“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

30/1/15

Con José Martí: para que la victoria siga siendo victoria

Luis Toledo Sande
José Martí
✆Pedro Ramón
En el entorno contemporáneo esbozado en “Con José Martí, raíces y luz” parece que empieza a abrirse paso en los Estados Unidos la línea que, aunque procuró mantenerla en secreto, no pocos consideran —y no se ha probado lo contrario— que le costó la vida al mismo presidente que luego de autorizar la invasión de Playa Girón y ver su fracaso y sus consecuencias, se percató de un hecho, o al menos lo intuyó: la hostilidad agresiva y desembozada no le daría a la potencia los resultados que esta apetecía. Salvando distancias y diferencias, tal vez pudiera decirse que John F. Kennedy fue en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de su tiempo lo que, en el conflicto entre aquella y España en el siglo XIX, fue el militar y político español Juan Prim Prats (o Joan Prim i Prats, atendiendo a su origen catalán), muerto por un atentado en el Madrid de 1870, cuando era jefe de gobierno y había expresado la posibilidad de que se reconociera la independencia de Cuba, y rechazado la idea de venderla a los Estados Unidos. (Esto último, añádase, fue lo que de hecho consumó una humillada Corona española en el Tratado de París, en 1898, opción a la cual Martí se refirió previsoramente en su carta póstuma a Manuel Mercado.)

La línea de Kennedy la retomó, en lo visible, otro presidente, James Carter, quien después de salir de la Casa Blanca visitó La Habana en busca de una influencia que no logró en su país ni, huelga decirlo, en Cuba. El actual presidente es también del Partido Demócrata, como aquellos dos, un dato de interés pero que no se debe magnificar, pues allí los dos partidos hegemónicos tienen más afinidades esenciales que diferencias y, sea cual sea en cada caso su funcionamiento como organización, representan a los poderosos. Pero, sin duda, Barack Obama ha dado un paso importante en el que ya es el tramo final de su segundo y último período como titular de la Casa Blanca. No hay que suponer que sea un gesto individual, al margen de tendencias que ganan terreno en las fuerzas dominantes de su país. Eso mismo habla de lo que significa, y de sus posibles alcances o limitaciones.
En el reconocimiento público por Obama del fracaso de la empecinada táctica aplicada por los gobernantes de su país contra la Cuba revolucionaria se ha visto un acto de coraje. Y no faltan razones para que se haya valorado así, aunque también debe decirse que ha contado con señales de aprobación que no tuvieron ni Prim ni Kennedy, y ni siquiera Carter. Sea como sea, no se debe menospreciar que, además de reconocer el fracaso de la línea utilizada hasta ahora, haya asumido la responsabilidad de proponer sustituirla por otra que —para sus propósitos, que siguen siendo los mismos del imperio que representa, y para su comprensión de los hechos, que puede ser renovadora, o replanteadora— no esté de antemano condenada al fracaso.

Al discurso del presidente, la Casa Blanca añadió declaraciones que, para quienes no se quieran engañar, no dejan lugar a duda sobre los fines del imperio en su cambio táctico hacia Cuba, a la que el poderío de aquel ha procurado sacar de su proyecto nacional, revolucionario, socialista, internacionalista. Ninguna línea se abrirá paso triunfal entre las otras posibles en un país, sino convence a la mayoría de sus fuerzas rectoras de que será aplicada para bien de los intereses determinantes en él. Los Estados Unidos no son una excepción.
Mientras aquella potencia sea la que es, y como es, la brújula que allí puede triunfar no estará, si de orientación sistémica se trata, en la solidaridad con proyecto socialista alguno, si es verdadero. Otra cosa puede ser la voluntad de una parte mayor o menor del pueblo estadounidense, aunque ya en su tiempo Martí rechazó la realidad de una nación dominada por corporaciones, y donde campeaban quienes “creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a más sobre la carga”.
Ante la Comisión Monetaria de 1891, con la que los Estados Unidos mostraron su deseo de imponer el dólar en nuestra América —un recurso para dominarla por la vía del mercado—, Martí sentenció: “A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve”. Más de un siglo después, resulta difícil ocultar lo fundamental de la política. Si acaso, podrán pasar sin ser vistos algunos de los procedimientos empleados para lograr o intentar su aplicación.
También en determinadas circunstancias los máximos jefes del imperio necesitarán actuar en silencio, y como indirectamente, para que no les frustren sus planes las tendencias opuestas a la suya dentro del mismo poder imperial. Pero tanto el discurso del presidente como las declaraciones de la Casa Blanca dejan a las claras qué buscan con respecto a Cuba. Directamente y sin rodeos se están expresando asimismo empresarios imperiales que buscan para sus intereses el filón de la nueva táctica anunciada. Y clarísimamente expresada está la posición de este país en el discurso que en la misma fecha y a la misma hora pronunció el presidente de sus Consejos de Estado y de Gobierno.
Para Cuba están claras la justicia y la necesidad de que se levante el bloqueo que se le ha impuesto por más de medio siglo. Tan claras están como el hecho de que debe impedir que ese logro sirva a los planes de las fuerzas empeñadas en torcerle el camino y someterla a los designios del imperio. Con respecto a la Comisión Monetaria, y cabe decir que empleando en parte el vocablo pueblo como sinónimo de nación, Martí advirtió: “A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores”.
La realidad hoy no es la misma, pero no ha cambiado lo bastante como para vaciar de sentido real a lo advertido por Martí. La potencia propone a Cuba relaciones diplomáticas y comerciales que le den a ella, a la potencia, los resultados que no le han venido de su política de hostilidad. Para las fuerzas dominantes en los Estados Unidos sería una victoria que a Cuba entraran, pagados por ella, recursos troyanos para la sedición, como los que costaron prisión a un agente suyo que intentó introducirlos de modo clandestino, y no inocentemente ni por propia iniciativa.
Por eso está bien que a la representación de aquel país en el inicio de las conversaciones con Cuba en esta nueva etapa voces cubanas le hagan cuantas sugerencias crean necesarias para que no se repita el afán injerencista encarnado en agentes como el aludido, ni se permita que triunfe la línea que preferiría mantener el bloqueo y la hostilidad que han acabado aislando a los propios Estados Unidos pero le han causado severos daños a Cuba. Pero lo más sensato sería pensar que la mencionada representación tiene sus planes trazados y no actúa sin las correspondientes instrucciones de su gobierno, por mucho que sea el margen atribuible a las iniciativas personales, un margen que no debe suponerse desmedido cuando se discuten asuntos de naturaleza y envergadura tan grandes como los que están sobre la mesa.
A Cuba le toca impedir que la victoria alcanzada con más de cincuenta años de resistencia se dañe o se revierta por desprevenciones o excesos de confianza impertinentes. Que vengan a Cuba millones de turistas y consuman lo que nuestro país produce y ofrece, puede y debe ser ventajoso para el erario de una nación urgida de asegurarle a su pueblo un bienestar material digno; pero ella también necesita poner en tensión todo el cuidado que se requiera para que no se repitan realidades como las que Nicolás Guillén repudió en Cantos para soldados y sones para turistas.
No basta que la máxima dirección del país tenga claro lo que a este conviene y en él debe hacerse. Es un deber del pueblo —es decir, de quienes en él abrazan leal y lúcidamente los caminos de la soberanía y la dignidad de la nación— estar ideológicamente preparado para defender, en cada palmo, las conquistas revolucionarias, empezando por la dignidad nacional, y la de cada ciudadano o ciudadana. Es vital impedir que el imperio, ayudado por corruptos y apátridas, o por apátridas corruptos, capaces de enmascararse, logre con su nueva táctica lo que no pudo alcanzar con la fracasada.
El dilema “O Yara o Madrid”, que desde 1898 pudo replantearse como “O Yara o Washington”, se debe asumir hoy en las circunstancias de estos tiempos, cuando la propaganda imperial y los valores y desvalores convenientes a ella circula no solamente en los medios del propio imperio y hasta empaquetada de manera artesanal. Llega por la vida, por el pensamiento que las fuerzas dominantes propalan, y no escapan a ella ni nuestros propios medios, que a veces se tiene la impresión de que son manejados con desprevención que asusta, incluso en una Cuba acosada por el bloqueo.
Eso se dice de pasada en estos apuntes y —debe quedar claro— sin abogar por interdicciones empobrecedoras y contraproducentes, ni proponer autoaislamientos asfixiantes. Se trata de una profunda lucha cultural a la que sería suicida dar la espalda, y por la cual pasa todo, aunque fuéramos tan incautos como tendríamos que ser para no darnos cuenta de la realidad. En esas tensiones, detectadas o no detectadas, se ubican desde un videoclip de dos minutos hasta un largometraje de ficción, pasando por la música, por los artículos que se comercializan en nuestras tiendas, por el deporte. Se ubica todo, dígase de una vez.
El pueblo debe ser el mayor garante de que la nación mantenga su camino, incluso cuando no esté la dirección revolucionaria histórica, esa que, encabezada por la vanguardia del centenario martiano, desde entonces ha marcado el rumbo de la patria. El hecho de que, al parecer, el inicio del levantamiento del bloqueo y la normalización de las relaciones entre los dos países se dé o se intente, lo que no se suponía posible, mientras aún está presente esa dirección histórica, debe servir a la seguridad de los intereses nacionales cubanos. El imperio disfrutaría si consiguiera que a Cuba le tuerza el camino un proceso iniciado en vida de dicha dirección, pues de ese modo se demolería un símbolo, y semejante regalo no se lo podemos hacer al imperio, que no dejará de existir porque normalice en términos diplomáticos sus relaciones con Cuba, normalización que, nadie lo duda, sería en sí misma un hecho positivo.
A Cuba le corresponde perfeccionarse en todos los campos en que le sea posible. La creciente cultura de participación ciudadana —que debió y debe profundizarse haya o no haya bloqueo, haya o no haya relaciones diplomáticas entre ambas naciones— ha de servir, entre otras cosas, para que el pueblo esté en mejores condiciones de impedir que quienes vengan luego —un luego que no debe verse, ni por decreto ni por ingenuidad, como etapa lejana o imposible— traicionen el camino que su historia y sus tradiciones liberadoras le señalan a Cuba. Y haya o no haya bloqueo —aunque previsiblemente le será menos arduo si este se levanta de veras—, el país necesita alcanzar la eficiencia económica indispensable, no como un fin en sí, sino como base para asegurar de modo sostenible el creciente bienestar del pueblo, y mantener los grandes logros justicieros cosechados gracias al afán socialista.
Dicha eficiencia debe obtenerla Cuba con esfuerzos propios, y resulta necesaria cualesquiera que sean las circunstancias, y aún más para que a nadie se le ocurra imaginar que, cuando se logre, será un fruto de la generosidad imperial, en caso de que el bloqueo se levante de veras.  Sin ignorar las especificidades de una y de otra, pero tampoco sus interconexiones, lo que se dice sobre economía cabe decirlo también sobre la necesidad de ampliar el acceso a los medios de información. Esto incluye multiplicar el acceso a internet, propósito que ya ha hecho explícito el país, y que urge alcanzarse con precios potables para la población.
“Un pueblo es en una cosa como es en todo”, escribió Martí, y lo dicho en las líneas anteriores se relaciona directamente con el cambio de mentalidad reclamado en el país. En el cambio, necesario, y que —haya o no haya bloqueo— exige sus propias medidas, se incluye la prensa. En el fortalecimiento que se espera que ella alcance, tiene y tendrá un sitio cardinal la erradicación del secretismo, y el fomento de un sentido de las circunstancias que nadie confunda con que es conveniente silenciar qué significan el imperialismo y sus personeros, ni adónde pueden llevarnos nuestros propios errores y las deformaciones internas.
La claridad informativa se debe cuidar, según cada caso, en todos los temas. No debe confundirse con irresponsabilidad en el tratamiento de la información, ni la necesaria responsabilidad debe dar margen para ocultamientos indeseables. El regreso de los tres luchadores antimperialistas nuestros que permanecían en cárceles de los Estados Unidos constituye otro símbolo de la resistencia revolucionaria, y de la capacidad de esta para alcanzar victorias. La liberación de esos tres compatriotas completó el regreso de Los Cinco a casa y ocurrió el mismo 17 de diciembre en que se dieron en ambos países los anuncios que se han considerado la gran noticia de 2014, y cuyas consecuencias apenas empiezan. El pueblo cubano merecía ver en vivo y en directo la llegada de los héroes a la patria.
Sí, sería un merecido logro para Cuba, y un mérito para los Estados Unidos, que el bloqueo aplicado a la primera se levantara totalmente y se normalizaran de veras las relaciones diplomáticas entre ambos países. El gobierno estadounidense las rompió en represalia contra las medidas revolucionarias cubanas dirigidas a recuperar los bienes de la nación, que al terminar 1958 estaban en gran parte dominados por propietarios estadounidenses y por una burguesía vernácula sometida a los intereses de aquella potencia.
Tampoco se desentenderá Cuba de realidades como, entre otras, su calumniosa inclusión en una lista de países acusados de promover el terrorismo, o como la base estadounidense que aún ocupa un pedazo del territorio cubano. Por añadidura, ese pedazo de suelo ha venido usándolo el imperio para actos criminales monstruosos —incluida la utilización “legalizada” de la tortura—, contra los cuales no ha podido cumplir el actual presidente de los Estados Unidos promesas que hizo durante su primera campaña electoral.
El nombre del espacio Dialogar, dialogar no es solamente atractivo: expresa una cultura que debemos cuidar y fomentar. Pero hay personas para quienes el diálogo vale únicamente si sirve para devaluar todo cuanto huela a revolución y a pensamiento antimperialista, y muestran apasionada vigilia en la defensa de sus propósitos. Los revolucionarios y patriotas no deben descuidar lo que les corresponda defender. También para eso se necesitan recursos tecnológicos e informativos.
Viniendo como vienen por lo general de circunstancias en que se han visto acosadas por fuerzas poderosas, las izquierdas —verdaderas o así llamadas— han acudido a prácticas autoritarias, incluso para defender intereses del pueblo, base de la verdadera democracia. Pero el capitalismo es esencialmente antidemocrático: no lo guía la voluntad de servir al pueblo, sino el afán de lucro, y sus voceros suelen caracterizarse por despreciar a quienes impugnan un sistema basado en la explotación de la mayoría.
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