Por supuesto. Nada nuevo soy capaz de señalar sobre el gran estallido, sobre las infernales tempestades de acero de las que nos habló Ernst Jünger, uno de los primeros en alistarse en la contienda con apenas 18 años, a una criminal guerra de la que nos hablaría con apasionamiento, años después, a sus 25 años, alabándola como “experiencia interior”. El carácter belicista-militarista y de derecha extrema antidemocrática del pensamiento de Jünger, “un viejecito encantador” en su día, objeto incomprensible de devoción en nuestro país de países hace unos años, es más que conocido.
Algunos puntos conocidos del estallido (sigo el libro del
helenista italiano: 1914, Barcelona, El Viejo Topo, 2014, unos 20
capítulos breves, 10 páginas). El gobierno ruso había ordenado a finales de julio de 1914
una movilización parcial que, en principio, no comprometía la situación de
forma inexorable aunque, ciertamente, daba a entender que el gobierno del zar
se ponía en el peor escenario deseable: la guerra era probable.
Para el imperio dual, el austrohúngaro, la ocasión le vino
que ni pintada. Como un anillo de hierro a un dedo dispuesto a disparar de
inmediato y sin miramientos. La tomó, quiso tomarla, como una movilización
militar, sin más matices, y el 28 de julio, hace hoy 100 años, hizo una
declaración formal de guerra a Serbia, bombardeando Belgrado, como, la memoria
ha acuñado bien esta criminal moneda, a finales del siglo pasado. En esta
ocasión por las tropas otánicas y sin autorización de la ONU. Clinton el gran
demócrata, uno de los grandes gurús de la tercera vía, fue el responsable.
El emperador y su gobierno, de modo unilateral, habían
considerado insuficiente, insatisfactoria si se quiere, la respuesta al
ultimátum a pesar de que Belgrado había aceptado 8 de los 9 puntos del texto
presentado-impuesto. El apartado no aceptado estaba incluido, sin atisbo para
ninguna duda hiperbólica, para que no pudiera ser aceptado. Exigía la presencia
policial austro-húngara en las investigaciones de Serbia, en las pesquisas de
otro Estado independiente. También hay un paralelismo aquí con lo sucedido a
finales del XX.
El gobierno serbio no se esperaba el bombardeo. Con su
aceptación general del ultimátum, esperarían un comportamiento distinto, más
tendente al acuerdo. Calcularon mal. Ensayo y error dijo el asesor neoliberal
(aunque muy sofisticado y sin falsadores potenciales en este ámbito) de miss
Thatcher.
Con el ataque, con el bombardeo, la cadena se activó:
Con el ataque, con el bombardeo, la cadena se activó:
Saltó en primer lugar la triple alianza y en 48 horas se
pasó del conflicto austro-serbio a la guerra europea. El zar movilizó esta vez
todo su ejército, unas 48 horas después del bombardeo.
El 31 respondió Alemania: con una declaración de guerra a
Rusia cuyo primer objetivo, señala Canfora, fue la Prusia oriental, la frontera
oriental del Imperio de Guillermo II. Dos días después, Alemania declararía la
guerra a Francia. Etc etc.
El resto no es silencio y es recordado por todos, así como
el manifiesto patrótico-nacionalista de los 93, de grandes científicos (Klein,
Planck entre ellos; no Einstein desde luego), artistas y profesores alemanes,
un llamamiento más que destacado de la historia universal de la infamia y la
destrucción de la razón y la racionalidad democrática.
El libro de Canfora, 1914, surgió de un programa
radiofónico, “Alle 8 della sera”, emitido por Radio2 RAI, un programa dirigido
por Sergio Valzania (de quien es el prólogo del libro). En la contraportada de
la edición castellana se señala: “El programa consistía en varias charlas de un
especialista sobre un determinado tema, con la intención luego de
transcribirlas, corregirlas y publicarlas en forma de libro”. El resultado, en
nuestro caso, fue 1914, “un libro literariamente hermoso y políticamente
incisivo, en absoluto banal pero escrito de una forma directa, sencilla, lo que
lo convierte en un instrumento ideal para intentar comprender los orígenes y el
verdadero alcance de la gran contienda.”
No es publicidad comercial, es descripción verdadera. Y lo
de literariamente hermoso es una verdad descriptiva de las que vale la pena
gozar.
Por si faltara algo el traductor es Juan Vivanco (el texto
castellano es magnífico), algunos capítulos son guiones potenciales de cine
(por ejemplo, el dedicado al asesinato del heredero en las calles de Sarajevo),
la entrada en escena de Lenin está magníficamente explicada, la traición de la
derecha de la socialdemocracia alemana adquiere tintes de tragedia y crimen (una
fundación del PSOE lleva el nombre de uno de los protagonistas) y la
racionalidad política que subyace a la explicación -prudente, informada,
radical, democrática, atando mil cabos sueltos- es un magnífico modelo para
todos nosotros y para temáticas afines o no afines.
Si se piensa además en el inicial origen oral del texto, el
deslumbramiento se impone. Sin resistencias.
PS: Así describía Manuel Sacristán, en una nota de su
Antología de Gramsci (Siglo XXI, recientemente reeditada), el asesinato de
“Rosa y Karl” años después:
“ Los dirigentes comunistas alemanes Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht ambos (sobre toda Rosa) destacados también como teóricos, fueron asesinados en Berlín la noche del 15 al 16 de enero de 1919.
Estaban detenidos
en el Estado Mayor de la División de tiradores de caballería de la Guardia, en
el hotel Edén, de Berlín. Pretextando su traslado a la cárcel de instrucción de
Berlin-Moabit, fueron muertos a tiros y culatazos por los oficiales y soldados
de la División capitán Horst von Pflugk-Hartung (jefe del destacamento que
trasladaba a Liebknecht), teniente Rudolf Liepmann, teniente Kurt Vogel (del
destacamento que trasladaba a Rosa Luxemburg), húsar Otto Runge (que confesó
haber derribado a culatazos a ambos detenidos), sin duda con la participación
de otros varios que no fueron procesados. El capitán Waldemar Pabst, del que
partió la orden de trasladar a Rosa Luxemburg, no fue siquiera acusado. El
asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht fue el primer crimen político de
la Alemania de Weimar. Los asesinos fueron condenados: Liepmann a seis semanas
de arresto domiciliario, Vogel a dos años y cuatro meses de prisión y expulsión
del ejército, Runge a dos años de prisión, dos semanas de detención y expulsión
del ejército. Los demás, incluidos el capitán von Pflugk-Hartung y otros
oficiales que, según los testigos, habían disparado contra las víctimas, fueron
absueltos. El gobierno era socialdemócrata.”
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