Paula Bach
La
defunción del nonato Tratado Transatlántico, el retiro de Estados Unidos del
TPP, la –por ahora- comedia de Trump con Peña Nieto por el muro y el NAFTA, las
medidas xenófobas promulgadas –luego frenadas por la Justicia- y las acaloradas
discusiones sobre el “impuesto
fronterizo”, hablan por sí solos tanto de los límites de la
“globalización” como de los obstáculos para cercenarla. Señalamos desde esta columna que el
choque entre “éxitos” y desventuras de la globalización dibujaba el terreno más
escabroso que tendría que transitar el novel presidente norteamericano. Y,
efectivamente, si Wall Street recibió su asunción con una cálida bienvenida superando la
barrera de los 20 mil puntos, la firma del decreto que suspendía
temporalmente el programa para aceptar refugiados y limitaba el ingreso de
ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, no tuvo igual acogida. Wall
Street mostró su peor caída en un año. Es que Wall Street habla y en un sentido
parece estarle diciendo a Trump que se cuide con el nivel arancelario para
importaciones mexicanas y chinas… Discúlpesenos la digresión pero Trump también
respondió decretando el inicio del proceso de revisión de la ley Dodd Frank
–una regulación financiera débil implementada en 2010 por la administración
Obama- y adelantó luego que anunciaría
rebajas impositivas. Las bolsas volvieron a subir…Hay ahí un diálogo
sintomático e imperdible.
En
cuanto al decreto xenófobo, las estrellas chispeantes de Silicon Valey pero
también Goldman Sachs –origen del flamante Secretario del Tesoro-, la Ford
Motors, la General Electric, la Boeing, Nike y otras “no tecnológicas”,
salieron inmediatamente a repudiarlo. Incluso las que como Ford están
negociando a cuenta gotas sus planes de deslocalización empresarial, le están
avisando a Trump que no se meta demasiado con la globalización –o por lo menos
que no se pase de la raya. A causa del decreto, el CEO de Uber tuvo que renunciar a su cargo de asesor
económico del gobierno mientras el mayor impulsor de los autos eléctricos
prefirió permanecer dentro del consejo –del que entre otros también forman
parte los directivos de las súper “globals” innovadoras Tesla, Space X, IBM y
la cadena de ventas internacionales Wal-Mart Stores- para así poder influir en
la opinión de Trump, según sus palabras…Los organismos y élites “globales”
políticas y económicas internacionales incluyendo desde la ONU hasta Mutter Ángela –como
retrató a Merkel hace no mucho tiempo el influyente semanario alemán Der Spiegel- jugaron su carta
filantrópica defendiendo a refugiados y migrantes a quienes –de más no está
recordar- dejan morir por miles a diario en las aguas del Mediterráneo,
segregan en campos de concentración o –en el “mejor” de los casos- usan como
mano de obra barata.
El
asunto es que “globalización” y baratura de la mano de obra extranjera
–cuestión para la cual la inmigración representa un potente símbolo- son
aspectos inescindibles y resultan “la” sustancia mediante la cual el capital
reestableció su dominio tras el fin de las condiciones excepcionales de los
años de posguerra. Y esta sustancia es –nada más ni nada menos- que lo que hoy
está en cuestión. Donald Trump es el símbolo más cabal de un proceso que
durante los últimos 8 o 9 años fue perdiendo –moderadamente, hay
que remarcarlo- su dinámica económica y que en ese curso fue horadando con mayor virulencia
el pilar de los mecanismos políticos que le daban sustento.
Este movimiento complejo reúne en la figura de Trump gran parte de los
difíciles interrogantes sobre el derrotero próximo de la economía capitalista.
Sobre glorias y paradojas
Señalamos reiteradamente desde esta columna la
dualidad entre éxito y fracaso del neoliberalismo que, en lo fundamental, puede
distinguirse temporalmente. Para decirlo sintéticamente: la más amplia libertad
al movimiento de capitales –incluida laconquista de nuevos espacios
para la acumulación- y una “libertad” restringida y opresiva al
movimiento de personas, acompañada del creciente retroceso de las condiciones
de existencia de las clases trabajadoras de los países centrales, constituyó la esencia de las
décadas de moderado crecimiento neoliberal que siguieron a la
crisis de los años ’70. Este trípode que alentó la instauración de una nueva
división mundial del trabajo y se erigió en garantía de continuidad del
liderazgo norteamericano tras la ruptura del “pacto social” de posguerra, no
estuvo exento de la creación de elementos de nuevos “consensos”. El lugar del
crédito como estímulo al consumo, máscara del estancamiento salarial y pérdida
de beneficios de amplias franjas de trabajadores en los países centrales
–Estados Unidos es un paradigma- fue escalando posiciones.
La
ilusión de la “democratización de las
finanzas” alcanzó su máximo impulso con las hipotecas subprime en
los años 2000. En paralelo, la inversión de capital se fue localizando en
regiones y países que adquirían la fisonomía de “talleres industriales” como el
Sudeste Asiático, México,
la India y luego China y Europa del Este. En el mismo proceso en el que el
capital foráneo usufructuaba altos estándares de explotación de la mano de
obra, incorporaba a millones –muchos de los cuales pasaban de la miseria
absoluta a un ingreso miserable- al mercado de trabajo y de consumo
capitalista. Al calor de la industrialización de algunas regiones periféricas
particulares surgieron tanto sectores de trabajadores especializados y mejor
pagos, como nuevas clases medias numerosas que -como en los casos de China o
México- tuvieron roles protagónicos en el desarrollo del proceso “consumista”.
En síntesis crédito y consumo –como formas derivadas de un capital ficticio
creciente- resultaron las estrellas más brillantes de las últimas décadas
neoliberales, a la vez que la desigualdad crecía a ritmos desconocidos desde
fines del siglo XIX.
Pero
no sólo de raigambre económica fueron los elementos de lo que podría llamarse
un “consenso” frágil. En un interesante
artículo, la intelectual feminista estadounidense,Nancy Fraser, habla
de un neoliberalismo “progresista” al que define como “alianza de las
corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo,
multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro,
sectores de negocios de gama alta ‘simbólica’ y sectores de servicios (Wall
Street, Sylicon Valey y Hollywood).” Agrega Fraser que “En esta alianza las
fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo
cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia lo
cierto es que las primeras prestan su carisma a este último.”
Quizás
lo más significativo –al menos para el asunto que estamos tratando- resulte que
el antirracismo –o la antidiscriminación, da igual- le haya “prestado su
carisma" a aquellos cuyas ganancias se encuentran “ontológicamente”
asociadas a la superexplotación –sujeta en múltiples oportunidades a prácticas aberrantes e incluso
“ilegales”- de mano de obra extranjera tanto migrante como en su
lugar de origen. Hoy las multinacionales cognitivas –y las que no lo son no
tanto- están embanderando ese “carisma” para defender las bases de una
producción “globalizada”, el secreto de su ascenso.
El desencanto
El
asunto es que el armado de aquellos múltiples consensos neoliberales sufrió un
shock tras la caída de Lehman y comenzó a hacer agua al calor de las débiles
condiciones de recuperación que le siguieron. Como explicamos en diversas
oportunidades no
existió “tierra arrasada” durante el pos 2008 –cuestión que en
parte se debió la puesta en escena de una relativa coordinación interestatal.
La recuperación económica resultó lo suficientemente “sólida” como para aventar
el fantasma de los años ’30 pero lo suficientemente débil –y este es el núcleo
del “estancamiento secular”-
como para demoler los frágiles consensos internos conquistados hasta entonces.
En el curso de esos años la carroza se fue transformando en calabaza… el hechizo del crédito estaba
roto y amplios sectores de las clases trabajadoras –fundamentalmente
de los países centrales- empezaron a sentir el peso de las conquistas perdidas
en décadas previas –incluyendo entre ellas, empleos de buena calidad.
Y
¿qué hay del “neoliberalismo progresista”? Dice bien Fraser que “la victoria de
Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus
votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo
progresista.” Y se explica: “Clinton fue el principal ingeniero y
portaestandarte de los ‘Nuevos Demócratas’ (…) en vez de la coalición del New
Deal entre nuevos obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias
urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos
movimientos sociales y juventud.” Y agrega que “Durante todos los años en los
que se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera el país estaba
animado y entretenido por una faramalla de ‘diversidad’, ‘empoderamiento’ y ‘no
discriminación”. Y resulta que fue “Fue esa amalgama la que desecharon in toto
los votantes de Trump (…) Para esas poblaciones, al daño de la
desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista que se
acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la
globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo
cosmopolita identificado con ella.”
Cabe
agregar –otra vez- que aquella amalgama “liberal progresista
antidiscriminatoria” constituyó la base de una potente operación ideológica
destinada a ocultar la discriminación de los trabajadores chinos o mexicanos
cuyos salarios resultan, para el último caso, entre 6 y 10 veces menoresque
aquellos de sus pares norteamericanos. Trabajadores estos últimos que por
supuesto y a la vez, también fueron “discriminados” con la pérdida de sus
empleos, viéndose sometidos luego a múltiples formas de precarización. Pero al
producirse esa especie de movimiento en reversa en el que tienden a desarmarse
múltiples consensos, las cosas aparecen invertidas de resultas que un lado de
las víctimas –la mano de obra barata- emerge como victimaria, como quienes
“robaron” el trabajo a los “locales” que integran, por supuesto, la otra parte
de las víctimas. Y en ese perverso juego de cambio de roles –que tuvo una
contraparte poderosa en el voto a Bernie Sanders y en sectores de los electores
de Trump que al parecer se oponen a las políticas antiinmigrantes- las empresas
“globales” especializadas en explotación de mano de obra extranjera, asoman
como los “progres”, defensores/salvadores de quienes son en realidad sus
víctimas directas.
China y Vietnam: consensos en “deconstrucción”
Si
bien el fenómeno de desencanto y repudio a las élites políticas y económicas
está localizado primordialmente en los países centrales, hay quienes están
hablando de elementos de un proceso
similar en China, una suerte de “The
end of the chinese dream” –con todas las limitaciones que se le deben
reconocer al “chinese dream”.
Contrariamente a lo sucedido en Estados Unidos y en el “centro”, durante los
últimos años y por esas cuestiones de la “demanda”, los miserables salarios
chinos devinieron bastante menos miserables. El asunto bastó para que
comenzaran las deslocalizaciones…hacia Vietnam –donde el salario básico oscila
entre los 150 y 200 dólares mensuales contra un promedio de 650 en China (ver Le Monde diplomatique, febrero 2017)-,
Bangladesh, Birmania e incluso…México. Nike, Adidas, Puma, Lacoste, Foster,
Samsung, Foxconn, Apple, Cannon, son algunas de las empresas filantrópicas que
se están retirando de China hacia localizaciones más “económicas” (Ídem).
Mientras
el desarrollo tecnológico avanza en China, parece estar adquiriendo cierto peso
un sector de trabajadores cuya fuerza de trabajo no resulta lo suficientemente
barata ni posee los perfiles tecnológicos requeridos. Cuestión que a su vez se
encuentra íntimamente relacionada al hecho de que China no puede continuar
sosteniendo –también debido a la debilidad de la recuperación mundial- el
modelo exportador que construyó el consenso chino-americano de las últimas
décadas. Un consenso que –vale aclarar- se sostuvo sobre sus pies en los años
pos Lehmann y empezó a exteriorizar debilidades a partir del año 2014. Para
seguir pensando derivaciones de la “deconstrucción” de los consensos, los
límites al modelo exportador chino y su tortuosa –y necesaria- lucha por
convertirse en algo más que la segunda economía mundial, están transformando al
gigante asiático de un soporte para el modelo anglosajón en una amenaza
potencial.
Hay
ahí una suerte de diálogo profundo entre la economía y la política, al que venimos haciendo referencia
hace ya tiempo. Si Donald Trump –por solo hablar del más shockeante de los fenómenos recientes-
es el resultado de las características económicas particulares de la
recuperación posterior a la crisis de 2008, la defunción del Tratado
Transpacífico es una consecuencia -previsiblemente- derivada del ascenso de
Trump.
Y el
fin del Tratado Transpacífico, entre otras cuestiones de alto calibre como las
aún inciertas consecuencias geopolíticas y económicas sobre la relación
chino-norteamericana, le está cortando el aliento a países que, como Vietnam,
se imaginaban como el “segundo taller del mundo” (ver Le Monde…) tras el
encarecimiento de la mano de obra china y el cerco económico que se le dibujaba
al gigante asiático si se concretaba el tratado. Es decir que la pretensión de
eventuales “nuevos consensos” internos y externos, parecería estar quedando
relegada al mundo de la ilusión.
Comienzan
a ponerse en juego variados factores que como mínimo delinean una tendencia
hacia la ruptura de los múltiples consensos construidos durante las últimas
décadas, algunos de ellos prorrogados con bastante habilidad –como el
chino-norteamericano- o forjados –como los elementos de coordinación
interestatal- en el escenario pos Lehman.
Ser o no ser global…
Si
Trump tiene el objeto de mostrarse a sí mismo como el representante del más
radical de todos los cambios, lo cierto es que enfrenta la ímproba tarea de
intentar conformar a sus electores –a quienes prometió el oro y el moro…- sin
atacar demasiado las bases de la internacionalización del capital. Justamente
una de las contradicciones actuales más flagrantes –venimos insistiendo sobre este asunto-
es aquella que muestra que no es la catástrofe económica sino las derivaciones
políticas de una crisis potencialmente catastrófica, el fenómeno que está
colocando en el centro al “nacionalismo” y al –por ahora- discurso
proteccionista.
Pero
el tipo de “protección” al que pueden aspirar en las condiciones actuales las
grandes empresas de origen norteamericano es naturalmente muy distinto al que
pueden ansiar los hombres y mujeres -trabajadores comunes- para los cuales el
“sueño americano” se está transformando en pesadilla. Aunque dicho un poco
esquemáticamente, si la “protección” que persiguen los primeros tiene
básicamente la forma de los mal llamados “Tratados de libre comercio”
–una práctica habitual de las últimas décadas asentada en pactos sobre los
derechos internacionales de los inversores-,
la que buscan los segundos está asociada a una –difícilmente imaginable-
reindustrialización de Estados Unidos. Un tercer sector -parte fundamental de
los electores de Trump- lo integra la pequeña y mediana empresa naturalmente
interesada en exenciones impositivas y un crecimiento del consumo interno,
aunque a la vez estrechamente dependiente –en múltiples oportunidades, al
menos- del trabajo súper barato de los inmigrantes ilegales.
Pero
cuando Trump envía señales del carácter pretendidamente “real” de su discurso,
sugiriendo que frenará la inmigración e impondrá fuertemente las importaciones,
“amigos” y enemigos le saltan a la yugular. Por solo dar dos ejemplos, el iPod de Appleviene
con un sello que dice “Hecho en China, diseñado en California” y la propia
Boeing –la mayor empresa exportadora de bienes manufacturados de Estados
Unidos- produce una porción significativa de las piezas
de avión en Méxicodesde donde además importa –entre otros productos-
cocinas para los aviones, sistemas de cableado, aires acondicionados, timbres y
mantas de aislamiento. Pero no sólo las “top” estarían en problemas, sino
también los empresarios tamberos…Las deportaciones podrían provocar la
desaparición de más de7000
tambos que no tendrían quién les trabaje… Más allá de negociaciones
parciales -como en el caso de Carrier, Ford o Boeing, entre otros- Trump no
puede modificar cualitativamente una estructura de cadenas de valor diseñada
para aprovechar múltiples ventajas en diversos rincones del planeta y
construida con tanto “esmero” durante los últimos cuarenta años. Estructura que
–de más no está repetir- constituyó la esencia de la salvación del capital
posterior a la crisis del ’70. Es difícil imaginar cuál podría ser la nueva
“gran empresa” capitalista que sustituya el armado neoliberal.
En el
terreno que podríamos llamar “financiero” vale dejar planteado como
interrogante –aunque no vamos a desarrollar el asunto aquí- si la previsible
liquidación de la ley Dodd Frank y la resurrección de los proyectos de
construcción de los polémicos oleoductos de Keystone XL y Dokota Access,
implican una apuesta de Trump al armado de alguna nueva burbuja petrolera.
Cuestión que empero nacería rodeada de múltiples contradicciones como la muy
probable revaluación del dólar que
–sin ser el único factor que lo determina- repercutirá negativamente sobre el
precio de las materias primas incluido, por supuesto, el petróleo.
Con
toda la incertidumbre que sigue sobrevolando la escena, lo cierto es que las
políticas de Trump apuntarán como mínimo a una “reforma” de la globalización,
asunto que –amén de las formas políticas, es claro- tiene elementos de contacto
con las sugerencias de distintos liberales “aterrados” o neokeynesianos pro
global, como Paul Krugman. El
problema es que la idea de “reformar la globalización” con medidas
proteccionistas –aunque sean débiles- tiene aroma a contrasentido y es muy
probable que en su intento derrame crisis de todo tipo. En el plano interno,
profundizando grietas en las alturas que
tenderán a combinarse con la crisis de consenso latente. En el plano
internacional, incrementando las fricciones –cuestión que ya es evidente- y tal
como observamos desde esta misma columna,
estableciendo un límite estricto a la “coordinación interestatal” que cumplió
un rol tan destacado en la contención de la crisis durante los últimos años.
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