La segunda lección de Vladimir Putin es «política» en el
sentido noble del término. No es casualidad que Moscú anuncie su retirada
militar el día que se retoman las negociaciones intersirias bajo los auspicios
de la ONU. Desde siempre Rusia predica una solución política a la crisis porque
sabe que ni el Gobierno ni la oposición tienen medios para aplastar al
adversario. Desde ese punto de vista el anuncio del Kremlin acredita la seriedad
de Rusia al renovar su confianza en el enfoque político en detrimento del
enfoque militar. Al contrario que los occidentales Rusia puso su intervención
en Siria bajo la enseña del derecho internacional al responder a la demanda de
un Estado soberano. Rusia reiteró su fidelidad a la ley común de las naciones
privilegiando de forma espectacular la vía de la negociación hacia una
transición política.
Pero esta ahora se hará en condiciones inéditas. En cinco
meses y medio las fuerzas leales han reconquistado 10.000 km2, han recuperado
400 ciudades y localidades y han puesto a la oposición armada a la defensiva.
El apoyo aéreo ruso ha permitido al Ejército Árabe Sirio recuperar el control.
Se han modernizado sus equipos, se ha revisado su estrategia y se han mejorado
sus tácticas. Desangrado desde hace mucho tiempo por los atentados suicidas de
los yihadistas, el ejército deja de agotarse persiguiendo al enemigo. Él solo,
por medio de audaces maniobras, le asedia durante meses o le aturde a golpes de
artillería pesada. Al mismo tiempo el Gobierno ofrece a los combatientes
arrepentidos, cansados tras cinco años de guerra, el beneficio de un programa
de reconciliación nacional en el marco de acuerdos locales a los que la
ampliación de la tregua sin duda dará esa oportunidad.
Además esta estrategia de reconquista conlleva un tercer
aspecto cuyos resultados apenas empiezan a notarse. Mientras lleva a cabo negociaciones
políticas con la oposición el Estado sirio se lanza, militarmente, al asalto de
los bastiones yihadistas. Ya que, a pesar de las apariencias, no hay
contradicción entre el anuncio de la retirada rusa y la ofensiva siria sobre
Palmira. Recuperando esta ciudad el Estado sirio haría una doble demostración.
En primer lugar lograría una victoria simbólica al arrancar de las garras
yihadistas esa joya del patrimonio mundial vergonzosamente entregada al Estado
Islámico por la coalición occidental. Y además esa reconquista abriría al
ejército sirio la ruta de Deir Ezzor, donde una brigada de élite resiste desde
2014, y sobre todo la de Ragga, la capital siria del pseudo-Estado Islámico y
objetivo último de la ofensiva de los leales.
Lejos de ejercer una «presión» sobre Damasco, la retirada
rusa en realidad es la condición previa de una victoria de la nación siria
sobre los yihadistas de todos los pelajes. Es de la mayor importancia para
Siria que su liberación se deba a las fuerzas sirias y no a un cuerpo expedicionario
extranjero. A este respecto se ha visto que la retirada rusa ha seguido el paso
a la salida de los voluntarios iraníes, por otra parte poco numerosos, al día
siguiente de la victoria de los leales en el noroeste de Alepo. Porque para
Damasco las cosas están claras: ciertamente Siria necesita aliados sólidos sin
los cuales nunca ganaría una guerra. Pero el honor nacional exige que lo
esencial del esfuerzo de liberación, condición para la victoria final, sea obra
de las tropas sirias.
En efecto, ni en el plano político ni en el militar podría
imponerse una solución importada del extranjero. Rusia se retira tras alcanzar
sus objetivos. La intervención turca-saudí parece un petardo mojado. Estados
Unidos declaró su retirada desde hace mucho tiempo. Francia no hace nada y
habla sin decir nada. Y el resto del mundo asiste con avidez al espectáculo del
juego de los fracasos de Putin. A los perros guardianes mediáticos les
encantaría jurar lo contrario, pero es así: los aliados de Damasco, con su
retirada, no abandonan a su suerte a un régimen acorralado, sino que toman nota
de su voluntad de plantar cara y vencer, él solo, al Estado Islámico y a
Al-Qaida. En todo caso esa es la apuesta de Moscú. El tiempo dirá si era una
apuesta ganadora. Pero si dentro de tres meses la bandera siria tiene dos
estrellas verdes ondeando sobre Raqqa entonces la estrategia rusa merecerá el
calificativo de golpe maestro.
Bruno Guigue, en la
actualidad profesor de Filosofía, es titulado en Geopolítica por la École
National d’Administration (ENA), ensayista y autor de los siguientes libros: Aux
origines du conflit israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler
Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage,
todos publicados por L’Harmattan.
Traducido del francés por Caty R.
Título original: “Golpe maestro moscovita en tres lecciones”
Título original en francés: “Coup de maître moscovite en trois leçons
Traducido del francés por Caty R.
Título original: “Golpe maestro moscovita en tres lecciones”
Título original en francés: “Coup de maître moscovite en trois leçons
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