Theodor
Adorno & Walter Benjamin ✆ John Williams |
Infancia en Berlín
hacia 1900 no supone una regresión nostálgica al mundo perdido de la
infancia, tampoco una reconstrucción del pasado ni se trata simplemente de un
libro de memorias. Más bien podría definirse como un relato breve que encarna
algunas experiencias de sus primeros años.
Son una colección de estampas y pequeños fragmentos -más que una relación de hechos-, expediciones a la profundidad de la memoria y “relampagueos” luminosos del recuerdo. El pasado se convierte, así, en objeto de escritura. Se asume de este modo la idea proustiana (En busca del tiempo perdido) de que la reapropiación de la experiencia depende de la rememoración estimulada por un objeto o situación. Sin embargo, mientras que para Proust la vida interior de un individuo es como un reciento privado, Walter Benjamin parte del sujeto inserto en las relaciones de producción capitalistas y su embrutecimiento en el seno de la sociedad industrial. Recuperar los recuerdos de la infancia no es, por tanto, reproducir mecánicamente lo sucedido sino la apropiación que permite entender aquello que alguna vez ocurrió. Más aún, la rememoración constituye una guía para el entendimiento del presente. Otra diferencia entre Proust y Benjamin es que en el primero no se da un esfuerzo de la voluntad, sino que sólo espera y se muestra atento a que una experiencia azarosa despierte las vivencias. En Walter Benjamin sí que hay un intento por desterrar los recuerdos.
Las reflexiones surgen en la conferencia del catedrático del Departamento de Metafísica y Teoría del Conocimiento de la Universitat de València, Julián Marrades, sobre Infancia y memoria en Walter Benjamin. Los trabajos de investigación más recientes de Julián Marrades incluyen la teoría de la racionalidad, la filosofía moral y la relación entre filosofía y literatura. Además, es autor de El trabajo del espíritu. Hegel y la modernidad y editor de la obra colectiva Wittgenstein. Arte y filosofía.
A Walter Benjamin le interesa la función cognitiva,
identificadora e histórica de la memoria. Rememora experiencias a las que
otorga, en cierta manera, un tono profético y mesiánico. “Hay un intento
incluso desesperado por salvar la memoria”, concluye Julián Marrades. La importancia
de la primera vez es fundamental tanto en Proust como en Benjamin, pues en esa
huella primigenia radica la base y el sentido de las cosas. Aunque los
recuerdos del filósofo de la Escuela de Frankfurt sean particulares, privados,
enteramente suyos, no los escribe para la que la validez se limite al autor.
Escribe para una generación de la que forma parte, y con la que comparte
peligros y amenazas. Se trata, así pues, de experiencias singulares que forman
parte de una experiencia común. Walter Benjamin quiere preservar de una posible
destrucción algunas vivencias, imágenes, recuerdos y fotografías de la
infancia, también para que futuros lectores puedan entender lo que el filósofo
vivió.
Sin embargo, el contenido de la memoria permanece
obstaculizado por una “falsa conciencia” de la realidad. Por eso recordar es la
tarea de recuperación de experiencias remotas que, además, se convierten en
claves interpretativas de vivencias posteriores. El recuerdo de una estación de
ferrocarril le lleva a una experiencia, particular, del concepto de lejanía.
También el descubrimiento de dos amantes en un parque revela al niño la
existencia del amor. El rayo pálido de la luna en la habitación provoca en el
infante la sensación del miedo a la oscuridad. Las palabras poseen una fuerza
mágica en la imaginación del niño, es más, dejan de ser un seguro camino para
convertirse en un estado evanescente de la fantasía. El lenguaje pasa a ser,
entonces, un castillo habitado por fantasmas. Además, en el relato de Benjamin
se distingue un “yo” objeto del recuerdo de un “yo” sujeto de la escritura. Hay
un extrañamiento entre ambos, que hace posible una reconstrucción de la
identidad personal. Evoca el aire embriagador que generan los patios
posteriores de las casas en el Oeste de Berlín. Son fragmentos de pequeños
universos urbanos en los que se mezcla naturaleza e historia: el árbol en un
rincón, los geranios que asoman... Luces de gas, colchones y tendederos que
muestran los patios como espacios de fatigas cotidianas. Una cariátide se
convierte para el niño en una pequeña patria para el sueño, la imaginación y la
lectura. Las cariátides soportaban la galería que fue también una escuela de la
vida, que daba al infante lecciones de cosas que aún no podía entender.
El hilo de algunas evocaciones lleva a la relación del niño
con los adultos que le rodean, principalmente sus padres. El teléfono instalado
en el hogar familiar recuerda los enfrentamientos de Walter Benjamin con su
padre. Ubicado entre el arco de la ropa sucia y el gasómetro, el niño considera
al teléfono como un hermano gemelo, pero también como un objeto que le priva de
voz propia y anula su voluntad. Descubre en el teléfono, asimismo, un
instrumento con el que el padre impone su voluntad fuera del hogar, por ejemplo
en las discusiones con la centralita. La figura materna, en cambio,
desempeñaría el rol de hada madrina que protege al niño del mundo exterior.
Pero los recuerdos de la infancia en Berlín van un punto más allá. Revelan una
dimensión histórica. Pero entendida ésta no como una relación articulada de
hechos, sino como enseñorearse de un recuerdo tal como este “relampaguea” en un
instante de peligro.
Además, desde su posición materialista, el escritor recupera
la fuerza subversiva del niño. Los monumentos urbanos son con los que el estado
rinde tributo a sus héroes, por ejemplo las estatuas de Federico Guillermo rey
de Prusia, son desmitificados por el niño durante sus paseos por el jardín
zoológico. La misma subversión de los valores vigentes se produce cuando Benjamin
toma partido por los explotados. Es en las calles iluminadas de los barrios
burgueses donde el infante descubrió la pobreza de los vendedores de láminas de
latón. También los regalos y juegos de navidad en el hogar familiar señalaban
la miseria presente en otras casas. Queda, después de las fiestas navideñas, el
retrato del árbol despojado de sus hojas. Pero también puede tomarse conciencia
de la explotación a partir del trabajo mal remunerado. El niño lo observa en un
vendedor de hojas de propaganda, a quien nadie hace caso, y como forma de
sabotaje termina por deshacerse de los folletos. A todos los fragmentos,
evocaciones y fotografías subyace una reflexión general del crítico berlinés:
la primera vez representa un acto de creación, único, el resto son
reiteraciones que contienen, de manera consciente o no, las huellas de esa
primera ocasión.
No tiene una importancia menor el despertar sexual, y para
ello el menor busca refugio en las mujeres de la calle. Así se enfrenta,
también, a la tiranía de la familia. En un libro de cuentos descubrió Walter
Benjamin a un pequeño jorobado. La vida entera que, dicen, pasa por delante de
los moribundos está llena de las imágenes que han ido acumulando ese menudo
genio, jorobado y hambriento, que habita en cada uno de nosotros. La función
última de la memoria es rescatar esas imágenes del olvido, pero también del
falseamiento. En Infancia en Berlín hacia 1900 Benjamin se decidió a
transformar poéticamente los recuerdos de la infancia, en lugar de hacer mero
acopio de notas autobiográficas. En los relatos biográficos se respeta la
secuencia cronológica, sin embargo el filósofo y crítico literario prefirió la
colección de fotografías en un álbum, entendidas como sucesos y experiencias
que se presentan durante un paseo por la ciudad. Se trata de descubrir en el
fondo de la memoria apuntes que anticipen el presente, lo que supone que el
futuro está en génesis ya en la infancia. Comienza la redacción del libro en la
época que el nazismo llega al poder...
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