “violentas” del proletariado por la libertad se convierte en
un portento.
El pacifismo, con todo su artificioso aspecto moral, es,
como la cristiandad protestante, el credo del ultra-individualismo y el
egoísmo, al igual que el Catolicismo Romano es el credo del monopolio y la
dominación privilegiada. Ese egoísmo se ve en toda la defensa que el pacifista
burgués realiza de su credo.
La primera defensa es que está mal. Es un “pecado” matar o
recurrir a la violencia. Cristo lo prohíbe. El pacifista que recurre a la
violencia mancha su alma con una horrible culpa. En tal concepción nada aparece
tan importante como la propia alma del pacifista. Se preocupa de su preciosa
alma, como el buen burgués para el que el honor es un activo social tan
importante. La sociedad puede irse al diablo si su alma queda intacta. Tan
imbuido está de las nociones burguesas del pecado que nunca se le ocurre si no
será egoísta preocuparse de su propia alma y su propia salvación. Puede que un
hombre tenga derecho después de todo a salvar su propia piel, pero después de
todo el pacifista debe prevenir la contaminación de su preciosa alma del pecado
mortal de la violencia. ¿Pero qué es esto sino la traducción a términos
espirituales de la vieja regla burguesa del laissez-faire y de burguesolandia?
¿Vaya el diablo para ruin? Es un laissez-faire espiritual. Es la creencia de
que los intereses de la sociedad, el propósito de Dios, se sirven mejor no
realizando acción alguna, por beneficiosa que pueda ser para otros, si pone en
peligro su propia alma. Esto se cristaliza en la máxima “uno no puede hacer mal
del que se derive bien alguno”.
Los hombres primitivos tienen una concepción del pecado más social. El pecado es reprehensible porque pone a toda la tribu en peligro. El pecador huye de la tribu porque le ha causado mal, no por salvarse a sí mismo; está condenado por su pecado. Va al desierto, y se mata o es muerto, saliendo así de la tribu, después de que ha realizado las purificaciones adecuadas, el mal que ha traído. Ambas concepciones son erróneas, pero esta concepción del salvaje es más noble y más altruista que la concepción burguesa de que cada hombre es responsable sólo de sus propios pecados, y que se purifica por recurrir privadamente a la sangre de Cristo. El pacifista ha recordado el dicho de Caín: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Esta concepción tribal de la salvación fue retenida en parte en la sociedad feudal por la Iglesia, que tenía claramente en mente la unidad de la Iglesia Militante, la Iglesia Sufriente, y la Iglesia Triunfante, cada una de las cuales, mediante la plegaria, podía comunicarse o ayudar a las demás. El cristiano feudal rezaba por las Santas Almas sufrientes en el Purgatorio, esperando que los vivos rezaran por el cuando estuviera muerto, y continuamente invocaba a los miembros muertos de la tribu, las Almas Triunfantes de los Santos en el cielo, para que le ayudaran, hasta tal punto que, en este grupo social tan poderoso, Dios estaba casi olvidado. La unidad social es lo que emerge únicamente, y el pecado individual es perdonado por el mero acto de socialización, en el confesionario.
Los hombres primitivos tienen una concepción del pecado más social. El pecado es reprehensible porque pone a toda la tribu en peligro. El pecador huye de la tribu porque le ha causado mal, no por salvarse a sí mismo; está condenado por su pecado. Va al desierto, y se mata o es muerto, saliendo así de la tribu, después de que ha realizado las purificaciones adecuadas, el mal que ha traído. Ambas concepciones son erróneas, pero esta concepción del salvaje es más noble y más altruista que la concepción burguesa de que cada hombre es responsable sólo de sus propios pecados, y que se purifica por recurrir privadamente a la sangre de Cristo. El pacifista ha recordado el dicho de Caín: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Esta concepción tribal de la salvación fue retenida en parte en la sociedad feudal por la Iglesia, que tenía claramente en mente la unidad de la Iglesia Militante, la Iglesia Sufriente, y la Iglesia Triunfante, cada una de las cuales, mediante la plegaria, podía comunicarse o ayudar a las demás. El cristiano feudal rezaba por las Santas Almas sufrientes en el Purgatorio, esperando que los vivos rezaran por el cuando estuviera muerto, y continuamente invocaba a los miembros muertos de la tribu, las Almas Triunfantes de los Santos en el cielo, para que le ayudaran, hasta tal punto que, en este grupo social tan poderoso, Dios estaba casi olvidado. La unidad social es lo que emerge únicamente, y el pecado individual es perdonado por el mero acto de socialización, en el confesionario.
Por lo tanto el Catolicismo simbolizaba la naturaleza social
del feudalismo; la tribu era toda la Cristiandad. Su acto típico era la
Cruzada, el asalto violento de la Cristiandad al paganismo.
El protestantismo, la religión de la burguesía, se rebeló
necesariamente contra el Catolicismo tribal. Como religión, “reformó” todos los
elementos sociales del Catolicismo. Se convirtió en el Catolicismo menos los
elementos sociales y más el individualismo. La autoridad se abandonó; el
sacerdote, el repositorio de la magia y la conciencia de la tribu fue despojado
de su poder; las plegarias por los muertos y por los santos no eran
individualistas, por lo tanto el purgatorio no existía y los santos eran
impotentes. Cada hombre sería su propio juez, cargaría con su propio pecado y
trabajaría por su propia salvación. La noción de la culpa individual, como en
Bunyan y los Puritanos, alcanzó un nivel que nunca había logrado en los países
católicos.
De aquí también el fenómeno de la “conversión” en la que esta intolerable y auto inducida carga de la culpa se arroja al seno de Cristo. Pues el hombre no puede vivir sólo. Esta conversión era prueba de ello; que el individualismo de la burguesía es sólo una fachada, y que, en el mismo momento que lo proclama, el individuo necesita de alguna entidad ficticia o chivo expiatorio divino al que pueda arrojar, como un acto final de egoísmo, la responsabilidad que nunca asumió completamente.
Por lo tanto el Pacifismo, como un método de evitar el pecado moral de la violencia, es egoísta. El pacifista reclama, como un deber primordial, el derecho de salvar su propia piel. No entraremos en si es éticamente correcto que un hombre piense primer en si mismo. Para la filosofía burguesa, expresada propiamente, esto es así. Para otro sistema de relaciones sociales eso no es correcto. Para un tercero, el comunismo, no es correcto ni incorrecto, es imposible, pues todas las acciones individuales afectan a otros en la sociedad. Ese hecho hace al burgués inconsistente, pues en un momento quiere dar su vida por los otros y en otro sacrificar sus vidas para preservar su alma.
Hay pacifistas, sin embargo, que ofrecen otra defensa. A
ellos no les preocupa su propia alma. Sólo piensan en los demás. El pacifismo
es la única forma de detener la violencia y la opresión. La violencia sólo
engendra más violencia, la opresión más opresión. ¿Hasta que punto está bien
fundado este argumento y no es simplemente una racionalización de la ilusión
burguesa?
Ningún pacifista ha explicado todavía la cadena causal por
la que la no resistencia acaba con la violencia. Es cierto que no lo hace de
forma obvia, pues si no hay resistencia a órdenes violentas, no hace falta
violencia para hacerlos cumplir. Si A hace todo lo que le pide B, B no tendrá
que recurrir a la violencia. Pero una relación de dominación de esta clase es
esencialmente violenta, por mucho que la violencia no se muestre abiertamente.
La sujeción es la sujeción, y la rapacidad la rapacidad, incluso si la
debilidad de la víctima o el miedo inspirado por el vencedor hace que el
proceso parezca voluntario. Y la no violencia no la evitará, más que la falta
de garras por parte de la presa evita que los carnívoros se la coman. Por el
contrario el carnívoro selecciona sus víctimas entre esa clase de animales. El
remedio es la supresión de los carnívoros, esto es, la desaparición de las
clases que viven de comerse a otros.
Otro supuesto es que el hombre, siendo como es, sentirá que
su compasión se despierta ante sus víctimas indefensas. Pero este supuesto
aunque no parece ridículo en si mismo, merece análisis. ¿Es un hecho histórico
que la indefensión de las víctimas ha despertado alguna vez la piedad del
hombre? La historia registra millones de casos opuestos, Tamerlán y sus
atrocidades, Atila y sus Hunos (que sólo se pudo mantener a raya mediante la
violencia) las incursiones Mahometanas, las matanzas primitivas, los daneses y
sus masacres monásticas. ¿En serio puede alguien de buena fe presentar la
proposición de que la no resistencia derrota la violencia? ¿Cómo podrían
existir los estados esclavistas si la sumisión pacífica afectara la conciencia
del conquistador? ¿Cómo podría el hombre asesinar perpetuamente a las necias e
indefensas razas de las ovejas, los cerdos y los bueyes?
Y además el argumento comete el típico error burgués de dar
carácter eterno a sus categorías, la creencia de que existe una clase de
Robinson Crusoe abstracto y cuyas acciones son predecibles. ¿Pero como puede
uno, en serio, subsumir en la misma categoría a Tamerlán, a Sócrates, un
Mandarín Chino, un moderno londinense, un sacerdote Azteca, un Cazador
Paleolítico o un esclavo romano? No existe el hombre abstracto, sino hombres en
diferentes redes de relaciones sociales, como herencias similares, pero
moldeados en diferentes proclividades por la educación y la presión constante
del ser social.
Hoy, es el hombre en las relaciones sociales burguesas lo que nos ocupa. ¿Qué efecto tendría si no resistimos la violencia, si Inglaterra, por ejemplo, a comienzos de la Gran Guerra hubiera pasivamente permitido a Alemania ocupar Bélgica o aceptar sin resistencia todo lo que se antojara a Alemania?
Hoy, es el hombre en las relaciones sociales burguesas lo que nos ocupa. ¿Qué efecto tendría si no resistimos la violencia, si Inglaterra, por ejemplo, a comienzos de la Gran Guerra hubiera pasivamente permitido a Alemania ocupar Bélgica o aceptar sin resistencia todo lo que se antojara a Alemania?
Hay bastante verdad en el argumento pacifista de que un país en un estado de relaciones sociales burguesas no puede actuar como una horda nómada. Burguesolandia ha descubierto que la explotación al estilo de Tamerlán no rinde tan bien como la explotación burguesa. No vale de nada a un burgués barrer sin más un país, llevarse todo el vino y las mujeres hermosas y el oro. Las mujeres se vuelven viejas y feas, el vino se bebe, y el oro sólo sirve de adorno. Esa sería el fruto del Mar Muerto en las fauces de la cultura burguesa, que vive de una dieta interminable de lucro y dominación perpetua.
La cultura burguesa ha descubierto que lo que aprovecha es
la violencia burguesa. Es más sutil y menos abierta que la de Tamerlán. La
violencia romana, que consistía en saquear no sólo el oro y las mujeres, sino
esclavos también, para hacerlos trabajar en el hogar, las granjas y las minas,
ocupaba una posición intermedia. La cultura burguesa ha descubierto que esas
relaciones sociales son más rentables para el burgués si no incluyen la rapiña
y la esclavitud, sino que son prohibidas. Por lo tanto el burgués, doquiera ha
conquistado territorio no burgués, como Australia, América, África, o India, ha
impuesto relaciones sociales burguesas, no Tamerlánicas.
En nombre de la libertad, la autodeterminación y la
democracia, o a veces sin esos nombres, hacen cumplir la esencia burguesa, la
propiedad privada, y la titularidad de los medios de producción para el lucro,
como su requisito necesario, y el trabajador libre forzado a disponer de su
trabajo en el mercado a cambio de un salario. Ese inestimable descubrimiento burgués
ha producido una riqueza material más allá de los sueños de Tamerlán o Craso.
Por consiguiente Inglaterra no ha de temer que una Alemania
victoriosa hubiera violado a todas las inglesas y decapitado a los ingleses y
transportado los marfiles de Elgin a Berlín. Los Estados burgueses no hacen
esas cosas. Se hubiera limitado a apoderarse de las posesiones imperiales
inglesas y completado la lucrativa tarea de convertirlas en relaciones sociales
plenamente burguesas. También hubiera tratado de paralizar a Inglaterra como
rival comercial mediante una gravosa indemnización. En otras palabras con
resistencia o sin ella, le hubiera hecho a Inglaterra lo que la victoriosa
Inglaterra hizo a Alemania.
Por lo tanto, incluso si se cumpliera el sueño pacifista, la
violencia burguesa continuaría. Pero de hecho no se realizará. ¿Cómo podría un
Estado burgués someterse a verse privado de su fuente de beneficios por otro
Estado burgués, y no emplear todos los medios violentos a su disposición para
impedirlo? ¿Es que van los burgueses a perturbar violentamente toda la fábrica
de la sociedad, en vez de sacrificar sus beneficios privados y abandonar el
sistema económico en que se basan. El Fascismo y el Nazismo, que marcan
sangrientamente el camino a la quiebra, son prueba de ello. Como la economía
burguesa no es planificada, se cortará a si misma el cuello antes de
reformarse, y el pacifismo es sólo la expresión de la última resistencia de la
cultura burguesa, que en el mejor de los casos preferirá no hacer nada más que
hacer cualquier cosa que de fin al sistema de relaciones sociales en la que se
basa.
¿Tenemos el valor de dar realidad por la fuerza a nuestra visión? ¿Qué garantía tenemos de su verdad? La única garantía real es la acción. Tenemos valor para poner en práctica nuestras creencias sobre la materia física, para construir el sustrato material de la sociedad, viviendas, caminos puentes y barcos, a pesar de los riesgos para las vidas humanas, pues nuestras teorías, generadas por la acción, se prueban mediante la acción. Dejemos que caiga el puente, se hunda el barco, que se derrumbe la casa si nos equivocamos. Hemos investigado la causalidad en la naturaleza; que nosotros suframos las consecuencias si estamos equivocados.
Y lo mismo se aplica a las relaciones sociales. Los puentes se han derrumbado antes, las culturas se han desintegrado en la decadencia, vastas civilizaciones se han ido a pique, pero no decaen sin provecho. Porque de cada error aprendemos algo, y la sociedad de Tamerlan, la esclavista, la feudal, y otras, han fracasado la prueba de la acción. Pero sólo ha sido un fracaso parcial, de cada uno de esos fracasos hemos aprendido, del modo que el puente más reciente incorpora lecciones aprendidas del puente que se ha caído. Y siempre la lección es la misma, era la violencia, la relación de dominación entre amo y esclavo, señor y siervo, burgués y proletario, lo que constituía la fragilidad del puente.
¿Tenemos el valor de dar realidad por la fuerza a nuestra visión? ¿Qué garantía tenemos de su verdad? La única garantía real es la acción. Tenemos valor para poner en práctica nuestras creencias sobre la materia física, para construir el sustrato material de la sociedad, viviendas, caminos puentes y barcos, a pesar de los riesgos para las vidas humanas, pues nuestras teorías, generadas por la acción, se prueban mediante la acción. Dejemos que caiga el puente, se hunda el barco, que se derrumbe la casa si nos equivocamos. Hemos investigado la causalidad en la naturaleza; que nosotros suframos las consecuencias si estamos equivocados.
Y lo mismo se aplica a las relaciones sociales. Los puentes se han derrumbado antes, las culturas se han desintegrado en la decadencia, vastas civilizaciones se han ido a pique, pero no decaen sin provecho. Porque de cada error aprendemos algo, y la sociedad de Tamerlan, la esclavista, la feudal, y otras, han fracasado la prueba de la acción. Pero sólo ha sido un fracaso parcial, de cada uno de esos fracasos hemos aprendido, del modo que el puente más reciente incorpora lecciones aprendidas del puente que se ha caído. Y siempre la lección es la misma, era la violencia, la relación de dominación entre amo y esclavo, señor y siervo, burgués y proletario, lo que constituía la fragilidad del puente.
Pero el pacifista, como todos los teóricos burgueses, está
obsesionado con la haragana ansia del absoluto. “Dadme”, gritan, la verdad
absoluta, la justicia absoluta, algún estándar infalible con el que pueda
evadirme de la ardua tarea de encontrar los rasgos de la realidad mediante el
contacto íntimo con la misma a través de la acción, Dame un talismán lógico, un
cimiento filosófico, por el que pueda medir todos los actos conforme a la
teoría y decir: esto está bien. Dame principios como la violencia está mal. Y
así puedo abstenerme de cualquier acción violenta y saber que estoy en lo
cierto.
Pero el único absoluto que encuentran es el estándar de la
economía burguesa. “Abstente de la acción social”. Los estándares se hacen, no
se encuentran.
El hombre no puede vivir sin actuar. Incluso dejar de
actuar, dejar que las cosas sigan su curso, es una forma de acción, como cuando
dejo caer una piedra que puede desencadenar una avalancha. Y como el hombre
siempre actúa, siempre ejercita fuerza, siempre altera o mantiene la posesión
de cosas, siempre es revolucionario o conservador. La existencia es el
ejercicio de la fuerza sobre el entorno físico y otros hombres. La rede de
relaciones físicas y sociales que ata a los hombres en un universo asegura que
nada de lo que hagamos deje de afectar a otros, tanto si votamos como si
dejamos de votar, tanto si ayudamos a la policía o la dejemos que actúe
libremente, si dejamos pelear a dos personas o los separamos o ayudemos por la
fuerza a uno frente al otro, tanto si dejamos a un hombre morir de hambre o
removemos cielo y tierra para ayudarle.
El hombre nunca puede descansar en lo absoluto; todo acto
tiene consecuencias, y es la tarea del ser humano averiguar esas consecuencias,
y actuar conforme a ellas. Nunca puede elegir entre la acción y la inacción,
sólo puede escoger entre la vida y la muerte. Nunca puede absolverse así mismo con
la antigua excusa “mis intenciones son buenas” o “yo no quería” o “no he roto
mandamiento alguno”. Incluso los salvajes tienen una concepción más vital que
esta, por la cual un acto se juzga por sus consecuencias, como un puente se
juzga por su estabilidad. Por lo tanto es tarea del hombre hallar las
consecuencias de sus actos, lo que implica descubrir las leyes de las
relaciones sociales, los impulsos, causas y efectos de la historia.
Así que es irrelevante preguntar al pacifista si hubiera defendido a Grecia frente a los Persas o a su hermana de un posible violador. La sociedad moderna impone una cuestión diferente y más concreta. ¿Bajo que bandera de violencia se impondrá? ¿La violencia de las relaciones burguesas o la violencia no sólo para resistirlas sino para acabar con ellas? Las relaciones sociales burguesas están revelando, cada vez de forma más insistente, la violencia de la explotación y de la desposesión en la que se funda; más y más disuelven al hombre con la brutalidad y la opresión. Al abstenerse de la acción el pacifista se alista bajo esta bandera, la bandera de las cosas como son y que empeoran, la bandera de la violencia creciente y la coerción ejercida por los que tienen frente a los que no tienen. Auxilia cada vez más la violencia de la pobreza, la privación, las crisis artificiales, la decadencia artística y científica, el fascismo y la guerra.
Así que es irrelevante preguntar al pacifista si hubiera defendido a Grecia frente a los Persas o a su hermana de un posible violador. La sociedad moderna impone una cuestión diferente y más concreta. ¿Bajo que bandera de violencia se impondrá? ¿La violencia de las relaciones burguesas o la violencia no sólo para resistirlas sino para acabar con ellas? Las relaciones sociales burguesas están revelando, cada vez de forma más insistente, la violencia de la explotación y de la desposesión en la que se funda; más y más disuelven al hombre con la brutalidad y la opresión. Al abstenerse de la acción el pacifista se alista bajo esta bandera, la bandera de las cosas como son y que empeoran, la bandera de la violencia creciente y la coerción ejercida por los que tienen frente a los que no tienen. Auxilia cada vez más la violencia de la pobreza, la privación, las crisis artificiales, la decadencia artística y científica, el fascismo y la guerra.
O puede enrolarse en las filas revolucionarias, las de las
cosas como serán. Al hacerlo acepta la necesidad de que quien va a reemplazar
una verdad o una institución o un sistema de relaciones sociales, debe
sustituirlo por algo mejor, como el que va a tirar un puente, por ineficaz que
sea, debe levantar un puente mejor. Las relaciones burguesas son seguramente
mejores que el esclavismo, pero ¿qué puede encontrar el revolucionario mejor
que ellas? Y después de haberlas encontrado, ¿cómo puede hacer que sean
realidad? Porque uno no sólo debe diseñar el puente, debe ver como será
construido, con violencia, con fuerza, reventando la piedra viva y desmontando
su mampostería.
Así que frente la negatividad del pacifismo, que permite la
decadencia del mundo y tolera la creciente miseria del hombre, el
revolucionario debe suplirla con la positividad del comunismo. Debe forjar una
nueva economía adecuada para apoderarse de las relaciones sociales burguesas y
purgarlas de la violencia coercitiva que se halla en su espíritu. Pero esta
violencia creció a partir de una relación de clase, la dominación de los
explotadores por los explotados.
Acabar con esta violencia significa construir la sociedad
sin clases. Aborrecer la violencia del Estado Burgués, ya sea en la paz o en la
guerra, el revolucionario debe traer una sociedad que no necesite de la
violencia ni en la paz ni en la guerra. Puesto que trata con la realidad
material, debe ver el único sendero por el que las relaciones burguesas
sociales de violencia se conviertan en relaciones sociales pacíficas
comunistas. Es el camino de la revolución y de la dictadura del proletariado,
seguida por la extinción del Estado. Si no lo ve claramente, como un arquitecto
ve los cimientos y el transporte del material, este modo de transformación de
la violencia burguesa en paz comunista, su socialismo es un sueño vacío, aún es
de corazón un pacifista, un partidario de las cosas como son, a pesar de sus
protestas teóricas, enrolado bajo la bandera de la violencia burguesa, haciendo
de esquirol o concediendo “libertad de expresión” al fascismo.
Expropiar a los expropiadores, para suplir su coerción por
la de los trabajadores, para destruir todos los instrumentos de coerción de
clase y explotación cristalizadas en el Estado burgués, es su tarea primordial.
Sólo los explotados pueden dirigir la lucha, y de los explotados, aquellos a
los que la misma explotación ha organizado, los ha aglutinado y los ha hecho
cooperar socialmente, el proletariado. Puesto que una clase desposeída luchará
hasta el último aliento, mientras aún haya esperanza, como puede la transición
realizarse de otra forma que violentamente, reemplazando la dictadura del
proletariado y sus formas necesarias por la anterior dictadura de la burguesía
y sus formas propias?
Pero mientras que la dictadura de la minoría burguesa se
perpetuaba a si misma, porque la clase desposeída también era la clase
explotada, la dictadura del proletariado no se perpetuará a sí misma, porque no
explotará a la clase desposeída, que es a la vez dueña y trabajadora con los
medios de producción. Así que cuando desaparezca la clase desposeída, la
dictadura del proletariado en todas sus formas se extingue. El sueño pacifista
se realiza. La violencia perece en el mundo de los hombres. El hombre es libre
al fin.
El artículo anterior es una traducción de “Pacifism and
Violence. A Study in Bourgeois Ethics” de Christopher Caudwell, pseudónimo
del autor inglés Christopher St. John Sprigg. Nacido en una familia católica en
Londres en 1907, comenzó a trabajar como periodista a los quince años,
posteriormente se convertiría en editor de publicaciones y dirigiría una
editorial junto a su hermano. Fue autor tanto de obras de teatro como de
poesía, artículos o historias cortas de ficción. En 1934, a los 27 años,
comenzó a interesarse por la tradición marxista, y un año después escribiría su
primera obra vinculada a ésta, “Illusion and Reality”. Se unió al Partido
Comunista de Gran Bretaña y se dedicó al activismo político. Un año más tarde,
estallaría la Guerra Civil española, y Caudwell se dirigiría a España a
combatir el fascismo como parte de las Brigadas Internacionales. Allí ejerció
de instructor militar en el manejo de ametralladoras y publicó un periódico
mural.
Murió en combate el 12 de febrero de 1937, durante la infame
Batalla de Jarama, dando su vida en la defensa de la democracia y el socialismo
ante el avance del fascismo. La última vez que se le vio con vida, cubría la
retirada de sus compañeros de una colina que estaba a punto de caer ante las
tropas moras de Franco. Contaba entonces con 29 años.
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