José Feliciano Ama, líder de la insurrección de 1932 |
Este trabajo pretende hacer un balance historiográfico
preliminar sobre el estado de los estudios sobre movimientos sociales en El
Salvador, de 1811 a 1932. Para seleccionar los casos de estudio se procedió a
partir de dos criterios básicos: primero, la importancia que tuvo la
movilización, tanto en el momento de su acaecimiento como en
la historiografía salvadoreña; segundo, la cantidad y calidad de los
estudios al respecto, considerando tendencias historiográficas, abordajes,
fuentes e interpretaciones. Se discuten los factores que a lo largo del tiempo
han condicionado las diferentes interpretaciones sobre los mismos hechos.
Los movimientos sociales en América Latina se asocian con
los momentos de mayor intensidad de la conflictividad social,
independientemente de cómo esta se manifieste. Esta es la tesis que subyace,
por ejemplo, en la sugerente compilación de estudios que hizo Fernando Calderón
a mediados de la década de 1980. La emergencia de movilizaciones sociales se
relaciona con crisis que provocan o agravan los problemas sociales y que
impulsan a la organización de distintos actores.
Fernando Calderón define los movimientos sociales como:
“acciones colectivas con alta participación de base, que utilizan canales no
institucionalizados y que, al mismo tiempo que van elaborando sus demandas, van
encontrando formas de acción para expresarlas y se van constituyendo en sujetos
colectivos”.1 La definición de Calderón es lo suficientemente amplia como para
dar cabida a los casos que aquí se estudiarán, en tanto ve el problema como
proceso, abre la posibilidad de un estudio en perspectiva histórica.
Una situación conflictiva lleva a determinados actores a realizar “acciones colectivas” que evidencian cierto grado de organización. Tales actores parten de una agenda -lo que quieren cambiar, mantener o rescatar-, la cual condiciona sus formas de lucha y los objetivos de la movilización, los cuales pueden variar; desde los que buscan cambios revolucionarios, otros que pretenden mejorar las condiciones de vida de los involucrados; los que simplemente tratan de mantener un estado de cosas, hasta aquellos casos en que se buscaría restituir derechos ya perdidos.
Una situación conflictiva lleva a determinados actores a realizar “acciones colectivas” que evidencian cierto grado de organización. Tales actores parten de una agenda -lo que quieren cambiar, mantener o rescatar-, la cual condiciona sus formas de lucha y los objetivos de la movilización, los cuales pueden variar; desde los que buscan cambios revolucionarios, otros que pretenden mejorar las condiciones de vida de los involucrados; los que simplemente tratan de mantener un estado de cosas, hasta aquellos casos en que se buscaría restituir derechos ya perdidos.
Estas consideraciones ayudan a entender por qué se decidió
incorporar en este análisis las luchas independentistas y los levantamientos
indígenas, que en principio parecen no ajustarse a lo que normalmente se
entiende por movimientos sociales. Una acotación adicional; este trabajo se
distancia del reduccionismo marxista que daba una excesiva importancia a la
economía y la clase social en la configuración y expresión de los movimientos
sociales. Por el contrario, al incorporar la etnicidad y las problemáticas del
poder local, se pretende ver más allá de los determinantes económicos y de
clase.2 El estudio de los movimientos sociales ayuda a entender mejor la
sociedad que los produce, las causales de las disputas, la rigidez o
flexibilidad de las estructuras de poder y los mecanismos de procesamiento del
conflicto de que se dispone.
Francisco Sánchez, antes de ser fusilado
en la plaza de Juayúa.
Su asesinato fue de los primeros que realizaron los militares para infundir temor entre la población ✆ Foto del MUPI |
La cantidad y diversidad de estudios sobre un movimiento indica su trascendencia y el impacto que este ha tenido en la memoria colectiva. Un mismo hecho puede ser interpretado de maneras muy distintas, dependiendo de quiénes escriban sobre él, del contexto en que lo hagan, de las fuentes con que cuenten y de las filiaciones político-ideológicas que tengan. De estos problemas trata el análisis historiográfico; a menudo los conflictos del pasado reencarnan en la historia que se escribe, para dar argumentos en las luchas del momento en el cual están inmersos los estudiosos; con lo cual se corre el riesgo de que historia y memoria se confundan. La independencia, las rebeliones indígenas del siglo XIX -especialmente, la de Anastasio Aquino-, y el levantamiento de 1932, son hitos importantes en la historia republicana salvadoreña. Pero igualmente han sido objeto de fuertes controversias, en tanto que su interpretación ha estado condicionada a las agendas y visiones políticas del momento en que se escribe sobre ellos.
Conclusiones
Esta revisión historiográfica refleja un desarrollo desigual
de los estudios históricos en El Salvador. Las dos vertientes predominantes en
la historiografía sobre los movimientos de independencia se fundamentan más
sobre filiaciones ideológicas y narrativas argumentativas que sobre un análisis
objetivo y fundamentado en fuentes. Aunque en los últimos años han aparecido
algunos trabajos con enfoques interesantes, no se centran específicamente sobre
las movilizaciones, y su impacto es aún muy limitado.82 En todo caso, por la
naturaleza del tema, las interpretaciones que más se difunden entre la
población son las que se transmiten por medio de la escuela y las fiestas
cívicas de la independencia. Diferentes son los casos de los estudios sobre
revueltas indígenas del siglo XIX y el levantamiento de 1932. De ser temas
marginales y de estrechas propuestas interpretativas, las revueltas indígenas
se han convertido en un importante campo de investigación, al grado que ya no
es posible entender la historia política y social del siglo XIX sin su
consideración. De las prejuiciadas interpretaciones liberales, en las que
primaban las contraposiciones ideológicas y el racismo, y las de izquierda que
trataban de convertir a los indios en “rebeldes” cuasirevolucionarios, se ha
pasado a ver a los indígenas como actores sociales con agendas propias,
vinculados, pero no sometidos a las facciones de elites y a los caudillos.
Asimismo, se han incluido las variables regionales y las causales asociadas a
las movilizaciones, con lo cual se enriquece el análisis.
Algo parecido ha sucedido con el 32; aunque desde un primer
momento fue objeto de debate, las primeras interpretaciones dependían mucho de
la ideología y los prejuicios. Sin embargo, en la última década, el
planteamiento de nuevas preguntas de investigación, el acceso a nuevas fuentes
y la adopción de marcos interpretativos más imaginativos y flexibles han
enriquecido enormemente su comprensión.
No obstante, las obvias diferencias entre los casos
considerados, todos han sido objeto de polémicas y de “usos políticos” y
memoriales de los eventos del pasado. Y es que de un modo u otro,
independencia, movilizaciones indígenas o el levantamiento de 1932, han sido
retomados a posteriori e interpretados en función de agendas
político-ideológicas del presente. De diferente manera, todos los casos se
vinculan con la construcción de identidades, ya sean nacionales, étnicas o de
clase.
En resumen, esta revisión muestra un considerable avance de
la historiografía salvadoreña en las últimas dos décadas, pero este sigue
siendo asimétrico e intermitente. En algunos casos, se dispone de un amplio y
variado repertorio bibliográfico; en otros, apenas se ha comenzado a hacer
intentos de nuevos acercamientos. Este desbalance es producto de
condicionamientos objetivos, por ejemplo, disponibilidad de fuentes y recursos
para la investigación, pero también de la forma como la comunidad académica
vinculada a El Salvador ha venido construyendo su agenda de investigación.
Carlos Gregorio López Bernal es salvadoreño,
doctor en historia por la Universidad de Costa Rica (UCR) y docente e
investigador de la Licenciatura en Historia de la Universidad de El Salvador.