Las manos de Fidel
✆ Oswaldo Guayasamín |
Cuba aportó el mayor ideario de transformación
social a varias generaciones de latinoamericanos. Su revolución conmovió a la
juventud, convulsionó a las organizaciones políticas y sacudió a la izquierda. En
los años 60 el castrismo rompió todos los dogmas al demostrar que un proceso
socialista era posible en el continente. A 90 millas de Miami introdujo
generalizadas nacionalizaciones para responder a las conspiraciones del
imperialismo. Posteriormente intentó una heroica extensión regional de la
revolución.
La decisión cubana de resistir la restauración
capitalista luego del colapso de la URSS generó un nuevo asombro. La población
de una pequeña isla lindante con el centro imperial afrontó un sofocante
aislamiento internacional y realizó inconmensurables esfuerzos para mantener su
independencia. La perdurabilidad de ese proceso fue determinante
del cambio que ha registrado el escenario sudamericano. La reinstalación de una
colonia estadounidense en Cuba habría obstruido la resurrección de los procesos
radicales y limitado las victorias logradas contra el neoliberalismo.
Resulta muy difícil imaginar los avances de Venezuela
o Bolivia sin el ejemplo de un país que supo confrontar con el poderío
estadounidense. La repetición en la isla de la trayectoria seguida por Rusia o
Europa del Este habría sepultado, por un largo período, todas las tradiciones
revolucionarias transmitidas al continente.
Pero transcurridas más de dos décadas del
desplome del desplome de la URSS y su bloque económico internacional (COMECOM)
se han registrado importantes transformaciones en Cuba. Estos cambios contienen
enormes posibilidades e incuestionables peligros.
La principal enseñanza reciente de lo ocurrido
en Cuba es la enorme capacidad de mejora popular que ofrece un esquema
económico-social no capitalista. En medio de la penuria económica, el
aislamiento diplomático, las provocaciones militares, las presiones financieras
y la agresión mediática se logaron preservar parámetros de esperanza de vida,
escolaridad o mortalidad infantil muy superiores al resto de la región.
Esta extraordinaria realización resulta
incomprensible para los apologistas del capitalismo. Como no pueden presentar ejemplos
equiparables, eluden cualquier mención de esos logros. Cuba demostró de qué
forma se puede evitar el hambre, la delincuencia generalizada y la deserción
escolar con escasos recursos.
El país afronta actualmente graves
dificultades para mantener la gratuidad de los principales servicios, pero esas
limitaciones son muy diferentes a las adversidades que predominan en los países
semejantes.
Cuba no es Argentina, Brasil o México. Hay que
comparar su situación con las economías latinoamericanas situados por debajo de
ese escalón de desarrollo económico. Ninguno de esos casos puede exhibir el
perfil de una isla sin desempleo, indigencia o pobreza masiva.
En la isla están cubiertas las necesidades
básicas de la población. Todas las familias tienen acceso a la alimentación, la
educación y la salud. La escasez de abastecimientos o la falta de variedad de los
consumos, no incluyen a los bienes indispensables para garantizar esa cobertura.
Cuba cuenta con un excelente nivel de
escolaridad. Un reciente estudio del Banco Mundial estima que su sistema educativo
mantiene parámetros de formación profesional, en muchos planos semejantes al
nivel de Finlandia, Singapur o Canadá (Lamrani, 2014).
También ha logrado un índice de esperanza de
vida que supera en cinco años al resto del continente y cuenta con tasas de
mortalidad reducidas en todos los grupos etarios. Consiguió el promedio más
bajo de malnutrición de América Latina y uno de los porcentajes más elevados de
conexión de viviendas a las redes de agua potable (Navarro, 2014).
El país preserva, además, el índice de
seguridad alimenticia más elevado de la región y un bajísimo nivel pobreza
(4%), en comparación a la media de Latinoamérica (35%) (Vandepitte, 2011).
De acuerdo a las estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) Cuba es uno de los tres países latinoamericanos que ha
logrado ubicarse en el casillero de alto nivel de desarrollo (PNUD, 2014).
Pero la isla afronta un serio problema para
sostener esos avances. El estancamiento y las privaciones que siguieron al
derrumbe de la URSS se atenuaron, pero obligan a implementar un giro económico.
Toda la sociedad reconoce esa impostergable necesidad, puesto que nadie ha
podido recuperar el patrón de ingresos vigente en los años 70-80.
El desplome del sostén soviético fue seguido por
un agravamiento del bloqueo estadounidense (ley Torricelli en 1992 y acta Helms
Burton en 1996). Ese cerco obstruye el comercio y genera costos monumentales.
Un barco que toca puerto cubano no puede amarrar en Estados Unidos y al
principal mercado del mundo no puede ingresar un producto con componentes
cubanos.
La isla ha sufrido periódicas provocaciones que
obligan al estado a solventar un gravoso aparato militar defensivo. El gobierno
cubano necesita mantener 600.000 hombres en condiciones de acción bélica
inmediata y debe financiar una estructura armada totalmente desproporcionada
para las dimensiones del país (Isa Conde, 2011).
Además, en los últimos años el país padeció fuertes
adversidades comerciales y climáticas. Cayó el precio de las exportaciones
(níquel) y subió el costo de las importaciones (alimentos). Hubo huracanes,
sequías e inundaciones de gran intensidad, especialmente entre 1998 y 2008.
Estos trastornos no provocaron tragedias humanas como habitualmente ocurre en
el resto del continente, pero que implicaron costos millonarios. La crisis
internacional generó también una reducción de los ingresos del turismo, a pesar
del moderado aumento de los visitantes.
La economía es gestionada desde hace varios
años con cierto déficit presupuestario y el nivel de actividad es sostenido al
filo de la navaja. El equilibrio comercial es tan ajustado como la financiación
externa.
Cuba resistió la restauración del capitalismo
con el gran sacrificio que implicó el “período especial” de los años 90. El
impacto económico del desplome de la URSS fue demoledor. Todo el comercio de la
isla estaba asociado con los países del COMECON y las ventas de azúcar a ese
bloque solventaban el conjunto de los gastos externos.
El país se quedó sin nada y tuvo que asegurar
su defensa y abastecimiento de bienes básicos, en condiciones de encierro y colapso
del transporte, la electricidad y el combustible. Muy pocos regímenes políticos
han logrado sortear adversidades de esa envergadura.
Un reciente estudio explica la fuerza de esa
resistencia por la memoria de las transformaciones sociales logradas en los
años 60-70. También resalta el rechazo a convertir nuevamente a la isla en un
burdel estadounidense. El trabajo traza una aleccionadora comparación con la
devastación de derechos populares padecida por los países del COMECON, que
reingresaron al capitalismo durante el mismo período (Morris, 2014).
Pero al cabo de esa experiencia, Cuba no está
en condiciones de continuar el camino precedente al socialismo. Salta a la
vista la imposibilidad de erigir en forma solitaria una sociedad de abundancia
e igualdad, en una pequeña localidad del Caribe. La continuidad de la
revolución permitió defender lo conquistado, pero no asegura el desarrollo
productivo y el bienestar material que supondría la consolidación del
socialismo. Si en la URSS se verificaron dificultades para forjar esa sociedad
cortando lazos con el mercado mundial, es obvio que Cuba ni siquiera puede
concebir esa posibilidad.
El importante cambio de contexto
latinoamericano ha contribuido a revertir el aislamiento del país. Se
aligeraron las privaciones y se normalizó el funcionamiento de la economía,
especialmente a través de la cooperación con Venezuela. Pero este desahogo sólo
ayuda a sostener lo conquistado.
Tres
problemas
Las mutaciones que debe encarar Cuba obedecen
a tres cambios de largo plazo. En primer lugar, la nueva realidad geopolítica
que introdujo el colapso de la URSS desajustó toda la estructura productiva. El
país había amoldado su economía a una expectativa de grandes avances pos-capitalistas
en el mundo o por lo menos en la región.
Siempre se supo que un alcance efectivo del
socialismo era imposible en una sola isla y por esta razón se intentaron altos
de niveles de complementación con los socios del Este. Esa conexión fue
combinada con la apuesta a una sucesión de victorias revolucionarias en América
Latina.
Esa estrategia política explica la elevada
especialización que desarrolló la isla en médicos, ingenieros, educadores y
militares. En torno a esas actividades se construyeron los valores de una
sociedad que ponderaba a los héroes en combate, a los brigadistas y a las
misiones internacionalistas.
El legado de ese período se verifica en muchos
planos. Cuba aportó sus métodos de alfabetización, medicina preventiva y
preparación militar a numerosos países de Latinoamérica y África. Este acervo
fue particularmente compartido con Angola y Nicaragua en los años 70-80, con
Haití (durante el terremoto) y actualmente con Venezuela (intercambio de
educadores por petrolero) o con Bolivia (médicos y cirugías de alta
complejidad).
Otra prueba reciente de esta especialización
cubana en acciones de socorro y solidaridad es el cuerpo de médicos enviados al
África para lidiar con la epidemia de ébola. Nada menos que el New York Times
dedicó un elogioso editorial a esta acción, contrastando los riesgos que asumen
esos profesionales con la reticencia estadounidense a enviar misiones al lugar.
Más chocante es la negativa de las compañías de seguros a cubrir el
financiamiento de esas operaciones (New York Times, 2014).
Los ponderados médicos cubanos son un producto
de la educación militante que la revolución introdujo para apuntalar la
expansión internacional del socialismo. Cuando esa meta se frustró, el país
debió afrontar la paradoja de contar con una población educada y con ambiciones
del Primer Mundo, en una frágil economía del Tercer Mundo.
Una masa de trabajadores y profesionales con
altos niveles calificación y conciencia laboral se desempeña en una isla con industrias
y sectores agrícolas de baja productividad. Este divorcio entre el alto
desarrollo cultural e intelectual de la sociedad y el estrechísimo basamento
económico tiene incontables manifestaciones. Los receptores del turismo, por
ejemplo, cuentan con mayor preparación profesional que el promedio de los
visitantes.
Esta desconexión genera difíciles problemas
para quienes no encuentran trabajo con remuneraciones acordes a su
especialidad. Que un taxista o un camarero multipliquen con toda facilidad el
ingreso de un ingeniero o un médico es la mayor evidencia de esa extraña
situación (Padura, 2010, 2012).
En los últimos 20 años Cuba registró cambios
radicales en su economía, que generaron un segundo tipo de problemas
estructurales. El país sobrevivió aceptando el turismo, los convenios con
empresas extranjeras y un doble mercado de divisas, que segmenta a la población
entre receptores y huérfanos de las remesas.
La aparición de este importante flujo de
divisas determinó una transformación económico-social muy significativa. El
grueso de los dólares ingresados no es invertido. Se transfiere al consumo,
produciendo una fractura en el poder de compra entre los sectores favorecidos o
privados de esa moneda.
Algunos analistas describen cómo este doble
mercado creó una importante estratificación social. Los marginados de ese
circuito viven con presupuestos ajustados y se alimentan con comidas austeras.
Los que tienen divisas pueden disponer de mejores vestimentas, computadoras o
teléfonos celulares (Vandepitte, 2011).
Esta brecha surgió en 1993 con la implantación
de un doble mercado que buscó paliar la falta de divisas. Ese impacto
inequitativo fue atenuado con políticas impositivas. Para adaptar el ideal
igualitario a la adversidad externa, el estado acotó con gravámenes la nueva desigualdad.
Un tercer problema de la economía cubana
deriva de la errónea imitación del modelo ruso de estatización completa. La
fascinación acrítica con la URSS condujo en los años 70 a una inoperante
extensión del sector estatal, que impactó en forma muy negativa sobre la productividad
agro-industrial. Esa oleada de estatizaciones anuló todos los pequeños
comercios y fabricantes privados. En 1977 se eliminaron los últimos vestigios
de las actividades por cuenta propia.
Esas medidas desconocieron que la transición
al socialismo sólo es factible mediante un paulatino avance del plan sobre el
mercado, en función de la eficiencia lograda por el sector estatal en
comparación al privado. Cuba repitió la modalidad rusa de estatización
integral, sin considerar la aplicación de las estrategias más moderadas que
adoptaron Yugoslavia o Hungría.
Todos los intentos para subsanar los
inconvenientes creados por la estatización completa fueron infructuosos. El
trabajo voluntario, la zafra de 10 millones o la rectificación de fines de 80 sólo
aportaron paliativos. Tampoco fueron escuchados los cuestionamientos expuestos
en algunos organismos de la época como el CEA (Centro de Estudios sobre
América). El principal efecto negativo de esa estatización fue el declive de la
productividad y la dependencia que mantiene Cuba de la importación de
alimentos.
Seguramente esta equivocación obedeció a
problemas teóricos (incomprensión de la transición al socialismo) y a manejos
burocráticos. Pero también es cierto que no resultaba fácil compatibilizar la
prioridad asignada a la estrategia revolucionaria continental, con políticas
contemplativas hacia el mercado. El primer objetivo requiere un nivel de idealismo, heroísmo y equidad que choca con la
vida comercial. Para los revolucionarios nunca fue sencillo equilibrar el
romanticismo con el realismo. Lenin y Trotsky enfrentaron problemas muy
semejantes a fines de los años 20[1].
Las
reformas en curso
Para lidiar con este complejo escenario, el
gobierno ha decidido ampliar la gravitación económica del mercado con el
objetivo de favorecer la inversión. Después de muchas discusiones, y
vacilaciones han comenzado a aplicarse las resoluciones discutidas desde el
2008 y sintetizadas en los lineamientos del 2011. Se relajan las restricciones
vigentes para la pequeña actividad privada, se autoriza la creación de negocios
y la contratación de empleados. También se anulará la libreta, habrá una
paulatina liberalización de los precios y se buscará eliminar la existencia de
dos monedas.
Las medidas incluyen una mayor autonomía en la
gestión de las empresas estatales. Cada firma podrá manejar en forma
descentralizada su presupuesto, adquirir insumos y vender productos en función
de sus propios cálculos (PCC, 2011).
El objetivo inmediato es el ahorro de divisas.
A diferencia de la ex URSS o China, Cuba no puede sobrevivir en la autarquía.
Necesita dólares para adquirir combustibles e importar alimentos. Por esta
razón se ha dispuesto reordenar las cuatro fuentes de ingreso de moneda dura:
turismo, níquel, servicios profesionales y remesas.
Para reanimar la agricultura se entregarán
tierras ociosas a la pequeña producción privada y a las cooperativas, buscando
repetir la expansión que logró China en los años 80. Pero la isla no sólo
enfrenta una escasa disponibilidad de tierras fértiles. También carga con un
altísimo nivel de urbanización que dificulta los incentivos para trabajar en el
sector rural.
El punto más conflictivo de las reformas es la
introducción de un status de trabajadores “disponibles”, para todos los
afectados por la reorganización de las empresas públicas. La falta de recursos
obliga a transparentar la dura realidad de compañías deficitarias, que no
pueden ser solventadas por el estado. Por esta razón se elimina el principio de
garantía oficial del empleo. Se busca crear un nuevo segmento de ocupados en el
sector privado y cooperativo, que absorba los recortes del trabajo estatal (Maiki,
2011).
El gobierno ha pospuesto reiteradamente decisiones
que chocan con las aspiraciones de la revolución y con los valores pregonados
durante décadas. Pero entiende que no le queda otro remedio. Las reformas
pro-mercantiles son vistas como el único camino para superar el crítico
estancamiento de la economía.
Estos cambios no implican por sí mismos un
retorno al capitalismo. Este sistema presupone propiedad privada de las grandes
empresas y bancos, formación de una clase dominante y generalización de la
explotación. Las reformas no introducen ninguna de estas características.
Amplían la gravitación de la gestión mercantil en el marco precedente. Se
otorgan concesiones a la acumulación privada, con límites tendientes a evitar
la restauración burguesa.
En los últimos años comenzaron a implementarse
estos cambios. Se han dispuesto numerosas autorizaciones para la compra-venta
de viviendas o automotores y se han distribuido parcelas cultivables. Aparecieron
pequeños negocios (como los “paladares” de comidas) y numerosos emprendimientos
comerciales.
Ya existe un clima de mayor actividad privada
y se avizoran inversiones en el mejoramiento de las viviendas. La
flexibilización introducida en este sector incluye restricciones a la propiedad
de extranjeros y a la herencia, para evitar una corriente de compras desde
Miami. Los principales convenios con empresas extranjeras están centrados en la
renovación del Puerto de Mariel y en la construcción de una zona industrial en
esa región.
Un punto crítico es la emigración de
trabajadores calificados. Desde la eliminación de las trabas para viajar al
exterior se ha registrado una fuerte corriente de salidas. Esta expatriación se
verifica especialmente entre los graduados universitarios. Mientras no se
genere trabajo para la masa de ingenieros, sociólogos o médicos será difícil
frenar ese drenaje de materia gris.
La reorganización general del empleo ya
comenzó con los 350.000 empleados que dieron el salto hacia los pequeños
negocios. Los trabajadores por cuenta propia conforman una porción mínima (6%) de
la fuerza laboral, pero podrían alcanzar un alto número en los próximos años.
El peligro de una gran oleada de corrupción junto
a las reformas pro-mercado es una amenaza conocida. Hay más de 300 funcionarios
enjuiciados o encarcelados por este motivo. Todos saben cómo esa enfermedad
desangró a la ex URSS y afecta a China. Pero el principal desafío es acelerar
el ritmo de crecimiento de una economía que no ha logrado expandirse a más del
2 o 3 % anual. Las inversiones son escasas y el financiamiento internacional no
llega (Rodríguez, 2014).
Las reformas se desenvuelven hasta ahora en un
marco semejante a la NEP ensayada en la URSS en los años 20 y en China en la
era pre-Deng. No traspasan los límites compatibles con la continuidad de un
proyecto socialista. La experiencia ha demostrado que el salto hacia el
capitalismo no se produce por simple extensión del radio mercantil. Aparece
cuando predomina el sector de la burocracia que favorece la reconversión de las
elites en clases dominantes.
Lo ocurrido en la URSS demuestra que esa
decisión política es el factor determinante del retorno al capitalismo. Las
divisas para repetir este proceso de restauración no se encuentran en Cuba en
manos de los funcionarios, sino entre los receptores de dólares. Pero los
dirigentes definen cómo se utilizan esos recursos.
Cooperativistas
y estatistas
La reforma se debate intensamente en la isla,
desmintiendo la imagen de unanimidad o silencio que existe en el exterior.
Todos los mitos sobre la ausencia de discusiones se basan en el desconocimiento
de esas polémicas. Tres corrientes diferentes han cobrado forma en estos
debates. Un planteo destaca la conveniencia de preservar la preeminencia del
estado, otro promueve mayores mecanismos mercantiles y un enfoque
autogestionario postula expandir las cooperativas.
La propia marcha de las reformas suscita
también duros cuestionamientos al alcance previsto para el trabajo asalariado.
Hay reclamos de establecer impuestos compensatorios y límites más precisos para
esa contratación (Piñeiro Harnecker, 2010).
Otros señalamientos polemizan con medidas que
ampliarían la desigualdad social (creación de campos de Golf, residencias
exclusivas) y con iniciativas para permitir la adquisición de propiedades por
parte de extranjeros (Campos, 2011).
Muchos cuestionamientos son formulados por los
partidarios de reforzar las cooperativas. Promueven alentar las redes de
almacenes en los barrios y reforzar las empresas de autogestión ya existentes (UBPC).
Estiman que reavivará la economía sin fomentar el individualismo (Isa Conde,
2011).
Este modelo incentiva firmas auto-administradas
que aprovechen el conocimiento de cada territorio y sector. Propone formas de
control social por parte de los ciudadanos y los gobiernos locales sobre esos emprendimientos
(Dacal Díaz, 2013).
Este enfoque se inspira en un balance crítico del
ahogo burocrático sufrido por esas empresas. Recuerda que las UBPC enfrentaron
trabas y tuvieron poca capacidad de decisión en los esquemas organizativos
verticalistas del pasado (Miranda, 2011).
Con estos planteos se busca acotar el apetito
por los beneficios que genera la reintroducción del mercado. Se defienden los
valores socialistas, limitando la apertura a la iniciativa privada (Alonso,
2013).
Pero las cooperativas no resuelven por sí
solas los cuellos de botella que afronta la economía. Aportan un complemento
indispensable a las reformas introducidas para transformar las divisas
atesoradas (o consumidas) en inversión. En el escenario actual, la creación de
este sector de pequeña empresa privada es insoslayable. China puede aportar
créditos y Venezuela petróleo, pero Cuba debe reciclar sus propias fuentes de
ahorro hacia la actividad productiva.
Algunos cuestionamientos frontales a las
reformas desde ópticas puramente estatistas presentan otro tono. Afirman que
las transformaciones actuales abren el paso al capitalismo, repitiendo el giro
que inicio Gorbachov con la Perestroika. Denuncian las “propuestas burguesas”
de los documentos oficiales, atacan su contenido “anti-socialista” e impugnan
su proximidad con el neoliberalismo (Fernández Blanco, 2011; Cobas Avivar,
2010).
Esta mirada retoma los viejos argumentos de la
ortodoxia, sin explicar por qué razón la estatización completa afectó tan
seriamente a la economía cubana. Supone que el colapso de la URSS obedeció a
simples conspiraciones reaccionarias, omitiendo el rol asfixiante la burocracia
y los privilegios que acumuló acallando el descontento popular. Con esa visión
supone que Cuba puede congelar su situación actual, reciclando el
estancamiento.
Este enfoque alerta contra peligros reales de
desempleo y polarización social. Pero no aclara cómo se podría evitar la
pauperización general reforzando un proceso de estatizaciones sin recursos. Es
cierto que existe una posibilidad de gestación de clases dominantes con la
malversación de los fondos estatales. Pero la única forma de contrarrestar ese
escenario es ampliando el control popular.
La reintroducción del capitalismo no se
consumará con el florecimiento de la pequeña propiedad. Ese fantasma sirvió en
el pasado para reforzar comportamientos burocráticos y sofocar la iniciativa
económica individual. No es cierto que la expansión del comercio derivará en la
inmediata creación de grandes riquezas privadas.
Esa secuencia constituye ciertamente un
riesgo, frente a un peligro mayor de colapso por simple languidecimiento. Cuba
enfrenta alternativas de supervivencia que exigen optar por el mal menor.
Es puro fatalismo suponer que toda NEP
desembocará en el capitalismo como ocurrió con la Perestroika. En el periodo
que sucedió a muerte de Lenin el resultado fue completamente diferente. Se
afianzó la colectivización forzosa y el estatismo coactivo. El desafío actual
es evitar ambos desenlaces.
Los críticos afirman que las reformas son
implementadas por una casta burocrática para perpetuar sus privilegios
sacrificando la revolución. Pero no explican por qué razón no consumaron ese
tránsito luego del colapso de la URSS. En ese momento tenían más argumentos que
en la actualidad para abrazar la causa del capitalismo.
En los hechos este enfoque se limita a
proponer alguna modalidad de planificación compulsiva, que en el mejor de los
casos conduciría a recrear una situación semejante a la vigente en Corea del
Norte. Cuba ha logrado evitar el encierro militar que padece ese país. El
estatismo extremo aporta más problemas que soluciones a las disyuntivas que
enfrenta el país.
Cuestionamientos
dogmáticos
Una visión convergente con las críticas del
estatismo extremo postulan los enfoques dogmáticos, que observan el curso actual
de Cuba como una ratificación de la restauración capitalista (Petit, 2011).
Este diagnóstico no explicita los criterios
que utiliza para caracterizar esa regresión y tampoco expone datos sobre ese
proceso. Simplemente constata la existencia de ese retorno como un hecho que no
exigiría mayores explicaciones. También sugiere que el imperialismo apuntala
este proceso, como si la isla no padeciera un duro acoso estadounidense.
Esa mirada establece además una analogía con
China, suponiendo que el curso capitalista pos-Deng se reproduce ahora en el
Caribe. Con estas afirmaciones despacha el tema y sanciona el entierro de la
revolución.
Otra caracterización inspirada en fundamentos
parecidos ensaya argumentos más consistentes, polemizando con nuestra visión.
Acepta distinguir períodos o modelos y evita enunciar la simple vigencia de un
proceso restaurador. Toma en cuenta nuestra comparación con la NEP soviética y
considera que presentamos un diagnóstico realista sobre los objetivos de las
reformas pro-mercado.
Sin embargo estima que nuestra mirada es puramente
economicista. Considera que introducimos comparaciones indebidas por la pérdida
de una brújula política. Afirma que la NEP de Lenin podría coincidir con
iniciativas semejantes en China o Cuba, pero estuvo inspirada en políticas
revolucionarias ausentes en ambos países (Yunes, 2011).
Este enfoque valida a Lenin y desecha a Castro,
a pesar de reconocer la existencia de orientaciones económicas parecidas.
Justifica en el bolchevique lo que objeta en el guerrillero por un simple
presupuesto previo. Una figura es endiosada y la otra descalificada, a pesar
del rol equivalente que tuvieron en dos extraordinarias revoluciones
socialistas del siglo XX. No se entiende por qué razón esa diferenciación
invalidaría las semejanzas de programas económicos en coyunturas comparables.
Si la NEP rusa fue sólo meritoria por su
bautismo leninista carece de relevancia como modelo para la transición
socialista. Si por el contrario brinda pautas para combinar el plan con el
mercado, es un esquema que puede ser valorado en distintas situaciones. Este
segundo criterio permite entender su relativa aplicación en varios momentos de
la URSS, China y Europa del Este. Evaluar esa instrumentación no implica
recurrir a ninguna simplificación economicista.
Nuestro objetor denuncia a la burocracia como
el principal enemigo de la revolución dentro de Cuba. Pero con esta genérica
denominación no indica quiénes son exactamente esos conspiradores. Sugiere que
la dirección castrista cumple ese rol de manera análoga a Gorbachov, como si la
resistencia del “período especial” hubiera sido liderada por fantasmas.
El crítico denuncia a los funcionarios que acumulan
el dinero que se utilizará en la reconversión capitalista. Nadie niega ese
peligro. Pero de esa advertencia no se deduce la existencia de una ley de
repetición histórica, que augura para Cuba el mismo destino seguido por la URSS.
Hay que presentar indicios del cuestionado
enriquecimiento para evaluar el alcance de la involución denunciada. De lo
contrario es puro prejuicio. En los últimos veinte años la dirección cubana dio
muestras de ejemplaridad y austeridad y las principales manifestaciones de
desigualdad involucraron más a los receptores de divisas que a los
funcionarios.
Pero si todo el problema se redujera a señalar
quién se enriquece, los dilemas de la economía cubana quedarían inmediatamente
superados difundiendo ese listado. El mayor problema radica en definir una
agenda: ¿Habría que prohibir el ingreso de divisas desde el exterior?
¿Convendría anular el turismo? ¿Se deberían cortar las inversiones extranjeras?
¿Habría que impedir el resurgimiento de la pequeña propiedad?
Frente a estos escabrosos problemas nuestros
críticos optan por el silencio. Consideran que cualquier definición induce al
“economicismo” y prefieren transitar por la nebulosa, olvidando que Cuba
enfrenta dramáticas disyuntivas de subsistencia. De sus críticas a las reformas
sólo se deduce la promoción de alguna modalidad de anulación total del mercado
(como por ejemplo existió en Albania).
La otra opción sugerida es la convocatoria a
una revolución mundial inmediata, que permitiría superar todos los dilemas del
aislamiento construyendo el socialismo universal. Pero las propias dificultades
que han enfrentado en la última centuria las corrientes dogmáticas para
concretar esas victorias socialistas, ilustran la complejidad de ese camino.
Realismo
y escepticismo
Los críticos depositan grandes expectativas en
la democracia soviética para resolver las asfixias económicas cubanas. Resaltan
la centralidad que le asignó Trotsky a este mecanismo, para superar los
problemas de la economía rusa en los años 30.
Sin duda este aspecto es importante, pero al
sobrevalorarlo se termina esperando resultados mágicos de su aplicación. La
isla afronta embargos comerciales, provocaciones militares, penuria de
aprovisionamientos, carencia de recursos y pérdidas de aliados estratégicos,
que no desaparecen (ni se atenúan automáticamente) con mayores cuotas de
democracia interna.
Trotsky era un político realista y nunca
apostó al milagro de la democracia. Enfatizaba sus críticas a la
contrarrevolución stalinista, pero enunció propuestas económicas muy precisas
para Rusia. Se oponía a la estatización forzosa y proponía combinar el plan con
el mercado en sintonía con la NEP. Ese esquema puede servir de antecedente a
las reformas en curso en la isla (Trotsky, 1973; 1991: 55-72).
En el tema de la democracia hay que ser muy
cuidadoso con las comparaciones. Trotsky confrontaba con Gulags y fusilamientos
de bolcheviques que jamás existieron en Cuba. Al contrario, ese país fue el
epicentro del proceso revolucionario con mayor nivel de democratización y
participación popular del siglo XX. Logró consumar transformaciones sociales
ciclópeas con un número reducido de pérdidas humanas. Además, mantuvo regímenes
de excepción muy acotados en comparación a procesos semejantes, incluido el
caso soviético de la era Lenin-Trotsky.
Los dogmáticos ubican a las reformas cubanas
pro-mercantiles dentro del paradigma ortodoxo neoliberal. Estiman que
introducen un plan de ajuste, contrapuesto a la resistencia desarrollada
durante el período especial (Yunes, 2010).
Lo más curioso de esta caracterización no es la
ceguera frente al evidente abismo que separa a la política económica cubana de
Thatcher, Merkel o Cavallo. Se presenta un contrapunto con lo realizado por el
mismo gobierno en la década precedente. Los dirigentes que encabezaron una
proeza de lucha contra el imperialismo, ahora implementarían las recetas de
Washington. ¿Cómo se produjo semejante mutación?
La explicación dogmática habitual señala el
“comportamiento bonapartista de Castro” frente a la “presión de las masas”.
Pero resulta muy difícil encontrar alguna evidencia de esa relación, puesto que
sobran los indicios opuestos de liderazgo oficial en la resistencia de los 90.
Tampoco es fácil demostrar la existencia de rechazo popular a la posterior
introducción de las reformas.
Los críticos navegan en una maraña de
contradicciones. Cuestionan la baja productividad de la economía, pero sugieren
encierros que acentuarían esa adversidad. Rechazan el aislamiento, pero objetan
la alianza de supervivencia que estableció Cuba en el pasado con la URSS. Pronostican
el fracaso de reformas económicas que recién comienzan, sin explicar por qué
razón las previsiones de colapso cubano fallaron en los últimas dos décadas.
Con ese tipo de miradas no se puede calibrar la excepcional epopeya cubana de
los últimos 50 años.
En otros sectores del progresismo hay mayor
cautela con los pronósticos, escasa preocupación por la naturaleza social del
régimen y gran escepticismo sobre el futuro. Suelen remarcar el peso de la
represión, el declive de la utopía libertaria y la consolidación de un sistema
político autoritario (Stefanoni, 2013).
Pero olvidan que en las terribles condiciones
de hostigamiento que ha padecido la isla se pudo concretar una revolución con inéditos
grados de libertad. Este nivel de tolerancia no sólo superó los precedentes de
Rusia o China, sino también al grueso de las experiencias nacionalistas
radicales. El trasfondo del problema es la legitimidad de cualquier revolución y
sus protecciones defensivas.
No es muy sensato suponer que los logros en la
isla se habrían podido obtener sin sufrimientos, sacrificios y errores. La
valoración de la revolución es particularmente importante en un momento de
tantas presiones para convertir a Cuba en un “un país normal”. Con ese engañoso
estandarte se puede enterrar todo lo construido en medio siglo y abrir las
puertas para recrear la desigualdad y criminalidad predominantes en América
Latina[2].
Oportunidades
y expectativas
Algunos analistas registraron en los últimos años
la existencia de un clima de entusiasmo con los cambios en curso. Destacan que
Cuba vive una primavera que rompe con el inmovilismo (Burbach, 2013). Otros
partícipes más directos de este proceso resaltan el impacto positivo del curso
actual, pero advierten la necesidad de adoptar iniciativas de mayor
democratización, como la reforma del sistema electoral y el acceso irrestricto a
Internet (Campos, 2011).
En esta misma evaluación se inscriben las
propuestas de nuevos esquemas de difusión de la información y control popular sobre
la estructura estatal. Se remarca la tardanza en implementar los cambios y
también la insensibilidad frente a las críticas (Dacal, 2013).
Esos
desaciertos tuvieron negativas consecuencias en el pasado. El entusiasmo por un
cambio no dura eternamente. Conviene recordar todas las oportunidades de
renovación del socialismo que se perdieron en los países del Este. La
frustración que siguió a la Primavera de Praga desmoralizó a toda una
generación y facilitó la posterior restauración del capitalismo.
La apatía es el principal peligro en una
sociedad que pasó la prueba del período especial, pero debe cicatrizar las
heridas que dejó ese trauma. En la coyuntura actual hay que lidiar con la
desesperanza que genera la necesidad del cambio y la preocupación por sus
consecuencias. El giro hacia el mercado implica la adopción de medidas que muy
pocos desean y todos comprenden (Guanche, 2011).
Involucrar a los ciudadanos en el manejo
directo de su futuro es el principal antídoto contra los peligros de las
reformas. Este propósito puede lograrse apuntalando la democracia socialista.
La vitalidad de este sistema es un remedio efectivo contra la apatía. Lo ocurrido
en la URSS debe servir de contra-ejemplo. Como la población se consideraba
ajena al régimen político se mantuvo al margen de los cambios que restauraron
el capitalismo.
Cuba cuenta con niveles de democracia real
superiores a cualquier plutocracia capitalista. Sus líderes no son elegidos por
una elite de banqueros e industriales, ni surgen de la cosmética publicitaria
que construyen los medios de comunicación. Tampoco rige el terror contra la
población o la intimidación que impera en varios regímenes policíacos de Centroamérica.
Pero existen incontables manifestaciones de insuficiencia de la democracia en
el sistema político y la prensa. Las reformas son la oportunidad para corregir
esas deficiencias.
Si los cambios económicos logran combinar
acertadamente las cooperativas, la pequeña propiedad y la primacía estatal, la
recuperación de la economía renovará el optimismo. Las transformaciones
productivas y comerciales podrían generar mejoras visibles en el nivel de vida
de la población. El gran desafío es motorizar esos avances con el mercado,
impidiendo al mismo tiempo la restauración del capitalismo.
La clave inmediata para sortear ese peligro es
limitar la desigualdad social, mediante el mantenimiento de sistemas educativos
y sanitarios públicos y únicos. La ejemplaridad de los dirigentes, junto a este
soporte permitirá superar la nueva encrucijada que afronta el país.
El pueblo cubano ha demostrado una
extraordinaria capacidad para sobreponerse a las dificultades retomando la confianza
en la revolución. Es el país que exige mayor cautela a la hora de formular
pronósticos. Muchas veces se dijo que no soportarían el bloqueo, las
invasiones, las penurias o el aislamiento y siempre salieron airosos.
Seguramente volverán a ganar la partida.
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Resumen
Cuba aportó un ideario de transformación
social y un ejemplo de resistencia que contribuyeron a cambiar el escenario
latinoamericano. Su esquema igualitario le permite mantener indicadores
sociales muy superiores a cualquier país equivalente. Pero afronta adversidades
geopolíticas que la obligan a introducir un cambio significativo.
Una economía moldeada para apuntalar la
extensión del socialismo debió adaptarse al escenario opuesto, modificando su
estructura de elevada estatización. Las reformas en curso están concebidas para
ampliar la gravitación del mercado, sin permitir el retorno al capitalismo.
Mientras que la extensión del cooperativismo
contrapesa el riesgo de enriquecimiento privado, las propuestas de mayor
estatismo agravarían el estancamiento. Muchas denuncias de restauración
capitalista se formulan sin caracterizaciones ni alternativas viables. Mayores
grados de democracia son necesarios, pero no generan milagros. Hay que valorar
la revolución y postular caminos para renovarla.