Conviene reconocer, con realismo, que la
opción del SÍ fue derrotada y, con ello, un esfuerzo colectivo de millones de
compatriotas. Hay perplejidad y sensación de impotencia, porque el SÍ
representó una ilusión: la de poner fin a la guerra entre las FARC y el
establecimiento y avanzar con el ELN en el mismo propósito. El puente hacia la
paz fue dinamitado y de nada sirve negarlo. Pero, para responder a dónde vamos,
hay que saber qué ocurrió. En ese sentido, el triunfo del NO, a lo que se suma
la abstención del 66%, abrió una crisis política, escenario en el que los
detractores de los acuerdos de La Habana han arreciado sus propósitos
obstruccionistas. Se están recomponiendo sus distintos sectores, siendo el uribato mayoritario. Pero están los pastranistas y los seguidores de Martha
Lucía Ramírez, así como un grupo significativo de iglesias cristianas y la
feligresía de una jerarquía católica hipócrita que proclamó su neutralidad, mientras
que en la práctica su mano larga intervenía en contra del SÍ –con notables
excepciones, como las de los obispos de Cali y Tunja–. La jerarquía católica,
encabezada por el Cardenal Rubén Salazar, traicionó el querer y la orientación
del Papa Francisco. Una autocrítica del presidente de la Conferencia Episcopal
puede leerse en El Tiempo del pasado 16
de octubre 1.
Con amplitud de miras, hay que reconocer a los
millones que votaron el NO por confusión y desconocimiento. Pero también porque
están irritados por la situación económica y social, agravada por la desafiante
reforma tributaria planteada contra viento y marea. El plato quedó servido para
el triunfo del NO. Algo parecido ocurrió con el manejo equivocado de la
política de educación sexual de la ministra Parody. Los reaccionarios y
oportunistas, todos a una, se movilizaron contra los acuerdos, denunciando una
supuesta ideología de género, satanizándolos. La ministra fue nombrada como
coordinadora del SÍ.
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