Walter Benjamin ✆ Arton |
A pesar del creciente peligro, Benjamin no quiso hasta
último momento abandonar París, donde vivía después de que le hubieran quitado
su nacionalidad alemana, a pesar de la insistencia de sus amigos y colegas ya
exiliados. Es que era en la Biblioteca Nacional de esa ciudad donde estaban las
fuentes que necesitaba para su Libro de los pasajes, un proyecto que abarcó sus
últimos 13 años de vida y que dejó inconcluso. En esa misma biblioteca, en
manos de George Bataille, dejará las carpetas llenas de materiales para este
trabajo, cuando finalmente define emprender su viaje a EE. UU. Siete años
después estos archivos llegarán a reunirse con Adorno –quien iniciará el largo
trabajo que llevó su edición–, pero sin su autor, que no logró salir de Europa.
Ese enorme conjunto de citas, comentarios y aforismos, base de la obra que
consideró la más importante de su producción, buscaba desentrañar los
mecanismos con que la sociedad capitalista moldeaban la conciencia y las
prácticas de quienes la habitaban.
Allí no solo encontraremos una amplia variedad de los
problemas que Benjamin abarcó en su obra previa, sino que los trabajos de su
última década estuvieran estrechamente relacionados con las preocupaciones que
este proyecto contemplaba.
Parte de su impronta es la capacidad de analizar una
producción filosófica y cultural que sin duda expresa condicionamientos
sociales y políticos, pero no de manera lineal ni como mero reflejo, explorando
una variante del marxismo alejado tanto de los compromisos con la sociedad capitalista
que había adquirido la socialdemocracia, como del mecanicismo que por ese
entonces predominaba en un marxismo moldeado en la URSS stalinizada. Entre sus
análisis, que recorren desde la arquitectura decimonónica al uso de la alegoría
en Baudelaire, que problematizan la memoria involuntaria en Proust hasta los
efectos en la percepción de nuevas técnicas de reproducción, que transitan los
cambios en las funciones sociales del arte tanto como las barricadas de la
Comuna de París, que se detienen en figuras como los coleccionistas, jugadores
y flâneurs tanto como en las teorías psicoanalíticas o la poética surrealista,
o que abrevan en los cuentos de hadas tanto como en el método de El capital,
puede trazarse un hilo que muestra su interés por aquello que en la cultura
aparece como disruptivo; fuentes de una crítica inconformista que no renuncia
ni a mostrar en los frutos de la festejada civilización moderna la barbarie en
la que fue forjada, ni en sus traumas y contradicciones un impulso utópico a
redimir.
En parte por sus intereses y formación previa, pero también
como consecuencia de una situación que los encontró entrampados para la década
de 1930 entre el avance del fascismo y la consolidación del stalinismo, la
adscripción al marxismo de la generación a la que perteneció Benjamin tuvo como
marca de la derrota estar alejada de la práctica y los debates estratégicos del
comunismo de la época, pero les resultó altamente productiva para trazar
hipótesis filosóficas y teóricas sobre los abruptos cambios culturales que la
atravesaban, terreno en el que realizaron aportes por los que son hasta hoy
estudiados.
Los trabajos de Benjamin fueron en su época motivo de
prolongados y ricos debates con sus interlocutores más cercanos. Sin dejar de
reconocerle su talento para descubrir procesos significativos tanto en el
detalle como en la construcción de panoramas históricos más amplios, Brecht por
ejemplo consideraría inquietantes algunas de sus metáforas teológicas,
Horkheimer las amonestaría como deudoras de un idealismo inaceptable, mientras
Adorno por su parte consideraría toscos algunos de sus desarrollos sobre las
prácticas artísticas vanguardistas o ciertos desarrollos tecnológicos, o
insuficientemente marxistas algunos de sus fundamentos metodológicos. Por otro
lado, desde entonces hasta hoy, Benjamin ha sido interpretado desde
perspectivas abiertamente enfrentadas: o bien como precursor de un
postestructuralismo descreído del marxismo y de la potencialidad de una
práctica revolucionaria –sobre todo durante la décadas de 1980–, o bien como
figura central en una genealogía del pensamiento marxista capaz de enfrentar
los peligros del reformismo y la degeneración burocrática –sobre todo en las
últimas dos décadas–. En nuestro país podemos encontrar lecturas de casi todas
estas variantes, y sus escritos no han dejado de estudiarse y discutirse tanto
en la Academia como en publicaciones políticas y culturales.
Testimonios de quienes lo acompañaban en su camino a Portbou
mencionaron que Benjamin cargaba en su maleta un manuscrito que cuidó con un
esmero casi desproporcionado para sus difíciles circunstancias. No se ha podido
establecer su contenido, aunque varios tienen la hipótesis de que eran nada
menos que sus tesis sobre la filosofía de la historia, publicadas póstumamente.
Si no fueron sus compañeras en su último viaje, sí fueron uno de sus últimos
escritos, especie de testamento intelectual que consiste en una demoledora
crítica a una concepción de la historia como “progreso”, un pretendido
desarrollo lineal que no hace más que justificar “que todo siga igual”, relato
de los vencedores que pretende borrar las luchas fallidas del pasado, pero
también debilidad de ciertas versiones marxistas, como la de la
socialdemocracia, que presentaba la historia como un continuo avance al
socialismo y desconoce así fuerzas latentes que serán necesarias para las
luchas revolucionarias del presente. Podría sumarse a esta crítica a la
variante stalinista, aunque Benjamin no lo hace explícitamente –si fue uno de
los pocos que a pesar de la campaña soviética antitroskista leyó y respetó a
Trotsky, convertirlo en un adalid antistalinista, como lo han hecho muchos de
sus lectores por izquierda, sería también forzado–.
Ampliamente discutidas también entre los marxistas, no puede
dejar de observarse allí el ímpetu inconformista del autor, que aun atravesando
uno de los momentos históricos más oscuros del siglo, nunca cedió al
escepticismo ni renunció a la posibilidad de una acción política que terminara
con la barbarie capitalista. Si Benjamin no encontró entre la socialdemocracia
y el stalinismo los caminos que unieran teoría y praxis revolucionaria, no
derivó de esta debilidad una virtud, como lo hicieran sus pares frankfurtianos;
si los elementos tomados de la teología las debilitan teóricamente, no deja de
ser cierto que hizo pie en la lucha de clases para señalar que a pesar de las
derrotas, la revolución no había desaparecido del horizonte y que existen hilos
de continuidad en las luchas del pasado a rescatar. La carpeta dedicada a Marx
en el Libro de los pasajes se define como miembro de una generación a la que la
experiencia le había enseñado que “el capitalismo no moriría de muerte
natural”. Esa conclusión sigue siendo, hoy, vital para los revolucionarios.
http://www.laizquierdadiario.com/ |