“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

19/2/17

El joven Karl Marx: Una historia inteligente de amistad comunista

Peter Bradshaw

Raoul Peck es el cineasta haitiano con una candidatura al Oscar este año por su documental I Am Not Your Negro sobre [el escritor afronorteamericano] James Baldwin. Acude ahora a Berlín con este drama histórico correoso y de intensa concentración, inflexiblemente intelectual, escrito en colaboración con Pascal Bonitzer, sobre el nacimiento del comunismo a mediados del siglo XIX. Y nos ofrece una sensación real de lo que significaba la política radical: hablar. Hablar, hablar y más hablar. Debería ser tedioso, pero no lo es. El espectáculo de gente ferozmente enojada que habla de ideas se vuelve de algún modo absorbente y hasta apasionante.  

Pese al título, no se trata exactamente del joven Karl Marx, más tiene que ver con el “bromance” [término para describir una película de estrecha amistad entre dos hombres] con el joven Friedrich Engels. Dada la poderosa presencia de Jenny, la mujer de Marx, casi amenazan por un microsegundo en convertirse en los Jules et Jim de la Izquierda Revolucionaria. Peck se guarda su mayor broma, o coup de cinéma, para el mismísimo final. Después de toda una película austera presentando hombres con sombrero de copa y bigotes de patillas, los títulos de crédito de cierre estallan en un estrepitoso y hasta eufórico montaje de acontecimientos políticos del siglo XX – el Che, el muro de Berlín, Ronnie y Maggie, Nelson Mandela, el movimiento “Occupy” – con acompañamiento de Bob Dylan. Nada de Stalin o de Lenin o de gulags o de Erich Honecker en el montaje, con todo.

 Marx es interpretado por August Diehl: andrajoso, feroz de indignación y de pobreza, enganchado a los cigarros baratos, se muere por una discusión y una pelea. Engels, interpretado por Stefan Konarske, es el niño rico de padre industrial, con formas de un dandy en su vestimenta y un semblante romántico, como un joven Werther que no se muestra pesaroso sino entusiasmado por la venidera victoria de la clase trabajadora. 

Es un bonito encuentro. Marx echa chispas por los ojos al ser presentado; recuerda al joven Friedrich de un encuentro anterior, afectado y creído, con todo el derecho del mundo como si hubiera inventado él la lucha de clases. El joven pendenciero irritable choca con el cachorro arrogante. Pero se rompe el hielo: Engels admira la claridad del pensamiento material de Marx; Marx admira enormemente el estudio pionero de Engels sobre la clase obrera inglesa. Juntos inhalan ese nuevo pensamiento en el aire, ideas de las que Pierre Proudhon (interpretado de forma seductora por Olivier Gourmet) es en parte responsable.  Expulsado por los franceses, Marx huye a Londres con Engels, donde se les invita a agregarse a la hermandad socialista de la Liga de los Justos y prestan su rigor intelectual y metodológico a su evangélico movimiento. Pero la ruptura con Proudhon les envalentona a los dos y, en un estilo ligeramente entrista, Engels declara finalmente a su estupefacto congreso anual que la Liga de los Justos se reconstituirá como Liga Comunista.

Es esta una película que se ciñe a la creencia de que la gente que discute acerca de teorías y conceptos – a la vez que rechaza periódicamente y de modo airado la noción de mera abstracción – resulta enormemente interesante. Y Peck y Bonitzer se las ingenian con el estimable truco de hacerlo interesante, ayudados por la excelente interpretación de Diehl y Konarske, aunque un verdadero fallo de la película es la relativa falta de interés en sus respectivas parejas: Jenny, interpretada por Vicky Krieps, y la obrera Mary Burns (Hannah Steele), de la que Engels está enamorado: es una relación bastante superficial.

Hay un momento tenso en el que Marx y Engels se cruzan por casualidad con un rico industrial que es amigo del padre plutócrata de Engels: Marx le afea fríamente su práctica de explotar el trabajo infantil y afirma que las fuerzas del mercado que exigen esto no son leyes de la naturaleza sino cosa de las “relaciones de producción” obra del hombre. El hombre responde burlón que esa frase le suena a “hebreo”.

La acción de la película prosigue a un ritmo regular, intenso: una olla a presión que, pese al vocerío y griterío, no varía gran cosa. Pero se puede ver cómo envejece Marx visiblemente, de medioveinteañero al umbral de los treinta, exhausto por el nacimiento del comunismo y la composición de su Manifiesto Comunista. No tendría que funcionar, pero funciona, gracias a la inteligencia de la interpretación y la energía y concentración del guion y la dirección.

Peter Bradshaw forma parte del plantel de críticos cinematográficos del diario británico The Guardian.
Traducción del inglés por Lucas Antón
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