Ilustracion perteneciente a una edición de Colmillo Blanco |
Nicolás Bendersky / Saqueador de ostras en la bahía de San Francisco, vagabundo y buscavidas por diversas ciudades de EE.UU., cazador de focas en las costas japonesas, obrero en una lavandería, en una fábrica de enlatado y en minas de carbón, buscador de oro en Alaska; su vida transcurrió hasta los 30 años, como un verdadero aquelarre. Y lo singular fue que había pasado estrictamente separada de la escritura. No así de la lectura que lo acercó lentamente a Kipling, Spencer, Darwin, Stevenson, Malthus, Marx, Poe, y Nietzsche. Pero llegó el momento. Él lo sentía y lo palpaba. Jack London había nacido para escribir.
“Y entonces, restrellante de luz, brotó la idea. Escribiría. Sería uno de los ojos del mundo, uno de los corazones a través de los cuales siente ese mundo y uno de los oídos a través de los cuales el mundo oye. (…) En prosa y en verso, sobre hechos reales e imaginarios(…) escribiría.” (De Martín Eden. Autobiografía novelada)
Y así empezó el oficio. Tomó la palabra, se apropió de ella
y la escribió. Y ese don, afloró como un verdadero río imparable.
“Escribía torrentosa e intensamente, de la mañana a la noche y bien entrada la noche (…) Era el suyo un continuo estado febril. La gloria de crear, que se suponía atributo exclusivo de los dioses, era suya” (Martín Eden)
Primero fueron cientos de artículos, notas y cuentos para
revistas que retrataban manifiestamente sus propias aventuras por los mares del
Pacífico o el frío de Alaska. Luego vinieron relatos y novelas más conocidos
como La llamada de la selva y Colmillo Blanco (ambas con
poderosas historias de perros), El
Lobo de Mar, El silencio blanco, La expedición del pirata o Cuentos de los Mares del Sur, entre
otros.
En muchos de éstos abunda una visión naturalista. Una
especie de alabanza a ultranza de la naturaleza, opuesta al mundo capitalista
como civilización contaminada. Un mundo, ya para su época, (fines del siglo
XIX) repleto de grandes fábricas que despiden humo negro por sus chimeneas,
mezcladas con estrechos y amontonados barrios donde los trabajadores viven
hacinados. A esto, le oponía el mundo natural, idílico. Pero donde también
había que luchar por la vida.
Un escritor proletario
Para alguien que “había nacido en la clase obrera”, (como él
mismo relata en un artículo de 1906), y adherido a la causa socialista desde
muy joven (como explica en Cómo me
hice socialista), escribir sobre su propia condición, sobre los
padecimientos y sueños revolucionarios de su clase, no iba a ser algo ajeno.
Bajo el contexto del naciente socialismo estadounidense de
Eugene Debbs y Daniel De León, cuentos como La huelga general, Talón de Hierro, Gente del abismo, Los
favoritos de Midas, Goliah, La fuerza de los fuertes o Estado de Guerra, tienen como
protagonista a trabajadores, y se desarrollan -de alguna u otra manera-
elementos de la lucha de clases contra los patrones.
En ellos también se retrata diversos aspectos desde la
óptica de los trabajadores: desde una huelga general en San Francisco que
refleja toda la fuerza de la clase obrera para parar cada resorte del
funcionamiento de la sociedad; hasta un régimen como El Talón de Hierro,
erigido como un poder económico y político sobre la derrota de una revolución.
Esta novela –que constituye una buena entrada a la obra de London- está escrita
en la forma de un diario que lleva la esposa de Ernesto Everhard, y que si bien
va desplegando las características de la dominación de este régimen, va
desenvolviendo los intentos de una revolución en el pasado. Como dice Evehard:
“Nuestra intención es tomar no solamente las riquezas que están en las casas, sino todas las fábricas, los bancos y los almacenes. Esto es la revolución (…)Queremos tomar en nuestras manos las riendas del poder y el destino del género humano. ¡Estas son nuestras manos, nuestras fuertes manos! Ellas os quitarán vuestro gobierno, vuestros palacios y vuestra dorada comodidad, y llegará el día en que tendréis que trabajar con vuestras manos para ganaros el pan, como lo hace el campesino en el campo o el hortera reblandecido en vuestras metrópolis. Aquí están nuestras manos. Miradlas: ¡son puños sólidos!”
El relato de la aparición de un régimen represivo, montado
sobre derrotas revolucionarias, anticipa genialmente la aparición del fascismo
20 años antes de su llegada.
En 1929, la revista New Masses escribe sobre
London
“Un verdadero escritor proletario, no sólo debe escribir para la clase trabajadora, sino que debe ser leído por la clase trabajadora. Un verdadero escritor proletario no sólo debe usar su vida proletaria como material para sus libros: en estos debe arder el espíritu de la rebeldía. Jack London era un auténtico escritor proletario; el primero y, hasta ahora, el único escritor proletario de genio de los Estados Unidos. Los obreros que leen, leen a Jack London. Es el único escritor al que han leído todos, es la sola experiencia literaria que tienen en común. Los obreros de las fábricas, los peones del campo, los marinos, los mineros, los vendedores de diarios, lo leen y lo releen. Es el escritor más popular entre la clase obrera de los EE.UU.”.
Y ese espíritu de rebeldía enardecía en cada uno de sus
escritos. Ardía y se desarrollaba al calor de sus convicciones socialistas que
trataba de difundirlas a lo largo y a lo ancho de EE.UU., mediante, charlas,
mitines y conferencias. Como revela en este comentario, no tenía dudas de su
ideología.
“Los socialistas eran revolucionarios, en la medida en que luchaban para transformar la sociedad tal como existe actualmente, y con otros materiales, construir una nueva sociedad. Yo también era socialista revolucionario.(…) Estas son mis perspectivas. Aspiro al nacimiento de una nueva época donde el hombre realizará el mayor progreso, un progreso más elevado que el de su vientre, y en el que el aura para animarlos para nuevas acciones será mucho más estimulante que la actual derivada de su estómago. Guardo intacta mi confianza en la nobleza y excelencia de la especie humana. Creo que la delicadeza espiritual y el altruismo triunfaran sobre la glotonería grosera que reina hoy en día. En último lugar quiero hacer constar mi confianza hacia la clase obrera. Como ha dicho un francés: ´En la escalera del tiempo resuenan sin cesar el ruido de los zuecos que suben, y de los zapatos barnizados que descienden´” (Yo he nacido en la clase obrera (1906)
El final
La vida de London transcurrió como un huracán vertiginoso.
Fue intensa, pasional, fulgurante como una cometa del cielo. Y encontró su fin
abruptamente un 22 de octubre de 1916. Murió en Glen Ellen, California, a la
temprana edad de 40 años. Si bien sus médicos elaboraron un certificado de
defunción cuya causa fue una uremia, sus biógrafos que aseguran que se suicidó
de una sobredosis de morfina y otras drogas que solía utilizar para calmar
dolores.
La muerte había sido pensada, trabajada y escrita por London
en varios cuentos y novelas. Acaso su autobiografía novelada, con su alter ego Martín Eden, posee un final
que anticipa su propio fin. Se había ido un escritor proletario, un mago de las
palabras, un agitador socialista, un contador de historias. Y eso es lo que
sobrevive. Sus 50 libros con cientos de cuentos y novelas, (algunas llevadas al
cine); y su llama ardiente que provoca desprecio por la sociedad capitalista, y
rebeldía hasta en la última gota de la sangre.
Trotsky, Che Guevara, Lenin, lectores de Jack London
Si bien Jack London tuvo infinidad de lectores, críticos y
analistas, sobresalen los revolucionarios, los que pusieron el ojo en él y
vieron que no era un escritor más, que podía observar más allá, viendo y
retratando al mundo siempre desde la óptica obrera.
Es conocido el planteo de Ernesto Che Guevara que recuerda
en La sierra y el llano de 1961 que siendo herido en el desembarco
del Granma por una balacera, recordó un cuento de London.
“Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en el que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo”.
El cuento es Encender
una hoguera, y tiene como escenario las frías tierras de Yukón, Alaska.
Hacia el final, dice:
“Cuando hubo recobrado el aliento y el control, se sentó y recreó en su mente la concepción de afrontar la muerte con dignidad”.
Julio Cortázar también reparó en este planteo del Che, y lo
utilizó como frase que prologa uno de sus cuentos, Reunión de Todos los fuegos el fuego. En tanto
Lenin, también era un lector de London. Poseía en el Kremlin varios de sus
libros y alabó mucho la crítica que realizó el escritor al revisionismo y
oportunismo del Partido Socialista de los EE.UU.
Se cuenta que hacia el final de su vida, luego de varios
ataques cerebrales que lo habían dejado sin habla, solía escuchar plácidamente
la lectura de su mujer Nadezhda Krupskaia. Su muerte el 21 de enero de 1924,
había ocurrido dos días después de escuchar Amor
a la vida, cuento de London que era uno de sus favoritos.
Por último, León Trotsky también reparó en la literatura de
London. En 1937 escribe una carta dirigida a su hija Joan donde comentaba el
magnífico El Talón de Hierro:
“Hay que destacar muy particularmente el papel que Jack London atribuye en la evolución de la Humanidad a la burocracia y la aristocracia obrera. Gracias a su apoyo, la plutocracia americana logrará aplastar el levantamiento de los obreros y mantener su dictadura de hierro en los tres siglos venideros. No vamos a discutir con el poeta sobre un plazo que no puede dejar de parecernos extraordinariamente largo. Aquí lo importante no es ese pesimismo sino su tendencia apasionada a espabilar a quienes se dejan adormecer por la rutina, a obligarlos a abrir los ojos, a ver lo que es y lo que está en proceso. El artista utiliza hábilmente los procedimientos de la hipérbole. Lleva a su límite extremo las tendencias internas del capitalismo al avasallamiento, a la crueldad, a la ferocidad y a la perfidia. Maneja los siglos para medir mejor la voluntad tiránica de los explotadores y el papel traidor de la burocracia obrera. Sus hipérboles más románticas son, en fin de cuentas, infinitamente más justas que los cálculos de contabilidad de los políticos llamados “realistas”. No es difícil imaginar la incredulidad condescendiente con la que el pensamiento socialista oficial de entonces acogió las previsiones terribles de Jack London. Si nos tomamos el trabajo de examinar las críticas de ‘El Talón de Hierro’ que se publicaron en los periódicos alemanes de entonces, Neue Zei y Worwaerts, y en los austriacos Kampf y Arbeiter Zeitung, no será difícil convencerse de que el “romántico” de treinta años veía incomparablemente más lejos que todos los dirigentes socialdemócratas reunidos de aquella época. Además, Jack London no sólo resiste en ese dominio la comparación con los reformistas y los centristas. Se puede afirmar con certeza que, en 1907, no había un marxista revolucionario, sin exceptuar a Lenin y Rosa Luxemburgo, que se representara con tal plenitud la perspectiva funesta de la unión entre el capital financiero y la aristocracia obrera. Esto basta para definir el valor especifico de la novela”.
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