trabajo sobre las ciudades, la urbanización y el espacio, no a través de una exploración histórico-intelectual al uso de toda su obra, y no sin someterlo al juicio crítico allí donde sea necesario, sino recuperando el sentido del animal político radical y el espíritu anti-filosófico que Lefebvre fue. Mostramos aquí, sin concesiones, a un Lefebvre humanista y marxista heterodoxo a través de una exégesis crítica de los conceptos con los que contribuyó más originalmente al marxismo y con los cuales teorizó lo urbano: vida cotidiana, Estado y totalidad.
¿Qué Derecho a la
Ciudad?
Ahora somos todos seguidores de Lefebvre, si a esto se le
puede llamar serlo. Porque se ha reivindicado a Lefebvre con distintos fines
desde colectivos muy variados, incluyendo a marxistas, heideggarianos y
nietscheanos, así como anarquistas, postmodernos y liberales de variadas
denominaciones. Su nombre es invocado de forma sistemática en los debates sobre
la vida cotidiana, las políticas urbanas y la teoría del Estado, a la vez que
determinados aspectos de su obra aparecen en la vanguardia de distintas
disciplinas académicas desde la sociología a la arquitectura, desde la
geografía a los estudios culturales — aunque curiosamente, no tanto en
filosofía, la disciplina con la que estuvo más sistemática y críticamente
comprometido. Sin embargo es poco probable que esta enorme variedad de
apropiaciones de su obra hubiera gustado mucho a Lefebvre. Un buen ejemplo es
la reciente popularidad del concepto ‘Derecho a la Ciudad’, que actualmente es
un lugar común en el mundo de los estudios urbanos, el planeamiento y la
arquitectura — invocado tanto por David Harvey como por el Banco Mundial, con intenciones
radicalmente divergentes. Como es imposible estar de acuerdo simultáneamente
con el Banco Mundial y David Harvey, nos debemos preguntar: ¿cómo ha podido el
Banco Mundial domesticar el Derecho a la Ciudad en un marco de democracia
(neo)liberal, cuando de hecho el programa político específico de Lefebvre,
expresado en este eslogan hoy tan popular, era sencillamente cambiar la ciudad
para cambiar el mundo (changer la ville, changer la vie!)? Ha sido posible
despolitizar el Derecho a la Ciudad y olvidarse de cambiar el mundo —al igual
que ha sido posible dar una nueva imagen al concepto hegeliano-marxista de
sociedad civil entendido en términos de lucha social, transformándolo en
instrumento técnico para la vanguardia del ‘desarrollo’ neoliberal (ONGs), o
transformar la concepción anarco-socialista de democracia radical devenida en
manual de formación en ‘participación’ y ‘resolución de conflictos’—
equiparando una noción descafeinada del ‘derecho a la ciudad’ con una
respetable lista de derechos liberales que han coexistido con el capitalismo
más o menos pacíficamente desde las Guerras Mundiales.
Si somos capaces de leer los trabajos que realizó Lefebvre
sobre el espacio, relacionándolos con el resto de su obra —especialmente con
sus contribuciones a la comprensión de la vida cotidiana y ‘lo global’ (Estado
y capital) como niveles de la realidad social condicionados por lo urbano—
advertiremos el engreimiento y oportunismo del ‘derecho a la ciudad’
democrático-liberal como lo advertimos en otros derechos, incluyendo el derecho
a bombardear ciudades en nombre de los ‘derechos humanos’. Aproximándonos a
Lefebvre de una forma holística, vemos, veinte años después de su muerte, cómo
Lefebvre argüiría que algunos más que usar sus ideas han abusado de ellas y dejaría
claro por qué no es amigo de todos, ni puede justificar cualquier ideología.